La casa del alfabeto (65 page)

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Authors: Jussi Adler-Olsen

Tags: #Intriga, suspense

BOOK: La casa del alfabeto
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—¡Tú te quedas dónde estás! —rugió Lankau inmediatamente al ver que Bryan daba un paso adelante—. ¡Un solo movimiento en falso, y le rompo el cuello!

—No me cabe la menor duda.

Bryan sabía que no se trataba de una amenaza vana.

—Coge esa cuerda de ahí. ¡Ya sabes perfectamente dónde encontrarla!

—Me desangraré si antes no encuentro algo con lo que cubrirme las heridas.

El ojo ciego de Lankau se entreabrió al fruncir el ceño. No había el menor rastro de misericordia en aquel hombre. Se quedaron inmóviles, midiéndose mutuamente.

La expresión en los ojos de Laureen era desgarradora. La presión del brazo tensaba los tendones de su cuello haciendo que parecieran cuerdas de una guitarra a punto de romperse. Si Lankau le rompía el cuello ahora, la lucha todavía no habría terminado . Ambos lo sabían y por eso Bryan podía permitirse desafiarlo y levantarse la camisa. La herida en el costado soltaba un constante y lento reguero de sangre. Se pasó la mano por la espalda con mucho cuidado. La piel alrededor de las profundas heridas provocadas por los cuernos estaba desgarrada. Bryan decidió arrancarse la camisa y la americana.

El vendaje era más que provisional, pues se caía a trozos. Lankau sonrió al ver cómo Bryan hacía tiras de la camisa y luego se vendaba las heridas con ellas. Una vez hubo terminado, Bryan fue a por la cuerda.

—¡Me temo que tu vendaje no te va a servir de gran cosa! —se rió Lankau llevándose la mano a la nuca.

Bryan lo ignoró.

—¡Y ahora supongo que pretenderás que me ate a la silla yo mismo!

—¡Empieza por los pies, cerdo!

Bryan se agachó con dificultad.

—Supongo que sabes que no vas a salir de ésta...

—¿Quién va a impedírmelo?

—¡Hay alguien que sabe que estoy aquí!

Lankau lo miró con conmiseración.

—¿Ah, sí? ¿De veras? ¡Y ahora me dirás que toda la caballería está esperando en el margen de Münstertal! —Lankau rió a carcajadas—. ¿A que también hay alguien a mis espaldas apuntándome con una pistola? ¿Es ahora cuando toca soltar esta mamarrachada?

—Le conté al conserje del hotel dónde estaría esta noche.

—¡Vaya! —Lankau torció la boca en una mueca—. Pues le agradezco que me lo haya contado, Herr Von der Leyen. Tendremos que buscar una explicación razonable a tu repentina
sortie,
¿no te parece? Debería ser bastante fácil, ¿no?

—Métetelo en la cabeza de una vez: ¡no me llamo Von der Leyen!

—¡Átate los pies y no hables tanto!

—Sabes que es mi mujer, ¿no es cierto?

—¡Sé muchas cosas! ¡Vaya si las sé! Que está sorda. También sé que es incapaz de decir nada sin estar amordazada, pero, en cambio, con la mordaza todo va mucho mejor. ¡Y luego sé que se llama Laura y que es de Friburgo, pero que prefiere vivir en Canterbury! Tú seguramente también vives en Canterbury, ¿me equivoco?

—He vivido allí toda mi vida, salvo unos pocos meses durante la guerra, que pasé donde tú ya sabes.

—¿Y entonces fue cuando vosotros, mis tortolitos preferidos, decidisteis hacer un viaje turístico? ¡Fenomenal! —Su sonrisa irónica desapareció y respiró hondo—. ¿Has acabado de atarte? ¿Has tensado bien la cuerda?

—Sí.

—Levántate, recoge el resto de la cuerda y acércate a la mesa dando saltitos. Déjame ver si estás bien atado. ¡Pon las manos a la espalda!

Lankau comprobó de un tirón en la cuerda que estaba bien atado. Su respiración seguía denotando excitación.

—Inclínate sobre la mesa, ¿me has entendido?

Bryan apoyó la mejilla contra la encimera. El fuerte tirón del brazo estuvo a punto de rompérselo.

—No te muevas —le advirtió Lankau—. ¡Cómo te muevas, te rompo el brazo!

Dicho esto, enrolló la cuerda alrededor de la muñeca del brazo derecho de Bryan y luego alrededor del pulgar de la misma mano. Cuando finalmente estuvo fijado el brazo, pasó la cuerda por el cinturón de Bryan y tiró de ella. Bryan soltó un grito cuando el brazo derecho le quedó bloqueado detrás de la espalda.

—¡Vaya pareja que estáis hechos, vosotros dos! —prosiguió Lankau dándole la vuelta a Bryan, al que se le clavó el borde de la mesa en la herida del costado. Bryan soportó el dolor agudo sin rechistar—. ¡Sois casi como Peter y Andrea! ¡Un par de seductores redomados! ¡Tan simpáticos y dulces! —Lankau se rió—. ¿Los conoces?

—¡Stich ha muerto! —dijo Bryan en un tono de voz cavernoso cuando Lankau le ató el brazo izquierdo al cinturón, esta vez por delante.

Lankau se detuvo. Parecía que se disponía a pegarle.

—¡Ya estamos otra vez! ¡Siempre inventándote algo nuevo!

—Está muerto. Hará una hora que lo encontré a él y a una mujer en el piso de Luisenstrasse. ¡Sus cuerpos aún estaban calientes!

Bryan cerró los ojos al ver a Lankau alzar la mano. El golpe fue contundente y brutal. El hombre del rostro ancho lo arrastró hasta llevarlo delante de la mujer y lo dejó caer a sus pies.

—¡Deja que os vea!

Lankau se llevó la mano a la nuca, se la frotó ligeramente y luego se acercó a Laureen y le quitó la mordaza. Antes de que hubiera tenido tiempo de llevarse el pañuelo a la herida en la nuca, la mujer había roto a llorar.

—¡Bryan, perdóname! —dijo con la mandíbula colgando y dificultosamente mientras lo miraba con los ojos bañados en lágrimas—. ¡Lo siento mucho! ¡No sabes cómo lo siento!

—¿No lo decía yo? —La risa le procovó un acceso de tos—. ¡Habla muy bien el inglés para ser una sordomuda alemana!

La mujer siguió hablando y Lankau se dirigió al fondo de la estancia resoplando mientras oía sus voces cariñosas y desesperadas.

Bryan ladeó la cabeza e intentó acariciar sus rodillas con la mejilla. Laureen levantó las cejas en un intento de contenerse, susurró, pidió perdón, escuchó sus protestas. La respiración de! gigante del rincón se volvió casi inaudible. La calma que precede a la tormenta, pensó Bryan haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Laureen. No se hacía ilusiones. Ése era el acto en el que los delincuentes se despiden el uno del otro. La repentina dulzura y tranquilidad irracional de Laureen parecía confirmar que ella también lo sabía: iban a morir. Tampoco para su verdugo las últimas veinticuatro horas habían sido demasiado benévolas.

Pronto tendría que acabar todo aquello.

—Se acabó, queridos amigos —dijo finalmente, entrechocando las manos antes de ponerse en pie.

Bryan se volvió hacia él. Sus ojos estaban húmedos al igual que los de la mujer, que apenas osaba alzar la mirada.

—¡Todavía estás a tiempo de evitar cometer una equivocación! —pidió—. Mi mujer y yo no pretendemos haceros daño. Yo sólo quería encontrar a Gerhart Peuckert. Era mi amigo. También es inglés como nosotros. Y mi mujer me siguió a Friburgo. Te juro que no lo sabía. Ella no ha hecho nada malo. ¡Si dejas que nos vayamos, te ayudaremos!

—Tú sigues erre que erre, ¿eh? —Lankau sacudió la cabeza y descubrió sus dientes amarillentos de nicotina—. ¿Realmente crees que puedes ayudarme? ¿Con qué? ¿Sabes lo que eres? ¡Un desgraciado!

—Cuando encuentren a Stich, también encontrarán unas cuantas cosas que te vinculan a él. Te interrogarán. Lo revolverán todo. ¿Quién sabe lo que encontrarán? A lo mejor tú y tu familia necesitéis un lugar adonde ir. Muy lejos de aquí. Muy, pero que muy lejos de aquí. ¡Y a lo mejor podríamos ayudarte! —Bryan vio cómo la duda momentáneamente borraba la fea sonrisa de la cara de Lankau—. ¿Acaso puedes estar completamente seguro de que Stich no haya dejado algo que pueda comprometerte? —añadió.

—¡Cállate ya de una maldita vez! —rugió Lankau y saltó de la silla. Lanzó un puntapié con tal fuerza que el cuerpo de Bryan dio una vuelta sobre la mesa.

Los ojos desorbitados de Laureen lo miraron fijamente cuando rodó hacia ella. Laureen jadeó, ni siquiera lo miró, sino que mantuvo los ojos abiertos sin ver nada, aparentemente intentando controlar la respiración. Bryan supo inmediatamente que no se debía exclusivamente al miedo. De haber sido así, no se habría contenido.

Ella se debatía entre llorar y gritar.

Bryan intentó leer sus labios, que susurraban palabras inaudibles acompañadas de movimientos sutiles. No hubo manera de entenderla. De pronto Laureen se mordió el labio en una muestra de su desesperación. Ella lo miró resignada, guiñó los ojos en dirección a la ventana para luego bajar la mirada en un par de movimientos rápidos y repetidos.

Bryan percibió su desesperación cuando Lankau hizo ademán de acercarse a ellos.

—¡Lo siento, Laureen! —se apresuró a decir al ver que Lankau se había detenido—. Debería habértelo contado todo. Debería haberte hablado del lazareto en Friburgo, y de James y...

Los cabezazos de Laureen lo interrumpieron. No quería oírlo. Entonces cerró las piernas y Bryan siguió el movimiento con la mirada. Y de pronto cesó. La mirada de Bryan se detuvo en el suelo.

Detrás de sus pies estaba la Kenju, apenas a un metro de él.

Ella debió de notar lo que era.

Lankau estaba detrás de él. Bryan se volvió hacia Lankau, de pronto temerario y desafiante.

—Acabarás como Stich, cerdo inmundo. ¡Y qué más da, si no quieres entrar en razón!

El Escupitajo jamás alcanzó su objetivo, sino que se deslizó por la barbilla de Bryan. La intención era clara. Lankau devolvió el saludo propinándole un puntapié y Bryan cayó al suelo, justo delante de las piernas de Laureen.

Tal como lo había planeado.

Imperceptiblemente, mientras todavía yacía en el suelo intentando recuperar el aliento contra las piernas de su esposa, Bryan logró sacar la pistola con el brazo derecho, que llevaba atado a la espalda. Tan sólo podía utilizar el dedo corazón y el anular. Se incorporó un poco y con la ayuda de Laureen, que empujó la pistola con la punta del pie hacia su lado izquierdo, consiguió colocarla cerca de la mano derecha. El sudor frío empezó a brotar en su frente extendiéndose por todo su cuerpo. Lankau volvía a respirar pesadamente.

—¿Crees que soy idiota, Von der Leyen? —dijo llevándose la mano a la nariz, donde la herida ya se había cerrado—. No me creo nada de lo que me estás contando. Es posible que la caña de bambú esa sea tu mujer y que ahora te hagas llamar Underwood Scott. Al fin y al cabo, somos muchos los que adquirimos una nueva identidad después de la guerra. Pero fuiste Arno von der Leyen entonces, y sigues siendo Von der Leyen ahora. La cuestión es, ¿qué hacer contigo?, porque no puedo hacerte desaparecer y ya está. ¿O sí puedo? Ya no soy un niño, ya no me mamo el dedo, ¿verdad? Yo no me expongo así como así, como haría un jovenzuelo. ¡Tenemos que hacerlo bien!

—¿Hacerlo? ¿No esperarás que te ayudemos?

Bryan se echó a un lado y volvió a jadear. Su rostro se contrajo de dolor cuando se echó al suelo sobre el costado izquierdo, sin fuerzas y resignado, de tal manera que la pistola quedó atrapada debajo del codo.

La expresión del rostro de Lankau era insondable, hosco y tranquilo.

—Imagínate que realmente hay alguien que sabe dónde estás esta noche... Seguramente me has mentido como en todo lo demás, pero ¿y si resulta ser verdad? ¿Qué pasará? ¿Te desnuco o te ahogo en la piscina que hay detrás de la casa? ¿Y qué debo hacer con esa canija? ¿Me la llevo a la prensa con Petra? ¿Sabrá tu conserjito que está aquí con nosotros? ¡Lo dudo!

Bryan intentó reavivar su mano izquierda. De momento había perdido la sensibilidad. En cuanto tuviera la pistola en la mano, sólo contaría con una oportunidad; no podía dejarla pasar.

—¿Dónde está Petra? —preguntó Laureen, sorprendida. Parecía serena y miró por primera vez a Lankau a los ojos.

—¡Mire por donde, señora mía! ¡Pensé que nunca me lo preguntaría! Muy extraño, ¿no le parece, teniendo en cuenta que eran tan buenas amigas? Sí, desde la infancia, ¿no era así?

—No la había visto en mi vida, hasta esta mañana. ¿Dónde está?

—¿Sabe qué? Realmente creo que hay que recompensar tanta preocupación. Os voy a juntar, por así decirlo. En un sentido algo figurado, claro, ¡pero siempre será mejor que nada!

—¿De qué estás hablando?

Bryan tosió hasta temblarle el cuerpo. Movió los dedos cuanto pudo.

—En el lavadero hay un interruptor. Lo he desconectado. ¿A lo mejor te fijaste en que la luz del patio no estaba encendida, contrariamente a como la dejaste al marcharte?

Bryan lo miró fijamente a los ojos.

-¿Y...?

—Y ese interruptor es el interruptor principal del anexo, el garaje y la prensa de vino.

—¿La prensa? ¿A qué te refieres?

—Sí, seguramente la conocéis, pero a lo mejor no lo sabíais. Una prensa de esas en las que se meten los racimos de uva... Las uvas van dando vueltas, suavemente, hasta que quedan aplastadas. ¡Un invento muy práctico, si se me permite decirlo!

—¡Animal! —gritó Laureen. Se echó hacia adelante en la silla, como si intentara agredir a Lankau. Sus ojos estaban húmedos de cólera—. ¿No pretenderás decirme que Petra...?

De pronto, los hombros de Laureen se relajaron y empezó a sollozar.

—No, no lo pretendo. Pero si se me ocurre accionar el interruptor, ya sería otra cosa. —Su rostro se ensombreció—. Sin embargo, vamos a esperar un poco más; no he acabado con ella todavía. Aunque probablemente no vaya a cambiar nada.

—¡Laureen, tranquila! —Bryan se echó hacia atrás e intentó acariciarla moviendo la cabeza de un lado a otro—. ¡No llegará tan lejos, Laureen! ¿Viniste hasta aquí con ella?

—Sí.

—¿No está compinchada con los demás?

—¡No!

Bryan alzó la mirada hacia Lankau. Parecía que poco a poco iba recuperando la sensibilidad en la mano. Pronto tendría que decidirse a hacer un primer intento; tendría que ganarse el tiempo que necesitaba.

—¿Qué os ha hecho Petra? —preguntó.

—Eso es algo a lo que no puedo contestar hasta que no hayas desaparecido tú, Herr Von der Leyen. ¡Nunca lo sabrás!
Bad timing!
—Lankau soltó una carcajada—. ¿No es así como lo llamáis vosotros? Pero, en el fondo, no importa lo que haya hecho o dejado de hacer, el resultado será el mismo. Ya te lo he dicho —Lankau se volvió—. ¿Sabes? Uno de mis amigos tiene una magnífica perrera cerca de Schwarzach. Allí tengo tres dobermans; pésimos perros de caza, es cierto, pero muy buenos vigilantes. En realidad es una pena que no me los haya quedado este fin de semana, así podríamos solucionarlo todo de golpe.

Laureen bajó la mirada. Bryan se había quedado inmóvil. Se esforzó en respirar sosegadamente. Todavía no había llegado el momento de ponerse a gritar.

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