Authors: Kerstin Gier
—¿Dónde? ¿En el planeta Romulus? Muy bien, si tú lo dices… —Levanté el cronógrafo y lo coloqué en el armario encima del arca, me arrodillé delante y metí el dedo en el compartimento bajo el rubí—. Dentro de una hora y media volveré a estar aquí. Y tú mientras tanto podrías controlar la tarántula.
Agité la linterna de Nick en el aire para despedirme e inspiré hondo.
Xemerius se colocó dramáticamente la mano en el pecho.
—¿Quieres marcharte ya? El día aún queda lejos…
—Cierra el pico, Julieta —dije, y apreté con fuerza el dedo contra la aguja.
En mi siguiente inspiración tenía franela en la boca. La escupí asqueada y encendí la linterna a toda prisa. Era una bata que colgaba directamente ante mi cara. De hecho, el armario estaba atiborrado de prendas de vestir que colgaban en dos filas, y tardé un rato en conseguir ponerme en pie en medio de toda esa ropa.
—¿Has oído eso? —preguntó una voz de mujer fuera del armario.
Oh, no, por favor.
—¿Qué ocurre, tesoro? —Era la voz de un hombre que sonaba muy amedrentada.
Yo, por mi parte, estaba tan asustada que era incapaz de moverme.
—¡Hay luz en el armario ropero! —chilló la voz femenina, que sonaba justo lo contrario a amedrentada. Para ser más exactos, sonaba muy parecido a la de la tía Glenda.
¡Mierda! Apagué la linterna y me retiré prudentemente hacia la segunda fila de ropa hasta que mi espalda topó contra la pared.
—Posiblemente…
—¡No, Charles! —El tono era aún más autoritario que antes—. No estoy loca, si es eso lo que quieres decir.
—Pero yo…
—Había luz en el armario y ahora me harás el favor de levantarte y mirar a ver qué pasa. Si no, puedes ir a dormir a la habitación de costura. —Sin duda Charlotte había heredado el siseo de Glenda—. ¡No, espera! No puede ser; si mistress Langdon te ve allí, le preguntará a mi madre si tenemos una crisis matrimonial, y eso ya sería lo último, porque yo no tengo ninguna crisis matrimonial, yo no, aunque tú sólo te casaras conmigo porque tu padre estaba interesado en el título.
—Pero, Glenda…
—¡A mí no me engañas! Hace nada lady Presdemere me explicó…
Y la tía Glenda se lanzó a escupir maldades contra el mundo o contra su desdichado marido, olvidándose por completo de la luz en el armario ropero. Por desgracia también se olvidó de que era noche cerrada, y siguió vociferando durante dos horas enteras. De Charles solo se oía de vez en cuando un atemorizado piar. La verdad es que no era extraño que esos dos se hubieran separado; lo que había que preguntarse era cómo habían conseguido engendrar antes a la encantadora Charlotte.
En algún momento, Glenda reprochó a su marido que la estuviera privando de un sueño bien merecido, seguido de lo cual crujieron los muelles de la cama y unos minutos más tarde se oyeron los primeros ronquidos. Bueno, si a algunos les funcionaba la leche con miel para el insomnio, en el caso de la tía Glenda parecía que había encontrado el remedio en otro lugar.
Maldiciendo a la tía Maddy y a su fenomenal memoria, esperé todavía media hora para asegurarme, y luego abrí con cuidado la puerta del armario. Al fin y al cabo no podía desperdiciar todo mi tiempo en ese cubículo; seguro que a esas horas el abuelo ya estaría muerto de preocupación. En la habitación había un poco más de luz que en el armario, la suficiente para reconocer los contornos de los muebles y no tropezar con nada.
Tan silenciosamente como pude, me deslicé hacia la puerta y bajé el picaporte. Y justo en ese momento la tía Glenda se incorporó de un brinco:
—¡Ahí hay alguien! ¡Charles!
No esperé a que el desgraciado de Charles se despertara o encendiera la luz; abrí la puerta de golpe y esprinté tan rápido como pude pasillo arriba y escaleras abajo, crucé el corredor del segundo piso a toda velocidad y seguí bajando sin prestar atención a los escalones que crujían. Yo misma no sabía muy bien hacia dónde corría, pero tenía una extraña sensación de déjà-vu; ¿no había vivido ya todo eso antes?
En el primer piso me di de bruces contra una figura, a la que, después del susto inicial, identifiqué como mi abuelo. Lucas me agarró del brazo sin decir palabra y me arrastró a la biblioteca.
—¿Qué haces armando todo este escándalo? —susurró después de cerrar la puerta—. ¿Y por qué llegas tan tarde? No sé cuánto rato llevo esperando ante el cuadro del tatatarabuelo Hugh. Ya empezaba a pensar que te había pasado algo.
—Y me ha pasado. Gracias a la tía Maddy he aterrizado directamente en el dormitorio de la tía Glenda —dije sin aliento—. Y me temo que me ha visto. Probablemente en este momento ya estará telefoneando a la policía.
Ver a Lucas con su actual aspecto representó un pequeño shock para mí. Volvía a ser el abuelito que conocía de pequeña; el joven Lucas de pelo engominado ya era solo un vago recuerdo que se difuminaba en mi memoria. Aunque sabía que era una bobada reaccionar así, mis ojos se empañaron de lágrimas.
El abuelo no se dio cuenta porque estaba escuchando junto a la puerta.
—Espera aquí, iré a mirar. —Se volvió un momento hacia mí y sonrió—. Ahí delante hay sándwiches, por si te apetece. Y si alguien entra…
—… soy tu prima Hazel —terminé la frase por él.
—… ¡será mejor que te escondas! Ahí al fondo, bajo el escritorio.
Pero no fue necesario. Poco después Lucas volvió a entrar. Yo había aprovechado el tiempo para recuperar el aliento, tragarme un sándwich y calcular cuántos minutos me quedaban antes del salto de vuelta.
—No hay por qué preocuparse —dijo—. En este momento le está echando la culpa a Charles de las pesadillas que tiene desde su boda. —Sacudió la cabeza—. ¡Es increíble que el único heredero de una dinastía de propietarios de cadenas de hoteles soporte algo así! Pero, bueno, olvidémonos de Glenda. —Sonrió—. Deja que te vea, nieta. Estas exactamente como te recordaba, tal vez incluso un poco más guapa. ¿Qué le ha pasado a tu pijama? Pareces un deshollinador.
Lancé un suspiro.
—No ha sido tan sencillo llegar aquí, ¿sabes? En el año 2011 no puedo arrastrar el cronógrafo de un lado a otro por la casa, porque Charlotte se ha olido algo y está siempre al acecho. No me sorprendería nada que en este mismo instante estuviera forzando el cerrojo de mi cuarto. Y ahora apenas me queda tiempo antes de saltar de vuelta; me he pasado una eternidad metida en ese armario. —Chasqueé la lengua irritada—. Y si no aterrizo en mi habitación, me habré encerrado a mí misma fuera. ¡Genial! —Me dejé caer en el sillón gimiendo—. ¡Qué desastre! Tendremos que fijar otra cita, y además antes de ese maldito baile. ¡Propongo que nos encontraremos en el tejado! Creo que es el único sitio de la casa en el que se puede estar tranquilo. ¿Qué tal te iría mañana a medianoche, desde tu perspectiva? ¿O para ti es demasiado difícil subir al tejado sin que te vean? Parece que hay un camino a través de la chimenea, o eso dice Xemerius, pero no sé…
—Alto, alto, alto —dijo el abuelo, y me dirigió una sonrisa satisfecha—. Por fin he tenido unos años para reflexionar y por eso ya tengo algo preparado. —Señaló la mesa, donde, junto al plato con los sándwiches, había un mamotreto de libro.
—¿
Anna Karenina
?
El abuelo asintió con la cabeza.
—¡Ábrelo!
—¿Has ocultado un código dentro? —aventuré—. ¿Como en
El Caballero Verde
? —¡No podía ser cierto! ¿Lucas había empleado treinta y siete años en elaborar un mensaje cifrado para mí? Seguramente tendría que pasarme días contando letras—. ¿Sabes?, preferiría que me dijeras simplemente qué hay ahí dentro. Aún tenemos unos minutos.
—Vamos, vamos, un poco de calma. Lee la primera frase —me pidió el abuelo.
Busqué el primer capítulo.
—«Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su propio modo.» Hum… sí, muy bonito y muy sabio, pero…
—Parece perfectamente normal, ¿verdad? —Lucas estaba radiante—. ¡Pero es una edición especial! Las primeras y las últimas cuatrocientas páginas son de Tolstoi, igual que doscientas páginas de en medio; pero las otras las he escrito para ti, exactamente con el mismo tipo de imprenta. ¡Un camuflaje perfecto! Ahí encontrarás todas las informaciones que he podido reunir en treinta y siete años, aunque aún no sé con exactitud cuál fue el motivo concreto de la huida de Lucy y Paul con el cronógrafo. —Me cogió el libro de las mano e hizo correr las páginas con los dedos—. Tenemos pruebas de que el conde ocultó documentos importantes a los Vigilantes desde el año fundacional: profecías de las que se desprende que la piedra filosofal no es lo que ha querido que todos creyeran.
—Sino…
—Aún no estamos del todo seguros, estamos trabajando para hacernos con esos documentos. —El abuelo se rascó la cabeza—. Escucha, he reflexionado mucho, naturalmente, y he llegado a la conclusión de que en el año 2011 ya no estaré con vida. Existe una gran probabilidad de que haya muerto antes de que tú seas bastante mayor para que pueda introducirte en estos temas.
No sabía qué debía decir, pero asentí con la cabeza.
Mi abuelito sonrió con su maravillosa sonrisa en la que todo su rostro se cubría de arrugas.
—Eso no es malo, Gwen. Una cosa puedo asegurarte: aunque tuviera que morirme hoy, no estaría triste; he tenido una vida fantástica. —Las arruguitas se marcaron aún más—. Lo único que siento es que ya no pueda ayudarte en tú época.
Asentí de nuevo e hice grandes esfuerzos para no romper a llorar.
—Oh, vamos, cuervito. Tú deberías saber mejor que nadie que la muerte forma parte de la vida. —Lucas me dio unas palmaditas en el brazo—. Aunque me imagino que podemos contar con que tendré la decencia de aparecerme en espíritu en esta casa después de mi muerte. De hecho, podría ser perfectamente que necesitarás algo de apoyo.
—Sí, eso estaría bien —susurré—. Y sería horrible al mismo tiempo.
Los fantasmas que conocía no eran particularmente felices y yo estaba convencida de que habrían preferido estar en otro sitio. A ninguno le gustaba ser un espíritu. Ahora que lo pensaba, la mayoría ni siquiera creían que estaban muertos. No, ya estaba bien que el abuelito no fuera uno de ellos.
—¿Cuándo tienes que volver? —me preguntó.
Levanté la cabeza y miré el reloj. ¡Dios mío, cómo podía pasar tan deprisa el tiempo!
—Dentro de nueve minutos. Y tengo que elapsar en la habitación de la tía Glenda, porque en mi época he cerrado mi puerta por dentro.
—Podríamos intentar colarte en la habitación solo unos segundos antes —dijo Lucas—. Así desaparecerías antes de que llegaran a comprender realmente…
En ese momento llamaron a la puerta.
—Lucas, ¿estás ahí?
—¡Escóndete! —susurró Lucas, pero yo ya había reaccionado. Temerariamente me lancé en plancha bajo el escritorio una fracción de segundo antes de que la puerta se abriera y entrara lady Arista. Solo podía ver sus pies y el dobladillo de su bata, pero su voz era inconfundible.
—¿Qué haces aquí abajo en plena noche? ¿Y esos sándwiches de atún? Ya sabes lo que dijo el doctor White.
Se dejó caer con un suspiro en el sillón que yo había calentado. Ahora mi marco de visión alcanzaba hasta sus hombros, que como siempre mantenía bien erguidos. ¿Podría llegar a ver alguna parte de mi cuerpo si volvía la cabeza?
Lady Arista chasqueó la lengua.
—Charles ha venido a verme hace un momento. Afirma que Glenda ha amenazado con pegarle.
—Vaya por Dios. —La voz de Lucas sonaba sorprendentemente relajada—. Pobre muchacho. ¿Y tú qué has hecho?
—Le he servido un vaso de whisky —respondió mi abuela soltando una risita. Contuve el aliento. ¿Mi abuela soltando una risita? Era la primera vez que oía algo así. Ya nos quedábamos bastante asombrados cuando reía, pero lo de las risitas era un capítulo aparte. Aquello era más o menos como tratar de tocar una ópera de Wagner con una flauta dulce.
—¡Y entonces se ha puesto a llorar! —dijo mi abuela con un desdén más propio de lady Arista—. Tras lo cual he sido yo la que ha tenido que beberse un vaso de whisky.
—Esa es mi chica.
Oí que mi abuelo reía bajito, y de pronto sentí como un calorcillo en el corazón. Los dos parecían felices juntos. (Bueno, al menos de cuello para abajo.) Y en ese momento me di cuenta de que en realidad no tenía ni idea de cómo había sido su matrimonio.
—A ver si la casa de Glenda y Charles se acaba de una vez —dijo lady Arista—. No parece que a nuestros hijos se les dé muy bien lo de encontrar pareja. La Jane de Harry es espantosamente aburrida. Charles es un blandengue. Y el Nicolas de Grace es más pobre que una rata.
—Pero la hace feliz, y eso es lo principal.
Lady Arista se levantó.
—Sí, la verdad es que de todos ellos Nicolas es el que menos motivos de queja me da. Habría sido mucho peor que Grace hubiera seguido con ese De Villiers cargado de ínfulas. —Pude ver cómo se estremecía—. De hecho, todos esos De Villiers son de una arrogancia insoportable. Solo espero que también Lucy entre en razón.
—Creo que Paul se aparta un poco del patrón. —El abuelito sonrió satisfecho—. Encuentro que es un joven muy simpático.
—Yo no lo creo; de tal palo, tal astilla. ¿Subes conmigo?
—Me gustaría leer un ratito más…
Sí, y charlar un ratito más con la nieta del futuro, si no tenía inconveniente. Se me estaba acabando el tiempo. Desde donde estaba no podía ver el reloj, pero podía oír el tictac. ¿Y no estaba empezando a notar de nuevo esa maldita sensación de vértigo en el vientre?
—¿
Anna Karenina
? Un libro tan melancólico, ¿verdad, mi amor? —Vi cómo las delgadas manos de mi abuela sujetaban el libro y lo abrían al azar. Seguramente Lucas estaba conteniendo el aliento igual que yo—. «¿Realmente es posible comunicar a otro lo que uno siente?» Vaya, tal vez debería volver a leerlo, aunque esta vez con gafas.
—Primero lo leeré yo —dijo Lucas en tono decidido.
—Pero esta noche no.
Volvió a dejar el libro sobre la mesa y se inclinó hacia Lucas. No podía verlo bien, pero parecía que se estaban abrazando.
—Vendré dentro de unos minutos, morritos de miel —dijo Lucas, aunque hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho, porque al oír «morritos de miel» (¡por favor, estaba hablando con lady Arista!) di un respingo y mi cabeza chocó contra la bandeja del escritorio.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó mi abuela en tono áspero.