Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
No durmió bien, soñó con una nube de palabras que huían y se dispersaban mientras él las iba persiguiendo con una red de atrapar mariposas y les rogaba Deteneos, por favor, no os mováis, esperadme. Entonces, de repente, las palabras se detuvieron y se juntaron, se amontonaron unas sobre otras como un enjambre de abejas a la espera de una colmena donde dejarse caer, y él, con una exclamación de alegría, lanzó la red. Había atrapado un periódico. Fue un sueño malo, pero peor sería si albatros hubiera regresado para picotear los ojos de la mujer del médico. Se despertó temprano. Se arregló sumariamente y bajó. Ya no pasaba por el garaje, por la puerta de los caballeros, ahora salía por el portal común, el de los peatones, saludaba al portero con un gesto de cabeza cuando lo veía dentro de su nicho, le decía una palabra si lo encontraba fuera, más, no era necesario, de algún modo estaba allí de prestado, él, no el portero. Las farolas de las calles todavía estaban encendidas, las tiendas tardarían más de dos horas en abrir. Buscó y encontró un quiosco de prensa, de los grandes, de los que reciben todos los periódicos, y ahí se quedó a la espera. Felizmente no llovía. Las farolas se apagaron dejando la ciudad inmersa durante unos momentos en una última y breve oscuridad, en seguida disipada cuando los ojos se acomodaron a la mudanza y la azulada claridad de la primera mañana bajó a las calles. La furgoneta de reparto llegó, descargó los paquetes y siguió su ruta. El quiosquero comenzó a abrirlos y a ordenar los periódicos según la cantidad de ejemplares recibidos, de izquierda a derecha, de mayor a menor. El comisario se aproximó, dio los buenos días, dijo, Deme uno de cada. Mientras el quiosquero los introducía en una bolsa de plástico, echó una mirada a las primeras páginas expuestas en fila, con excepción de los dos últimos, todos los demás traían la fotografía en primera bajo enormes titulares. La mañana comenzaba bien para el quiosco, un cliente curioso y con posibles, y el resto del día, ya lo adelantamos, no iba a ser diferente, todos los periódicos se van a vender, con la excepción de los dos montoncitos de la derecha, de donde no saldrán nada más que los habituales. El comisario ya no estaba allí, salió corriendo para tomar un taxi que apareció por la esquina próxima, y ahora, nerviosamente, tras dar la dirección de la providencial, s.a., y pedir disculpas por la brevedad del trayecto, sacaba los diarios de la bolsa, los desdoblaba, además de la fotografía del grupo, con una flecha que señalaba a la mujer del médico, al lado, dentro de un círculo, se mostraba una ampliación de su cara. Y los títulos eran, en negro y rojo, Descubierto finalmente el rostro de la conspiración, Esta mujer no cegó hace cuatro años, Resuelto el enigma del voto en blanco, La investigación policial da los primeros frutos. La todavía escasa luz y la trepidación del coche sobre el empedrado de la calzada no permitían la lectura de la letra pequeña. En menos de cinco minutos el taxi paraba ante la puerta del edificio. El comisario pagó, dejó la vuelta en la mano del taxista y entró rápidamente. Como un soplo pasó ante el portero sin dirigirle la palabra, se metió en el ascensor, el nerviosismo casi le hace mover los pies de impaciencia, vamos, vamos, pero la máquina, que llevaba toda la vida subiendo y bajando gente, oyendo conversaciones, monólogos inacabados, fragmentos de canciones mal tatareadas, algún incontenible suspiro, algún perturbador murmullo, hacía como que no iba con ella, tanto tiempo para subir, tanto tiempo para bajar, como el destino, si tiene mucha prisa, vaya por la escalera. El comisario metió por fin la llave en la puerta de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, encendió la luz y se precipitó hacia la mesa donde extendiera el mapa de la ciudad y donde tomó el último desayuno con sus auxiliares ausentes. Le temblaban las manos. Forzándose a ir despacio, a no saltarse líneas, yendo palabra por palabra, leyó una tras otra las noticias de los cuatro periódicos que publicaban la fotografía. Con pequeños arreglos de estilo, con ligeras diferencias de vocabulario, la información e igual en todos y sobre ella podría calcularse una especie de media aritmética que se ajustaría a la perfección a la fuente original, elaborada por los asesores de escritura del ministro del interior. La prosa primitiva rezaría más o menos así, Cuando pensábamos que el gobierno había dejado entregado a la acción del tiempo, a ese tiempo que todo lo desgasta y todo lo reduce, el trabajo de circunscribir y secar el tumor maligno inopinadamente nacido en la capital del país bajo la abstrusa y aberrante forma de una votación en blanco que, como nuestros lectores conocen, sobrepasó ampliamente la de todos los partidos políticos democráticos juntos, he aquí que llega a nuestra redacción la más inesperada y grata de las noticias. El genio investigador y la persistencia del instinto policial, sustanciados en las personas de un comisario, de un inspector y de un agente de segundo grado, cuyos nombres, por razones de seguridad, no estamos autorizados a revelar, lograron sacar a la luz lo que es, con alta probabilidad, la cabeza de la tenia cuyos anillos ha mantenido paralizada, atrofiándola peligrosamente, la conciencia cívica de la mayoría de los habitantes de esta ciudad en edad de votar. Cierta mujer, casada con un médico oftalmólogo y que, asombro entre los asombros, fue, según testigos dignos de suficiente crédito, la única persona que hace cuatro años escapó a la terrible epidemia que hizo de nuestra patria un país de ciegos, esa mujer está considerada por la policía como la presunta culpable de la nueva ceguera, esta vez felizmente limitada al ámbito de la capital, que ha introducido en la vida política y en nuestro sistema democrático el más peligroso germen de perversión y corrupción. Sólo un cerebro diabólico, como el que tuvieron en el pasado los mayores criminales de la humanidad, podría haber concebido lo que, según fuente fidedigna, mereció de su excelencia el señor presidente de la república el expresivo calificativo de torpedo disparado bajo la línea de flotación contra la majestuosa nave de la democracia. Así es. Si llega a probarse, sin el más ligero resquicio de duda, como todo indica, que la tal mujer del médico es culpable, los ciudadanos respetuosos del orden y del derecho tendrán que exigir que el máximo rigor de la justicia caiga sobre su cabeza. Y véase cómo son las cosas. Esta mujer, que, dada la singularidad de su caso de hace cuatro años, podría constituir un importantísimo elemento de estudio para nuestra comunidad científica, y que, como tal sería merecedora de un lugar relevante en el historial clínico de la especialidad de oftalmología, está ahora sujeta a la execración pública como enemiga de su patria y de su pueblo. Sin duda se puede afirmar que más le habría valido quedarse ciega.
La última frase, claramente amenazadora, sonaba ya como una condena, lo mismo que si se hubiera escrito Más le valía no haber nacido. El primer impulso del comisario fue telefonear a la mujer del médico, preguntarle si ya había leído los periódicos, reconfortarla en lo poco que fuera posible, pero lo retuvo la idea de que las probabilidades de que el teléfono de ella estuviera intervenido pasaban a ser, de la noche a la mañana, del cien por cien. En cuanto a los teléfonos de la providencial, s.a., el rojo o el gris, de ésos no valía la pena hablar, están directamente conectados a la red privada del estado. Hojeó los otros dos periódicos, no traían ni una palabra sobre el asunto. Qué debo hacer ahora, se preguntó en voz alta. Volvió a la noticia, la releyó, encontró extraño que no se identificara a las personas que aparecían en la imagen, especialmente a la mujer del médico y al marido. Fue entonces cuando se percató del pie de foto, redactado en estos términos, La sospechosa está señalada con una flecha. Al parecer, aunque este dato no haya sido todavía totalmente confirmado, la mujer del médico mantuvo al grupo bajo su protección durante la epidemia de ceguera. Según fuentes oficiales la identificación completa de estas personas se encuentra en fase adelantada y deberá hacerse pública mañana. El comisario murmuró, Deben de estar indagando dónde vive el niño, como si eso les sirviese de algo. Después, reflexionando, A primera vista la publicación de la fotografía, sin venir acompañada de otras medidas, no parece tener ningún sentido, Puesto que da a todos ellos, como yo mismo les aconsejé, una ocasión para desaparecer del paisaje, pero el ministro adora el espectáculo, una caza del hombre bien llevada le dará más peso político, más influencia en el gobierno y en el partido, en cuanto a las otras medidas, lo más probable es que las casas de esa gente estén siendo vigiladas durante las veinticuatro horas del día, el ministerio ha tenido tiempo suficiente para infiltrar agentes en la ciudad y montar los respectivos dispositivos. Pero nada de esto, por muy cierto que sea, me responde a la pregunta Qué debo hacer ahora. Podía, telefonear al ministro del interior con el pretexto de saber, ya que estamos en jueves, qué decisión se había tomado sobre su situación disciplinaria, pero sería inútil, estaba seguro de que el ministro no lo atendería, un secretario cualquiera le diría que se pusiese en contacto con el comandante de la policía, los tiempos de compadreo entre albatros y papagayo de mar se terminaron, señor comisario. Qué hago entonces, volvió a preguntarse, quedarme aquí pudriéndome hasta que alguien se acuerde de mí y mande retirar el cadáver, intentar salir de la ciudad cuando es más que seguro que se hayan dado órdenes rigurosas en todos los puestos de frontera para no dejarme pasar, qué hago. Miró nuevamente la fotografía, el médico y la mujer en el centro, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra a la izquierda, el tipo de la carta y la mujer a la derecha, el niño estrábico de rodillas como un jugador de fútbol, el perro sentado a los pies de la dueña. Releyó el pie de foto, La identificación completa deberá hacerse pública mañana, deberá hacerse pública mañana, mañana, mañana. En ese momento una súbita decisión se apoderó de él, aunque en el momento siguiente la cautela argumentaba que sería una locura rematada, Prudente, decía, es no despertar al dragón que duerme, estúpido es acercarse a él cuando está despierto. El comisario se levantó de la silla, dio dos vueltas a la sala, volvió a la mesa donde estaban los periódicos, miró otra vez la cabeza de la mujer del médico dentro de una circunferencia blanca que ya era como una horca, a esta hora media ciudad lee los periódicos y la otra media se sienta delante de la televisión para oír lo que dice el locutor del primer informativo o escucha la voz de la radio avisando que el nombre de la mujer se hará público mañana, y no sólo el nombre, también la dirección, para que toda la ciudad quede sabiendo dónde anida la maldad. Entonces el comisario fue a por la máquina de escribir y se la trajo a esta mesa. Cerró los diarios, los apartó hacia un lado y se sentó a trabajar. El papel de que se servía tenía el membrete de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, y podría, no mañana, aunque sí pasado mañana, ser presentado por la acusación del estado como prueba de su segunda culpabilidad, es decir, utilizar para uso privado material de la administración pública, con las circunstancias agravantes de la naturaleza reservada de ese material y de las características conspiradoras de su utilización. Lo que el comisario estaba escribiendo era nada más y nada menos que un relato pormenorizado de los acontecimientos de los últimos cinco días, desde la madrugada del sábado, cuando con sus dos auxiliares atravesó clandestinamente el bloqueo de la capital, hasta el día de hoy, hasta este momento en que le escribo. Como es obvio, la providencial, s.a., está pertrechada de fotocopiadora, pero al comisario no le parece de buena educación entregarle a alguien una carta original y a una segunda persona una simple y descalificada copia, por mucho que las modernas técnicas de reprografía nos aseguren que ni los ojos de un halcón notarían la diferencia entre una y otra. El comisario pertenece a la generación más antigua de las que todavía comen pan en este mundo, conserva por eso un resto de respeto por las formas, lo que significa que, terminada la primera carta, comenzó, atentamente, a copiarla en una nueva hoja de papel. Copia va a ser, sin duda, pero no de la misma manera. Terminado el trabajo, dobló e introdujo cada carta en su sobre, igualmente timbrado, los cerró y escribió las direcciones respectivas. Es cierto que las va a entregar en mano, pero sus destinatarios comprenderán, nada más que por la discreta elegancia del gesto, que las cartas que les están llegando de la firma providencial, s.a., seguros & reaseguros, tratan de asuntos importantes y merecedores de toda la atención informativa.
Ahora el comisario va a salir otra vez. Se guardó las dos cartas en los bolsillos interiores de la chaqueta, se puso la gabardina, aunque el tiempo está de lo más apacible que se puede desear para estas alturas del año, según se puede comprobar abriendo la ventana y viendo las espaciadas y lentas nubes blancas que pasan allá arriba. Es posible que otra fuerte razón le haya pesado, la gabardina, sobre todo en la modalidad trinchera, con cinturón, es una especie de señal distintiva de los detectives de la era clásica, por lo menos desde que raymond chandler creó la figura de marlowe, hasta tal punto de que si se ve pasar a un sujeto que lleva bajadas las alas del sombrero y subidas las solapas de la gabardina se puede jurar de inmediato que por ahí va humphrey bogart lanzando su mirada penetrante entre la fimbria de la solapa y la fimbria del sombrero, ciencia esta al alcance de cualquier lector de novelas policiacas, apartado muerte. Este comisario no usa sombrero, lleva la cabeza descubierta, así lo ha determinado el uso de una modernidad que aborrece lo pintoresco y, como se suele decir, tira a matar antes de preguntar si todavía estás vivo. Ya ha bajado en el ascensor, ya ha pasado ante el portero que le hizo un gesto desde su nicho, y ahora está en la calle para cumplir los tres objetivos de la mañana, a saber, tomarse el tardío desayuno, pasar por la calle donde vive la mujer del médico y llevar las cartas a sus destinos. El primero lo resuelve en esta cafetería, un café con leche, unas tostadas con mantequilla, no tan blandas y untuosas como la las del otro día, pero no hay que extrañarse, la vida es así, unas cosas se ganan, otras se pierden, y para las tostadas con mantequilla ya quedan pocos cultivadores, tanto en lo que respecta a la preparación como al consumo. Perdonadas le sean estas banalísimas consideraciones gastronómicas a un hombre que lleva una bomba en el bolsillo. Ya ha terminado, ya ha pagado, ahora camina con pasos enérgicos hacia el segundo objetivo. Tardó casi veinte minutos en llegar. Ablandó el paso cuando entró en la calle, adoptó el aire de quien va de paseo, sabe que si hay policías vigilando lo más probable es que lo reconozcan, pero eso no le importa. Si alguno de éstos llega a informar de que ha visto a su jefe directo, y si ése pasa la información al superior inmediato, y éste al director de la policía, y éste al ministro del interior, es más que sabido que albatros graznará con su tono de voz más cortante, No merece la pena que me cuenten lo que ya sé, díganme lo que necesito saber, qué está tramando ese comisario de mala muerte. La calle está más concurrida que de costumbre. Hay pequeños grupos frente al edificio donde vive la mujer del médico, son personas del barrio que, movidas por un fisgoneo en ciertos casos inocente, aunque de mal augurio en otros, se acercaron, periódico en mano, al lugar donde habita la acusada, a quien más o menos conocen de vista o de ocasional trato, dándose la inevitable coincidencia de que en los ojos de algunas de esas personas ha empleado su saber el marido oftalmólogo. El comisario ya ha localizado a los vigías, uno de ellos se ha unido a uno de los grupos más numerosos, el otro, apoyado con simulada indolencia en la pared, lee una revista de deportes como si para él no existiera, en el mundo de las letras, nada más importante. Que esté leyendo una revista y no un periódico tiene fácil explicación, una revista, siendo protección suficiente, roba mucho menos espacio al campo visual del vigilante y se guarda sin problemas en el bolsillo si de repente es necesario seguir a alguien. Los policías saben estas cosas, se las enseñan desde pequeñitos. Ora bien, sucede que estos de aquí no están al corriente de las tormentosas relaciones entre el comisario que se acerca y el ministerio de que dependen, por eso piensan que él también forma parte de la operación y pretende comprobar si todo marcha de acuerdo con los planes. No es de extrañar. Aunque en ciertos niveles corporativos ya se haya comenzado a murmurar que el ministro no está satisfecho con el trabajo del comisario, y la prueba es que ha mandado regresar a los ayudantes, dejándolo a él en barbecho, otros dicen stand-by, la murmuración todavía no ha llegado a las capas inferiores a las que pertenecen estos agentes. Hay que aclarar, antes de que se olvide, que los susodichos murmuradores no tienen ninguna idea precisa acerca del trabajo del comisario en la capital, lo que demuestra que el inspector y el agente, allá donde se encuentren, han mantenido la boca cerrada. Lo interesante, aunque nada divertido, fue ver cómo los policías se aproximaban al comisario con aire conspirador para decirle en voz baja por la comisura de la boca, Sin novedad. El comisario asintió con la cabeza, miró las ventanas del cuarto piso y se apartó, pensando, Mañana, cuando los nombres y las direcciones se hayan publicado, habrá aquí mucha más gente. Vio Pasar un taxi libre y lo llamó. Entró, dio los buenos días y, sacándose los sobres del bolsillo, le leyó las direcciones al taxista y le preguntó, Cuál queda más cerca, La segunda, Lléveme entonces allí, por favor. En el asiento de al lado del conductor había un periódico doblado, el que sobre la noticia, con letras de sangre, llevaba el impactante título de Descubierto finalmente el rostro de la conspiración. El comisario tuvo la tentación de preguntarle al taxista cuál era su opinión sobre la sensacional noticia publicada en los periódicos de hoy, pero desistió de la idea con miedo a que un tono de voz inquisitorio en exceso delatase su oficio, A esto se llama, pensó, padecer una excesiva conciencia de la propia deformación profesional. Fue el conductor quien entró en materia, No sé lo que usted piensa, pero esta historia de la mujer que dicen que no se quedó ciega me parece una trola de marca mayor inventada para vender periódicos, si yo me quedé ciego, si todos nos quedamos ciegos, cómo esa mujer siguió viendo, es una patraña que no cabe en ninguna cabeza, Y dicen que ella es la causante del voto en blanco, Ésa es otra, una mujer es una mujer, no se mete en esas cosas, todavía si fuese un hombre, vaya que vaya, podría ser, pero una mujer, pffff, veremos cómo termina todo esto, Cuando a la historia se le acabe el jugo, inventarán otra, es lo que pasa siempre, usted no sabe lo que se aprende agarrado a este volante, y todavía le digo una cosa más, Diga, diga, Al contrario de lo que la gente cree, el espejo retrovisor no sirve sólo para controlar los coches que vienen detrás, también sirve para ver el alma de los pasajeros, apuesto a que nunca lo había pensado, Me deja asombrado, realmente no lo había pensado nunca, Pues es como se lo digo, este volante enseña mucho. Después de semejante revelación el comisario creyó más prudente dejar el dialogo. Sólo cuando el taxista paró el coche y dijo, Aquí estamos, se animó a preguntar si eso del espejo retrovisor y del alma se aplicaba a todos los vehículos y a todos los conductores, pero el taxista fue perentorio, Sólo en los taxis, señor mío, sólo en los taxis.