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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (63 page)

BOOK: Espacio revelación
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Sylveste había oído decir que Sajaki había visitado a los Malabaristas de Formas, tal y como él había hecho antes de la misión de las Mortajas. Sólo había una razón para visitar a los Malabaristas y era la siguiente: someterse a sus transformaciones neuronales para abrir la mente a nuevas formas de conciencia no disponibles mediante la ciencia humana. Se decía (se rumoreaba) que las transformaciones de los Malabaristas tenían consecuencias, que era imposible reesculpir la mente humana sin provocar la pérdida de alguna facultad preexistente. En el cerebro humano había un número finito de neuronas y un límite finito en el número de conexiones interneuronales posibles. Los Malabaristas podían modificar esta red, pero no sin destruir las anteriores vías de transmisión; por lo tanto, era muy posible que Sylveste también hubiera perdido algo pero, si así era, era incapaz de determinar qué. En el caso de Sajaki era más obvio: carecía de cierta parte instintiva de la naturaleza humana; sufría una especie de autismo. En sus conversaciones había cierta aridez que sólo era obvia si se le prestaba una correcta atención. En los laboratorios de Calvin de Yellowstone, Sylveste había hablado en cierta ocasión con un sistema informático, antiguo e históricamente preservado, que había sido creado varios siglos antes de la Transiluminación, durante el primer florecimiento de la investigación sobre inteligencia artificial. El sistema pretendía imitar el lenguaje humano natural y en un principio lo hizo, respondiendo a las preguntas introducidas con una comprensión aparente. Sin embargo, la ilusión no duraba demasiado, pues pronto quedaba de manifiesto que la máquina evitaba la conversación y respondía a las preguntas con la ambigüedad de la esfinge. Esta misma sensación de evasión estaba presente en Sajaki, aunque era menos extrema. Además, el Triunviro no hacía ningún esfuerzo por ocultar su indiferencia ante dichos temas; en él no había ningún resquicio sociópata de humanidad superficial.

¿Y por qué debería molestarse en negar su naturaleza? No tenía nada que perder y, a su propio modo, era igual de extraño que cualquier otro miembro de la tripulación.

Cuando fue obvio que no iba a insistir en que le hablara de las razones que lo habían impulsado a venir a Resurgam, Sajaki se dirigió a la nave y le pidió que invocara a Calvin y proyectara su imagen simulada en el nivel del Capitán. La figura sentada apareció casi al instante y, como siempre, sometió a sus interlocutores a una breve pantomima de incremento de percepción, estirándose en su asiento y mirando a su alrededor, sin el menor indicio de interés.

—¿Estáis a punto de empezar? —preguntó—. ¿Estoy a punto de entrar en ti? Esas máquinas que usé en tus ojos eran como un tántalo, Dan. Por primera vez en años recordé todo lo que me estaba perdiendo.

—Me temo que no —respondió Sylveste—. Sólo es un… ¿cómo debería llamarlo? ¿Una excavación exploratoria?

—Entonces, ¿por qué os habéis molestado en invocarme?

—Porque me encuentro en la desafortunada posición de requerir tu consejo. —Mientras hablaba, un par de criados salieron de la oscuridad del fondo del pasillo. Eran voluminosas máquinas que avanzaban sobre surcos y de cuyos torsos brotaba una reluciente masa de manipuladores y sensores especializados. Estaban antisépticamente limpios y muy pulidos, pero parecían tener miles de años, como si acabaran de salir de un museo—. No hay nada en ellos que pueda tocar la plaga —explicó Sylveste—. No hay componentes lo bastante pequeños para que sean invisibles a simple vista; nada que se replique, se autorrepare o cambie de forma. Las máquinas cibernéticas se encuentran a kilómetros de distancia, en la parte superior de la nave, y sólo tienen conexiones ópticas con los zánganos. No usaremos en el Capitán nada que pueda replicarse hasta que le administremos el retrovirus de Volyova.

—Muy bien pensado.

—Pero para el trabajo delicado, tendrás que sujetar el escalpelo —dijo Sajaki.

Sylveste se tocó la frente.

—Mis ojos no son inmunes. Tendrás que ir con mucho cuidado, Cal. Si la plaga los toca…

—Seré más que cuidadoso, créeme. —Desde el cerco monolítico de su asiento, Calvin echó hacia atrás la cabeza y rió como un borracho divertido por sus propias payasadas—. Si tus ojos enferman, no tendré la oportunidad de poner en orden mis asuntos.

—Mientras seas consciente del riesgo.

Los criados se adelantaron para acercarse al ángel destrozado del Capitán. Ya no parecía algo que se había arrastrado con lentitud glacial desde su arqueta, sino algo que había estallado con ferocidad volcánica, sólo para quedar congelado en un destello de luz estroboscópica. Se extendía en todas las direcciones paralelas a la pared y a ambos lados del pasillo, durante decenas de metros. Los brotes que manaban de él eran cilindros gruesos como troncos del color del mercurio pero con la textura de lechada con joyas incrustadas, que centelleaban y brillaban constantemente, indicando una actividad interna sumamente diligente. Más lejos, en su periferia, las ramas se subdividían en una confusión bronquial. En los extremos, la confusión se hacía microscópicamente sutil y se mezclaba por completo con el tejido de su sustrato: la nave. Sus modelos de difracción eran gloriosos, como una membrana de aceite en el agua.

Las máquinas de plata parecieron disolverse en el entorno plateado del Capitán. Se situaron a ambos lados del destruido caparazón de la unidad de sueño frigorífico, a poco más de un metro de su profanado caparazón. Seguía estando frío: si Sylveste hubiera tocado cualquier parte de la arqueta del Capitán, su carne habría permanecido allí y pronto habría sido incorporada a la masa quimérica de la plaga. Antes de iniciar la operación tendrían que calentarlo y, entonces, deberían trabajar deprisa, porque si no la plaga aprovecharía la oportunidad para incrementar su ritmo de transformación. No había otra forma de trabajar con él, porque a la temperatura a la que se encontraba en estos momentos todas las herramientas, excepto las más toscas, eran inoperables.

Las máquinas extendieron unos brazos provistos de sensores; eran exploradores de resonancia magnética que permitían ver en las profundidades de la plaga y diferenciar los estratos mecánicos, quiméricos y orgánicos que antaño habían sido un hombre. Sylveste ordenó a los zánganos que transmitieran a sus ojos lo que veían: un revestimiento teñido de lila superpuesto al Capitán. Sólo con esfuerzo logró distinguir el contorno residual de la larva humana en metamorfosis en que se había convertido. Era como un bosquejo espectral bajo la pintura de un lienzo reciclado. A medida que proseguían los ERM, fueron apareciendo nuevos detalles y la anatomía distorsionada del hombre fue cobrando nitidez, hasta que fue imposible ignorar el horror de aquella escena.

—¿Por dónde vamos… vas a empezar? —preguntó Sylveste, dirigiéndose a Calvin—. ¿Vamos a curar a un hombre o a esterilizar una máquina?

—Ninguna de las dos cosas —respondió Calvin con sequedad—. Vamos a arreglar al Capitán… y me temo que él entra en ambas categorías.

—Tu comprensión es magnífica —dijo Sajaki, apartándose de la fría escena para que los Sylveste pudieran verla bien—. Ya no es una simple cuestión de curarlo… ni siquiera de repararlo. Yo prefiero considerarlo una restauración.

—Calentadlo —dijo Calvin.

—¿Qué?

—Lo que has oído. Quiero que lo calientes. Sólo será de forma temporal, te lo prometo. Tengo que hacerle una biopsia. Volyova restringió sus exámenes a la periferia de la plaga. Fue muy diligente. Lo hizo muy bien y las muestras que consiguió son pruebas muy valiosas del patrón de crecimiento; además, no habría podido crear su retrovirus sin ellas. Sin embargo, ahora tenemos que llegar al núcleo, allí donde todavía hay carne viva. —Sonrió, sin duda alguna disfrutando de la revulsión que centelleaba en el rostro de Sajaki. Quizá, allí había cierta empatia, pensó Sylveste… o al menos, el muñón atrofiado de lo que había sido antaño. Por un instante sintió afinidad por el Triunviro.

—¿Qué es lo que tanto te interesa?

—Sus células, por supuesto. —Calvin toqueteó el floreado brazo de su asiento—. Dicen que la Plaga de Fusión corrompe nuestros implantes, los mezcla con la carne y destruye su maquinaria replicante, pero yo creo que va más allá. Creo que intenta hibridizar, alcanzar cierta armonía entre lo vivo y lo cibernético. Al fin y al cabo, eso es lo que está haciendo con el Capitán: intenta hibridizarlo con su propia cibernética y la nave. Es algo casi benigno, casi artístico, casi intencionado.

—No dirías eso si te encontraras en su lugar —dijo Sajaki.

—Por supuesto que no. Por eso quiero ayudarlo. Y por eso necesito examinar sus células. Quiero saber si la plaga ha tocado su ADN; si ha intentado secuestrar su maquinaria celular.

Sajaki extendió una mano hacia el frío.

—En ese caso, adelante. Tienes permiso para calentarlo, pero sólo durante el tiempo justo. Después quiero que vuelvas a enfriarlo hasta que llegue el momento de operar. Y no quiero que esas muestras abandonen la sala.

Sylveste advirtió que la mano extendida del Triunviro temblaba.

—Todo esto tiene algo que ver con una guerra. —Khouri se encontraba en la habitación-araña—. De eso estoy segura. Se llamaba la Guerra del Amanecer y sucedió hace mucho tiempo. Hace millones de años.

—¿Cómo lo sabes?

—La Mademoiselle me dio lecciones de historia galáctica, para que fuera consciente de lo que estaba en juego. Y funcionó. ¿No puedes aceptar que estar de acuerdo con Sylveste no es buena idea?

—Jamás he creído que lo fuera.

Volyova seguía sintiendo una curiosidad infantil por Cerberus/Hades, incluso ahora que sabía que en su interior había algo peligroso. De hecho, puede que ahora sintiera más. Antes, el misterio había consistido en una presencia de neutrinos anómala, pero ahora había visto la maquinaria alienígena con sus propios ojos, a través de la grabación de Alicia. En algunos aspectos, Volyova estaba tan fascinada por ese lugar como Sylveste. La única diferencia era que con ella aún se podía razonar, que aún mostraba cierta cordura.

—¿Crees que tenemos posibilidades de convencer a Sajaki del peligro?

—No muchas. Le hemos ocultado demasiadas cosas y podría matarnos por eso. Aún me preocupa que intente indagar en tu cerebro. Acaba de repetírmelo hace nada. He podido desviar el tema, pero… —suspiró—. En cualquier caso, Sylveste es quien mueve ahora los hilos. Lo que Sajaki quiera o deje de querer es prácticamente irrelevante.

—Entonces tenemos que llegar a Sylveste.

—No funcionará, Khouri. Ningún tipo de argumento racional le hará cambiar de opinión… y me temo que lo que acabas de contarme no puede considerarse racional.

—Pero tú me crees.

Volyova levantó una mano.

—Lo creo en parte, Khouri… pero no es lo mismo. Yo he presenciado algunas de las cosas que dices comprender, como el incidente con el arma-caché. Y ambas sabemos que unas fuerzas extrañas están implicadas a cierto nivel, de modo que me resulta difícil ignorar por completo tu historia de la Guerra del Amanecer. Sin embargo, aún no tenemos nada parecido a una visión global —hizo una pausa—. Quizá, cuando acabe de analizar esa astilla…

—¿Qué astilla?

—La que Manoukhian te implantó. —Volyova le habló de la astilla que había encontrado en su cabeza durante el reconocimiento médico al que la había sometido tras su reclutamiento—. En aquel entonces asumí que era un trozo de metralla de tus días como soldado, pero me sorprendió que no te lo hubieran retirado los médicos. Supongo que debería haberme dado cuenta de que había algo extraño, pero no parecía ser ningún tipo de implante funcional, sólo un trozo dentado de metal.

—¿Y aún no has descubierto qué es?

—No, yo… —Khouri no tardó en descubrir que le estaba diciendo la verdad. En aquella astilla había muchas más cosas que llamaban la atención: la aleación del metal era bastante inusual, incluso para alguien que había trabajado con aleaciones insólitas. Además, según le explicó Volyova, mostraba lo que parecían extraños defectos de fabricación, aunque puede que sólo fueran tensiones causadas en el metal mucho después—. Sin embargo, estoy a punto de averiguarlo.

—Puede que nos proporcione la información que necesitamos pero, aun así, habrá algo que no cambiará. No puedo hacer la única cosa que nos sacaría de este lío, ¿verdad? No puedo matar a Sylveste.

—No. Pero si los riesgos aumentan, si no nos cabe ninguna duda de que tiene que ser asesinado, creo que tendremos que empezar a efectuar los preparativos pertinentes.

Khouri tardó unos instantes en comprender el verdadero significado de aquellas palabras.

—¿Suicidio?

Volyova asintió con hosquedad.

—Mientras tanto, tengo que hacer todo lo posible por cumplir con los deseos de Sylveste; si no, sólo conseguiré que todos estemos en peligro.

—Creo que todavía no me has comprendido —dijo Khouri—. No te estoy diciendo que todos moriremos si el ataque contra Cerberus fracasa, que es lo que parece que has entendido. Lo que te estoy diciendo es que, aunque el ataque funcione, va a ocurrir algo terrible. Ésa es exactamente la razón por la que la Mademoiselle lo quería muerto.

Volyova selló sus labios y movió la cabeza lentamente, como un padre riñendo a un hijo.

—No puedo iniciar un motín basándome en una vaga premonición.

—Entonces, puede que tenga que empezarlo yo.

—Ten cuidado, Khouri. Ten mucho cuidado. Sajaki es un hombre mucho más peligroso de lo que puedas imaginar. Está esperando cualquier excusa para abrirte la cabeza por la mitad y ver qué hay dentro… y puede que lo haga sin esperar a encontrar una excusa. Y Sylveste es… no sé. Yo me lo pensaría dos veces antes de hacerlo enfadar. Sobre todo ahora que está a punto de conseguir lo que quiere.

—Entonces tenemos que encontrar la forma de llegar a él. A través de Pascale. Se lo contaré todo, si eso sirve para que le haga entrar en razón.

—No te creerá.

—Lo hará si tú me apoyas. Lo harás, ¿verdad? —Khouri miró a Volyova y la Triunviro le devolvió la mirada durante un largo momento. Parecía estar a punto de responder cuando el brazalete empezó a pitar. Echó atrás el puño de la manga y miró la pantalla. Requerían su presencia en la sección superior de la nave.

El puente, como siempre, parecía demasiado grande para las pocas personas que se diseminaban en él.
Es patético
, pensó Volyova. Durante unos instantes consideró la idea de invocar a algunos de sus amados muertos para llenar un poco aquel enorme y redundante espacio y añadir cierto sentido ceremonial a la ocasión, pero eso habría sido degradante y, además, a pesar de lo mucho que había reflexionado sobre este proyecto, no se sentía en absoluto eufórica. Sus recientes discusiones con Khouri habían acabado con cualquier sentimiento positivo que hubiera podido tener. Su recluta tenía razón: realmente estaban asumiendo un riesgo inconcebible con el simple hecho de aproximarse a Cerberus/Hades, pero ella no podía hacer nada para evitarlo. Se estaban arriesgando a que la nave fuera destruida pero, según Khouri, eso sería preferible a que Sylveste lograra acceder a Cerberus. La nave y sus tripulantes podían sobrevivir a eso, pero su buena suerte a corto plazo sólo sería un preludio de algo mucho peor. Aunque lo que Khouri le había contado sobre la Guerra del Amanecer fuera sólo una verdad a medias, sería algo terrible, y no sólo para Resurgam ni para este sistema, sino para el conjunto de la humanidad.

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