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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (30 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—No pasa nada, chaval —rió Rev—. Te preocupas demasiado. Hay planos del lugar, por si quieres echarles una ojeada. Nosotros ya nos lo conocemos. Escucha, esta es tu oportunidad. ¿Te apuntas o no? Has peleado contra mí. ¿Por qué no me demuestras que ya no hay rencores ni rencillas entre nosotros, para variar?

—Venga, Trav —lo animó Mel.

—Si funciona, estaremos salvando a niños de las celdas —observó Antony, aunque parecía más preocupado por el condicional que Mel.

—Todavía puedes dejar que te capturen, si es lo que quieres —dijo Rev—. Cuando nos marchemos, tú te quedas atrás y listo. Pero al menos habrás liberado a otros chicos. De todos modos, sales ganando.

Travis no estaba muy seguro de aquella afirmación, pero a Rev y a Antony no les faltaba razón. Después de todo, él mismo había animado al capitán Taber a llevar a cabo acciones directas contra los cosechadores. Era arriesgado, pero…

—De acuerdo, Rev —decidió—. Cuenta con nosotros.

Solo esperó que Tilo lo entendiese.

Había comido poco durante el almuerzo, e incluso menos durante la comida. No es que Richie soliese prestar atención a los hábitos alimenticios de Tilo, pero sabía que el apetito era un buen indicador del estado de ánimo de una persona, y cómo se encontrase la hippie aquel día era importante para él. Tenía que prestar atención si quería que su plan saliese como lo tenía previsto.

Si iba a seducirla.

Ella se quedó en la cantina después de que todo el mundo se hubiese marchado. Todos salvo él, claro. Ella se sentó ligeramente encorvada sobre la mesa con los brazos cruzados mientras tiraba con los dedos de los codos de su túnica, los hombros hacia delante y cabizbaja, ocultando su rostro. No parecía feliz. Todo lo contrario, más bien. Ni siquiera reparó en que Richie seguía allí, en el otro extremo de la mesa.

A él le preocupaba Jessica. Pensaba que las dos chicas que se habían quedado en la base, cuyos novios andaban perdidos en territorio hostil, permanecerían unidas hasta recibir noticias para apoyarse la una a la otra, como hacían las chicas cuando iban al baño de los bares y discotecas a charlar sobre quién les gustaba y quién no. Si Jessica estuviese con ella, a Richie le hubiese supuesto un problema, pero por algún motivo llevaba una temporada encerrada en sí misma, a lo suyo, dejando sola a Tilo. Como en aquel instante, por ejemplo.

Era un buen momento para actuar.

Se levantó. Primera elección: ¿debería sentarse ante ella o a su lado? Ante ella podría mirarla a los ojos con más facilidad. A su lado, podría pasarle el brazo por el hombro para consolarla. Richie no se engañó a sí mismo pensando que Tilo se quedaría mirando encandilada a sus ojos, que eran de un anodino tono parduzco y tenían un aire porcino. Sentarse a su lado parecía una idea mejor.

—Eh, Tilo —dijo.

Ella levantó la mirada lentamente.

—¿Richie?

—¿Cómo lo llevas? —Y se sentó a su lado.

—Pues muy mal, la verdad. —Ella se alejó un poco—. Lo siento, Richie. Ahora no soy muy buena compañía. Preferiría estar sola, si no te importa.

De eso nada. Nada de estar sola. Vaya si le importaba. Y sabía que no lo decía en serio. A la hippie no le gustaba estar sola.

—Naught… Travis va a estar bien, ya verás.

—¿Seguro? —preguntó, sombría.

—Fijo que sí. No permitirá que le pase nada malo. Sabe que hay una nena preciosa esperándolo.

Tilo esbozó una débil sonrisa.

—Los cumplidos no son lo tuyo, Richie. —Pero sonaron bien, aunque hubiese incluido la palabra «nena». Los cumplidos eran mimos sin llegar a tocar. Si Travis la hubiese llamado preciosa…

—Pero claro, si yo fuese Travis —dijo Richie—, no hubiese dejado sola a una chica como tú, en primer lugar, ni siquiera para salvar al maldito mundo.

—Te creo, Richie. Por eso no eres Travis. Él no es egoísta, como tú… quiero decir, de ese modo. Para él, los demás son lo primero.

—Para él, tú deberías ser la primera. Para mí lo serías. Si fuese, ya sabes, él.

—¿Por qué hablas así, Richie? —dijo Tilo con naturalidad. No parecía quejarse.

Richie arqueó las cejas al mirarla. Parecía desvalida, vulnerable y muy, muy deseable… pero no quería seducirla en aquel momento. La seducción le resultaba fría, calculada, cínica, algo parecido al matonismo. No podía hacerle algo así a Tilo.

Sin embargo, la deseaba. No solo por querer aquello que Naughton quería, no solo por eso. La quería para él. Para Richie Coker.

—No me gusta que estés triste —dijo él—. Una chica como tú…

Tilo se volvió hacia él, curiosa e insegura.

—Nunca deberías estar triste. O sola.

—No estoy… —empezó Tilo. Pero se rindió. Porque era así como se sentía. ¿Dónde estaba Travis? Por Dios, ¿por qué no estaba allí, con ella? Quería, no, necesitaba abrazarlo, besarlo, que la hiciese sentir importante y viva. Pero solo estaba Richie—. No sé a qué estás jugando, Richie, pero preferiría que no dijeses cosas así. Estoy con Travis. Lo sabes. Estoy con Travis.

—Pero Travis no está aquí.

—Bueno, pero eso no significa que puedas plantarte aquí e intentar aprovecharte de mí cuando… no me encuentro bien. —Como hizo Fresno. Fresno la había engañado, la había explotado, le puso sus manos de sobón encima. Ella había jurado no volver a cometer aquel error. Debería ser fácil no repetir los mismos errores.

—Pero Travis podría estar aquí. Contigo.

—No… —Debería ser fácil.

—Cierra los ojos. Solo… ciérralos.

—¿Qué quieres decir? No voy a cerrar los ojos por ti, Richie. Esto es ridículo. ¿Por qué…?

—Ciérralos —dijo Richie—. Imagina que Travis está aquí.

—Pero no lo está.

—Entonces no tienes nada que perder, ¿verdad? Ciérralos —le pidió Richie, refiriéndose a los ojos miel de Tilo.

Los cerró.

—Voy a arrepentirme de esto. Ya me estoy arrepin…

—Chsss… —susurró Richie. Las cosas no estaban saliendo según lo planeado, según lo esperado, pero en aquel momento podía fingir, por un rato, que era quien él quería ser y quien Tilo quería que fuese—. Travis está aquí.

—Richie, tú…

—No hables. No abras los ojos. No hagas nada. Limítate a imaginar. A sentir. Una mano. —Apretó la palma de su mano izquierda contra la espalda de Tilo. La chica se estremeció y dejó escapar un suave susurro, pero en aquel momento no se apartó. En lugar de eso, se incorporó y arqueó la espalda, y Richie acarició su omóplato y le apretó el hombro izquierdo—. Otra mano. —Entrelazó los dedos con los de ella, liberando a su mano derecha del incesante hurgar en el codo de su túnica. Todavía tenía los ojos cerrados. Tilo estaba soñando—. Podrían ser las manos de Travis, ¿verdad? No puedes notar la diferencia, ¿verdad que no?

—Pero no lo son.

—Pero no puedes sentir la diferencia. No es algo físico. Una mano es una mano. Es lo mismo con el resto… si Travis estuviese aquí, no podría resistirse.

Richie se inclinó hacia delante y besó a Tilo en los labios. Demasiado ansioso. Con la lengua como un ariete. Y en aquella ocasión Tilo retrocedió, y Richie pensó que acababa de cargarse su oportunidad, y no sabía qué haría si eso ocurriese… pero la chica no abrió los ojos, el hechizo no se rompió.

—No. Así no. Con cuidado. Despacio. Travis besa…

—Enséñame. Enséñame cómo besa Travis. Yo seré Travis para ti, Tilo, si me dejas.

Y ella le enseñó. Y le dejó. Porque, al fin y al cabo, unas manos fuertes eran unas manos fuertes, y ella era débil, y necesitaba contacto humano, calor humano. Y casi podía imaginar (casi) que Richie era Travis si seguía teniendo los ojos cerrados. Que es como los tuvo en la cantina.

Pero estaban abiertos cuando Richie la condujo a su habitación.

Rev les enseñó un tosco garabato que aspiraba a representar con exactitud la situación del campo de prisioneros. Por cómo lo describía Rev, el diseño le recordó a Travis a los campos de concentración para prisioneros de guerra que había visto en películas y documentales, un recinto cuadrangular con hileras de barracones en los que alojar a los reclusos, cercado por una verja alambrada y con puestos de vigilancia en las esquinas, como atalayas.

—Pero hay un par de diferencias —añadió Rev—. Los barracones… bueno, los he llamado así por llamarlos de alguna manera, pero parecen hechos de un plástico chungo de los aliens, en vez de madera inglesa de toda la vida. Parecen montículos, son curvos, sin esquinas. Los puestos de vigilancia están sellados, pero tienen una especie de ventana de cristal o plexiglás en la parte superior, así que puedes ver a los aliens que hay dentro… suelen estar entre cuatro y cinco al mismo tiempo. Y la verja no es una alambrada corriente, chaval. Es una especie de campo de fuerza, controlado desde los puestos de vigilancia. Jez… —Uno de los tenientes de Rev, que en aquel momento se encontraba a su lado, asintiendo—. Los ha visto encenderlo y apagarlo para dejar entrar y salir a las patrullas. Sí, patrullas a pie. Hay un montón de alienígenas con armadura, pero supongo que podremos ocuparnos de ellos. No tienen vainas.

—¿Ninguna? —preguntó Travis—. A los cosechadores no parece gustarles viajar por carretera. ¿Cómo llevan a los niños al campamento?

—Jez dice que los recolectores esos los dejan cerca del campamento —explicó Rev—, y después los conducen a pie hacia el interior. La residencia Clarebrook es un pedazo de propiedad y el recinto está fuera, en los terrenos. Ese es otro punto a nuestro favor. Los barracones de los alienígenas están en el interior de la casa, así que si pegamos rápido y con fuerza a esos cabrones, podríamos largarnos de allí antes de que se les ocurra pedir refuerzos.

—¿A qué escala está dibujado el campamento? —preguntó Antony.

—Jez cree que cada lado debe de medir unos doscientos metros —dijo Rev.

—¿Y cómo vamos a atravesar el campo de fuerza? —quiso saber Travis. Pensó en los misiles que no consiguieron atravesar los escudos de la nave de los cosechadores.

—No te agobies, chaval —lo tranquilizó Rev, confiado—. Ya lo tengo cubierto. Atacaremos los puestos de vigilancia, les echaremos todo lo que tenemos encima. Los machacaremos y así nos quitaremos de encima el campo de fuerza. Una vez desactivado, entramos y empezamos a liberar a la gente. ¿Contento?

—No del todo —dijo Travis—. ¿Y si hay un mecanismo de control del campo de fuerza en otra parte?

Rev se quedó mirando a Travis durante un momento.

—¿Sabes una cosa, chaval? A veces eres un aguafiestas.

—Trav —le dijo Mel—, tenemos que intentarlo.

—Bien dicho, nena. Deberías escuchar a la de negro, chaval —dijo Rev con admiración—. Esta sí que es una chica que sabe cómo divertirse. Querías un plan y aquí lo tienes. En cuanto haya oscurecido, nos pondremos en marcha.

Para entonces, Rev ya se había motivado más que de sobra. No paraba de dar vueltas con su moto, pateando la carretera con sus botas y blandiendo una ametralladora como si hubiese visto a los cosechadores antes que el resto de su grandilocuente equipo de asalto hubiese salido siquiera del hotel y el restaurante. Con una excepción. Mel iba montada en el asiento trasero de la moto de Rev.

A Travis no le gustaba la idea de que Mel compartiese vehículo con el motero. Así se lo hizo saber cuando ella le dijo que Rev había hecho los preparativos a conciencia.

—Estarías más segura con Antony o conmigo —le aconsejó—. Rev toma demasiados riesgos innecesarios. Ya has visto cómo es. Imprudente. Como si le gustase el peligro porque sí.

—Quieres decir… ¿como si no le importase lo que le fuese a ocurrir? —había dicho Mel.

—Exacto.

—Entonces gracias, Trav. Me has convencido. Me voy con Rev. —Y se marchó para transmitirle las buenas noticias al motero antes de que Travis tuviese tiempo de preguntarle qué quería decir con eso.

Sin embargo, podía llegar a cambiar de opinión conforme se aproximase el momento de dirigirse al campo de prisioneros. Con esa esperanza, Travis se cruzó con Mel. Llevaba una chaqueta larga de cuero que Rev le había prestado. Travis se preguntó si habría pertenecido a Stevie. No quería que Mel acabase como la antigua compañera de Rev.

—Todavía no estás armado, Trav —le reprochó con humor, moviendo el dedo índice—. Será mejor que te des prisa. Si no te andas con cuidado, te dejaremos atrás y te perderás toda la diversión. Va ser un fiestón por todo lo alto. Te lo garantizo. —Y sacó con las dos manos sendas granadas de los abultados bolsillos de la chaqueta.

—Mel, no estoy seguro de que sea muy sensato por tu parte llevar eso encima.

—¿Sensato, Trav? —Se rió con sorna—. Se acabó el ser sensato. Voy a acabar con esa basura alienígena o…

—¿O qué? —Travis cada vez se sentía más preocupado—. ¿O qué, Mel? —Le sujetó de los codos—. ¿Qué te pasa?

—¿Qué te pasa a ti? —La chica reaccionó con otra carcajada que sonó parecida a un sollozo—. Suéltame, Trav. Por favor. Sabes que no me gusta que me toquen los chicos.

—Pero no soy solo un chico. Soy tu amigo. Ven con Antony y conmigo, Mel.

—Lo siento, chaval. —Rev cogió la mano de Trav y el codo de Mel y los separó—. Tres son multitud encima de una moto, y Mel ya ha tomado su decisión… chica lista. Venga, prepárate. Nos vamos.

—Mel… —Un último ruego.

Que cayó en oídos sordos.

—Cuídate, Trav.

Todos los oídos fueron sordos más tarde, cuando decenas de motores volvieron a la vida al unísono, emitiendo un rugido desafiante como el gruñido de un león. Travis no tuvo más remedio que alejarse a regañadientes de Mel y Rev. Estuvo a punto de chocar con Antony.

—No te ha escuchado —comentó el chico rubio.

—No la deberíamos haber traído con nosotros —dijo Travis, preocupado—. Debería haber dicho que no, debería haber insistido.

—No es culpa tuya. —Antony frunció el ceño en dirección a Mel, recordando el mal sabor de boca que le dejaron sus falsos besos—. No sabe lo que hace. —Y el dolor en la mirada de Mel cuando Jessica y él la dejaron sola—. Tenemos que ayudarla.

—Ya te digo, sobre todo si Rev continúa con su estupenda imitación de Custer en Little Big Horn
[4]
. Vamos.

Travis y Antony corrieron hasta llegar a la moto que les habían asignado. A su alrededor, otros vehículos se ponían ya en marcha, con los cañones de armas automáticas asomando por sus siluetas y las luces de sus faros atravesando la noche; las motos ya se habían adelantado, los jeeps y los todoterrenos (varios de ellos ocupados por adolescentes armados con lanzacohetes) iban tras ellas, y por último un par de camiones del Ejército con cubierta de lona, desplegados con el objetivo de reunir a los niños liberados tras haber desactivado el campo de fuerza.

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