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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (33 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—Lo que ocurrió anoche, Richie…

No había tratado a Tilo como a las otras chicas, las mosconas que andaban detrás de él, de Russ y de Terry Niles. Con ella se había esforzado. Quería que Tilo disfrutase.

—Lo que ocurrió… no sé cómo decirte esto, Richie, porque no quiero herir tus sentimientos ni nada de eso… lo digo en serio, pero lo que sucedió ayer por la noche no debería haber pasado.

—No debería haber pasado —repitió Richie, débilmente.

—Ha sido… ha sido un error, una tontería… ha sido mi culpa, Richie, mi culpa. Debería haber tenido un poco más de cabeza, pero me dejé llevar por mis preocupaciones sobre Travis y estaba muy sensible, y necesitaba… pensé que necesitaba consuelo, alguien que estuviese conmigo, y tú estabas allí y… y no debería haber pasado. Debería haberme controlado.

—Pues sí, igual sí que deberías —dijo Richie, arrepentido. Pero no dejaba de alegrarle el que no hubiese sido así.

—Lo siento.

—No eres la única.

—Lo que quiero decir es que lo de esta noche no puede volver a ocurrir. No debe volver a ocurrir. Tú y yo no podemos…

Claro que no
, pensó Richie, llanamente. Porque él se había esforzado al máximo, pero seguía sin ser Travis. Nunca lo sería. Naughton era demasiado bueno para él. Tilo era demasiado buena para él.

—Quiero a Travis, Richie.

Claro que sí. ¿Cómo no iba a quererlo?
Mierda
.

—Se me olvidó por un momento, pero ahora lo sé.

—Pues llámame la próxima vez que tengas amnesia, Tilo —dijo Richie, con una risa vacía.

—Lo que quiero decir, Richie, es que he venido a pedirte un favor, un favor muy grande y también un poco injusto, la verdad, pero espero…

—Esperas que no sea el cabronazo que crees que soy —anticipó Richie—. El cabrón que todo el mundo cree que soy.

—Richie, no quería…

—La clase de desgraciado que le restregaría a Travis, en cuanto volviese, que ha estado liado con su novia mientras él estaba fuera salvando el mundo. No quieres que Travis sepa lo de esta noche, Tilo, y te acojona que se lo pueda decir. Para cubrirme las espaldas, para liarla, para separaros. Para hacer daño a Travis. Para hacerte daño a ti. Cosas que un cabronazo haría sin pensárselo dos veces.

Tilo se encogió de hombros.

—Tienes razón. No quiero que Travis lo sepa. Y no quiero que se lo cuentes… yo, desde luego, no lo haré. No estoy segura de que me perdonase.

—¿Ni siquiera si se lo explicases como un momento de debilidad, o algo así?

—Travis no lleva muy bien lo de los momentos de debilidad. No puede enterarse, así que… estoy a tu merced, Richie.

Este volvió a reír, con tan poco humor como la primera vez.

—Tú no me conocías antes, Tilo. En Wayvale. Cuando Trav, Morticia y Simoncete me conocían. ¿Y sabes una cosa? Me alegro de ello. Porque entonces yo era un cabrón. De la cabeza a los pies. Por aquel entonces le hubiese contado a Travis lo que ha pasado con todo lujo de detalles, con sonidos y todo. Joder, se lo hubiese contado a todo el mundo solo para haceros sufrir, para hacerme sentir… poderoso. Pero tienes razón, Tilo. Ya no estamos allí. Los tiempos han cambiado. Richie Coker… está intentando cambiar. No quiero hacerte daño. Nunca te… Vamos, que nuestro secreto está a salvo. No le diré ni una palabra a Travis.

—¿Me lo prometes? —dijo Tilo, con una expresión a medio camino entre la duda y el alivio.

—¿Te gustaría que lo de anoche no hubiese ocurrido? —dijo Richie—. Pues no ocurrió.

—Gracias, Richie. Gracias. —Y lo abrazó—. Te veré en el desayuno.

—Sí, nos vemos. —La vio marcharse, y en parte se alegró de ello. Richie Coker no quería que nadie lo viese llorar.

Era la segunda vez que Travis se encontraba en los aposentos de Darion. Sin embargo, al contrario que la primera, el entorno de inspiración georgiana de la residencia Clarebrook le proporcionaba una reconfortante sensación de familiaridad; el elegante mobiliario de estilo Regencia de las habitaciones, los retratos de damas y caballeros que vivieron entre aquellas paredes, los libros y decorados y los retazos del pasado… Un pasado que pertenecía a los habitantes de la Tierra.

Travis deseó poder estar así de seguro con respecto al futuro.

Darion, vestido con su armadura dorada, se encontraba ante la chimenea. Pidió a su escolta de guerreros que los dejasen solos y fue entonces cuando Travis se atrevió a hablar.

—Darion, me alegro de verte…

—Y yo me alegro de ver que estás bien, Travis Naughton —respondió el cosechador, y realmente era sincero, lo cual quizá resultaba un poco sorprendente—. Aunque esperaba no volver a encontrarte preso…

—Bueno, ahora te lo explico —dijo Travis—. Pero antes, escucha, dos de mis amigos fueron capturados conmigo. Sé que te estoy pidiendo mucho, pero ¿sería posible traerlos aquí también? Preferiría que no estuviésemos separa… —Las palabras del adolescente se congelaron en su boca. Otro cosechador entró en la habitación. Un tipo de alienígena que no había visto hasta entonces.

Una hembra de la especie.

O eso fue lo que supuso. Así lo sugerían las curvas de la recién llegada, aunque pocos rasgos más la diferenciaban de Darion. Su vestimenta dorada era idéntica (lo que significaba, supuso Travis, que también pertenecía a las Mil Familias) y ambos carecían completamente de pelo. La ausencia de líneas de expresión o arrugas en la piel blanca de la hembra denotaba que tenía la misma edad que Darion, mientras que las cartilaginosas orejas, la nariz chata de boxeador, los ojos carmesíes y la boca escarlata eran rasgos que compartía con los cosechadores machos. Qué mala suerte, pensó Travis. Las mujeres de aquella especie debían de tener un maquillaje muy, muy bueno (o los hombres un sentido de la estética muy poco desarrollado, lo cual era más probable). De hecho, el único distintivo facial entre los dos sexos parecía ser que la hembra se había adornado la protuberancia ósea de la frente, tatuada con símbolos arcanos que le recordaron a Travis a los empleados en brujería.

Miró a Darion para que este le indicase qué hacer y tensó de nuevo todo su cuerpo para adoptar la postura propia de un prisionero.

—Erguido para llamar la atención, ¿eh? —dijo la mujer con una sonrisa burlona—. Menudo efecto tengo en los hombres.

—Dyona —dijo Darion con indulgencia—. Tranquilo, Travis. Puedes relajarte. Ya le he hablado de ti a Dyona.

Travis estaba más confundido que tranquilo.

—¿Quién…?

—Sí, Darion —le reprendió la mujer, mientras estudiaba a Travis con la mirada—. ¿Dónde están tus modales? Preséntame a tu amigo terrícola como es debido.

—Travis Naughton —obedeció Darion—, es un honor presentarte a Dyona, del linaje de Lyrion de las Mil Familias. Mi prometida.

—¿Tu qué? —soltó Travis.

—Su prometida —repitió Dyona, lentamente—. Su pretendiente. Su pareja. Su otra mitad. Su futura mujer. La luz de su vida. ¿Te suenan estos términos, o es un error de nuestros traductores?

—No, están… Bueno, felicidades —balbuceó Travis.

—Muchas gracias —dijo Dyona—, aunque a veces me pregunto si Darion es digno de mí. Me he fijado en que no le quitas los ojos de encima a mi belineo, Travis.

—¿Disculpa? —dijo mientras tragaba saliva.

—Mi belineo. El término anatómico para describir la protuberancia ósea que tenemos sobre nuestros ojos. —Dyona le dio unos golpecitos con el dedo para concretar—. Hasta ahora nunca has visto uno adornado, por supuesto. Solo las hembras de nuestra raza tienen derecho a engalanarse.

—Es, hum… muy bonito —dijo Travis.

—Tiene más habilidades sociales que un Corazón Negro —apuntó Dyona a Darion—. Pero gente como él vivirá en la esclavitud mientras gente como Shurion siga pensando, erróneamente, que son sus amos.

—Por favor, ¿podemos…? Mis dos amigos… —les recordó Travis.

Darion le habló de ellos a su prometida, después Travis les dio sus nombres y los describió.

—Sé que Darion te ha explicado que es un alienólogo, Travis —dijo Dyona—. Como yo. Enviaré a Etrion para que traiga a tus amigos con el pretexto de servirme de utilidad para mi trabajo. Podemos confiar en Etrion. Su linaje ha servido al mío durante siglos.

—Gracias —dijo Travis con sinceridad—. Muchas gracias. Dyona.

—Puede que aún tengas más que agradecer a mi prometida, Travis —dijo Darion, orgulloso. El adolescente lo miró, confundido—. Dyona es miembro del movimiento disidente de los cosechadores.

Mel y Antony estaban apiñados en el barracón con los restantes miembros de la banda de Rev. A Travis se lo había llevado un guardia de los cosechadores hacía un rato y desde entonces, nada.

—Quizá se hayan olvidado de nosotros —le dijo Antony a una taciturna y desaliñada Mel.

—Ojalá fuésemos nosotros los que nos olvidásemos de ellos —contestó la chica. Le faltó añadir: «Ojalá lo olvidase todo».

—Travis le contará a Darion todo lo que ha sucedido —supuso Antony—. No se olvidará de nosotros. Nos llevarán con él, o algo así. Apostaría por ello. Si llevase dinero encima. O si mis padres no desaprobasen el juego.

—¿Tus padres tenían acciones o bonos, Antony? —preguntó Mel.

—Por supuesto.

—Pues ahí lo tienes. ¿Qué era la bolsa salvo un montón de jugadores trajeados? Y manejando el dinero de los demás, para colmo. Hay más honestidad en una casa de apuestas o en un casino de Las Vegas que en la City de Londres. Pero claro, está bien que los de clase alta os embolséis dinero sin habéroslo ganado. En cuanto un trabajador intenta meter el morro, se encuentra con que es una trampa. Pura hipocresía. ¿Banca de inversiones? Se me ocurre un nombre mejor… y rima.

Antony sonrió.

—Eso ya me gusta más.

—¿El qué? ¿La palabra? Me sorprende que alguien con una educación tan refinada como la tuya sepa cuál es.

—No. El hecho de que te enfades y hables. Que defiendas lo que crees. Eso ya es más propio de ti, Mel.

—Una vuelta a las costumbres —protestó la chica.

—Sabes que Travis está preocupado por ti.

—Pues no se lo he pedido.

—¿Y cuándo tiene que pedirle un amigo a otro que se preocupe por él? —sentenció Antony—. Se ha dado cuenta de que estás… diferente, y todos esos riesgos innecesarios con Rev daban a entender que querías que te matasen. —Mel, sintiéndose culpable, apoyó el cuerpo en el banco para evitar mirar a Antony a los ojos—. Pero no sabe por qué. Ni Jessica ni yo le hemos dicho nada. —Hizo una pausa—. ¿A qué vino lo de la otra noche, Mel?

—A que soy imbécil —dijo ella, aliviada al comprobar que Jessica no había compartido con Antony el desenlace de la historia. Mel tampoco iba a contárselo; solo había un chico en el mundo al que pudiese llegar a confesarle su debilidad, y no se encontraba allí.

—No merecía que me utilizases de ese modo —le criticó Antony con tacto.

—Lo sé.

—Y Jessica tampoco merecía encontrarse en una situación tan embarazosa.

—Lo sé. Lo sé, lo sé, ¿vale? Perdón. —Mel se volvió hacia Antony, con tono suplicante—. Lo siento.

—¿Creías que le sería infiel a Jessica o algo así, Mel, es por eso por lo que lo hiciste? ¿Querías demostrar que lo haría? —Era evidente que Antony quería comprender el motivo de sus actos—. Porque no lo haré. Nunca. Tengo… intensos sentimientos hacia Jessica.

¿Ah, sí?
, pensó Mel con amargura.
¿Intensos sentimientos? ¿Qué puñetas significa eso?
¿Es que no podía decirlo? ¿Acaso la vida de clase media alta de Antony en el interior de un colegio privado, basada en la respetabilidad y el decoro, había eliminado aquella palabra de su cuidado y cultivado vocabulario? ¿Amaba a Jessica? Porque Mel, sí. ¿Sentía que se le encogía el corazón cuando no la veía? Porque Mel, sí. ¿Moriría por ella?

Porque Mel, sí.

—Sé que te gusta, Antony —admitió con un suspiro, como si reconociese una derrota—. No volveré a molestarte.

—Ambos queremos que Jessica sea feliz, ¿verdad? —continuó Antony—. Así que deberíamos estar juntos. Deberíamos ser amigos.

—Y somos amigos, Antony —dijo Mel, forzando una débil sonrisa para reafirmar sus palabras.

—Me alegro. Y Jessica también se alegrará. Así que se acabaron las escapadas salvajes subida en una moto, Mel. Tenemos que seguir vivos. Después, cuando regresemos al Enclave, tú y Jessica podréis sentaros juntas, discutir vuestras diferencias y reconciliaros.

Como si fuese a ocurrir.

—Eres todo un diplomático, ¿eh, Antony? —Negó con la cabeza, pesimista.

—¿Hay algo que no me estés contando, Mel?

—Así que propones que nos sentemos, nos reconciliemos y que tengamos un final feliz. —No sonaba convencida—. Voy a contarte un chiste, Antony. Resume perfectamente cómo me siento. Un hombre va al médico y le dice: «Doctor, no sé qué hacer. Veo el mundo a mi alrededor y me parece un lugar oscuro y deprimente, y siento que no pertenezco a ningún lugar. Veo a la gente a mi alrededor y siento que no conozco a nadie. Estoy desesperado, doctor. La vida ha perdido todo su sentido para mí y no estoy seguro de que pueda recuperarlo». Y el médico le responde: «Necesita animarse, eso es todo. Tiene que recordar que la vida puede ser divertida. Resulta que el gran payaso Grimaldi está en la ciudad y esta noche va a montar un espectáculo en el teatro. Vaya a ver a Grimaldi el payaso. Si alguien puede recordarle el sentido de la vida, es él». Y el hombre dice… y el hombre dice: «Ese es el problema, doctor. Yo soy Grimaldi». —Las lágrimas brillaban en el interior de los ojos de Mel—. «Yo soy Grimaldi».

—Me temo que no te… —dijo Antony—. Que no te entiendo.

La puerta del barracón se abrió. La silueta oscura de un guardia de los cosechadores apareció en el umbral.

—De modo que si el Enclave puede ponerse en contacto con los líderes de vuestra organización —concluyó Travis—, quizá podamos contraatacar.

—Yo que tú no me haría ilusiones tan rápido, Travis —le advirtió Dyona mientras caminaba por la habitación en la que ella, Darion y el adolescente aguardaban el regreso de Etrion, que les traería a Mel y Antony—. Me temo que nuestro movimiento de disidencia no sigue esa estructura. No tenemos un único dirigente o un grupo que ejerza el liderazgo con el que poder contactar, con tenientes a su cargo y activistas a los que organizar. No hay una cadena de mando como tal. Trabajamos en igualdad, como individuos que se reúnen cuando y donde pueden para protestar. ¿Sabes lo liberador que resulta, por cierto, operar en libertad e igualdad cuando todos los aspectos de nuestra sociedad son rígidos como códigos marciales y tan inflexibles y jerárquicos? Por supuesto que no. Y alégrate de ello, Travis. Pero me temo que en este momento te encuentras ante la representación del movimiento disidente en la Tierra al completo.

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