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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (26 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—No estaba durmiendo —mintió él.

—¿De veras? ¿Y entonces por qué roncabas?

Tras los discursos, el rey observó los ojos somnolientos de los invitados y llamó al buen maestro Feldegast, para animar el ambiente.

Aquel día, la actuación de Beldin fue más extravagante que nunca. Caminó sobre las manos, realizó sorprendentes saltos hacia atrás e hizo malabarismos con asombrosa habilidad, todo sin parar de contar chistes con su melodiosa jerga.

—Espero haber contribuido con mi granito de arena a la alegría de la fiesta, Majestad —dijo al final de la actuación, tras agradecer los entusiastas aplausos del público con una reverencia.

—Sois un verdadero virtuoso, maestro Feldegast —lo felicitó el rey—. El recuerdo de vuestra actuación dará calidez a las duras tardes de invierno que pasaré en esta sala.

—Ah, vuestras palabras me honran, Majestad —respondió el enano con otra reverencia.

Antes de que se sirviera el banquete, Garion y Zakath regresaron a sus habitaciones a tomar una comida ligera, pues la prohibición de quitarse las viseras les impedía comer en público. Sin embargo, como invitados de honor, su ausencia se habría considerado una descortesía.

—Nunca me ha divertido mucho ver comer a los demás —le dijo Zakath en voz baja a Garion, una vez sentados en sus sitios en la sala del banquete.

—Si quieres divertirte, mira a Beldin —respondió Garion—. Tía Pol habló seriamente con él anoche y le pidió que cuidara sus modales. Ya has visto cómo suele comer, así que el esfuerzo que tendrá que hacer para comportarse con decoro puede hacerlo estallar.

Naradas estaba sentado a la derecha del rey. Sus ojos blancos tenían una expresión indecisa y algo perpleja. Era evidente que se sentía desconcertado por el hecho de que Belgarath no hubiera intentado arrebatarle el mapa.

En ese momento, los criados comenzaron a servir el banquete. Garion sintió que el olor de la comida le hacía la boca agua y deseó haber cenado un poco más temprano.

—Debo hablar con el cocinero del rey antes de irme —dijo Polgara—. Esta sopa es exquisita. —Sadi rió con picardía—. ¿He dicho algo gracioso? —le preguntó ella.

—Limítate a mirar, Polgara. No quiero estropearte la sorpresa.

De repente se oyó una conmoción en un extremo de la mesa. Naradas se había incorporado y se agarraba la garganta con las manos. Sus ojos blancos estaban desorbitados y emitía ruidos ahogados.

—¡Se está ahogando...! —gritó el rey—. ¡Que alguien lo ayude!

Varios nobles que estaban cerca de la cabecera se levantaron con rapidez y comenzaron a golpearle la espalda. Naradas, sin embargo, continuó ahogándose. La lengua le colgaba entre los labios y su cara comenzaba a ponerse azul.

—¡Salvadlo! —gritó el rey.

Pero nadie podía salvar a Naradas, cuyo cuerpo se arqueó hacia atrás, se puso rígido y se desplomó sobre el suelo.

La sala se llenó de exclamaciones de pesar.

—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Velvet a Sadi en un murmullo—. Podría jurar que nunca te acercaste a su comida.

—No necesité hacerlo, Liselle —dijo el eunuco con una sonrisa maliciosa—. La otra noche descubrí que siempre se sentaba a la derecha del rey, así que pasé por aquí hace una hora y unté su cuchara con algo capaz de hinchar la garganta de un hombre hasta cerrarla. —Hizo una pausa—. Espero que haya disfrutado de la sopa —añadió—. Yo, desde luego, lo hice.

—Liselle —dijo Seda—, ¿por qué no hablas con tu tío cuando volvamos a Boktor? Sadi está sin trabajo y Javelin podría aprovechar a un hombre con sus habilidades.

—En Boktor nieva, Kheldar —señaló Sadi con disgusto—, y a mí no me gusta la nieve.

—No tendrías necesidad de instalarte en Boktor, Sadi. ¿Qué te parece Tol Honeth? Eso sí, tendrías que dejarte crecer el pelo.

Zakath se inclinó hacia adelante y dejó escapar una risita divertida.

—Espléndido, Sadi —lo felicitó—, y muy apropiado. Naradas me envenenó a mí en Rak Hagga y ahora tú lo envenenas a él. Si vienes a trabajar para mí en Mal Zeth, te pagaré el doble de lo que te ofrezca Javelin.

—¡Zakath! —exclamó Seda.

—En los últimos tiempos me llueven oportunidades de empleo en todas partes del mundo —observó Sadi.

—Es difícil encontrar hombres competentes —dijo Zakath.

El rey, pálido y tembloroso, fue escoltado fuera de la sala. Al pasar junto a la mesa donde se sentaba el grupo de amigos, Garion lo oyó sollozar.

Belgarath comenzó a maldecir entre dientes.

—¿Qué ocurre, padre? —le preguntó Polgara.

—Ese idiota estará de duelo semanas enteras. ¡Nunca conseguiré el mapa!

Capítulo 16

Cuando regresaron a sus aposentos, Belgarath aún seguía maldiciendo.

—Creo que me he pasado de listo —dijo con furia—. Antes de matar a Naradas, deberíamos haberlo puesto en evidencia. Ahora no hay forma de desacreditarlo ante los ojos del rey.

Cyradis, sentada a la mesa, tomaba una sencilla comida mientras Toth la observaba con aire protector.

—¿Qué habéis hecho, venerable anciano? —le preguntó.

—Naradas ya no está entre nosotros —respondió él— y el rey está de duelo por él. Podrían pasar semanas antes de que recupere la compostura y me enseñe ese mapa.

La expresión de la vidente se volvió distante y Garion creyó percibir el murmullo de aquella extraña mente colectiva.

—Se me permite ayudaros en esto, venerable anciano —dijo—. La Niña de las Tinieblas ha violado la orden que le dimos al asignarle su misión. Envió aquí a su ayudante, en lugar de venir a buscar el mapa por sí misma. Gracias a eso, podré transgredir ciertas restricciones. —Se recostó, sobre el respaldo de su silla y pareció comunicarse con Toth. El asintió con un gesto y abandonó la habitación—. He enviado a buscar a alguien que nos ayudará —dijo.

—¿Qué pretendes hacer? —le preguntó Seda.

—Sería poco inteligente comunicároslo con antelación, príncipe Kheldar. Sin embargo, ¿seríais capaz de encontrar los restos de Naradas?

—Sin duda —respondió él—. Iré a echar un vistazo —añadió mientras se retiraba de la habitación.

—Cuando el príncipe Kheldar nos comunique la ubicación de los restos de Naradas, vos, rey de Riva, y vos, emperador de Mallorea, iréis a ver al rey y le rogaréis con firmeza que os acompañe a ese lugar a medianoche, pues entonces descubrirá ciertas verdades que podrían mitigar su dolor.

—Cyradis —suspiró Beldin—, ¿por qué siempre te las ingenias para complicar las cosas?

—Es uno de mis pocos placeres, honorable Beldin —respondió ella con una sonrisa tímida—. Al hablar de forma enigmática, obligo a los demás a meditar con más cuidado sobre mis palabras. Cuando noto que comienzan a comprenderme experimento cierta satisfacción

—Sin embargo, tu sistema resulta muy irritante.

—Eso forma parte del placer —asintió ella con picardía.

—¿Sabes? —le dijo Beldin a Belgarath—. Creo que en el fondo es un ser humano.

Seda regresó diez minutos después.

—Lo he encontrado —anunció con presunción—. Lo han puesto en un féretro en la capilla de Chamdar, en la planta principal del palacio. Le he echado un vistazo y la verdad es que resulta bastante más atractivo con los ojos cerrados. El funeral está programado para mañana. Estamos en verano, y no se conservaría mucho más.

—¿Qué hora creéis que es, señor? —le preguntó Cyradis a Durnik.

El herrero se acercó a la ventana y miró las estrellas.

—Calculo que falta una hora para medianoche.

—Entonces debéis iros ahora, Belgarion y Zakath. Usad todos vuestros poderes de persuasión, pues es imprescindible que el rey esté en la capilla a medianoche.

—Lo llevaremos allí, sagrada vidente —prometió Zakath.

—Aunque tengamos que arrastrarlo —añadió Garion.

—Ojalá supiera qué pretende —le dijo Zakath a Garion mientras caminaban por el pasillo—. Sería más fácil convencer al rey si pudiéramos decirle qué va a suceder.

—También podría mostrarse escéptico —señaló Garion—. Creo que el plan de Cyradis es bastante misterioso y hay gente que tiene dificultades para aceptar ese tipo de cosas.

—Oh, desde luego —sonrió Zakath.

—Su Majestad no desea ser molestado —dijo uno de los guardias cuando pidieron permiso para entrar.

—Por favor, dile que se trata de un asunto de suma urgencia —rogó Garion.

—Lo intentaré, caballero —respondió el guardia con voz vacilante— pero el rey está muy afectado por la muerte de su amigo.

El guardia regresó pocos instantes después.

—Su Majestad acepta veros, pero os ruega que seáis breves, en consideración a su enorme dolor.

—Por supuesto —murmuró Garion.

Los aposentos privados del rey estaban decorados con excesivo ornato. El rey, sentado en un mullido sillón, leía un delgado libro a la luz de una vela. Su cara estaba demacrada y mostraba señales de llanto. Después de los saludos pertinentes, les mostró el libro que leía.

—Un texto de consuelo —dijo—. Sin embargo, a mí no ha conseguido brindarme mayor alivio. ¿En qué puedo serviros, caballeros?

—Ante todo hemos venido a ofreceros nuestras condolencias, Majestad —comenzó Garion con prudencia—. Debéis saber que los primeros momentos del dolor son siempre los peores y que el paso del tiempo mitigará vuestro pesar.

—Pero nunca conseguirá borrarlo por completo, caballero.

—Sin duda, Majestad. Lo que hemos venido a pediros podría pareceros cruel en las actuales circunstancias, y si el asunto que nos trae ante vuestra presencia no fuera de suma urgencia tanto para vos como para nosotros, jamás habríamos osado molestaros.

—Hablad, caballero —dijo el rey con un tenue brillo de curiosidad en los ojos.

—Esta noche os serán reveladas ciertas verdades, Majestad —continuó Garion—, que sólo podréis conocer en presencia de vuestro difunto amigo.

—Eso es inconcebible —dijo el rey con firmeza.

—La persona que os revelará estas verdades nos ha asegurado que éstas ayudarían a mitigar vuestro dolor. Erezel era vuestro más querido amigo y no habría querido que sufrierais sin necesidad.

—Es verdad —admitió el rey—. Era un hombre con un gran corazón.

—No me cabe ninguna duda —dijo Garion.

—Sin embargo, aún hay una razón más personal para que visitéis la capilla donde se encuentra el maestro Erezel, Majestad —añadió Zakath—. Según nos han informado, su funeral se llevará a cabo mañana y la mayor parte de la corte asistirá a la ceremonia. Esta noche tendréis la última oportunidad de visitarlo en privado y de grabar en vuestra memoria sus amados rasgos. Mi amigo y yo custodiaremos la puerta de la capilla para asegurarnos de que nadie interfiera en vuestra comunión con él y con su espíritu.

El rey meditó unos instantes.

—Tal vez estéis en lo cierto, caballeros —admitió—, y deba contemplar su rostro por última vez, aunque el simple hecho de hacerlo desgarre mi corazón. Muy bien, vayamos entonces a la capilla.

La capilla del dios arendiano Chamdar estaba alumbrada por una sola vela, situada sobre el féretro y junto a la cabeza del difunto. Un paño dorado cubría el cuerpo, inmóvil, hasta el pecho, y la cara de Naradas parecía calma, incluso serena. Con todo lo que Garion sabía de la historia del grolim, aquella serenidad le parecía casi una burla.

—Custodiaremos la puerta de la capilla, Majestad —dijo Zakath— y os dejaremos a solas con vuestro amigo.

Él y Garion salieron al pasillo y cerraron la puerta.

—Has demostrado tener mucho tacto —le dijo Garion a su amigo.

—Tú tampoco lo has hecho mal, pero con tacto o sin él, lo importante es que hemos conseguido traerlo aquí.

Aguardaron junto a la puerta a Cyradis y los demás, que llegaron a la capilla un cuarto de hora después.

—¿Está ahí dentro? —le preguntó Belgarath a Garion.

—Sí. Tuvimos que insistir bastante, pero por fin lo convencimos.

Junto a Cyradis había una figura encapuchada y vestida de negro. Parecía una mujer dalasiana, aunque era la primera vez que Garion veía a alguien de aquella raza sin las habituales ropas blancas.

—Ésta es la persona que nos ayudará —dijo la vidente—. Ahora vayamos a ver al rey, pues ya es la hora adecuada.

Garion abrió la puerta y todos entraron en la capilla. El rey alzó la vista, sorprendido.

—No os asustéis, rey de Perivor —le dijo Cyradis—, pues tal como vuestros campeones os han advertido, hemos venido a revelaros ciertas verdades que mitigarán vuestro dolor.

—Os agradezco vuestros esfuerzos, señora —respondió el rey—, pero eso no será posible. Mi pesar no podrá mitigarse ni desaparecer. Aquí yace mi amado amigo y mi corazón está en ese frío féretro con él.

—Vuestro linaje es parcialmente dalasiano, Majestad —le dijo ella—, de modo que sabéis que algunos de nosotros poseemos poderes. Aquel que llamabais Erezel no os dijo ciertas cosas antes de morir y he traído a alguien que podrá interrogar a su espíritu antes de que éste se pierda en las tinieblas.

—¿Un nigromante? ¿De verdad? Había oído hablar de ellos, pero nunca había tenido oportunidad de verlos practicar sus artes.

—¿Sabéis que aquel que posee este don no puede falsear lo que revelan los espíritus?

—Eso tengo entendido.

—Puedo aseguraros que es verdad. Indaguemos en la mente de vuestro amigo Erezel y veamos qué verdades puede revelarnos.

La nigromante encapuchada se acercó al féretro y apoyó sus manos pálidas y delgadas sobre el pecho de Naradas.

Cyradis inició el interrogatorio.

—¿Quién erais? —preguntó.

—Mi nombre era Naradas —respondió la figura de negro con voz sorda y entrecortada—. Era arcipreste grolim del templo de Torak en Hemil, Darshiva.

El rey miró primero a Cyradis y luego al cuerpo de Naradas con expresión atónita.

—¿A quién servíais? —preguntó Cyradis.

—Servía a la Niña de las Tinieblas, la sacerdotisa grolim Zandramas.

—¿Por qué vinisteis a este reino?

—Mi ama me envió a buscar cierto mapa y a evitar que el Niño de la Luz llegara al Lugar que ya no Existe.

—¿Y qué medidas empleasteis para conseguir vuestros fines?

—Me acerqué al rey de esta isla, un hombre vano y estúpido, y lo engañé. Él me mostró el mapa que buscaba y éste me reveló un milagro que mi sombra comunicó de inmediato a mi ama. Ahora ella sabe con exactitud dónde se realizará el encuentro final. Aproveché la credulidad del rey para obligarlo a realizar varios actos que retrasaron el viaje del Niño de la Luz y sus compañeros. De ese modo, mi ama podrá llegar al Lugar que ya no Existe antes que ellos y no tendrá necesidad de dejar las cosas en manos de cierta vidente, en la que no confía.

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