Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
El comisario entró en el edificio, se dirigió al mostrador de recepción y dijo, Buenos días, represento a la firma la providencial, s.a., seguros & reaseguros, desearía hablar con el director, Si el asunto es de seguros, creo que sería preferible que hablara con un administrador, En principio, si, tiene razón, pero lo que me trae aquí no es de naturaleza técnica, de manera que sería mejor que hablara con el director, El director no está, supongo que llegará a media tarde, Con quién le parece entonces que debo hablar, cuál es la persona más indicada, Creo que con el redactor jefe, Siendo así, haga el favor de anunciarme, recuerde, la firma providencial, s.a., seguros & reaseguros, Me dice su nombre, Providencial bastará, Ah, comprendo, la firma tiene su nombre, Exactamente. El recepcionista hizo la llamada, explicó el caso y dijo, tras haber colgado el teléfono, Ya vienen a buscarlo, señor Providencial. Pocos minutos después apareció una mujer, Soy la secretaria del redactor jefe, quiere hacer el favor de acompañarme. La siguió por un pasillo, iba calmo, tranquilo, pero, de súbito, sin preverlo, la consciencia del temerario paso que estaba a punto de dar le cortó la respiración como si hubiese sido golpeado de lleno en el diafragma. Todavía podía dar marcha atrás, mascullar una disculpa cualquiera, qué fastidio, he olvidado un documento importante si el que no seré capaz de hablar con el redactor jefe, pero no era verdad, el documento estaba en el bolsillo interior de la chaqueta, el vino está servido, comisario, ahora no te queda más remedio que bebértelo. La secretaria lo hizo pasar a una salita modestamente amueblada, unos sillones usados traídos a este lugar para terminar en razonable paz su larga vida, sobre una mesa unos cuantos periódicos, una estantería con libros mal colocados, Puede sentarse, el redactor jefe le pide por favor que espere un poco, en este momento está ocupado, Muy bien, dijo el comisario, esperaré. Era su segunda oportunidad. Si saliese de allí, si deshiciera el camino que lo ha traído hasta esta trampa, quedaría a salvo, como si habiendo visto su propia alma en un espejo retrovisor encuentra que ésta es una insensata, que las almas no pueden andar por ahí arrastrando a lo personas hacia los mayores desastres, por el contrario deben apartarlas de los peligros y comportarse bien, porque las almas, si salen del cuerpo, casi siempre están perdidas, no saben adónde ir, no sólo detrás del volante de un taxi se aprenden estas cosas. El comisario no salió, había llegado el tiempo de que el vino servido, etcétera, etcétera. El redactor jefe entró, Perdone que le haya hecho esperar tanto, pero tenía un asunto entre manos y no podía interrumpirlo, No tiene que disculparse, soy yo quien le agradece que me reciba, Dígame entonces, señor Providencial, en qué puedo serle útil, aunque me parece, por lo que me ha sido dicho, que el asunto tiene que ver con la administración. El comisario se llevó la mano al bolsillo y sacó el primer sobre, Le agradecería que leyera la carta que contiene, Ahora, preguntó el redactor jefe, Sí, por favor, pero antes es mi deber informarle de que no me llamo Providencial, Pero su nombre, Cuando haya leído comprenderá. El redactor jefe rasgó el sobre, desdobló el folio, y comenzó a leer. Suspendió la lectura en las primeras líneas, miró perplejo al hombre que tenía delante, como preguntándole si no era más sensato dejarlo ahí. El comisario hizo un gesto de que continuara. Hasta el final el redactor jefe no levantó más la cabeza, muy al contrario, parecía que se iba hundiendo en cada palabra, que no podría regresar a la superficie con la misma cara de redactor jefe después de haber visto las pavorosas criaturas que habitan la profundidad abisal. Era un hombre trastornado el que finalmente miró al comisario y dijo, Disculpe la rudeza de la pregunta, quién es usted, Mi nombre está en la firma de la carta, Sí, ya lo veo, aquí hay un nombre, pero un nombre es nada más que una palabra, no explica quién es la persona, Preferiría no tener que decírselo, pero comprendo perfectamente que necesite saberlo, En ese caso, dígame, No mientras no me dé su palabra de que la carta será publicada, En ausencia del director no estoy autorizado a asumir ese compromiso, En recepción me han dicho que vendrá por la tarde, Así es, alrededor de las cuatro, Entonces regresaré a esa hora, sin embargo mi obligación es avisarlo desde ya que traigo una carta igual a ésta que entregaré a su destinatario en el caso de que el asunto no interese aquí, Una carta dirigida a otro periódico, supongo, Sí, pero no a ninguno de los que han publicado la fotografía, Comprendo, de todos modos no puede tener la seguridad de que ese otro periódico esté dispuesto a aceptar los riesgos que inevitablemente resultarán de la divulgación de los hechos que describe, No tengo ninguna seguridad, en esta situación apuesto a dos caballos y me arriesgo a perder con ambos, Va a arriesgar mucho más en caso de ganar, Como ustedes, si deciden publicarla. El comisario se levanto, Vendré a las cuatro y cuarto, Aquí tiene su carta, no habiendo todavía acuerdo entre nosotros no puedo ni debo quedarme con ella, Gracias por haberme evitado pedírsela. El redactor jefe se sirvió del teléfono de la salita para llamar a la secretaria, Acompañe a este señor a la salida, dijo, y tome nota de que regresará a las cuatro y cuarto, lo recibirá y lo acompañará al despacho del director, Sí señor. El comisario dijo, Entonces, hasta luego, el otro respondió, Hasta luego, estrechándose las manos. La secretaria abrió la puerta para dejar pasar al comisario, Me sigue, señor Providencial, dijo, y ya en el pasillo, Si me permite la observación, es la primera vez en mi vida que me encuentro a una persona con ese apellido, ni siquiera sabía que existiera, Ahora ya lo sabe, Debe de ser bonito llamarse Providencial, Por qué, Por eso mismo, por ser Providencial, ésa es la mejor respuesta. Ya estaban en la recepción, Estaré aquí a la hora acordada, dijo la secretaria, Gracias, Hasta luego, señor Providencial, Hasta luego.
El comisario miró el reloj, aún no era la una de la tarde, demasiado pronto para almorzar, aparte de que no tenía apetito, el café y las tostadas con mantequilla todavía se hacían recordar en el estómago. Tomó un taxi y pidió que le llevara al jardín donde el lunes se encontró con la mujer del médico, que una primera idea no tiene que ser seguida al pie de la letra por siempre jamás. No pensaba volver al jardín, pero aquí lo tenemos. Después seguiría a pie como un comisario de policía que anda tranquilamente haciendo su ronda, verá la afluencia de gentío en la calle y tal vez intercambie unas cuantas impresiones profesionales con los dos vigilantes. Atravesó el jardín, se detuvo un momento para mirar la estatua de la mujer con el cántaro vacío, Me dejaron aquí, parecía decir ella, y hoy no sirvo nada más que para contemplar estas aguas muertas, hubo una época, cuando la piedra de que estoy hecha aún era blanca, en que un manantial fluía día y noche de este cántaro, nunca me dijeron de dónde procedía tanta agua, yo sólo estaba aquí para inclinar el cántaro, ahora ni una gota escurre de él, y tampoco nadie ha venido a decirme por qué se acabó. El comisario murmuró, Es como la vida, hija mía, comienza no se sabe para qué, termina no se sabe por qué. Se mojó las puntas de los dedos de la mano derecha y se los llevó a la boca. No pensó que el gesto pudiera tener ningún significado, sin embargo, alguien que estuviera en el otro lado observando lo que hacía podría jurar que había besado aquella agua que ni limpia estaba, verde de limosidades, con cieno en el fondo del estanque, impura como la vida. El reloj no avanzaba mucho, tenía tiempo para sentarse en una de estas sombras, pero no lo hizo. Repitió el camino recorrido con la mujer del médico, entró en la calle, el espectáculo era distinto, ahora apenas se podía avanzar, ya no son pequeños grupos sino una masa que impide el tráfico de automóviles, parece que todos los vecinos de las proximidades han salido de sus casas para presenciar alguna anunciada aparición. El comisario reunió a los dos agentes en el portal de un edificio y les preguntó si se había producido alguna novedad en su ausencia. Dijeron que no, que nadie había salido, que las ventanas estuvieron siempre cerradas, y contaron que dos personas desconocidas, un hombre y una mujer, llamaron al cuarto piso para preguntar si los de la casa necesitaban algo, pero desde arriba les respondieron que no y les agradecieron la amabilidad. Nada más, preguntó el comisario, Que nosotros sepamos, nada más, respondió uno de los agentes, el informe va a ser fácil de escribir. Lo dijo a tiempo, cortó las alas de la imaginación del comisario, ya extendidas llevándolo escaleras arriba, llamando a la puerta, anunciándose, Soy yo y entrando, narrando los últimos acontecimientos, las cartas que había escrito, la conversación con el redactor jefe del periódico, y después la mujer del médico le diría Almuerce con nosotros, y él almorzaría, y el mundo estaría en paz. Sí, en paz, y los agentes escribirían en el informe, Estuvo con nosotros un comisario que subió al cuarto piso y bajó una hora después, no nos dijo nada de lo que pasó arriba, pero nos quedamos con la impresión de que volvía almorzado. El comisario se fue a comer a otro sitio, poco y sin ninguna atención al plato que le pusieron delante, a las tres se encontraba otra vez en el jardín mirando la estatua de la mujer con el cántaro inclinado como quien aún espera el milagro de la renovación de las aguas. Pasaban de las tres y media cuando se levantó del banco donde estuvo sentado y se fue a pie al periódico. Tenía tiempo, no necesitaba utilizar un taxi en el que, incluso sin querer, no podría evitar mirarse en el espejo retrovisor, lo que sabía de su alma le bastaba y cualquier otra imagen que el espejo le devolviera no estaba seguro de que le gustara del todo. No eran las cuatro y cuarto cuando entró en el periódico. La secretaria estaba en la recepción, El director le espera, dijo. No añadió las palabras señor Providencial, tal vez le hubieran dicho que el nombre no era ése y se sentía ofendida por la estafa en que de buena fe había caído. Pasaron por el pasillo de antes, pero esta vez giraron por la esquina del fondo, la segunda puerta a la derecha tenía una pequeña placa que decía Dirección. La secretaria llamó discretamente, desde dentro respondieron Adelante. Ella entró primero y sostuvo la puerta para que el comisario pasase. Gracias, ahora no la necesitamos, dijo el redactor jefe a la secretaria, que inmediatamente salió. Le agradezco que haya accedido a hablar conmigo, señor director, comenzó el comisario, Con toda franqueza confesarle que veo las mayores dificultades para una divulgación eficaz del caso que el redactor jefe me ha resumido, de cualquier manera, innecesario parece decirlo, tendré mucho gusto en conocer el documento completo, Aquí está, señor director, dijo el comisario entregándole el sobre, Sentémonos dijo el director, y denme dos minutos, por favor. La lectura no le hizo doblegar tanto la cabeza como sucediera con el redactor jefe, pero sin duda era un hombre confuso y preocupado cuando levantó la vista, Quién es usted, preguntó, ignorando que el redactor jefe había hecho la misma pregunta, Si el periódico acepta hacer público el escrito, sabrán quién soy, si no acepta, recuperaré la carta y me iré sin una palabra más, salvo para agradecerles el tiempo que han perdido conmigo, Le he informado a mi director de que usted tiene una carta igual para entregar en otro periódico, dijo el redactor jefe, Exactamente, respondió el comisario, la tengo aquí, y será entregada hoy mismo si no llegamos a un acuerdo, es absolutamente necesario que esto se publique mañana, Por qué, Porque mañana tal vez consigamos llegar a tiempo de evitar que se cometa una injusticia, Se refiere a la mujer del médico, Sí señor director, se pretende, de la manera que sea, hacer de ella el chivo expiatorio de la situación política en que el país se encuentra, Pero eso es un disparate, No me lo diga a mí, dígaselo al gobierno, dígaselo al ministerio del interior, dígaselo a sus colegas que escriben lo que les ordenan. El director intercambio una mirada con el redactor jefe y dijo, Como debe de suponer, es imposible publicar su declaración tal como se encuentra redactada, con todos estos pormenores, Por qué, No se olvide de que estamos viviendo en estado de sitio, la censura tiene los ojos puestos sobre la prensa, en particular en un diario como el nuestro, Publicar esto equivaldría a ver cerrado el periódico el mismo día, dijo el redactor jefe, Entonces no hay nada que hacer, preguntó el comisario, Podemos intentarlo, pero no sé si dará resultado, Cómo, volvió a preguntar el comisario. Después de un nuevo y rápido intercambio de miradas con el redactor jefe, el director dijo, Es el momento de que nos diga de una vez quién es usted, hay un nombre en la carta, es cierto, pero puede ser falso, usted puede, simplemente, ser un provocador mandado aquí por la policía para ponernos a prueba y comprometernos, no estoy diciendo que eso sea lo que pase, fíjese bien, lo que quiero dejar claro es que no hay ninguna manera de seguir adelante con esta conversación si no se identifica ahora mismo. El comisario metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera, Aquí tiene, dijo, y entregó al director su carnet de comisario de policía. La expresión de la cara del director paso instantáneamente de la reserva a la estupefacción, Qué, usted es comisario de policía, preguntó, Comisario de policía, repitió pasmado el redactor jefe a quien el director le pasó el documento, Sí, fue la serena respuesta, y ahora creo que ya podemos seguir adelante con nuestra conversación, Si me permite la curiosidad, preguntó el director, qué le ha inducido a dar un paso así, Razones personales, Dígame al menos una para que me convenza de que no estoy soñando, Cuando nacemos, cuando entramos en este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por mí, yo me lo he preguntado y la respuesta es este papel, Es consciente de lo que puede llegar a sucederle, Sí, he tenido tiempo para pensar en eso. Hubo un silencio, que el comisario rompió, Dijeron que se podía intentar, Habíamos pensado un pequeño truco, dijo el director, e hizo un gesto al redactor jefe para que continuase, La idea, dijo éste, sería publicar, en términos obviamente diferentes, sin retóricas de mal gusto, lo que ha salido hoy, y en la parte final entremeter la información que nos ha traído, no es fácil, en todo caso no es imposible, es una cuestión de habilidad y suerte, Se trataría de apostar por la distracción o incluso por la pereza del funcionario de la censura, añadió el director, rezar para que piense que puesto que ya conoce la noticia no merece la pena llegar hasta el final, Cuántas posibilidades tendríamos a nuestro favor, preguntó el comisario, Hablando francamente, no muchas, reconoció el redactor jefe, tendremos que contentarnos con escasas posibilidades, Y si el ministerio del interior quiere saber cuál es la fuente de la información, En ese caso comenzaremos acogiéndonos al secreto profesional, aunque eso nos va a servir de poco en esta situación de estado de sitio, Y si insisten, y si amenazan, Entonces, por mucho que nos cueste, no habrá otro remedio que revelarla, evidentemente seremos sancionados, pero la carga más pesada de las consecuencias caerá sobre su cabeza, dijo el director, Muy bien, respondió el comisario, ahora que ya todos sabemos con lo que contamos, sigamos adelante, y si rezar sirve de algo, yo rezaré para que los lectores no hagan lo mismo que esperamos que haga el censor, es decir, que lean la noticia hasta el final, Amén dijeron a coro el director y el redactor jefe.