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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

Irania (13 page)

BOOK: Irania
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Y cuando fue el momento para la práctica de la relajación que nos abría la puerta del subconsciente, quedé atrapada en ella como el resto de los alumnos, aunque yo no tenía pareja para que me guiara porque se suponía que no iba a participar, solo observar.

Kahul había puesto de dos en dos a los alumnos según su intuición para que se turnaran y ahora unos hacían las preguntas sentados mientras el compañero hacía el viaje por sus recuerdos subconscientes.

Cuando el maestro vio que me había relajado sobre la alfombra se acercó a mí y comenzó su guía:

—Imagina un prado verde, hermoso, lleno de flores… ves un templo a lo lejos… caminas hacia él por un sendero… entras en él por una gran puerta. Hay una sala… caminas hacia una puerta…hay unos escalones… bajarás por ellos y a cada peldaño entrarás más y más profundo en tu mente… diez… más profundo… nueve… más profundo… ocho… siete… seis… más y más entras en tu mente… más y más profundo te relajas… cinco… cuatro… tres… dos… uno. Ya estás en la sala de los espejos.

Yo había visto la sala mucho antes de que Kahul lo dijera. Me había guiado con dulzura hasta lo profundo de mi psique y aún así sentía todo a mi alrededor.

Estaba relajada, casi no sentía mi cuerpo pero oía todo mi entorno, la tormenta, las voces a lo lejos de mis compañeros. Era un estado hipnótico pero a la vez de alerta, una sensación que hacía que me sintiera segura.

—Colócate en el medio de la sala circular —me dijo—. Observa desde la distancia todos los espejos que te rodean. Siente cómo uno de ellos te llama especialmente la atención. Acércate a él.

Me acerqué al espejo, segundos antes de su orden. Mi mente parecía anticiparse a los acontecimientos. La voz de Kahul era demasiado lenta y mis impulsos mentales demasiado rápidos. Era fascinante. ¡Qué capacidad tan enorme tenía en mi interior! Aunque yo, como la mayoría de mortales, desconocía este inmenso poder oculto.

—Observa lo que te muestra el espejo. Observa la imagen que ves en él.

Por momentos el reflejo de mi rostro se desdibujó tornándose extraño e irreconocible, solo mis ojos parecían transmitir cierta familiaridad, lo demás era confuso.

Entonces, de pronto me vi con otra ropa, con otro cuerpo. Era muy hermosa, morena de pelo, grandes ojos oscuros adornados con unas fuertes y remarcadas cejas, labios gruesos y piel blanca.

—Si quieres puedes atravesar el espejo y ver que hay en esa vida que tenga valor para ti aquí y ahora —me sugirió Kahul.

Ya había traspasado el espejo. Aquella mujer que veía me atraía, me fascinaba. Me sentía segura siendo ella. Había poder, fuerza y arrogancia. Todas aquellas cualidades que siempre había soñado para mí las desprendía la reencarnación de esa vida.

—¿Dónde vives? —preguntó Kahul.

Yo quería responder, pero estaba tan fascinada con lo que estaba viendo, que no podía pronunciar palabra. Mi mente iba a toda velocidad pero mi capacidad de habla había menguado debido al estado relajado de mi cuerpo.

—Es antiguo, todo está construido en barro, ladrillos de barro. Veo gente amasando barro. Lo colocan en moldes y los dejan secar al sol.

—Busca algo donde puedas leer información. —Me fijé en un hombre que modelaba planchas de barro.

—Escriben con una caña sobre barro húmedo. Hacen dibujos juntos, uno al lado del otro.

—Tú entiendes lo que pone. Sabes leerlo —me dijo Kahul.

—No lo entiendo… —dije pero entonces me fijé en un muro alto, tan alto como cuatro pisos. Había un letrero labrado en madera con los mismos dibujos. Pero uno de ellos me llamó especialmente la atención un símbolo que sabía lo que significaba.

—Estoy en casa de Ninti, la casa de la vida, es mi hogar.

Sentía una fuerte atracción hacía aquel muro porque sabía que tras él estaba mi hogar, yo había nacido allí durante aquella vida. Todo lo sentía muy familiar.

—Debes atravesar el muro —me sugirió Kahul.

—No puedo.

—¿Qué te lo impide?

Unos soldados de cabeza rapada y tez morena, con falda hasta las rodillas, me detenían el paso.

—No puedo entrar, los soldados no me reconocen. Ya no puedo entrar. Me sentía impotente, yo amaba aquel lugar y parecía que me habían echado y había perdido a mi familia.

—Tú tienes el poder ahora, tú puedes entrar cuando quieras, solo tienes que desearlo. Ya has estado dentro, sabes lo que hay.

Empujé la puerta y entré. El corazón me latía con rapidez al ver el hermoso recinto que protegía los muros. Caminé por las calles y me detuve a contemplar la belleza de un enorme templo escalonado, parecía una pirámide maya pero hecha de ladrillos, era un zigurat. Todo lo sentía familiar, tanto que caminé hacia lo que había sido mi dormitorio. Miré por la ventana y vi el paisaje, el río con las gentes haciendo ladrillos, los juncos, las palmeras, una extensa llanura y las montañas a lo lejos. Me sentí realmente en casa, era una sensación extraña.

—¿Hay alguien contigo?

Entonces miré a mi alrededor y vi a una señora de pelo canoso. Me sonreía, me acerqué a ella y me abrazó.

—Mi madre —dije con alegría mientras sentía como iban saliendo calientes las lágrimas de mis ojos. Amaba a aquella mujer y sentía que ella también me quería mucho, muchísimo. Deseé que mi madre Priscila me hubiera amado tal como lo hacía aquella anciana mujer.

—¿En qué año estás? ¿Puedes verlo en algún sitio?

Caminé por los pasillos de los dormitorios y al llegar a un patio vi un edificio a lo lejos, era de forma rectangular. Entraban y salían gentes muy altas, demasiado para ser humanos. Pero yo también era muy alta, mucho más que la mujer que era mi madre. Entré en el edificio y me fui hacia una de las salas, buscando algo donde leer la fecha.

—No puedo leer nada.

—Busca algo que puedas identificar ahora.

Miré y encontré un microscopio. Probetas, placas de petri, instrumental médico.

—Es un hospital. ¡Soy médico! —Sentí una inmensa alegría de que en aquella vida hubiera ejercido la medicina.

—Pregúntale a alguien dónde estás.

Encontré en una sala contigua a una mujer de espaldas. Iba vestida con una tela rodeando todo su cuerpo hasta los tobillos, llevaba el pelo largo y varias pulseras de cobre en ambas muñecas. La mujer se giró y cuando la miré a los ojos sabía que la conocía en la vida actual.

—¡Es mi sobrina Aina! Me dice que estoy en Shuruppak. Es muy atrás en el tiempo, más atrás, que todo lo conocido en la historia.

—Busca algo importante, algo que debes ver.

De manera instantánea mi mente me trasladó a una sala de luz artificial. No sabía de dónde salía la luz, parecía de la pared. Me sentí desconcertada como si hubiera saltado al futuro y ya no estuviera más en lo que era mi hogar.

Había una mujer de las más altas que había visto en la ciudad. Llevaba la misma vestimenta que yo pero más lujosa y con más oro. Tenía similitud a una faraona egipcia aunque no del todo exacto. Sus ojos eran fríos.

La seguí por un pasillo como de hospital, sin adornos, hasta una sala llena de camillas.

Me detuve antes de entrar.

—¿Qué ves? ¿Cuál es el conflicto?

—No puedo entrar. La puerta está cerrada.

Kahul había explicado a los alumnos que las puertas guardaban paquetes de información muy importante, pero también difícil de asimilar para nuestra mente racional. El no querer traspasarla indicaba un fuerte bloqueo, pero que si conseguíamos traspasarla con facilidad habríamos superado un reto.

—Inténtalo una vez más.

Entonces empujé la puerta, pero había otra puerta más pequeña cerrada también.

—No puedo.

—Inténtalo.

Volví a abrirla y entonces me vi en aquella vida al lado de una mujer, tenía las piernas abiertas como en los paritorios. Yo llevaba una jeringuilla larga y se la introduje por la vagina. La mujer estaba medio sedada pero aún así percibí el pánico en sus ojos.

—Soy médico.

—¿Eras buen médico?

Presentí que en aquella vida sí había algo oscuro en lo que estaba haciendo. Miré hacia el fondo de la habitación al escuchar un grito. Caminé hacia allí y aparté la cortina, había una mujer de parto.

Entonces cogí un bisturí y le rasgué el vientre.

Kahul debió presentir que algo malo estaba sucediendo en mi interior.

—¿Qué ves? Si te encuentras en problemas ya sabes que puedes alejarte de la escena cuando quieras. No debes obligarte.

—Una cesárea, practico una cesárea a una mujer que parece indígena. Le abulta demasiado el vientre. Es demasiado para lo pequeña que es ella. Sufre mucho pero a mí me da igual. No me preocupa su dolor, está sangrando y está muy pálida.

Meto las manos en su carne, su bebé es fuerte, es pesado. La mujer se está muriendo. Le saco el bebé.

—¡No! —grité.

—Tranquila Sandra, todo está bien, estoy contigo a tu lado.

—¿Qué le he hecho?

—¿Sandra, qué sucede?

—Su hijo, es… es un monstruo. Está deformado. —Me tapé los ojos con las manos. Ya no quería seguir viendo aquella escena. Moví mi cuerpo. Quería incorporarme pero Kahul me detuvo.

—No tan deprisa Sandra, podrías marearte.

Me incorporé lentamente y me enjugué las lágrimas con un pañuelo que Kahul me dio. Tenía el pulso acelerado.

De pronto comencé a ponerme muy nerviosa, a sentir ansiedad en mi pecho.

—Respira profundo y suelta el aire poco a poco.

Kahul me observó con dulzura mientras me tranquilizaba.

—¿Ya estás mejor?

Asentí con la cabeza, pero no era cierto. La terapia me estaba removiendo no solo a nivel emocional sino también a nivel mental.

—No te juzgues por lo que hayas visto. Suelen pasar cosas así, vemos actitudes y acciones que no encajan con quien somos ahora pero es normal ¡Hemos evolucionado! Es buena señal.

—¿Pero, es real lo que he visto? Quiero decir… ¿La mujer que he visto he sido yo?

—Eso no lo sabemos, nunca lo sabremos a ciencia cierta, no podemos demostrar que hemos sido y vivido las vidas que vemos en regresión. Lo importante de esta técnica es que gracias a esas imágenes que ves y recuerdas de manera consciente, puedes sanar muchos conflictos y están demostrados los casos de verdaderas curaciones emocionales, mentales e incluso físicas. En el dosier tienes apuntados varios libros muy buenos sobre esto.

Lo importante es el resultado.

—Parecía ser muy cruel y fría. Pero también poderosa y fuerte, muy segura de mí.

—Entonces quédate con lo mejor y aplícatelo porque también está en ti esa fuerza y poder. Seguiremos con la regresión a la tarde. Ahora descansa.

Me quedé reflexionando apoyada en la pared del salón. Todavía llovía aunque ya no de manera tan intensa. Pensaba si debía de marcharme o por el contrario quedarme y averiguar más sobre mis supuestas vidas pasadas. Mi mente me decía que me fuera pero algo me hacía continuar allí sentada.

Dos mujeres que estaban al otro lado de la sala y que ya habían terminado sus prácticas se acercaron a mí y se sentaron a mi lado.

Una de ellas tenía el pelo largo y cano recogido con un moño alto atravesado por un palo de madera oscura, era bajita y su espalda era ancha aunque tenía un rostro redondeado y dulce.

—Hola—, me dijo —soy María.

La otra mujer era la misma que había visto en un principio asustada antes de practicar la regresión. Aunque ahora su rostro lucía una relajada sonrisa.

—¿Qué tal? Soy Elvira —se presentó. Me pareció divertido el chándal de rayas verdes y rojas que llevaba, parecía un duende del bosque.

—¿Cómo te ha ido, has podido ver algo? Yo no he pasado del prado verde. Me ha dado miedo entrar en la sala de los espejos, aunque en el prado he visto a mi padre fallecido.

María intervino:

—Pues yo he visto una vida en la edad media. Vivía en Lugo. Yo era enfermera, bueno… no como las enfermeras de ahora, pero curaba las heridas y eso… se me daba bastante bien. Pero… años más adelante he visto una pandemia en esa vida: la peste. Era horrible ver a mi familia cómo morían en mis brazos, llenos de flemas y pústulas y no he podido hacer nada por ellos. Todos mis vecinos, todos, caían como moscas. ¡Menudo panorama! Me sentía
requetemal
por no haber podido ayudarlos mejor. Pasé toda esa vida y morí sintiéndome culpable por estar viva. ¿Tú crees qué cruel fui conmigo misma?

—¿Y de qué sirve ver esas cosas horribles? —pregunté.

—Pues a mí me ha servido para no sentir tanta culpa cuando no puedo ayudar a alguien. Yo trabajo como asistenta social y me cargaba con mucho trabajo y lo peor me lo llevaba a mi casa con mi familia. A veces suceden cosas y no podemos remediarlo, solo hacer lo mejor que podamos en ese momento. ¡Yo he sido muy controladora! Ahora me doy cuenta.

—Y yo — intervino Elvira—. Cuando he visto a mi padre de nuevo, me he sentido muy bien. Necesitaba saber que estaba bien, hubo asuntos familiares difíciles durante la época en la cual murió y siempre he pensado que murió lleno de tristeza. Ahora sé que no fue así. Aunque no es tan espectacular, a mí me ha servido.

Me quedé sin palabras al ver cómo habían llegado a esa conclusión tan profunda sobre sus emociones. Elvira y María parecían compartir, aparte de una amistad, las ganas de aprender. Desprendían jovialidad, alegría y entusiasmo.

—¿Y tú? —me preguntó María.

—Yo era médico.

—¿Y…?

Me di cuenta de lo introvertida que me había vuelto, acostumbrada como estaba de no poder hablar de lo que sentía o percibía, después de tantos años de incomprensión. Ahora, aquellas mujeres desconocidas, se interesaban por mí y por mis sentimientos y no era capaz de abrirme a ellas con naturalidad.

—He visto que vivía en un lugar de Oriente, muy verde al lado de un delta. Era precioso. Y yo era muy guapa y muy alta.

—¡Oh! —exclamó Elvira— Sigue, sigue.

—Era ginecóloga, pero siento que no era buena persona. Experimentaba con indígenas, las hacía sufrir y no me importaba.

Ambas mujeres me miraron con ternura.

—Bueno, pero debes sacar tu propia conclusión. Kahul nos ha explicado que tu alma no te haría ver eso si no fuera importante ahora.

Por mi mente pasó fugazmente la idea del karma que había explicado el maestro,
¿estaba pagando en esta vida las atrocidades que había cometido con esas mujeres?, ¿por eso había perdido a mi hijo?, ¿para saber lo que se sufre?,
me pregunté
.

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