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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (31 page)

BOOK: Komarr
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—¿Puede hacer eso?

Llamaron a la puerta de la habitación y ella se volvió. Lord Vorkosigan había regresado. ¿Cuánto tiempo llevaba allí asomado? Hizo un gesto para entrar, y ella asintió. Vorkosigan se acercó y miró a Anafi por encima de su hombro.

—¿Quién es este tipo? —murmuró.

—Se llama Anafi. Es de la compañía a la que Tien le debe el préstamo de las acciones de la flota.

—Ah. Permítame.

Se acercó a la comuconsola y pulsó un código. La imagen se dividió, y apareció un hombre de pelo gris con galones de coronel y las insignias del ojo de Horus en el cuello de su uniforme verde.

—Coronel Gibbs —dijo lord Vorkosigan alegremente—. Tengo unos cuantos datos más referidos a los asuntos financieros del administrador Vorsoisson. Ser Anafi, le presento al coronel Gibbs. SegImp. Tiene unas cuantas preguntas que hacerle. Buenos días.

—¡SegImp! —dijo Anafi, lleno de horrorizada sorpresa—. ¿SegImp? ¿Qué tie…?

La conexión se cortó tras un gesto de lord Vorkosigan.

—Se acabó Anafi —dijo, con cierta satisfacción—. Al menos durante unos cuantos días.

—¿Y ahora qué? —preguntó Ekaterin, divertida a su pesar—. Le prestaron el dinero a Tien de buena fe.

—De todas formas, no firme nada hasta recibir consejo legal. Si no sabía nada del préstamo, es posible que el patrimonio de Tien se haga cargo, y no usted. Sus acreedores pueden pelearse entre sí por las migajas, y cuando se acabe, se acabó.

—Pero el patrimonio de Tien no es más que deudas.

Y deshonor
.

—Entonces la pelea será corta.

—Pero ¿es justo?

—La muerte es un riesgo financiero corriente… en algunos negocios más que en otros, claro… —Sonrió brevemente—. Ser Anafi estaba preparándose para que firmara usted en el acto. Esto me sugiere que era perfectamente consciente de ese riesgo, y que pensó en forzarla a hacerse cargo de una deuda que no era suya mientras aún estaba sorprendida. No es justo. De hecho, tampoco es ético. Sí, creo que podemos dejarle el asunto a SegImp.

Todo era bastante confuso, pero… era difícil no responder al brillo entusiasmado de los ojos de Vorkosigan cuando aniquiló a su adversario.

—Gracias, lord Vorkosigan. Pero tengo que aprender a hacer estas cosas por mí misma.

—Oh, sí —reconoció él sin la menor vacilación—. Ojalá estuviera aquí Tsipis. Hace treinta años que es el encargado de los asuntos financieros de mi familia.
Adora
aconsejar a los no iniciados. Si lo dejara suelto, usted se pondría al día en un santiamén, y él estaría encantado. Me temo que fui un alumno frustrante en mi juventud. Sólo quería aprender cosas militares. Finalmente consiguió meterme en la cabeza algo de economía presentando los problemas como si fueran asuntos de logística y avituallamiento —se apoyó contra la comuconsola, se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—. ¿Cree que volverá pronto a Barrayar?

—En cuanto pueda. Apenas soy capaz de soportar estar en este lugar.

—Creo que comprendo. ¿Adónde irá, una vez esté en Barrayar?

Ella miró pensativa la placa-vid vacía.

—Todavía no estoy segura. A la casa de mi padre, no.

Sería como volver a ser una niña… Se imaginó llegando sin un centavo y sin recursos, para caer bajo la custodia de su padre o de uno de sus hermanos. La aceptarían generosamente, claro, pero también actuarían como si su dependencia la privara de derechos, dignidad e incluso inteligencia. Le controlarían la vida por su propio bien…

—Estoy segura de que sería bienvenida, pero me temo que su solución a mis problemas sería tratar de casarme de nuevo. La idea me hace vomitar.

—Oh —dijo lord Vorkosigan.

Se produjo un breve silencio.

—¿Qué haría si pudiera hacer algo? —preguntó él de pronto—. Sin límite de recursos, sin consideraciones prácticas. Cualquier cosa.

—Yo no… Normalmente empiezo con lo posible, y parto de ahí.

—Intente algo más amplio —un vago gesto de su brazo, abarcando el planeta desde el cenit al horizonte, indicó su idea de amplitud.

Ella pensó, intentando recordar el momento de su vida en que hizo aquel giro equivocado y fatal. Tantos años perdidos.

—Bueno. Supongo que… podría volver a la universidad. Pero esta vez sabría cómo soy. Formación reglada en horticultura y arte, para diseño de jardines; química, bioquímica, botánica y manipulación genética. Experiencia real, de la que hace que no puedas sentirte intimidada o… o persuadida para seguir haciendo algo estúpido porque crees que todo el mundo en el universo sabe más que tú —frunció el ceño, tristemente.

—¿Así que podría diseñar jardines por un sueldo?

—Más que eso —sus ojos se entornaron, mientras rebuscaba en su visión interior.

—¿Planetas? ¿Terraformación?

—Oh, santo cielo. Esa formación requiere diez años, y otros diez años de interinidad, antes de poder empezar a comprender toda su complejidad.

—¿Y…? Tienen que contratar a alguien. Santo Dios, contrataron a Tien.

—Sólo era un administrador —ella sacudió la cabeza, abatida.

—Muy bien —dijo él alegremente—. Más grande que un jardín, más pequeño que un planeta. Yo diría que eso nos deja un espacio bastante amplio. Un Distrito barrayarés podría ser un buen principio. Un Distrito con terraformación incompleta, digamos, y proyectos de bosques, y, oh, recuperación de tierras dañadas, con la necesidad absoluta de un toque de belleza. Y podría continuar con planetas.

Ella tuvo que reírse.

—¿Por qué esa obsesión con los planetas? ¿No le vale algo más pequeño?

—Elli Qu… una amiga mía solía decir: «Apunta alto. Puede que no des en el blanco, pero al menos no te volarás el pie» —le sonrió. Vaciló y entonces dijo, más despacio—: Sabe usted que sus padres y sus hermanos no son sus únicos parientes. El profesor y la profesora no tienen límites en su entusiasmo por la educación. No podrá convencerme de que no estarán encantados de ofrecer un techo a Nikki y a usted en su casa mientras empieza de nuevo. Y estará allí mismo, en Vorbarr Sultana, prácticamente al lado de la universidad, y de todo. Hay buenos colegios para Nikki.

Ella suspiró.

—Para él sería maravilloso asentarse en un lugar durante algún tiempo. Podría hacer por fin amigos que no tendría que abandonar. Pero… he acabado por aborrecer la dependencia.

Él la miró, especulativo.

—¿Porque la traicionó?

—O me engañó para que me traicionara a mí misma.

—Hum. Sin duda hay una diferencia cualitativa entre… un invernadero y una criocámara. Ambas proporcionan refugio, pero la primera proporciona crecimiento, mientras que la segunda es solamente…

Pareció liarse un poco en su metáfora.

—¿Retarda el deterioro? —intentó ayudarle Ekaterin.

—Exactamente —volvió a sonreír—. De cualquier forma, estoy seguro de que los profesores son un invernadero humano. Todos esos estudiantes… Están acostumbrados a que la gente crezca y se marche. Lo consideran normal. Creo que le gustará a usted estar allí —se acercó a la ventana y se asomó.

—Me gustó cuando estuve —admitió ella, tristemente.

—Entonces me parece perfectamente posible. Bien, eso está zanjado. ¿Ha almorzado?

—¿Qué? —ella se echó a reír, y se acarició el pelo.

—Almorzado —repitió él, muy serio—. Mucha gente come a esta hora del día.

—Está usted loco —dijo ella con convicción, sin hacer caso al brusco cambio que él había dado a la conversación—. ¿Siempre dispone del futuro de la gente de esta manera tan despreocupada?

—Sólo cuando tengo hambre.

Ella acabó por renunciar.

—Supongo que habrá algo que pueda preparar…

—¡Por supuesto que no! —dijo él, indignado—. Envié a un lacayo. Acabo de verlo cruzando el parque, con una bolsa grande y muy prometedora. Los guardias también tienen que comer, ¿sabe?

Ella imaginó, brevemente, el espectáculo que supondría ver a un hombre de SegImp haciendo la compra. Pero probablemente habría medidas de seguridad referidas a la comida. Dejó que Vorkosigan la condujera a su propia cocina, donde seleccionaron una docena de envases. Ekaterin apartó una tarta de melocotón helado para Nikki, y envió el resto al salón para que comieran los guardias. Lo único que Vorkosigan le permitió hacer fue preparar el té.

—¿Han descubierto algo nuevo esta mañana? —le preguntó ella cuando estuvieron sentados a la mesa. Trató de no pensar en su última conversación con Tien.
Oh, sí, quiero irme a casa
—. ¿Alguna noticia de Soudha y Foscol?

—Todavía no. Una parte de mí espera que SegImp los capture de un momento a otro. Pero otra parte… no es tan optimista. No dejo de preguntarme cuánto tiempo habían tenido para planear su marcha.

—Bueno… no creo que estuvieran esperando que los Auditores Imperiales llegaran a Serifosa. Eso, al menos, les cayó encima por sorpresa.

—Hum. ¡Ja! Ya sé por qué todo este asunto me suena tan raro. Es como si todo mi cerebro estuviera sufriendo un retraso temporal, y no es sólo por los malditos ataques. Estoy en el lado equivocado. Estoy a la defensiva, no a la ofensiva. Un paso por detrás todo el tiempo, reaccionando, no actuando… y tengo la horrible impresión de que pueda ser una condición intrínseca de mi nuevo trabajo —le dio un mordisco al sándwich—. A menos que pueda venderle a Gregor la idea de un Auditor Provocador… Bueno, al menos tuve una idea, que tengo previsto proponérsela a su tío en cuanto baje —hizo una pausa; silencio. Tras un momento, añadió—: Si hace algún ruidito para animarme, continuaré.

Él la había pillado con la boca llena.

—¿Hum?

—Encantador, sí. Verá, supongamos… supongamos que todo el lío con Soudha es algo más que un simple plan de desfalco. Tal vez estaban desviando fondos imperiales para apoyar un proyecto de desarrollo e investigación verdadero, aunque no tenga nada que ver con la Gestión de Calor Residual. Puede que sean prejuicios por mi pasado militar, pero no dejo de pensar que tal vez hayan estado construyendo un arma. Alguna nueva variedad de la lanza de implosión gravítica, no sé.

Sorbió el té.

—Nunca me dio la impresión de que Soudha ni ninguno de los otros komarreses del Proyecto de Terraformación tuvieran orientaciones militares. Antes al contrario.

—No hace falta, para un acto de sabotaje. Un gesto grandioso, estúpido y vil… Me preocupa todo eso con la boda de Gregor ya tan cerca.

—Soudha no es grandioso —dijo Ekaterin lentamente—. Ni particularmente vil —no dudaba de que la muerte de Tien hubiera sido casual.

—Ni estúpido —suspiró tristemente Vorkosigan—. Simplemente sugiero esa posibilidad para ponerme nervioso. Me mantiene despierto. Pero supongamos que fuera un arma. ¿Atacaron tal vez a esa nave de carga, como prueba? Bastante vil. ¿Les salió mal la prueba? ¿Fue el daño subsiguiente en el espejo algo accidental, o deliberado? ¿O ni una cosa ni otra? El estado del cadáver de Radovas sugiere que algo les salió mal. ¿Una discusión entre ladrones? De todas formas, para unir estas especulaciones a algún hecho físico, planeo hacer una lista de todas las piezas de equipo que Soudha compró para su departamento, restaré todo lo que quede, y buscaré una lista de componentes de su arma secreta. En este punto mi brillantez falla, y pretendo pasárselo a su tío.

—¡Oh! —dijo Ekaterin—. Le encantará. Le gruñirá.

—¿Y eso es buena señal?

—Sí.

—Hum. Así que, planteando un ataque-sabotaje con un arma secreta… ¿estaremos cerca del éxito? No dejo de recordar, lo siento, la extraña conducta de Foscol al presentar esos datos como prueba contra Tien. Parece proclamar: no importa si los komarreses están implicados, porque… Llene el espacio en blanco.
¿Pero por qué?
¿Porque ellos no estarán aquí para sufrir las consecuencias? Eso sugiere huir, lo cual choca con la teoría del arma, que requiere que estén ansiosos por usarla.

—O que creyeran que usted no estaría aquí para acarrearles consecuencias —dijo Ekaterin. ¿Pretendían que también Vorkosigan muriera? O… ¿qué?

—Oh, bien. ¡Qué tranquilizador! —él mordió agresivamente los restos de su sándwich.

Ekaterin apoyó la barbilla en la mano y lo miró con curiosidad.

—¿Sabe SegImp que farfulla usted de esta forma?

—Sólo cuando estoy muy cansado. Además, me gusta pensar en voz alta. Frena el ritmo de las cosas y puedo echarles un buen vistazo. Ya puede imaginar cómo es vivir dentro de mi cabeza. Admito que poca gente puede soportar escucharme durante un rato.

Le dirigió una mirada de reojo. De hecho, cada vez que se desanimaba (cosa que no se producía muy a menudo) un gris cansancio destellaba bajo su piel.

—De todas formas, usted me animó. Dijo «Hum».

Ella se lo quedó mirando llena de divertida indignación y se negó a picar el anzuelo.

—Lo siento —dijo él con voz débil—. Creo que ahora mismo estoy un poco desorientado —le dirigió una sonrisa de disculpa—. La verdad es que he venido a descansar. ¿No es sensato por mi parte? Debo de estar haciéndome viejo.

Ekaterin advirtió divertida que sus vidas estaban desfasadas respecto a sus edades cronológicas. Ella poseía la educación de una niña y la posición de una viuda. Vorkosigan… era joven para su cargo, sin duda. Pero en toda esta segunda vida póstuma suya era todo lo viejo que sería a cualquier edad.

—El tiempo está desarticulado —murmuró.

Él alzó la cabeza, y pareció a punto de decir algo. Unas voces en el vestíbulo interrumpieron lo que iba a decir. Ekaterin volvió la cabeza.

—¿Tuomonen, tan pronto?

—¿Quiere posponerlo? —le preguntó Vorkosigan. Ella negó con la cabeza.

—No. Quiero acabar de una vez. Quiero ir a recoger a Nikki.

—Ah.

Él apuró su taza de té, se levantó y los dos salieron al salón. Era, en efecto, el capitán Tuomonen. Saludó a Vorkosigan con un gesto, y a ella con amabilidad. Había traído consigo una técnica, vestida con el uniforme de auxiliar médica barrayaresa, a quien también presentó. Ella traía un medikit, que colocó en la mesa y abrió. Ampollas e hiposprays brillaban en sus envases de gel. Otros suministros de primeros auxilios indicaban posibilidades más siniestras.

Tuomonen indicó a Ekaterin que se sentara en el sofá circular.

—¿Está preparada, señora Vorsoisson?

—Supongo que sí.

Ekaterin vio con secreto temor y un poco de repulsa cómo la tecnomed cargaba su hipospray y se lo mostraba a Tuomonen para que lo comprobara.

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