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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (79 page)

BOOK: Espacio revelación
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—¿Y se supone que eso nos ayudará?

—Créeme: cuando te enfrentas a unos parásitos alienígenas infecciosos, lo más primitivo es siempre lo mejor. —Entonces, casi como si fuera una forma reconocida de puntuación verbal, levantó tranquilamente la pistola de agujas y destripó a una rata que osó avanzar hacia ellas por el pasillo.

—Recuerdo este lugar —dijo Pascale—. Aquí es donde nos trajisteis cuando…

Khouri abrió la puerta, la que estaba marcada con una araña apenas visible.

—Entra y ponte cómoda —dijo—. Y empieza a rezar para que recuerde cómo utiliza Ilia esta cosa.

—¿Dónde se reunirá con nosotras?

—En el exterior —respondió Khouri—. Al menos, lo espero con toda mi alma.

Para entonces ya había cerrado la puerta de la habitación-araña y estaba observando los controles de latón y bronce, deseando que le llegara una chispa de inspiración.

Treinta y tres

Órbita de Cerberus/Hades, 2566

Volyova levantó la pistola mientras se acercaba al Capitán.

Sabía que tenía que llegar a la sala del hangar lo antes posible, que cualquier demora proporcionaría a Ladrón de Sol el tiempo que necesitaba para encontrar la forma de matarla. Pero antes tenía que hacer una cosa. Carecía de lógica, era algo irracional… pero sabía que tenía que hacerlo. Así que descendió las escaleras que conducían al nivel del Capitán y, mientras se adentraba en el frío glacial, sintió que el aliento se solidificaba en su garganta. Allí abajo no había ratas porque hacía demasiado frío, y los criados no podían llegar hasta el Capitán sin correr el riesgo de convertirse en una parte de él, de ser asimilados por la plaga.

—¿Puedes oírme, cabrón? —Ordenó a su brazalete que calentara el cuerpo del Capitán lo suficiente para que se activaran los procesos de pensamiento consciente—. Si es así, préstame atención. La nave ha sido capturada.

—¿Seguimos en la órbita de Arenque Ahumado?

—No… no estamos en la órbita de Arenque Ahumado. La abandonamos hace largo tiempo.

—¿Has dicho que la nave ha sido capturada? —preguntó momentos después—. ¿Por quién?

—Por algo extraño y con unas ambiciones desagradables. La mayoría de los nuestros han muerto: Sajaki, Hegazi y el resto de la tripulación que conociste. Los pocos que quedamos en estos momentos vamos a intentar escapar mientras aún podamos hacerlo. No tengo esperanzas de regresar a bordo jamás… y ésa es la razón por la que puede que lo que estoy a punto de hacer te parezca algo drástico.

Levantó su pistola, dirigiéndola hacia el cascarón agrietado y deforme de la arqueta en la que descansaba el Capitán.

—Voy a permitir que tu cuerpo se caliente, ¿comprendes? Durante las últimas décadas hemos hecho lo imposible por mantenerte frío, pero no ha funcionado, así que es posible que no fuera la solución correcta. Quizá, lo que debemos hacer ahora es permitir que asumas el mando de esta maldita nave del modo que consideres apropiado.

—No creo…

—No me importa lo que creas, Capitán. Voy a hacerlo de todas formas.

Su dedo se tensó sobre el gatillo. Estaba calculando mentalmente en qué medida aumentaría el ritmo de propagación de la plaga a medida que se calentara su cuerpo y las cifras que estaba obteniendo no le parecían creíbles… pero nunca habían pensado en hacer algo así.

—Por favor, Ilia…

—Escucha,
svinoi
—dijo ella—. Puede que funcione y puede que no. Pero si alguna vez te he mostrado mi lealtad y eres capaz de recordarlo, sabrás que lo único que te estoy pidiendo es que hagas lo que puedas por nosotros.

Estaba a punto de disparar, a punto de descargar el arma en la arqueta, pero entonces, algo le hizo dudar.

—Hay una cosa más que debo decirte. Creo saber quién diablos eres… o mejor dicho, en quién diablos te has convertido.

Volyova era consciente de lo seca que tenía la boca y del tiempo que estaba desperdiciando, pero algo le obligó a continuar.

—¿Qué es lo que intentas decirme?

—Visitaste con Sajaki a los Malabaristas de Formas, ¿verdad? Lo sé. La tripulación hablaba de ello bastante a menudo… incluso el propio Sajaki. Sin embargo, nadie ha hablado nunca de qué ocurrió en ese lugar, de qué os hicieron los Malabaristas. Oh, ya sé que corrieron rumores pero sólo eran eso: rumores ideados por Sajaki para que nadie averiguara la verdad.

—No ocurrió nada.

—No es cierto. Lo que ocurrió fue lo siguiente: mataste a Sajaki.

El Capitán respondió divertido, como si la hubiera oído mal.

—¿Yo maté a Sajaki?

—Contabas con la ayuda de los Malabaristas: hiciste que borraran sus patrones neuronales e introdujeran los tuyos en su mente. Te convertiste en él.

Ahora tuvo que contener el aliento, aunque ya casi había terminado.

—No tenías bastante con una existencia; de hecho, puede que para entonces ya sintieras que este cuerpo no iba a durarte demasiado, habiendo tantos virus revoloteando a su alrededor. Por eso colonizaste a tu ayudante. Los Malabaristas hicieron lo que les pediste porque su cultura es tan diferente que son incapaces de comprender el concepto de asesinato. Eso es lo que ocurrió, ¿verdad?

—No…

—Cierra la boca. Ésa es la razón por la que Sajaki nunca quiso que te curaras: para entonces ya se había convertido en ti y no necesitaba curarse. Y ésa es la razón por la que Sajaki pudo mutar mi tratamiento para la plaga: porque poseía todos tus conocimientos. Debería dejarte morir por esto,
svinoi
… aunque la verdad es que ya lo estás, pues lo que queda de Sajaki está redecorando el centro médico.

—¿Sajaki… ha muerto? —Al parecer, no había asimilado la información de las otras muertes.

—¿No lo consideras justo? Ahora estás solo, completamente solo, así que lo único que puedes hacer para proteger tu existencia de Ladrón de Sol es extenderte, permitir que la plaga se propague junto a ti.

—No… por favor.

—¿Mataste a Sajaki, Capitán?

—Todo eso ocurrió… hace tantísimo tiempo… —Algo en su voz indicaba que no lo estaba negando. Volyova disparó a la arqueta y observó cómo los controles que quedaban en el cascarón centelleaban y morían. Segundos después, el frío empezó a disiparse y el hielo que cubría el cascarón empezó a brillar, derritiéndose.

—Me voy —dijo Volyova—. Sólo quería saber la verdad. Supongo que debería desearte buena suerte, Capitán.

Abandonó la sala corriendo, temerosa de lo que podía estar ocurriendo a sus espaldas.

El traje de Sajaki se situó delante de Sylveste cuando iniciaron el descenso por el embudo de la cabeza de puente. Aunque aquel cono invertido y medio enterrado le había parecido diminuto hacía unos minutos, ahora era lo único que podía ver, pues sus pronunciados lados grises bloqueaban el horizonte en todas las direcciones. De vez en cuando, la cabeza de puente se estremecía, obligando a Sylveste a recordar que estaba librando una batalla constante contra las defensas de la corteza de Cerberus y que no debía confiar a ciegas en su protección. Sabía que si fallaba sería consumido en cuestión de horas, pues la herida de la corteza se cerraría y, con ella, su ruta de escape.

—Es necesario rellenar la masa de reacción —dijo el traje.

—¿Qué?

Sajaki habló por primera vez desde que habían abandonado la nave.

—Hemos utilizado una gran cantidad de masa para llegar hasta aquí, Dan. Tenemos que rellenarla antes de entrar en territorio hostil.

—¿Y de dónde vamos a sacarla?

—Mira a tu alrededor. Hay montones de masa de reacción esperando a ser utilizada.

En efecto, no había nada que les impidiera utilizar los recursos de la cabeza de puente. Sylveste permaneció inmóvil mientras Sajaki asumía el control de su traje. Una de las paredes pronunciadas y curvadas surgía amenazadora ante él, repleta de extrusiones y unidades aleatorias de maquinaria. El tamaño del objeto ahora resultaba sobrecogedor, como un gigantesco dique curvado. Sylveste pensó que en algún punto de aquella pared estaban los cadáveres de Alicia y sus compañeros rebeldes…

La sensación de gravedad era suficiente para provocar una fuerte sensación de vértigo, acentuada por el modo en que la cabeza de puente se estrechaba a sus pies, como si fuera un eje infinitamente profundo. Prácticamente un kilómetro más adelante, la mancha en forma de estrella del traje de Sajaki había establecido contacto con el empinado muro del extremo opuesto. Momentos después, Sylveste pisó un estrecho reborde, uno que apenas sobresalía un metro del muro, y de repente se encontró allí, listo para hundirse en la nada que había tras él.

—¿Qué tengo que hacer?

—Nada —respondió Sajaki—. Tu traje sabe exactamente qué hacer. Te sugiero que empieces a confiar en él. Es lo único que te mantiene con vida.

—¿Se supone que eso debe consolarme?

—¿Acaso consideras que el consuelo sería apropiado en estos momentos? Estás a punto de entrar en uno de los entornos más extraños que ha conocido el hombre. Creo que lo último que necesitas es consuelo.

Mientras Sylveste observaba, el pecho de su traje empezó a modelar una trompa que se extendió hasta entrar en contacto con una sección del muro de la cabeza de puente. Segundos después, la trompa empezó a palpitar y aparecieron unas protuberancias que se dirigían hacia el traje.

—Es asqueroso —dijo Sylveste.

—Está digiriendo los elementos pesados de la cabeza de puente —explicó Sajaki—. Ésta se los está proporcionando libremente, pues reconoce al traje como amigo.

—¿Y si nos quedamos sin energía en Cerberus?

—Estarás muerto mucho antes de que la falta de energía suponga un problema para tu traje. Sin embargo, necesita reabastecer la masa de reacción de sus propulsores. Tiene toda la energía que necesita, pero para acelerar requiere átomos.

—No estoy seguro de que esto me guste. Especialmente eso de morir.

—No es demasiado tarde para regresar.

Me está poniendo a prueba
, pensó Sylveste. Por un momento intentó pensar de forma racional… pero sólo por un momento. Estaba asustado, sí; mucho más de lo que recordaba haber estado en su vida, incluso cuando viajó a la Mortaja de Lascaille. Además, al igual que en aquel entonces, sabía que la única forma de superar sus miedos era seguir adelante, enfrentarse a ellos. Cuando el proceso de reabastecimiento se completó, tuvo que hacer un gran esfuerzo para abandonar el reborde y continuar el descenso hacia el vacío circundado por la cabeza de puente.

Cayeron durante largos segundos antes de interrumpir su caída con breves chorros de propulsión. Sajaki empezó a permitir que Sylveste tuviera cierto control de su traje, reduciendo lentamente su autonomía hasta que el hombre pudo controlarlo por sí mismo. La transición fue prácticamente imperceptible. Ahora descendían a un ritmo de treinta metros por segundo aunque tenían la impresión de estar acelerando a medida que las paredes del embudo se iban aproximando. Sajaki se encontraba a unos cientos de metros, pero como su traje carecía de rostro, Sylveste no tenía la impresión de estar acompañado por una presencia humana. Seguía sintiéndose terriblemente solo.
Y con toda la razón
, pensó. Era posible que ninguna criatura inteligente hubiera estado tan cerca de Cerberus desde la última vez que fue visitado por los amarantinos. ¿Qué fantasmas se habrían podrido en este lugar durante los miles de siglos que habían transcurrido desde entonces?

—Nos estamos aproximando al tubo de inserción final —anunció Sajaki.

Las paredes cónicas seguían contrayéndose hasta que su diámetro era de apenas treinta metros y después se zambullían en picado en la oscuridad, hasta más allá de donde el ojo alcanzaba a ver. Sin que Sylveste se lo pidiera, su traje viró hacia la línea intermedia del agujero que se aproximaba hacia él; Sajaki se mantuvo unos metros detrás.

—No podría negarte el honor de ser el primero en entrar —dijo el Triunviro—. Llevas muchísimo tiempo esperando este momento.

Estaban en el eje. Las paredes se iluminaron en rojo al percibir su llegada. La sensación de caída libre era intensa y algo más que enfermiza. Sylveste, que tenía la impresión de haber sido inyectado con una jeringuilla, recordó el día que Calvin, incorporando una cámara en uno de los extremos de un endoscopio, le mostró el avance de la antigua herramienta quirúrgica por uno de sus pacientes y su apresurado paso por una arteria. Pensó en el vuelo nocturno a Cuvier tras ser arrestado en la excavación del obelisco, avanzando a toda velocidad entre cañones hacia su castigo. Se preguntó si habría habido algún momento de su vida en que hubiera estado seguro de qué le esperaba al final de aquellas paredes que se deslizaban junto a él.

Entonces el eje se desvaneció y empezaron a caer en la nada.

Volyova llegó a la sala del hangar y se detuvo en una de las ventanas de observación para comprobar que las lanzaderas realmente estaban allí y que los datos que había visto en su brazalete no habían sido manipulados por Ladrón de Sol. Las naves transatmosféricas se alineaban en sus arneses, como hileras de flechas en el taller de un flechero. Podría poner en marcha una de ellas a través del brazalete, pero eso sería demasiado peligroso: probablemente llamaría la atención de Ladrón de Sol y lo alertaría de sus planes. De momento estaba bastante segura, pues no había entrado en ninguna sección de la nave a la que pudieran acceder los sentidos de aquella criatura… o al menos, eso era lo que esperaba.

No podía entrar sin más en una de las lanzaderas. Las rutas de acceso habituales la llevarían por zonas de la nave que no se atrevía a pisar, por lugares en los que los criados tenían libertad de movimiento y las ratas conserje estaban unidas bioquímicamente a Ladrón de Sol. Sólo tenía un arma, la pistola de agujas, pues le había dejado la otra a Khouri y, aunque no dudaba de su destreza, sabía que existían ciertos límites que sólo podían superarse mediante la técnica y la determinación, sobre todo ahora que la nave había tenido tiempo de sintetizar zánganos armados.

Encontró el camino hasta una esclusa; no conducía al espacio exterior, sino que accedía a la cámara despresurizada del hangar. Las aguas residuales de la sala le llegaban hasta las rodillas y todos los sistemas de iluminación y calefacción habían fallado. Bien. Así no habría ninguna posibilidad de que Ladrón de Sol pudiera vigilarla de forma remota, ni siquiera de que supiera que estaba allí. Volyova abrió un armario y se sintió aliviada al descubrir que el traje liviano que se suponía que contenía seguía presente y que, al parecer, no había sido dañado por la exposición al limo de la nave. Era menos voluminoso que el que Sylveste se había llevado y también menos inteligente, pues carecía de servosistemas y de propulsión integral. Antes de ponérselo, recitó una serie de palabras por su brazalete, preparándolo para que respondiera a las órdenes vocales pronunciadas por su comunicador, no por sus sensores acústicos. Después cogió una mochila de propulsores y observó atentamente sus controles, como si la fuerza de voluntad fuera a permitirle recordar cómo se utilizaban. Entonces, decidiendo que los puntos básicos regresarían a su mente en cuanto los necesitara, guardó con cuidado el arma en el cinturón del equipo externo del traje y abandonó la sala sin hacer ningún ruido. A continuación se dirigió hacia el hangar, utilizando un nivel de propulsión constante para evitar tocar el suelo. No había ninguna sección de la nave que estuviera en caída libre, pues ésta no estaba orbitando alrededor de Cerberus, sino que se mantenía fija en el espacio, ayudada por sus motores.

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