Read La reina de la Oscuridad Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico
Con los brazos alzados en un inútil forcejeo Tanis cayó al suelo de la estancia mientras Laurana, empuñando aún el arma, descendía presta los peldaños y se plantaba a su lado.
Al precipitarse el semielfo y estrellarse contra el granito, la Corona del Poder salió proyectada de su testa para rodar su estruendo por la bruñida superficie. Al fin se detuvo a cierta distancia, apagándose su tintineo en el mismo momento en que Kitiara emitía un alarido de rabia.
—¡Laurana! —le invocó Tanis sin resuello suficiente para gritar, ansioso por captar su atención. El golpe había empañado su visión, tan sólo vislumbró un fulgor argénteo.
—¡La Corona! —vociferaba Kit—. ¡Traedme mi Corona!
Pero no era ella la única que impartía desenfrenadas órdenes. Los señores de los Dragones congregados en la sala de audiencias azuzaban a sus tropas a la batalla por la posesión del valioso metal, e incluso los reptiles habían alzado el vuelo. Las cinco cabezas de la Reina de la Oscuridad sumieron la estancia en sombras, exultantes frente a aquella prueba de fuego que dejaría en pie únicamente a los más fuertes, a los supervivientes de la liza.
Pisotearon al yaciente Tanis ganchudos miembros de draconianos, botas de goblins y pisadas humanas ribetea das de acero. Debatiéndose para no ser aplastado intentó seguir con la mirada los destellos de plata, que brillaron una vez más antes de perderse en el desorden general. Un rostro contraído se apostó frente a él, unos ojos oscuros lo traspasaron y, sin darle opción a defenderse, el mango de una lanza se incrustó en su flanco.
Tanis se desplomó de nuevo con un gemido de dolor, y estalló el caos en la sala.
Jasla me llama...
—¡Raistlin!.
Fue más un pensamiento que una palabra articulada. Aunque intentó hablar, Caramon no logró que ningún sonido brotase de su garganta.
—Sí, hermano —dijo Raistlin en respuesta a la muda llamada de su gemelo—. Soy yo, el último guardián, el obstáculo que debes vencer para alcanzar tu objetivo, el paladín de la Reina Oscura que ha de presentarse cuando suenan las trompetas. ¿Cómo no adiviné antes que serías tú quien caería en mi embrujada trampa? —se preguntó con una sonrisa.
—Raist... —El guerrero se esforzó por hablar, pero se lo impidió el nudo que se había formado en sus entrañas.
Exhausto a causa del miedo, el dolor físico y la pérdida de sangre, tiritando en las oscuras aguas, Caramon creyó que no resistiría ni un minuto más. Se le antojó más fácil permitir que el torrente lo engullera y que las crías de dragón desgarrasen su carne. El sufrimiento no había de resultar tan lacerante como aquella situación.
Sintió, de pronto, que Berem se agitaba a su lado. Observaba a Raistlin sin comprender, sin verle apenas, empecinado en tirar del brazo del guerrero para apremiarle a seguir.
—Jasla me llama, debemos acudir.
Caramon se liberó de la garra del Hombre Eterno, que le lanzó una furibunda mirada antes de dar media vuelta y acometer su misión en solitario.
—No, amigo mío, no iréis a ninguna parte.
Raistlin alzó su enteco brazo y Berem se detuvo de forma repentina, para clavar al fin sus ojos en los dorados relojes de arena que lo penetraban desde un saliente rocoso. Centrando de nuevo su atención en la enjoyada columna, el testarudo humano se retorció las manos resuelto a continuar, pero no pudo moverse. Una fuerza poderosa y terrible se interponía en su camino tan imperativa como la imagen de aquel mago que se erguía sobre la roca.
Caramon contuvo las lágrimas que se agolpaban en sus ojos con un leve parpadeo. Anidó en él la desesperanza al sentir el poder de su hermano, pues sabía que su única salida era tratar de matarle. Su alma se convulsionó cuando esta idea cruzó su mente, prefería sucumbir antes que hacerle ningún daño.
El guerrero alzó la cabeza. «Sea —se dijo—. Si he de morir que el fin me sobrevenga luchando, como siempre deseé. No hallaré mejor verdugo que mi gemelo.»
Fijó sus ojos en Raistlin y preguntó con la boca reseca:
—¿Vistes ahora la Túnica Negra? No veo en esta penumbra.
—Sí, hermano —contestó el hechicero a la vez que levantaba El Bastón de Mago para que le iluminase sus fulgores plateados. Pendían de sus hombros unas vestiduras de suave terciopelo que lanzaban destellos azabache bajo la misteriosa luz, más oscuras que la noche eterna que los cercaba.
Reprimiendo el temblor que le producían los poderes mágicos de su hermano, Caramon volvió a hablar.
—Tu voz parece más firme, distinta. Sin duda es la tuya, pero no acabo de reconocerla.
—Es una larga historia —declaró el mago—. Quizá con el tiempo llegue a contártela, pero ahora estás en un serio apuro. Os persiguen los soldados draconianos con órdenes de capturar al Hombre Eterno y conducirle a presencia de la Reina Oscura. Ella se encargará de segar su vida. Puedo asegurarte que no es inmortal, la soberana utilizará encantamientos que lo reducirán a un residuo humano mientras su alma se disuelve en el huracán de la tormenta. Una vez libre de su amenaza Su Majestad devorará a esa hermana suya que intenta salvar y podrá, tras una prolongada espera, entrar en Krynn investida de todo su poder. Gobernará el mundo, las esferas del cielo y del abismo. Nada ni nadie la detendrá.
—No comprendo...
—Por supuesto que no, querido hermano. —En la voz de Raistlin se adivinaban la irritación y el sarcasmo de antaño—. Acompañas en su búsqueda al Hombre Eterno, al único ser en todo Krynn capaz de desterrar a la Reina de la Oscuridad a su sombrío reino, y no lo entiendes.
Acercándose al borde de la roca en la que se había instalado, el hechicero se acuclilló apoyado en su bastón e hizo a Caramon señal de acercarse. El guerrero se estremeció, temeroso de que Raistlin lo envolviera en un hechizo, pero este último se limitó a estudiarle impávido.
—El Hombre Eterno sólo tiene que avanzar unos pasos para reunirse con su hermana, que ha soportado indecibles agonías durante estos años mientras aguardaba que él viniera a rescatarla del tormento que ella misma se impuso.
—¿Qué ocurrirá entonces? —La voz de Caramon se quebró, los ojos de su gemelo lo tenían atenazado con una fuerza muy superior a la de cualquier encantamiento.
Los dorados relojes de arena se encogieron, y las palabras de Raistlin se convirtieron en un susurro. No tenía necesidad de asumir aquel quedo siseo, pero se le antojó más apremiante.
—Desaparecerá la cuña que ahora mantiene la puerta abierta, querido hermano, y su hoja se cerrará sin remisión. La Reina Oscura quedará atrapada en las profundidades del abismo, sus enfurecidas voces de nada le servirán. —Levantó el rostro y señaló con su huesudo pulgar el recinto—. Este es el Templo de Istar renacido, pervertido por la maldad; pues bien, se desmoronará como todo cuanto pertenece a la soberana.
Caramon emitió una exclamación ahogada, endureciéndose su expresión en un súbito recelo.
—No, no te engaño —respondió el mago al negro pensamiento del guerrero—. Puedo mentir si el hacerlo conviene a mis propósitos, pero has de saber que estoy demasiado vinculado a ti para traicionar tu confianza. Y por otra parte, tampoco me interesa. Favorece a mis planes que conozcas la verdad.
A Caramon le daba vueltas la cabeza en un torbellino de dudas, no comprendía el significado de las últimas revelaciones de su hermano. Pero no tenía tiempo de desentrañar el enigma ya que tras él, propagando mil ecos en el túnel, se oían los estampidos de un tropel de soldados. Sin duda descendían la escalera que moría en el torrente y no tardarían en darles caza.
—Supongo que sabes lo que voy a hacer, Raist —dijo el guerrero tranquilo, con un rostro que reflejaba su inapelable resolución—. Quizás seas poderoso, pero aún debes concentrarte a fin de invocar tu magia y si la viertes sobre mí, hermano, Berem permanecerá libre de tu influjo. Además —añadió animado por la ferviente esperanza de que el Hombre Eterno le escuchase y se aprestase a la acción en el momento oportuno—, a él no puedes aniquilarle. Sólo tu Reina Oscura posee las virtudes arcanas necesarias para hacerlo, de modo que...
—De modo que tú eres el único al que puedo destruir —concluyó el mago.
Se irguió, alzó la mano y, antes de que Caramon acertase a pensar o a detenerle mediante la lucha, una bola de fuego iluminó la cámara como si el sol hubiera caído en ella. Estalló delante del hombretón, arrojándole al agua.
Cegado, con la piel socarrada, Caramon casi perdió el conocimiento al sumergirse en las túrbidas aguas. Estaba aún aturdido por el impacto cuando unos afilados colmillos se insertaron en su brazo y abrieron profundos surcos, causándole un punzante dolor que le ayudó a recuperar los sentidos. Batalló entre gritos de agonía y terror para levantarse del fondo, para escapar de los mortíferos habitantes del torrente.
Al fin logró incorporarse, maltrecho pero con un resquicio de fuerza. Los jóvenes dragones, que habían probado su sangre, arremetieron contra él y se revolvieron en un acceso de frenética frustración al no hincar sus dientes más que en las recias botas de piel. Apretándose el brazo en un intento de mitigar su dolor, Caramon miró a Berem y vio desalentado que no se había movido del lugar donde lo detuviera Raistlin.
—¡Jasla, estoy aquí! ¡He venido a salvarte! —gritaba, pero el hechizo lo había paralizado. Aporreaba con toda su energía la invisible pared que bloqueaba su avance, en un nuevo ataque de locura fruto ahora de su impotencia.
El mago contemplaba impasible a su hermano, que se tambaleaba ante él con varios regueros de sangre en sus desnudos brazos.
—Soy poderoso, Caramon —le confirmó a la vez que clavaba su mirada en los angustiados ojos de su gemelo—. Con la involuntaria ayuda de Tanis he conseguido deshacerme del único hombre sobre la faz de Krynn que podía superarme, y ahora me he erigido en la fuerza arcana más temible de este mundo. Y mi soberanía aumentará cuando desaparezca la Reina Oscura.
Caramon se sentía desconcertado, no sabía a qué atenerse. Oía tras él el triunfante chapaleo de los draconianos pero, demasiado perplejo para reaccionar, siguió observan do a su hermano sin atinar siquiera a girar la cabeza. Sólo cuando vio que Raistlin estiraba la mano en dirección a Berem empezó a comprender.
Un círculo trazado en el aire bastó para liberar al Hombre Eterno, quien lanzó una fugaz mirada al guerrero y a los draconianos que vadeaban el torrente con las curvas espadas refulgentes bajo la ya próxima luz del bastón. Escudriñó acto seguido a la inefable figura ataviada de negro que se erguía en la roca, antes de emitir una exclamación de júbilo y saltar en pos de la columna.
—¡Jasla, he venido a buscarte!
—Recuerda, hermano —advirtió Raistlin a Caramon con una voz que parecía surgir de su propia mente—, que esto sucede porque yo así lo quiero.
Al oír unos gritos de rabia a su espalda, el guerrero se volvió y comprobó que provenían de los draconianos. Estaban furiosos porque su presa escapaba, sin que todos sus esfuerzos combinados pudieran evitarlo. Los reptiles del agua laceraban las botas de Caramon, pero él ni siquiera lo notaba en su empeño de presenciar lo que sucedía en la enjoyada columna. La escena le pareció un sueño, y lo cierto era que resultaba menos real que muchas de las historias que vivimos mientras dormimos.
Quizá fue una falacia creada por su imaginación, pero cuando Berem se aproximó al misterioso pilar la gema verde de su pecho se inflamó en una luz más brillante que el fuego mágico de Raistlin. En esa luz, que envolvía también aquella reliquia de un antiguo santuario, tomó cuerpo la pálida pero vibrante figura de una mujer. Vestía una sencilla túnica de cuero y era hermosa en su grácil fragilidad, asemejándose a Berem en sus ojos demasiado jóvenes para el delgado rostro que iluminaban.
En el instante en que la vio, el Hombre Eterno se detuvo en el agua. Sobrevino entonces un absoluto silencio, pues también los draconianos se habían inmovilizado con las armas empuñadas. Aunque nada comprendían, una voz interior los alertaba contra aquel viejo humano que tenía el destino en sus manos, que poseía la clave de su definitiva derrota.
Caramon había cesado de sentir el frío que dimanaba del aire y del agua, incluso el dolor de sus heridas. El miedo, el desánimo, la misma fe se habían tornado vagas nociones que en nada le afectaban, siendo las lágrimas que se deslizaban por su pómulos y una quemazón en la garganta los únicos testimonios de que aún conservaba la vida. Berem se hallaba frente a su hermana, la hermana que había matado y que se había sacrificado para que él y el mundo no perdieran la esperanza. Bajo la luz del bastón de Raistlin Caramon percibió que el rostro del humano, lívido y estragado por tantos años de sufrimiento, se contorcía en una mueca de angustia.
—Jasla —susurró desplegando los brazos—, ¿podrás perdonarme?
No se oía sino el murmullo agitado del agua, el goteo de la humedad que rezumaban los muros y que parecía derramarse desde tiempo inmemorial.
—Hermano, entre nosotros no hay nada que perdonar. —La imagen de Jasla extendió los brazos a modo de bienvenida, con el rostro pleno de paz y de amor.
Con un incoherente grito, mezcla de dolor y alegría, Berem se lanzó hacia su hermana para estrecharla contra sí ¡en el mismo momento en que la etérea imagen desaparecía! Caramon pestañeó asombrado al ver que el Hombre Eterno se incrustaba en la columna, tan violentamente que su cuerpo quedó ensartado en los bordes mellados de la piedra. Su último alarido fue aterrador, aunque victorioso.
Berem se agitó en una agónica convulsión y su sangre se vertió sobre las joyas, empañando la luz que de ellas brotaba.
—Berem, has fracasado. Era una falacia, ¡una alucinación! —Emitiendo un áspero grito, el forzudo guerrero se arrojó en pos del moribundo pese a saber que no podía sucumbir. ¡Era una locura tratar de ayudarle, volvería a renacer!
Se detuvo, a la vez que se producía un extraño fenómeno a su alrededor. Las rocas se tambalearon, el suelo se resquebrajó bajo sus pies y las negras aguas interrumpieron su raudo curso para tornarse perezosas, inciertas, para estrellarse contra las rocas que unos segundos antes salvaban sin dificultad.
Oyendo las voces de alarma de los draconianos, el guerrero fijó de nuevo su atención en Berem. Su cuerpo, aplastado contra la columna, hizo un ligero movimiento. Se diría que exhalaba el último suspiro, que abandonaba la vida con inmenso placer. Dos lívidas figuras brillaron en el interior del enjoyado pilar y al instante se desvanecieron.