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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (64 page)

BOOK: Espacio revelación
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Estaba a punto de cometer el peor error de su carrera, y ni siquiera era propiamente un error, puesto que ella no tenía ninguna capacidad de decisión.

—Bueno —dijo el Triunviro Hegazi, señoreando sobre ella desde su asiento—. Espero que esto merezca la pena, Ilia.

También ella lo esperaba… pero lo último que pensaba hacer era compartir alguna de sus inquietudes con Hegazi.

—Tened en cuenta que en cuanto lo hagamos, ya no habrá vuelta atrás —dijo, dirigiéndose a todos los presentes—. Debemos ser conscientes de que podemos provocar una respuesta inmediata del planeta.

—O no —respondió Sylveste—. Te lo he dicho una y mil veces: Cerberus no hará nada que atraiga una atención no deseada hacia sí mismo.

—Entonces será mejor que crucemos los dedos para que tus teorías sean correctas.

—Creo que podemos confiar en el doctor —dijo Sajaki—. Es tan vulnerable como cualquiera de nosotros.

Volyova se sintió apremiada a acabar con todo aquello lo antes posible. Iluminó el holograma, que hasta entonces había sido negro, con una imagen en tiempo real del
Lorean
. La nave destruida no mostraba señales de haber sufrido ningún cambio desde que la encontraron. El casco seguía cubierto de terribles heridas, infligidas (como ahora sabían) inmediatamente después de que Cerberus hubiera atacado y destruido las sondas. Pero las máquinas de Volyova habían estado muy ocupadas en el interior de la nave. En un principio sólo había una pequeña horda de ellas, desovada por el robot que había enviado en busca de las entradas de bitácora de Alicia, pero la horda había crecido con rapidez, consumiendo el metal de la nave para expandirse e interactuar con sus sistemas de autorréplica y rediseño, la mayoría de los cuales habían sido incapaces de reiniciarse tras el ataque de Cerberus. Habían seguido reproduciéndose y, un día después de la primera impregnación, el trabajo en sí había empezado: la transformación del interior y la piel de la nave. Para un observador casual, ninguna de estas actividades habría sido aparente, pero como cualquier tipo de industria producía calor, la capa exterior de la nave averiada se había calentado ligeramente durante los últimos días, revelando la furiosa actividad del interior.

Volyova acarició su brazalete para comprobar que todas las indicaciones eran correctas. Empezaría en un momento. Ya no había nada que pudiera hacer para detener el proceso.

—Dios mío —exclamó Hegazi.

El
Lorean
estaba cambiando, mudando la piel. Secciones enteras del casco exterior se estaban descamando en grandes trozos y la nave se estaba envolviendo en un capullo de fragmentos que se expandían lentamente. Lo que se revelaba debajo seguía teniendo la misma forma que la carcasa, pero era más suave, como la nueva piel de una serpiente. Las transformaciones habían sido bastante fáciles de realizar: el
Lorean
, a diferencia del
Infinito
, no se había resistido a la mano de Volyova con virus replicantes propios. Remodelar el
Infinito
era como intentar tallar el fuego, mientras que remodelar el
Lorean
era como esculpir arcilla con las manos.

El ángulo visual fue cambiando a medida que los restos desprendidos hacían que el
Lorean
girara por completo sobre su largo eje. Los motores Combinados seguían siendo operativos y ahora estaban bajo su control, relegado a su brazalete. Probablemente, su funcionalidad nunca había sido suficiente para impulsar la nave a una velocidad relativista, pero tampoco era eso lo que pretendía. El trayecto que tenía que realizar (el último trayecto que iba a realizar) era insultantemente breve para una nave de esas características. Una nave que ahora estaba prácticamente hueca, pues su volumen interior había sido comprimido en las paredes espesadas del casco cónico. La nave era un enorme dedal puntiagudo, abierto en la base.

—Dan —dijo ella—. Mis máquinas han encontrado el cadáver de Alicia y del resto de la tripulación. La mayoría de los rebeldes se encontraban en sueño frigorífico… pero ni siquiera así sobrevivieron al ataque.

—¿Qué estás diciendo?

—Puedo traerlos al
Infinito
, si lo deseas. Habrá una demora, pues tendremos que enviar una lanzadera a por ellos.

La respuesta de Sylveste fue más rápida de lo que había esperado. Había dado por supuesto que querría meditarlo durante al menos una hora. Sin embargo, se limitó a decir:

—No. Ya no puede haber más demoras. Tenías razón: es muy posible que Cerberus haya percibido toda esta actividad.

—Entonces… ¿los cadáveres?

Cuando habló, fue como si su respuesta fuera el único curso de acción razonable.

—Tendrán que quedarse ahí.

Veintidós

Órbita de Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

Estaba empezando.

Sylveste se sentó ante una luminosa proyección entóptica que ocupaba buena parte del volumen de su camarote. Pascale, medio consumida por las sombras, era una serie de curvas esculturales abstractas que yacían sobre la cama; él estaba sentado con las piernas cruzadas en una esterilla tatami, algo mareado por la deliciosa venganza de los escasos milímetros de vodka destilado en la nave que había bebido unos minutos antes. Tras años de abstinencia forzada, su tolerancia al alcohol era muy baja, algo que en este caso era una ventaja, pues aceleraba el proceso mediante el cual negaba el mundo exterior. El vodka no lograba apagar las voces internas y, de hecho, su retirada sólo servía para crear una cámara de resonancia en la que las voces adoptaban una insistencia adicional. Sobre el clamor se alzaba una en particular. Era una voz que se atrevía a preguntar qué era exactamente lo que esperaba encontrar en Cerberus; qué era aquello que proporcionaría sentido a cualquier tipo de objetivo. Sylveste ignoraba la respuesta… y carecer de respuesta para aquella pregunta era como cuando desciendes por una escalera a oscuras y, justo cuando crees que vas a pisar el suelo, descubres que no has llevado bien la cuenta de los escalones y te invade un súbito e intenso vértigo.

Del mismo modo que un chamán moldea espíritus del aire con sus dedos, Sylveste hizo que el planetario que se proyectaba sobre él cobrara vida. El entóptico era una representación del espacio que había alrededor de Hades: incluía la órbita de Cerberus y, en el límite más alejado, las máquinas humanas que se aproximaban y que ya no quedaban ocultas tras el asteroide. Hades se encontraba en el centro geométrico, ardiendo en un rojo impuro, infectado. Aunque la diminuta estrella de neutrones sólo medía algunos kilómetros de diámetro, dominaba todo aquello que había a su alrededor y su campo gravitacional era un intenso remolino.

Los objetos que se encontraban a doscientos veinte mil kilómetros de la estrella de neutrones daban dos vueltas a su alrededor cada hora. Tras haber investigado detalladamente el testimonio de Alicia, habían descubierto que otra de las sondas de exploración había sido destruida cerca de ese punto, así que Sylveste marcó el radio con una línea roja. Cerberus había acabado con ella en lo que parecía un intento por proteger los secretos de Hades y los suyos propios. ¿Por qué lo habría hecho? Había intentado descifrar este misterio, pero había fracasado. Sin embargo, había descubierto una cosa: en ese lugar no había nada predecible, ni siquiera lógico. Sólo si recordaba estas dos verdades tendría alguna posibilidad allí donde habían fallado las máquinas y su exmujer.

Cerberus orbitaba más lejos, a novecientos mil kilómetros de Hades, en una órbita que daba una vuelta entera a su alrededor cada cuatro horas y seis minutos. La había marcado en frío esmeralda: parecía segura, al menos si no te acercabas demasiado al planeta.

El arma de Volyova (lo que antaño había sido el
Lorean
) se había desplazado mediante su propia energía a una órbita inferior. De momento no había provocado ninguna respuesta por parte de Cerberus, pero Sylveste estaba seguro de que allí abajo había algo que estaba al corriente de su presencia; algo que tenía los ojos puestos en el arma y que estaba esperando a ver qué ocurría.

Hizo que el planetario extendiera su campo de observación hasta que la bordeadora lumínica quedó a la vista. Se encontraba a dos millones de kilómetros de la estrella de neutrones, a seis segundos luz, de modo que estaba dentro del campo de acción de las armas energéticas, aunque éstas tendrían que ser gigantescas para poder apuntar con precisión y destruirla. A esa distancia, ningún arma material podría hacerles daño, excepto un ataque indiscriminado de fuerza bruta realizado por armas relativistas. Eso era algo improbable, pues la lección que les había enseñado el
Lorean
era que el planeta actuaba de forma rápida y discreta, no con un brusco despliegue de potencia de fuego que traicionaría el cauteloso camuflaje de la corteza.

Oh, sí
, pensó…
todo es demasiado predecible. Y ahí está la trampa
.

—Dan —dijo Pascale, que acababa de despertar—. Es muy tarde. Deberías descansar.

—¿Estaba hablando en voz alta?

—Como un demente. —Sus ojos recorrieron nerviosos la habitación, posándose en el mapa entóptico—. ¿Realmente va a suceder? Todo parece tan irreal…

—¿Estás hablando de esto o del Capitán?

—De ambas cosas, supongo. La verdad es que, a estas alturas, resulta imposible separarlos. El uno depende del otro.

Pascale guardó silencio. Sylveste se incorporó, se acercó a la cama y empezó a acariciar su rostro. En su mente se agitaban viejos recuerdos que habían permanecido inalterables durante sus años de encarcelamiento en Resurgam. Ella le devolvió las caricias y, minutos después, estaban haciendo el amor con la eficiencia de aquellos que, ante una situación trascendental, saben que es muy posible que no vuelva a haber otro momento como éste y que, por lo tanto, cada segundo es precioso.

—Los amarantinos han esperado demasiado tiempo —dijo Pascale—. Al igual que ese pobre hombre al que quieren que ayudes. ¿No podríamos olvidarnos de ellos?

—¿Por qué iba a querer hacer eso?

—Porque no me gusta lo que te está haciendo. ¿No tienes la impresión de haber sido arrastrado hasta aquí, Dan? ¿No crees que nada de todo esto ha sido realmente obra tuya?

—Ya es demasiado tarde para dar marcha atrás.

—¡No! No lo es, y lo sabes perfectamente. Dile a Sajaki que dé media vuelta. Si quieres, dile que harás todo lo que puedas por el Capitán, aunque estoy segura de que a estas alturas te tiene tanto miedo que accederá a cualquier cosa que le pidas. Abandona Cerberus/Hades antes de que nos haga lo mismo que a Alicia.

—Ellos no estaban preparados para el ataque, pero nosotros sí… ésa es la diferencia. De hecho, nosotros seremos los primeros en atacar.

—Sea lo que sea lo que esperas encontrar allí, no merece el riesgo que vamos a correr. —Ahora tenía el rostro oculto entre las manos—. ¿No lo entiendes, Dan? Ya has ganado. Ya te has vengado. Ya has conseguido lo que siempre habías querido.

—No es suficiente.

Hacía frío, pero permaneció al lado de su marido mientras éste se sumía en un sueño superficial. Tenía la impresión de que no estaba realmente dormido, y no se equivocaba por completo. Por una noche, los amarantinos no tenían que invadir su mente. Deseaba que Sylveste los olvidara para siempre, aunque sabía que eso nunca había sido una opción… y menos ahora. De hecho, apartarlos de su mente durante tan sólo unas horas requería mas fuerza de la que tenía. Los sueños de Sylveste eran sueños amarantinos. Y cada vez que despertaba, algo que hacía con frecuencia, las paredes que había más allá de la silueta curvada de su esposa cobraban vida, desplegando unas siniestras alas entrelazadas que esperaban…

A lo que estaba a punto de empezar.

—Casi no sentirás nada —dijo Sajaki.

El Triunviro decía la verdad, al menos al principio. Cuando empezó el barrido, lo único que Khouri sintió fue una ligera presión en el casco, que se cerró con rigidez sobre su cuero cabelludo para que los sistemas de exploración pudieran trabajar con la máxima precisión.

Oyó unos chasquidos y unos gemidos débiles, pero eso fue todo; ni siquiera sintió el hormigueo que había esperado.

—Esto no es necesario, Triunviro.

Sajaki estaba ajustando los parámetros del barrido, introduciendo las órdenes en un panel de control grotescamente anticuado. A su alrededor aparecieron muestras representativas de la cabeza de Khouri: rápidas instantáneas de baja resolución.

—En ese caso, no tienes nada que temer, ¿no crees? Nada de nada. Se trata de un procedimiento que debería haber realizado cuando te reclutamos, Khouri. Por supuesto, mi colega se oponía a la idea…

—¿Y por qué ahora? ¿Qué he hecho para que me hagas esto?

—Se acercan tiempos difíciles, Khouri. Necesito confiar por completo en todos y cada uno de los miembros de mi tripulación.

—Pero si me fríes los implantes, no seré de ninguna utilidad.

—¡Oh! No deberías prestar tanta atención a las historias que te cuenta Volyova. Sólo lo hace para que no descubra sus secretos, por si decido que puedo hacer su trabajo tan bien como ella.

Los escáneres mostraron sus implantes: pequeñas islas geométricas que flotaban en la amorfa sopa de estructura neuronal. Cuando Sajaki tecleó nuevas órdenes para ampliar la imagen escaneada de uno de ellos, Khouri sintió un hormigueo en el cuero cabelludo. Diversas capas estructurales se fueron desprendiendo en una serie de ampliaciones vertiginosas que mostraban unas entrañas cada vez más imbricadas… como un satélite espía que observa una ciudad, encuadrando primero los distritos, después las calles y después, los detalles de los edificios. En algún lugar de aquella complejidad, almacenada de forma física, se encontraba la información que daba vida a la simulación de la Mademoiselle.

Había transcurrido largo tiempo desde su última visita, durante la tormenta que azotó la superficie de Resurgam. En aquel entonces, la Mademoiselle le había dicho que se estaba muriendo, que estaba perdiendo la guerra contra Ladrón de Sol. ¿Éste sería ya el vencedor o aquel silencio continuado sólo indicaba que la Mademoiselle seguía centrando todas sus energías en prolongar la guerra? Nagorny se había vuelto loco cuando Ladrón de Sol ocupó su cabeza, pero ella seguía estando cuerda. ¿Eso significaba que aún no había invadido la suya o que había decidido ser más sigiloso? Aunque la inquietaba la idea, quizá había aprendido de los errores que había cometido con su anterior huésped. ¿Cuánto de todo esto averiguaría Sajaki en cuanto realizara el barrido?

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