Authors: Kerstin Gier
Reprimí un comentario sobre la anticuadas que resultaban en nuestros tiempos esas leyendas urbanas y bostece ostensiblemente.
Xemerius puso las patas en jarras.
—¡Es verdad! —exclamó—. Y no solo deberías estar pendiente de las arañas, sino también de determinadas condes; te lo digo por si tu entusiasmo por los trapitos te lo ha hecho olvidar.
En eso, por desgracia, tenía razón; pero ese día, recién recuperada de mi enfermedad e inmediatamente declarada apta para el baile por los Vigilantes, solo quería una cosa: pensar positivamente. ¿Y qué lugar podía haber más apropiado que el taller de madame Rossini?
Dirigí una mirada severa a Xemerius y deslice la vista por los colgadores repletos. Cada vestido era más bonito que el anterior.
—¿No tendrá por casualidad algo verde? —pregunte esperanzada, pensando en la fiesta de Cynthia y en los disfraces de marciano que Leslie había ideado para nosotras «Solo necesitamos bolsas de basura verdes. Unos limpiadores de pipa, latas de conserva vacías y unas cuantas bolas de porexpán —había dicho—. Con una grapadora y una pistola para pegamento nos convertiremos en un abrir y cerrar de ojos en unos marcianos vintage superguays. En obras de arte moderno, podríamos decir. Y no nos costara ni un penique. »
—¿Verde? Mais oui —dijo madame Rossini—. Cuando todos pensaban aún que la palo de escoba pelirroja viajaría en el tiempo, utilice muchos tonos verdes porque combinaban a la perfección con los cabellos rojos, y naturalmente también con los ojos verdes del joven rebelde.
—Oh. Oh —dijo Xemerius amenazándola con la zarpa—. ¡Zona prohibida, querida, peligro de accidente!
Y tenía razón. Definitivamente, el joven gusano rebelde no formaba parte de la lista de cosas positivas en las que quería pensar. (Aunque, si al final Gideon se dejaba caer por la fiesta con Charlotte, yo no iba a pasearme por allí enfundad en unas bolsas de basura, pensara lo que pensara Leslie sobre lo que es guay y sobre el arte moderno.)
Madame Rossini cepillo mis largos cabellos y me los ato en la coronilla con una goma para el pelo.
—Esta noche, por cierto, también ira de verde, en verde mar oscuro; he estado horas dándole vueltas a la cabeza para elegir la tela de modo que vuestros colores desentonaran. Y al final he vuelto a comprobar todo otra vez a la luz de las velas. Absolument onirique. Juntos pareciese el rey y la reina de los mares.
—Absolinmong —grazno Xemerius—. Y si no os Moris antes, tendréis muchos principios y princesitas de los mares.
Suspire. ¿No debería estar en casa vigilando a Charlotte? Peo Xemerius no quiso renunciar de ningún modo a acompañarme a Temple y de alguna manera aquello también era un detalle por su parte. Xemerius sabía muy bien que ese baile me daba miedo.
Madame Rossini arrugo la frente, concentrada, mientras me dividía el cabello en tres tiras y formaba con ellas una trenza, que fijo luego con un moño de alfileres.
—¿Verde, dices? Déjame que piense. Tenemos pog ejemplo, un vestido de montar para finales del siglo XVIII de terciopelo verde, y demás (¡oh! Ese me quedo superbe) un traje de noche de 1922, seda verde Nilo con sombgego a juego y de bogso, trés chic. Y también copié algunos vestidos de Balenciaga que llevo Grace Kelly en los sesenta. La joya de la corona es un vestido de baile del color de las hojas del rosal. También te sentaría de maravilla.
Levante la peluca con cuidado. Blanco nieve y adornado con cintas azules, y flores de brocado. Me recordaba un poco a un pastel de boda de varios pisos. Incluso despedía una aroma a vainilla y naranjas. Habitualmente, madame Rossini me encasqueto el pastel sobre el nido de pájaros de mi coronilla, y cuando volví a mirarme en el espejo, apenas pude reconocerme a mí misma.
—Ahora parezco una mezcla de María Antonieta y mi abuela —dije. Y con estas cejas oscuras, también tengo un punto de pirata Barbanegra disfrazada de mujer.
—Tonterías —me contradijo madame Rossini mientras fijaba la peluca con unas horquillas enormes, las cuales parecían pequeños puñales, con esas piedras de vidrio brillantes en el extremo que centellaban como estrellas azules en la estructura rizada—. Es una cuestión de contrastes, cuellecito de cisne, los contrastes son lo más importante. —Señalo la caja de maquillaje abierta que se encontraba sobre la cómoda—. Y ahora añadimos el make-up (los smokey eyes también estaban muy en vogue en el siglo XVIII a la luz de las velas), un toque de polvos, et parfaitement! ¡Una vez más serás la más hermosa de la fiesta!
Lo que naturalmente ella no podía saber ya que nunca había estado presente para verlo.
—¡E s usted tan cariñosa conmigo, madama Rossini! —Le sonreí—. ¡Y usted es la mejor! Deberían concederle un Oscar al mejor vestuario.
—Lo sé —dijo madame Rossini modestamente.
—¡Lo importante es que entres con la cabeza por delante y luego salgas con la cabeza por delante, tocinito de cielo!
Madame Rossini me acompaño hasta la limosina y me ayudo a subir al coche. Me sentía un poco como Margue Simpson, solo que mi torre de pero era blanca y no azul y, por suerte, el techo del coche era bastante alto.
—Paree increíble que una persona tan delgada pueda necesitar tanto espacio —dijo míster George sonriendo cuando por fin conseguí extender ordenadamente mi falda sobre el asiento.
—Sí, ¿verdad? Para andar con estos vestidos se debería solicitar un código postal propio.
Para despedirse, madame Rossini me lanzo un gracioso besito con la mano. ¡Esa mujer era realmente un encanto! En su presencia siempre me olvidaba por completo de a horrorosa que era mi vida en realidad.
El coche arranco y en el mismo instante la puerta del cuartel general de los Vigilantes e abrió de golpe y Giordano salió disparado del edificio. Es cejas afeitadas estaban en posición vertical y bajo su bronceado artificial debía estar pálido como un muerto. Su boca morcillón se abrí y se cerraba sin parar, lo que le daba un aspecto de pez abisal amenazado de muerte. Afortunadamente, no pude oír lo que le decía a madame Rossini, pero podía imaginarme. «Un desastre de muchacha. Ni idea de historia ni de bailar el minué. Hará que nos avergoncemos con su falta de juicio. Una vergüenza para la humanidad.»
Madame Rossini le dirigió una sonrisa almibarada y le dijo algo que le hizo cerrar bruscamente su boca de pez. Por desgracia, los perdí de vista cuando el conductor giro para entrar en el callejón que conducía a Strand.
Sonriendo, me recline en el asiento, pero durante el viaje mi optimista estado de ánimo se diluyo rápidamente y me fui sintiendo cada vez más nerviosa y asustada. Todo me daba miedo: la incertidumbre sobre lo que podía pasar, la presencia de tantas personas, las miradas, las preguntas, el baile y, sobre todo, naturalmente, mi nuevo encuentro con el conde. Esa noche sin ir más lejos esos miedos me habían perseguido en sueños, de modo que ya podía darme por satisfecha por haber soñado unas historias particularmente embrolladas: había tropezado con mi propia falda y había caído rodando por unas enormes escaleras para aterrizar directamente ante los pies del conde de Saint German, —sin tocarme— e había ayudado a levantarme sujetándome por la garganta. Mientras lo hacía gritaba extrañamente con la voz de Charlotte: «Eres una vergüenza para toda la familia». Y junto a él estaba míster Marley, que sostenía en alto la mochila de Leslie y decía en tono de reproche: «Solo queda una libra veinte en la Oystercard».
«Qué injusto. ¡Si acabada de hacer un ingreso!», me había dicho Leslie por la mañana, partiéndose de risa cuando le esplique mi sueño en la clase de geografía.
Aunque la verdad es que tampoco había que ir muy lejos para saber de dónde venía aquello: el día anterior le habían robado la mochila después de salir de la escuela, justo en el momento en que iba a subir al autobús. Se la había arrancado brutalmente de la espalda un hombre joven que según Leslie podía correr todavía más rápido que Dwain Chambers.
A esas altura ya estábamos bastantes escaldadas por lo que hacía a los Vigilantes. Y tampoco esperábamos otra cosa de Charlotte, que sin duda se ocultaba (indirectamente) detrás de aquello. Aunque así y todo encontramos el método… digamos… un poco burdo. Pero, por si aún nos faltaba una prueba, esta nos la proporciono el hecho de que la mujer que estaba junto a Leslie llevaba un bolso de Hermés. Quiero decir que, con la mano en el corazón, ¿a qué ladrón, por poco bueno que sea, se le va ocurrir robar una mochila destrozada en lugar de un Hermés.?
Según Xemerius, el día anterior Charlotte había registrado mi habitación en busca del cronógrafo en cuanto yo salí de asa y no dejo ni un rincón por resolver. Incluso miro debajo de la almohada (un escondite francamente original). Al final, después de una meticulosa inspección de mi armario, descubrió la placa de cartón enyesado suelta y repto hasta el trastero sin una sonrisa triunfal dibujada en el rostro(en palabras de Xemerius), sin que la presencia de la hermana de mi pequeña amiga la araña (también en palabras de Xemerius) la intimidara lo más mínimo. Y tampoco tuvo ningún reparo en hundir las manos en las tripas del cocodrilo.
Bueno. Si lo hubiera hecho un día antes aun le habría servido de algo, pero, como decía siempre lady Arista, la vida castiga a los que llegan tarde. De modo que después de salir gateando, frustrada, de mi armario Charlotte apunto hacia Leslie, lo que le costó la mochila a mi amiga. El resultado era que los Vigilantes se encontraban en posesión de una Oystercard recién recargada, una carpetita, un lipgloss tono cherry y unos libros de la biblioteca sobre la expansión del delta del Ganges oriental, pero de ninguno otra cosa.
Ni siquiera Charlotte, por más que lo había intentado, consiguió disimular el todo la derrota tras la habitual pose arrogante con que esa mañana se presentó a desayunar. Lady Arista, en cambio, tuvo al menos la grandeza de reconocer su error.
—El arca está de nuevo de camino a casa —explico fríamente—. Por lo que se ve, Charlotte tiene los nervios un poco alterados, tengo que admitir que me equivoque al conceder crédito a sus supo iones. Y ahora deberíamos dar este asunto por zanjado y cambiar de tema.
Aquello (en todo caso para lo que podía esperarse de lady Arista) era una disculpa en toda regla. Mientras Charlotte escuchaba esas palabras con el cuerpo en tensión y la mirada fija en el plato, los demás intercambiamos miradas cómplices y a continuación nos concentramos obedientemente en el único otro tema que se nos había ocurrido así de repente: el tiempo.
Solo tía Glenda, a la que le habían salido en el cuello unas manchas de un rojo intenso, se resistió dejar que Charlotte cargara con las culpas.
—Más bien deberías agradecerle que siempre se sienta responsable y esté atenta a todo, en lugar de hacerles reproches —no pudo evitar soltar—. ¿Cómo es esa frase bonita? La flor del agradecimiento no dura más que un momento. Estoy convencida de que…
Pero no llegamos a saber de qué está convencida la tía Glenda, porque lady Arista le dijo con voz gélida:
—Si no quieres cambiar de tema, Glenda, naturalmente eres libre de abandonar la mes.
Lo que efectivamente hizo tía Glenda, acompañada de Charlotte, tras asegurar que ya no tenía hambre.
—¿Todo va bien? —Míster George, que estaba sentado frente a mí (en realidad más bien oblicuamente frente a mi porque mi falda era tan ancha que ocupaba la mitad del coche) y hasta ese momento no había querido distraerme de mis pensamientos, me sonreía—. ¿Te ha dado el doctor White algo contra el pánico escénico?
Sacudí la cabeza.
—No —dije—. Me daba demasiado miedo pensar que podía empezar a ver doble en el siglo XVIII —O algo peor, pero eso sería mejor que me lo callara; porque en el soirée del último domingo, en la que solo había podido conservar la calma gracias al ponche de lady Brompton, ese mismo ponche me había llevado a cantar ante un montón de invitados perplejos «Memory» de Cats unos doscientos años antes de que Andrew Lloyd Webber la hubiera compuesto, y además había estado conversando ante todo el mundo con un fantasma, lo que seguro que no me habría ocurrido si hubiera estado sobria.
Habría confiado en que podría estar al menos unos minutos a solas con el doctor White para preguntarle por qué me había ayudado, pero solo había tenido ocasión de verlo cuando me había examinado en presencia de Falk de Villiers y, para alegría general, me había declarado curada. Y luego, cuando, al despedirme, le había hecho un guiño cómplice, se había limitado arrugar la frente y preguntarme si se me había metido algo en el ojo. Suspire al recordarlo.
—No te preocupes —dijo míster George compasivamente—. Dentro de poco estarás otra vez aquí; piensa que antes de la cena ya lo abras dejado todo atrás.
—Pero hasta entonces puedo hacer un montón de cosas mal, o incluso desencadenar una crisis de alcance mundial. Pregúntele a Giordano. Una sonrisa equivocada, una reverencia equivocada, una información equivocada, ¡y puf! El siglo XVIII en llamas.
Míster George rió.
—Bah, Giordano solo esta celoso. ¡Mataría por viajar en el tiempo!
Acaricie la suave seda de mi falda y seguí las líneas bordadas con las puntas de los dedos.
—En serio, sigo sin entender por qué es tan importante ese baile. La verdad es que aún no sé qué voy a buscar ahí en realidad.
—¿Quieres decir aparte de bailar y divertirte y disfrutar del privilegio de poder ver con tus propios ojos a la famosa duquesa de Devonshire? —Al ver que no le devolvía la sonrisa, míster George se puso serio de repente, se sacó el pañuelo del bolsillo del pecho y se secó la frente dándose unos toquecitos—. ¡Ay querida! Este baile es excepcionalmente importante porque en el transcurso del mismo debe revelarse quién es el traidor entre las filas de los Vigilantes que transmite información a la Alianza Florentina. Gracias a vuestra presencia, el conde confía en hacer salir a la luz tanto a lord Alastair como al traidor.
Bueno, al menos eso era un poco más específico que lo de Anna Karenina.
—De modo que, mirándolo bien, nosotros dos somos un cebo. —Arrugue la frente—. Pero… ¿no deberían saber hace tiempo si el plan ha funcionado? ¿Y quién es el traidor? De hecho, todo esto paso hace a doscientos treinta años.
—Sí y no —replico míster George—. Por alguna razón, los informes de los Anales de esos días y semanas son extremadamente confusos. Además, falta toda un parte. Aunque se habla varias veces del traidor, que ocupaba un cargo importante y fue apartado de sus funciones, su nombre no se menciona. Y cuatro semanas después se dice lapidariamente en una frase subordinada que nadie rindió los últimos honores al traidor, dado que no lo merecía.