Authors: Kerstin Gier
—Un libro. Sí, tal vez —dijo Lucas mientras mordía una galleta con aire pensativo. Había tratado de encender un cigarrillo tres veces, pero en cada ocasión se lo había arrancado de la mano. No quería volver a oler a humo de cigarrillos cuando saltara de vuelta—. Eso de las coordenadas cifradas tiene sentido; me gusta, sí, y va conmigo. Siempre he tenido debilidad por estas cosas. Pero ¿cómo podían saber Lucy y Paul lo de ese código en el… en el libro de caballerías amarillo?
—El Caballero Verde, abuelo —dije pacientemente—. El libro estaba en tu biblioteca y la hoja con el código estaba colocada entre las páginas. Tal vez Lucy y Paul la pusieran allí.
—Pero eso no tiene lógica. Si desaparecen en el pasado, en 1994, ¿por qué años más tarde hago emparedar una arca en mi propia casa? —Se detuvo y se inclinó sobre los libros—. ¡Creo que voy a volverme loco! ¿Conoces la sensación de tener la solución al alcance de la mano y no poder atraparla? Estaría bien que también se pudiera viajar al futuro con el cronógrafo; así podrías entrevistarme directamente…
De pronto se me ocurrió una idea, y era una idea tan buena que estuve a punto de darme a mí misma unas palmaditas en el hombro. Pensé en lo que me había explicado el abuelo la última vez. Según él, Lucy y Paul, como se aburrían al elapsar, habían saltado más atrás en el tiempo y habían vivido experiencias tan excitantes como la representación original de una obra de Shakespeare.
—¡Ya lo tengo! —grité, y me puse a bailar de alegría.
Mi abuelo arrugó la frente.
—¿Qué es exactamente lo que tienes? —me preguntó desconcertado.
—¿Y si me enviaras más lejos en el pasado con vuestro cronógrafo? —solté entusiasmada—. Entonces podría encontrarme con Lucy y Paul y preguntárselo directamente.
Lucas levantó la cabeza.
—¿Y cuándo te encontrarías con ellos? No tenemos ni idea de en qué época se ocultan.
—No, pero sí que sabemos, por ejemplo, cuándo os visitaron aquí. Si yo sencillamente llegara en ese momento, podríamos conversar y juntos…
Mi abuelo me interrumpió.
—En sus visitas aquí en los años 1948 y 1949 desde los años 1992 y 1993 —con cada año que nombraba, el abuelo daba un golpecito sobre nuestras hojas y recorría con el índice la trayectoria de diversas flechas— Lucy y Paul aún no sabían lo bastante, y todo lo que sabían me lo dijeron. No, en caso de que lo hiciéramos, tendrías que encontrarte con ellos después de que hubieran huido con el cronógrafo. —De nuevo golpeó enérgicamente las notas con el dedo—. Eso tendría sentido, lo demás solo contribuiría a añadir más confusión.
—Bueno, entonces… puedo viajar al año 1912, al sitio donde me encontré una vez con ellos, en casa de lady Tilney, en Eaton Place.
—Sería una posibilidad, sí, pero temporalmente no funcionaría… —Lucas dirigió una mirada sombría al reloj de pared—. Tú ni siquiera estabas segura de la fecha, por no hablar de la hora. Y no hay que olvidar que antes tendríamos que registrar tu sangre en el cronógrafo, porque si no, no podrías viajar en él. —Volvió a mesarse los cabellos—. Y, además, tendrías que llegar completamente sola desde aquí hasta Belgravia, y probablemente en 1912 eso no sea tan sencillo… ah, y también necesitaríamos un vestido… No, en tan poco tiempo, por mucho que queramos, es imposible hacerlo. Tenemos que pensar en otra cosa. Tengo la solución en la punta de la lengua… solo necesito un poco más de tiempo para reflexionar… además de un cigarrillo.
Sacudí la cabeza. No, no me rendiría tan deprisa. Sabía que la idea era buena.
—También podríamos llevar el cronógrafo en esta época hasta delante de la casa de lady Tilney, y yo saltaría directamente allí. Esto ahorraría un montón de tiempo, ¿no? Y en lo que al vestido refiere… ¿Por qué me miras así?
Lucas había abierto los ojos de par en par.
—¡Oh, Dios mío! —susurró—. ¡Es eso!
—¿El qué?
—¡El cronógrafo! ¡Nieta, eres un genio!
Lucas dio la vuelta a la mesa y me abrazó.
—¿Un genio? —repetí.
Ahora era mi abuelo el que se puso a dar saltitos de alegría por la habitación.
—¡Sí! Y yo también —continuó—. Los dos somos unos genios, porque ahora sabemos qué hay escondido dentro del arca.
Bueno, la verdad es que yo no lo sabía.
—Ah, ¿sí? —dije.
—¡El cronógrafo! —gritó Lucas.
—¿El cronógrafo? —repetí.
—¡Es perfectamente lógico! Sin que importe la época en que Lucy y Paul se lo llevaron, de alguna manera debió de encontrar de nuevo el camino de vuelta hasta mí, y después yo lo escondí. ¡Para ti! En mi propia casa. No es especialmente original, ¡pero es tan lógico!
—¿Eso crees?
Lo miré indecisa. Aquello me parecía un poco cogido por los pelos, pero definitivamente la lógica nunca había sido mi fuerte.
—Confía en mí, nieta, ¡sencillamente lo sé! —En entusiasmo que se reflejaba en su rostro desapareció bruscamente para dar paso a una expresión reconcentrada—. Claro que esto abre un abanico de posibilidades totalmente nuevas —dijo arrugando la frente—. Ahora solo debemos… solo debemos reflexionar a fondo sobre esto. —De nuevo echó una ojeada la reloj de la pared—. Sencillamente necesitamos más tiempo, maldita sea.
—Puedo intentar que me envíen otra vez al año 1956 cuando tenga que volver a elapsar —dije—. Pero mañana por la tarde no podrá ser, porque tengo que ir al baile y encontrarme con el conde.
Al recordarlo se me encogió el corazón, y no solamente por Gideon.
—¡No, no, no! —gritó Lucas—. ¡De ninguna manera! Tenemos que haber dado un paso adelante antes de que te presentes de nuevo ante el conde. —Se rascó la frente—. Piensa, piensa, piensa.
—¿No ves que ya me sale humo de las orejas? Desde hace ya una hora no hago nada más que pensar —le aseguré, pero era evidente que solo hablaba consigo mismo.
—Lo primero que debemos hacer es registrar tu sangre en el cronógrafo. En el año 2011 no conseguirías hacerlo sin ayuda, es demasiado complicado. Y luego tendré que explicarte cómo se usa el cronógrafo. —Una nueva mirada inquieta al reloj—. Si llamo ahora mismo a nuestro doctor, podría estar aquí en media hora, de modo que si tenemos suerte y lo encontramos en casa… El problema estará en explicarle por qué debe sacarle sangre de una forma totalmente oficial, para investigaciones científicas, pero tú estás aquí de incógnito y así debe seguir siendo, porque si no…
—Espera un momento —le interrumpí—. ¿No podríamos hacer lo de la sangre nosotros mismos?
Lucas me miró desconcertado.
—Bueno, yo tengo una formación muy amplia, pero las jeringuillas no son precisamente mi especialidad. Para ser sincero, ni siquiera puedo ver la sangre. Siempre siento como una debilidad en el estómago y…
—Puedo sacarme sangre yo misma —dije.
—¿En serio? —Me contempló estupefacto—. ¿En tu época enseñan a manejar jeringas en las escuelas?
—No, abuelo, no lo aprendemos en la escuela —repliqué con impaciencia—. Pero aprendemos que la sangre fluye si te cortas con un cuchillo. ¿Tienes uno?
Lucas dudó un momento.
—Bueno… yo… la verdad, no estoy seguro de que sea una buena idea.
—Está bien, yo tengo uno.
Abrí la cartera y saqué el estuche para las gafas en el que Leslie había escondido el cuchillo japonés para verduras, por si me atacaban en uno de mis viajes en el tiempo y necesitaba un arma. Mi abuelo abrió los ojos de par en par cuando abrí el estuche.
—Antes de que lo preguntes, no forma parte del kit de los escolares en el año 2011 —dije.
Lucas tragó saliva y se puso rígido.
—De acuerdo —dijo—. Entonces iremos a la Sala del Dragón, dando antes un pequeño rodeo para recoger una pipeta del laboratorio del doctor. —Echó una ojeada a los infolios que había sobre la mesa y se colocó uno bajo el brazo—. También nos llevaremos esto. Y las galletas. ¡Para mis nervios! No te olvides de la cartera.
—¿Y qué vamos a hacer en la Sala del Dragón?
Volví a tirar el estuche dentro de la cartera y me levanté.
—Allí está el cronógrafo. —Lucas cerró la puerta después de que pasara y se detuvo en el pasillo para escuchar. No se oía ningún ruido—. En caso de que nos encontremos a alguien, diremos que te he traído para visitar la casa, ¿está claro, prima Hazel?
Asentí con la cabeza.
—¿Tenéis el cronógrafo tirado por ahí? ¿Y no os preocupa? En nuestra época lo guardan en una caja fuerte en el sótano, por miedo a los ladrones.
—Naturalmente el arca está cerrada —dijo Lucas, tirando de mí escaleras abajo—, pero la verdad es que no nos dan miedo los ladrones. Y en estos momentos tampoco hay viajeros del tiempo entre nosotros que puedan utilizarlo. El asunto solo se puso emocionante cuando Lucy y Paul vinieron a elapsar aquí, pero ya hace años de eso. Por esa razón en la actualidad no puede decirse precisamente que los Vigilantes tengan centrada su atención en el cronógrafo, por fortuna para nosotros diría yo.
De hecho, el edificio parecía desierto, aunque Lucas me aseguró entre susurros que siempre se quedaba alguien de guardia. Miré con añoranza por la ventana hacía el tibio atardecer de verano. Qué lástima que no pudiera salir y conocer un poco mejor el año 1956. Lucas percibió mi mirada y dijo sonriendo:
—Créeme, a mí también me gustaría mucho más ir contigo a algún sitio y fumarme un cigarrillo tranquilamente, pero tenemos cosas que hacer.
—Lo de fumar sería mejor que fueras pensando en dejarlo, abuelo. Es muy malo para la salud, ¿sabes? Y por favor, aféitate el bigote, no te pega nada.
—Chist —susurró Lucas—. Si alguien oyera que me llamas abuelito, no sé qué explicación daríamos.
Pero no encontramos a nadie por el camino, y cuando unos minutos más tarde entramos en la Sala del Dragón, aún pudimos ver el sol del atardecer brillando sobre el Támesis tras los jardines y los muros. Igual que en mi época, me quedé fascinada contemplando la impresionante belleza de la sala, con sus proporciones majestuosas, sus gruesas ventanas y sus artísticos artesonados pintados, y como siempre eché la cabeza hacia atrás para admirar el enorme dragón tallado que se arrastraba por el techo entre las imponentes arañas y parecía que iba a salir volando en cualquier momento.
Lucas echó el cerrojo. Parecía mucho más nervioso que yo, y vi que sus manos temblaban mientras sacaba el cronógrafo de su arca y lo colocaba sobre la mesa en medio de la sala.
—En la época en que lo hice con Lucy y Paul, fue una aventura fabulosa. Nos divertimos tanto… —dijo.
Pensé en Lucy y Paul y asentí: aunque solo los había visto una vez en casa de lady Tilney, podía imaginar lo que quería decir mi abuelo. Estúpidamente, en ese instante pensé en Gideon. ¿La emoción que parecía haber sentido con nuestras aventuras también era fingida? ¿O solo lo que me quería?
Rápidamente me concentré de nuevo en el cuchillo para verduras japonés y en lo que iba a hacer con él a continuación. Y el caso es que la maniobra de distracción funcionó hasta cierto punto. Al menos no volví a romper a llorar.
Mi abuelo se secó las palmas de las manos en los pantalones.
—Ahora empiezo a encontrarme un poco viejo para estas aventuras —dijo.
Mi mirada se deslizó hacia el cronógrafo. Para mí era exactamente igual que el cronógrafo con el que había viajado hasta allí: un aparato complicado lleno de trampillas, palancas, cajoncitos, ruedecitas y botones, decorando por todas partes con miniaturas.
—Podrías contradecirme —dijo Lucas un poco ofendido—, diciendo, por ejemplo: «¡Pero si eres jovencísimo para empezar a sentirte viejo!».
—Oh, sí, claro que lo eres. Aunque el bigote te hace parecer mucho más mayor.
—Respetable y serio —dice Arista.
Me limité a enarcar las cejas significativamente, y mi joven abuelo se inclinó refunfuñando sobre el cronógrafo.
—Fíjate bien. Con estas diez ruedecitas de aquí se ajusta el año. Y antes de que me preguntes por qué se necesitan tantas casillas para eso, te diré que se escriben en números romanos; espero que los domines.
—Eso creo.
Cogí un cuaderno de anillas y un bolígrafo de la cartera. Era imposible que pudiera asimilar toda esa información si no tomaba notas al mismo tiempo.
—Y de ese modo fijas el mes. —Lucas señaló otra rueda dentada—. Pero, cuidado, por alguna razón solo en este paso únicamente hay que proceder siguiendo el antiguo sistema del calendario celta; el uno designa a noviembre, y octubre lleva, por tanto, el número doce.
Puse los ojos en blanco. ¡Típico de los Vigilantes! Hacía tiempo que sospechaba que complicaban tanto las cosas sencillas para dárselas de importantes. Pero apreté los dientes y al cabo de unos veinte minutos me di cuenta de que tampoco había que ser un genio para aprender todo aquello una vez se había comprendido el sistema.
—No te preocupes, ya lo he captado —interrumpí a mi abuelo cuando ya iba a empezar otra vez desde el principio, y cerré mi libreta—. Ahora tenemos que registrar mi sangre. Y luego… ¿qué hora es, por cierto?
—Es importante que no cometas ni el más mínimo error en el ajuste. —Lucas miraba fijamente el cuchillo japonés, que yo había vuelto a sacar del estuche—. Si no, vete a saber dónde… cuándo aterrizarías. Y lo que es peor aún, no tendrías ningún control sobre cuándo saltas de vuelta. Oh, Dios mío, este cuchillo tiene un aspecto terrible. ¿De verdad quieres hacerlo?
—Naturalmente. —Me subí la manga—. Lo único que no tengo claro es dónde sería mejor cortar. Una herida en la mano llamaría la atención cuando salte de vuelta, y además de un dedo solo saldrían unas gotitas.
—No si te cercenas la punta del dedo —dijo Lucas estremeciéndose—. Eso te hace sangrar como un cerdo; yo mismo lo probé una vez…
—Creo que elegiré el antebrazo. ¿Preparado?
De algún modo era divertido ver que Lucas tenía mucho más miedo que yo. Mi abuelo tragó saliva con esfuerzo y agarró con las dos manos la taza de té floreada que debía recoger la sangre.
—¿Por ahí no pasa una arteria principal? Oh, Dios mío, me tiemblan las rodillas. Al final te desangrarás aquí, en el año 1956, por culpa de la irresponsabilidad de tu propio abuelo.
—Es una arteria gruesa, pero hay que cortarla longitudinalmente para desangrarse. Lo leí no sé dónde. Parece que muchas suicidas se equivocan con eso, y luego los salvan a todos y ya saben para la próxima vez cuál es la forma correcta de hacerlo.
—¡Por el amor de Dios! —gritó Lucas.