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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

Irania (29 page)

BOOK: Irania
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Entonces le acaricié el hombro.

Ella se estremeció. Luego se giró y me miró como si fuera la primera vez que me hubiera visto.

—¡No! Un fantasma.

—Tranquila, soy real, no soy un espíritu.

—¡Un fantasma! ¡Un fantasma! ¡Un fantasma! —volvió a gritar y salió corriendo por el jardín alterando a otros internos. En un momento se formó un alboroto desproporcionado. Internos gritando sintiéndose perseguidos por un espíritu imaginario y los enfermeros y celadores corriendo detrás de ellos.

Entonces noté una piedra que caía justo a mis pies.

Me agaché y la recogí.

Miré a mi alrededor para identificar su procedencia. Pensé que algún interno me quería gastar una broma. Recorrí con la mirada el jardín pero todos seguían revueltos a causa de la niña del sótano.

De pronto escuché un silbido, me giré buscando la dirección del sonido y detrás de unos matorrales vi la figura de un hombre.

Caminé unos metros y mientras caminaba parpadeaba con mis ojos creyendo que estaba viendo una visión.

—¡No eres real!

Kahul me estaba haciendo señales desde la carretera, detrás de la verja. Me decía con gestos que me acercara a él.

El corazón se me aceleró de emoción y alegría, porque me daba igual si era o no una ilusión.

Caminé por detrás de un seto sin dejar de mirar a Kahul por miedo a que se desvaneciera si dejaba de verlo.

Seguí caminando con sigilo hasta que me encontré de frente con un cuarto de herramientas.

Kahul me indicó que subiera al tejado de la caseta.

Entonces puse varias cajas de ropa vieja y escalé apoyándome en una ventana.

Luego de ahí pasé a un muro en una zona solitaria de la clínica, era la parte trasera por donde entraban las ambulancias.

Me detuve unos segundos al oír unas voces, me agaché tras una chimenea. El corazón se me aceleró. Eran tres jóvenes vestidos de amarillo y verde, parecían ser trabajadores externos. Cogían canastos de ropa de cama y los metían en una furgoneta.

Después de un minuto se marcharon, crucé el patio y me encaramé al muro.

Allí subido a un árbol, a unos tres metros de distancia, me esperaba Kahul. Llevaba una cuerda en su hombro. Había atado un cabo al árbol.

Me lanzó el resto de la cuerda y me indicó con señas que la anudara a la verja.

Dudé durante unos segundos. No me atrevía a colgarme a tanta altura del suelo en una cuerda que había atado yo misma, con la poca fuerza que tenía, después de meses sin ejercitar lo músculos.

El miedo aparecía de nuevo aunque ahora Kahul seguía animándome desde el otro lado.

Aquella cuerda era el enlace entre lo viejo y lo nuevo en mi vida. Ya conocía lo viejo, el pasado, lo nuevo no lo sabía, pero sentía que era infinitamente mejor que lo que me esperaba si me quedaba allí.

Me armé de valor y me colgué de la cuerda. Debía subir mi propio peso y trasladarme unos metros. Moví las manos solo unos centímetros y ya sentía que mis brazos no iban a poder soportarme.

—Irania, tú puedes —me dijo Kahul alzando la voz aún a riesgo que le oyeran los vigilantes.

No sé de dónde saqué las fuerzas para recorrer la distancia que me separaba de Kahul pero lo hice, aún sintiendo que mis brazos temblaban del esfuerzo. Pero lo logré, vencí mi miedo y vencí mis límites. Y mi recompensa fue el abrazo de Kahul, un abrazo intenso que me hizo aflojarme y llorar.

Kahul me ayudó a bajar del árbol y me llevó a su coche. Allí me desplomé y seguí llorando por un lado de felicidad y por otro de tristeza, tristeza por lo que ya dejaba atrás. Porque ya nunca más iba a poder compadecerme de mi misma.

Capítulo 21

Dónde guardas tus diamantes,

si no llevas bolsillos ni guantes.

Qué oculta tu semblante,

que luce sereno, radiante.

Aunque sentía alegría de estar fuera de los muros de la locura, me desconcertaba la situación que estaba viviendo. Me preguntaba que iba a ser de mí, sin el calor de mi familia. Aunque no fuera un calor amoroso, era algo. Yo estaba acostumbrada a poco, nunca había vivido un amor diferente, por lo tanto no sabía que tenía derecho a más. En aquel momento, esas pequeñas migajas que me habían dado durante toda mi vida, las necesitaba. Le expliqué a Kahul cómo me sentía y me contestó:

—¿Acaso quién ha bebido barro toda su vida puede añorar el agua cristalina?

No tengas miedo, es normal que te sientas perdida y desorientada, ahora conocerás quién eres realmente. Ahora tendrás toda la energía de tu vida para hacer lo que siempre has soñado.

Oía sus palabras y me sentía aterrada, como la primera vez que sueltan a un pájaro que siempre ha estado enjaulado. Tiene alas, pero no sabe para qué sirven, nunca ha volado. Mis alas todavía estaban plegadas, quizá almidonadas y acartonadas pero las tenía, como todos, y deseaba creerle.

Lo miré durante unos segundos pero tuve que bajar la mirada, sus ojos me hipnotizaban y su voz serena y melodiosa hacía que me relajara al instante. Toda su presencia era fuerza, firmeza y desprendía un halo de misterio. Deseaba seguir conociendo qué había en él, que había hecho que fuera como era, porque yo jamás había conocido a alguien así. Había conocido muchos hombres poderosos, directivos y presidentes de grandes compañías y su poder radicaba en el nombre de su familia, el título o el número de ceros de su cuenta bancaria. Kahul apenas tenía lo justo para vivir pero sentí que era el hombre más rico que había conocido. Su riqueza era interior.

Su energía me atrapaba y tenía que contenerme para no saltar a su cuello y abrazarlo.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Sentí calor subir a mis mejillas.

Asentí y le devolví una sonrisa.

Entre tantos sentimientos y emociones que había vivido en los últimos meses, enamorarme de un homosexual, era lo que menos esperaba. Porque aunque todavía no lo reconocía, Kahul ya me había robado el corazón. Me había salvado de las garras de la locura de la clínica mental y yo pensaba en aquel entonces que mis sentimientos hacia él eran de agradecimiento, admiración y respeto. Pero ya no lo podía negar.

Estaba tan eufórica de haber salido de allí y a la vez tan desconcertada de no conocer qué iba a ser lo siguiente en mi vida que no me había parado a pensar cómo sabía que yo estaba encerrada en aquel lugar.

—¿Cómo supiste que estaba en peligro? Todavía me sorprende que llegaras hasta mí justo en el momento oportuno —le pregunté dos días después de salir de la clínica psiquiátrica, mientras tomábamos una ligera cena a base de frutas frescas y yogur en el comedor de su apartamento.

Kahul me sonrió y me miró con dulzura.

—No supe cuál era el mejor momento. Solo sabía que estabas en peligro e hice todo lo imposible por averiguar qué te pasaba.

Tuve un sueño una noche: estabas vestida de azul celeste, era una bata parecida a las de hospital. Me pedías ayuda, parecías muy afligida.

Me desperté a medianoche muy angustiado, sentí real el llamado, percibí tu sufrimiento, no lo pude olvidar. Cuando me desperté a la mañana siguiente comencé a hacer preguntas en el centro, pero nadie sabía nada. Tu cuñada me dijo que te habías marchado para hacer un máster en el extranjero. Algo me decía que no era verdad.

Me sorprendió que hubiera soñado conmigo y a la vez me sentí alagada de que estuviera preocupado por mí.

—Suena a una buena excusa hecha por mi madre —solté con tristeza.

—Lo supuse por lo que me habías contado durante el taller y el comentario de una de tus compañeras de yoga mientras leía una revista de cotilleos en la cafetería del
Inanna centre,
junto a una amiga suya. Decían que estabas loca y que te habías escondido de la vergüenza. Que no pudiste soportar la presión de tu cargo y que no se creían que te habías ido al extranjero. Sin quererlo, ellas, respondieron todas mis dudas.

Lo miré fijamente.

—Muchísimas gracias, todavía no te he dado las gracias por rescatarme. Aún no entiendo porqué me ayudas. Apenas me conoces solo de clase y el taller de regresiones.

—¿Te parece poco? —me preguntó y sonrió mostrando una dentadura blanca y equilibrada—. No sabía que fueras famosa. Porque si sales en esas revistas es que lo eres.

Dejé mi plato de fruta ya vacío sobre la mesa y cogí una servilleta. Limpié mi boca y le dije:

—Mi familia es conocida de siempre. Somos ricos. En mi mundo cuando alguien te ayuda es porque luego quiere algo a cambio. Tarde o temprano te lo cobrará.

Sin mis padres no soy nada, no tengo dinero, ni tierras, apenas unas cuantas joyas que ahora no voy a poder recuperar. No tengo nada, no sé cómo pagarte todo lo que estás haciendo por mí.

Mis ojos se humedecieron. Me sentía impotente ahora que me había quedado sin nada.

—No quiero nada. Te ayudo porque lo siento así y aparte, creo que tenemos algo que hacer juntos aunque todavía no sé que es.

Hubo un instante de silencio, sentí que se estaba preparando para decirme algo importante.

—¿Por qué te han encerrado en un manicomio? ¿Es por lo que te pasó de niña?

Se me hizo un nudo en la garganta al escuchar su pregunta.

—No te conté todos los detalles de lo que vi en la regresión —le contesté.

—Lo sé, tampoco es necesario —me dijo y sentí que su rostro se tornaba triste.

Tomé una respiración profunda.

—En la regresión vi como me violaban.

—¡Dios mío! Lo siento mucho, Sandra.

—Todavía no sé si es real —le dije.

Yo no quería creer, era demasiado doloroso y me aferraba a ello, a que las imágenes que vi en hipnosis eran producto de mi imaginación y hasta que no lo aceptara aquello iba a permanecer allí anclado.

—Está bien, Sandra, pero recuerda lo que te expliqué, aunque lo que veas no sean recuerdos reales algo sí lo es y esto es lo que debes aceptar para perdonarlo y sanarte.

Aún así todavía no sé porque te ingresaron, me gustaría poder ayudarte.

—Veo espíritus y me hablan —le solté.

Pareció sorprendido.

—¡Vaya! —Exclamó mientras se rascaba la nuca. ¡Estás peor de lo que pensaba!

Kahul rió y me hizo reír también a mí. Su comentario había sido muy espontáneo, pero nada que viniera de él podía herirme. Había una bondad en su ser que traspasaba las más resistentes corazas que portaba mi corazón.

—Lila, mi mejor amiga, dice que es un don que traigo de nacimiento. Pero mi familia no piensa lo mismo, no me creen y nunca lo harán. Por eso siempre me han medicado, para que me curara. Apenas tengo recuerdos, pero parece ser que los veía de pequeña, me trataron en esta misma clínica y dejé de verlos. Pero con el tratamiento, también perdí parte de mi memoria. Hasta que el accidente, en el que casi muero, me devolvió este maravilloso poder —solté con sarcasmo.

Había sorpresa en su rostro cuando le conté mi secreto pero también respeto. Aunque yo sabía que me entendería todavía me sentía extraña al contarlo.

—Si decidiste traer ese don contigo al nacer es porque es necesario. El Universo y el Creador no dejan nada al azar. Todo tiene un sentido, aunque no lo sepamos y quizá no lo conoceremos jamás, pero lo tiene, de eso estoy seguro.

—Ojalá tuviera tu fe, en serio.

—¿Después de todas las cosas que te han sucedido todavía no crees?

Entonces recordé a los sanadores que me habían ayudado a desintoxicarme en la clínica.

Una sonrisa se formó en mis labios.

—No me queda otra salida que creer, si no, ya sé que me espera: la soledad más oscura y tenebrosa que existe —dije, e instantáneamente recordé a la joven de la clínica con su cerdito rosa en las manos. Solté un largo suspiro—; me perdería para siempre.

—Exacto Irania, ahora ya te puedo llamar así, ¿verdad? ¿Quieres renacer?

Kahul alargó su mano y me la ofreció.

—Sí. Irania —afirmé mientras degustaba cómo sonaba mi nuevo nombre al salir de mi boca, aunque no era nuevo, era mi nombre eterno.

Entonces me abracé a él y permanecí segundos, quizá minutos, unida a él, sintiéndolo ya parte de mi nueva vida.

—No dejaré que te pase nada, estás a salvo conmigo —me dijo al oído.

Como guiada por un instinto rocé mis labios a su mejilla, luego rocé sus labios con los míos. Fue solo un instante porque enseguida me percaté de lo que estaba haciendo.

Me aparté de golpe de sus brazos, ambos nos quedamos mirándonos por unos segundos. Avergonzada de lo que había hecho, e incapaz de descifrar lo que sus ojos me transmitían. Me disculpé torpemente y caminé hasta mi habitación. Allí me senté en la cama para enfrentar por primera vez, los sentimientos que Kahul me había despertado.

Capítulo 22

De tanto que di, sin nada me quedé

y ahora que tengo hambre y sed,

¡Ni malvas que comer!

Kahul me había propuesto comenzar una terapia intensiva para ayudarme a sanar mi interior, en la que se incluían lecturas, meditaciones, respiraciones, toma de consciencia y regresiones en estado de relajación profunda. Sentía que era un reto para él y sentía que disfrutaba ayudándome, tanto como yo disfrutaba de su compañía.

Por mi parte, en las horas de soledad en el apartamento, me había animado a rebuscar recetas de cocina en internet para prepararle la comida. Pensaba que era lo mínimo que podía hacer por él.

Yo no sabía cocinar y comencé con cosas sencillas que sabían horrible, aún así Kahul me las elogiaba, y me animaba a seguir practicando. Jamás me reprochó nada, era amable y cariñoso.

—Irania, te agradezco que cocines pero debes aplicarte en tus meditaciones. No sabemos de cuánto tiempo disponemos. Tu familia debe estar buscándote.

Sentí un ligero malestar en la boca del estómago.

—No estoy segura, ahora que por fin se han librado de mí, creo incluso habrán hecho una fiesta para celebrarlo.

—No seas tan dura. Seguro que ellos te quieren a su manera, pero para amar de verdad a otros debemos habernos amado primero a nosotros mismos ¿cómo vamos a saber qué es el amor, si no? —hizo un largo silencio— ¿Te leíste el libro que te recomendé?

Asentí con la cabeza.

—¿Tienes alguna duda? —me preguntó.

Levanté las cejas y tomé el libro en mis manos. Lo había dejado apoyado sobre una caja de madera que hacía de mesita de teléfono.

—Todo parece tan fácil y sencillo, ¿por qué nos complicamos tanto la vida? Dice y repite mil veces que la felicidad y el amor deben nacer en el corazón de uno mismo, pero es contradictorio. Siento que para ser feliz entonces debes ser egoísta, y eso no está bien.

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