—No del todo. Necesito un maestro de la esgrima. Rapas, aquí presente, se las arregla bastante bien con la espada corta. Veamos qué puedes hacer contra él.
—¿A muerte? —pregunté.
Rapas se rió abiertamente.
—No te he traído aquí para matarte —dijo.
—No, a muerte no, por supuesto —dijo Fal Silvas—. Sólo un corto asalto. Veamos quién araña primero al otro.
No me gustaba la idea. Normalmente no desenvaino mi espada a menos que piense matar, pero me daba cuenta de que estaba representando un papel y de que tendría que hacer muchas cosas que no aprobaba antes de terminar mi misión, así que asentí y esperé a que Rapas desenvainara. Su espada corta surgió relampagueando de la vaina.
—No te haré mucho daño, Vandor. Me caes simpático.
Se lo agradecí, y desenvainé mi propia arma.
Rapas avanzó hacia mí con una sonrisa de confianza en sus labios. En un instante, su arma voló a través de la habitación. Lo había desarmado y estaba a mi merced. Volvió atrás con una sonrisa forzada. Fal Silvas rompió a reír.
—Fue un accidente —dijo—. No estaba listo.
—Lo siento —le dije yo—. Recoge tu arma.
Él así lo hizo y volvió, esta vez abalanzándose sobre mí violentamente. No hubiera sido precisamente un arañazo lo que me habría hecho si su estocada hubiera alcanzado su objetivo. Me hubiera atravesado de parte a parte. Yo paré el golpe y, contraatacando, envié de nuevo su espada volando por los aires hasta golpear con la pared de enfrente. Fal Silvas rió estrepitosamente. Rapas estaba furioso.
—Ya basta —dijo el primero—. Envaina tu espada.
Yo sabía que había convertido a Rapas en mi enemigo; pero ello no me preocupaba demasiado, puesto que, estando sobre aviso, siempre podía cuidarme de él. De cualquier modo, nunca le había tenido confianza.
—¿Estás preparado para entrar a mi servicio inmediatamente? —preguntó Fal Silvas.
—Ya estoy a tu servicio.
Él sonrió.
—Creo que voy a sacar provecho de ti. Rapas quiere ausentarse algún tiempo para atender ciertos negocios suyos. Mientras esté fuera, permanecerás junto a mí como guardaespaldas. El hecho de que seas desconocido en Zodanga puede serme muy valioso —se volvió hacia Rapas—. Ya puedes irte. Rapas. Mientras estés fuera, podrías tomar algunas lecciones de esgrima.
Fal Silvas dijo esto sonriendo, pero Rapas no lo imitó. Parecía muy amargado, y no me dijo adiós cuando abandonó la sala.
—Me temo que has ofendido su dignidad —dijo Fal Silvas cuando la puerta se hubo cerrado tras el asesino.
—No me quita el sueño —contesté— y, de todas formas, no es culpa mía, sino suya.
—¿Qué quieres decir?
—Rapas no es un buen espadachín.
—Se le considera excelente —me aseguró Fal Silvas.
—Me imagino que, como asesino, es más adepto a la daga y al veneno.
—¿Y qué hay de ti?
—Naturalmente, como soldado, prefiero la espada.
Fal Silvas se encogió de hombros.
—No es cuestión que me preocupa. Si prefieres matar a mis enemigos con una espada, usa la espada. Todo lo que yo quiero es que los mates.
—¿Tienes muchos enemigos?
—Hay muchos a los que les gustaría quitarme de en medio. Soy inventor, y están los que roban mis inventos. He tenido que acabar con muchos de éstos. Los suyos sospechan de mí y quieren vengarse, pero hay uno que quiere acabar conmigo más que todos los demás. Es también inventor, y ha contratado a un agente del gremio de asesinos para matarme.
«Este gremio está dirigido por Ur Jan, quien también ha amenazado mi vida por haber empleado para mis trabajos a un asesino ajeno al gremio».
Charlamos durante algún tiempo, y luego Fal Silvas llamó a un esclavo para que me mostrara mis alojamientos.
—Están debajo de los míos —dijo—. Si te llamo, sube inmediatamente. Buenas noches.
El esclavo me condujo a otra habitación en la misma planta, en realidad un pequeño apartamento de tres habitaciones. Estaban amuebladas sin lujo, pero cómodamente.
—¿Necesita algo, señor? —preguntó el esclavo, mientras se volvía para salir.
—Nada —le respondí.
—Mañana se le asignará un esclavo para que le sirva.
Dicho esto, me dejó. Permanecí atento para verificar si cerraba la puerta con llave, pero no lo hizo pese a que no me hubiese sorprendido, así de siniestro y hermético me parecía el lugar.
Me ocupé durante unos momentos en inspeccionarlas. Consistían en una sala de estar, dos pequeños dormitorios y un baño. Una sola puerta comunicaba la sala de estar con el pasillo. Ninguna de las habitaciones tenía ventanas. Suelos y techos estaban provistos de pequeños ventiladores, y las corrientes de aire procedentes de los primeros, indicaban que el apartamento era ventilado mecánicamente. Las habitaciones estaban iluminadas por pequeñas bombillas de radio similares a las utilizadas generalmente en todo Marte.
La sala de estar se hallaba provista de una mesa, un banco, varias sillas y una estantería con algunos libros. Repasando éstos, descubrí que todos eran libros científicos. Había libros de medicina, cirugía, química, mecánica y electricidad.
De vez en cuando, escuché lo que parecían ser ruidos furtivos en el pasillo, pero no curioseé, ya que quería ganarme la confianza de Fal Silvas y los suyos antes de averiguar algo más de lo que ellos deseaban que yo supiera. Además, yo no estaba seguro de querer saber más cosas acerca de Fal Silvas, porque, después de todo, lo que yo había venido a hacer a Zodanga no tenía nada que ver con él.
Yo intentaba minar y, a ser posible, destruir el poder de Ur Jan y su gremio de asesinos, y todo lo que necesitaba era una base desde la cual poder operar. De hecho, resultaba un poco decepcionante que el destino me hubiera conducido junto a los que se oponían a Ur Jan. Yo hubiera preferido y, en realidad, había deseado poder unirme a la organización de Ur Jan, ya que presentía que podría obtener mucho más desde dentro que desde fuera.
Si hubiese podido unirme al gremio, hubiese conocido a sus miembros principales sin tardar mucho, lo cual era, por encima de todo, lo que yo deseaba puesto que me permitiría entregarlos a la justicia, o grabar una cruz sobre sus corazones con la punta de mi propia espada.
Ocupado con estos pensamientos, me disponía a despojarme de mi correaje y a meterme bajo mis ropas de dormir cuando escuché un alboroto que bien podía ser producido por una pelea, y después un golpe como el de un cuerpo al caer al suelo.
El anterior silencio casi sobrenatural de la casa acentuó el efecto de aquellos ruidos, otorgándoles un misterio que, me daba cuenta, podía no guardar proporción con su verdadera importancia. Sonreí al meditar sobre los efectos que el entorno estaba causando en mis nervios, ordinariamente templados, y reemprendí mis preparativos para pasar la noche cuando un estridente alarido resonó en todo el edificio.
Me detuve de nuevo y presté atención, y ahora distinguí claramente el sonido de unos pies corriendo con rapidez. Parecía que se estaba aproximando, y supuse que bajaba por la rampa desde el piso superior a mis habitaciones.
Puede que lo que sucediera en casa de Fal Silvas no fuese asunto mío, pero nunca he oído el grito de una mujer sin investigar, así que me dirigí hacia la puerta y la abrí, y al hacerlo divisé a una chica que corría rápidamente en mi dirección. Llevaba el pelo suelto y sus ojos muy abiertos, asustados, lanzaban frecuentes miradas por encima de sus hombros.
Estaba casi encima de mí cuando me descubrió, y cuando lo hizo se detuvo, con una expresión no sé si de asombro o de terror, luego me esquivó y se abalanzó hacia la puerta abierta de mi sala de estar.
—Cierra la puerta —susurró ella con la voz tensa de la emoción contenida—. ¡No dejes que me atrapen! ¡No dejes que me encuentren!
Nadie parecía estar persiguiendola, pero cerré la puerta como me pedía y me volví hacia ella para pedirle explicaciones.
—¿Qué ocurre? —quise saber—. ¿De quién huyes?
—De él —se estremeció—. ¡Oh, es horrible! ¡Por favor, escóndeme! ¡No permitas que me encuentre!
—¿A quién te refieres? ¿Quién es horrible?
Ella permaneció allí temblando, contemplando la puerta con los ojos a puntos de salírsele de las órbitas, enloquecida de terror.
—Él —musitó ella—. ¿Quién otro podría ser?
—¿Quieres decir…?
Ella se acercó a mí para hablarme, mas luego vaciló.
—Pero, ¿por qué confiar en ti? Eres uno de los suyos. Todos están de acuerdo en este horrible lugar.
Estaba muy cerca de mí, temblando como una hoja.
—¡No puedo soportarlo! ¡No se lo permitiré! —gritó, y con tal rapidez que no pude evitarlo, me arrebató la daga del correaje y la volvió contra sí misma.
Pero entonces fui demasiado rápido para ella, aferrándola por la muñeca antes de que lograra llevar a cabo sus propósitos.
Su fuerza contradecía su apariencia delicada, pero me costó poco trabajo desarmarla. Luego la empujé hacia el banco y la hice sentarse en él.
—Cálmate —le dije—, no tienes nada que temer de mí…, ni de nadie más mientras yo esté contigo. Cuéntame lo que te ha pasado. Dime de qué tienes miedo.
Ella permaneció sentada mirándome a los ojos durante largo rato; comenzó a recuperar el control de sí misma.
—Sí —dijo al fin—, quizás pueda confiar en ti. Tu voz y tu apariencia así me lo hacen sentir…
Coloqué mi mano sobre su hombro, como para tranquilizar a un niño asustado.
—No tengas miedo: cuéntame algo de ti. ¿Cómo te llamas?
—Zanda —contestó ella —. ¿Vives aquí?
—Soy una esclava, una prisionera.
—¿Fuiste tú la que gritaste?
—No, fue otra. Intentó atraparme, pero me zafé de él y tuvo que coger a otra. Pero ya llegará mi turno. A todas nos tocará.
—¿Quién? ¿De quién hablas?
—De Fal Silvas —dijo ella con tono horrorizado, estremeciéndose.
Me senté en el banco junto a ella y le cogí la mano.
—Tranquilízate y cuéntame lo que sepas. Soy un extraño aquí. Acabo de entrar esta misma noche al servicio de Fal Silvas.
—Entonces, ¿no sabes nada de Fal Silvas?
—Sólo que es un rico inventor que teme por su vida.
—Sí, es rico, y es un inventor: pero no es tan gran inventor como ladrón y asesino. Roba sus ideas a otros inventores y luego los hace asesinar para salvaguardar sus robos; quienes averiguan demasiado acerca de sus inventos, mueren.
«Nunca logran abandonar la casa. Siempre tiene un asesino listo para cumplir sus órdenes, a veces aquí, a veces en la ciudad; y siempre teme por su vida.
«Rapas el Ulsio es ahora su asesino, y ambos tienen miedo a Ur Jan, el jefe del gremio de asesinos, porque Ur Jan ha sabido que Rapas mata para Fal Silvas a un precio muy inferior al que cobra el gremio».
—¿Pero cuáles son esos maravillosos inventos en los que trabaja Fal Silvas? —pregunté yo.
—No sé qué hace, pero tiene que ver con una nave. Sería una nave fantástica si no hubiera nacido de la sangre y la traición.
—¿Qué clase de nave?
—Una nave capaz de viajar a través del espacio interplanetario. Dice que dentro de poco viajaremos de planeta en planeta tan fácilmente como hoy viajamos de ciudad en ciudad.
—Muy interesante…, y nada horrible, por lo que puedo ver.
—Pero él trabaja en otras cosas… en cosas horribles. Una de ellas es un cerebro mecánico.
—¿Un cerebro mecánico?
—Sí pero, por supuesto, no puedo explicar cómo funciona. He oído hablar de él a menudo, pero no he entendido nada.
«Dice que la vida…, que todas las cosas son el resultado de acciones mecánicas, no de acciones químicas. Sostiene que toda acción química es mecánica.
«Oh, probablemente no lo esté explicando bien. Todo me parece muy confuso, porque no lo entiendo. Pero, de cualquier modo, está trabajando en un cerebro mecánico, un cerebro capaz de pensar con claridad y lógica, sin ser influido por el medio ambiente ajeno a sus razonamientos, como el juicio humano».
—Me parece una idea un tanto fantástica, pero no puedo ver nada horrible en ella —objeté yo.
—No es la idea lo que es horrible —repuso ella—, sino el método que emplea para perfeccionar su invento. Para poder duplicar el cerebro humano, se ve obligado a estudiarlo. Por esta razón necesita muchos esclavos. Compra algunos, pero hace secuestrar a la mayoría.
Ella comenzó a temblar, y dijo con voz entrecortada:
—No lo sé con certeza, no lo he visto. Pero dicen que sujeta a sus víctimas de forma que no puedan moverse y entonces las despoja del cráneo hasta dejar expuesto el cerebro y así, por medio de rayos capaces de penetrar los tejidos, observa las funciones cerebrales.
—Pero nadie lo soporta mucho tiempo —aventuré yo—, pierden el sentido y mueren con rapidez.
Ella negó con la cabeza.
—No. Ha perfeccionado drogas que inyecta en sus venas para que permanezcan con vida y conscientes mucho tiempo. Durante largas horas les aplica diversos estímulos y estudia sus reacciones. Imagínate, si eres capaz, el sufrimiento de las víctimas.
«Trae muchos esclavos a este lugar, pero no se quedan mucho tiempo. El edificio sólo tiene dos puertas, y ventanas que dan al exterior. Los esclavos que desaparecen no lo hacen por ninguna de las dos puertas. Los vi ayer, mañana se habrán ido a través de la puerta que conduce a la cámara del horror, junto a las habitaciones de Fal Silvas.
«Esta noche Fa] Silvas mandó llamar a dos de nosotros, a otra muchacha y a mí. Se proponía utilizar solamente a una. Siempre examina a una de la pareja y escoge a la que considera el mejor ejemplar, pero su selección no está determinada completamente por motivos científicos. Siempre elige a la más atractiva de las chicas que convoca.
«Nos examinó, y finalmente me eligió. Yo me aterroricé. Intenté escapar. El me persiguió por toda la habitación hasta que acabó por resbalar y caerse; yo abrí la puerta y escapé antes de que pudiera reincorporarse. Luego oí gritar a la otra chica y comprendí que la había cogido a ella, pero solamente he logrado un aplazamiento. Me atrapará: no hay escape posible. Ni tú ni yo abandonaremos jamás este lugar con vida».
—¿Qué te hace creer eso? —inquirí yo.
—Nadie lo hace.
—¿Y qué hay de Rapas? Aparentemente, va y viene según le place.
—Sí, Rapas va y viene. Es el asesino de Fal Silvas. También coopera en el secuestro de nuevas víctimas. Por ello, goza de libertad para abandonar el edificio, También la tienen algunos viejos criados de confianza, en realidad cómplices, cuya vida cuida especialmente Fal Silvas: pero puedes tener la seguridad de que ninguno de ellos sabe mucho de sus inventos. En el momento en que uno obtiene la confianza de Fal Silvas, tiene los días contados.