Read Elminster en Myth Drannor Online
Authors: Ed Greenwood
La sala situada en el corazón del castillo Dlardrageth estaba vacía. Tan sólo una zona de cascotes agrietados y fundidos —tendría que preguntar a lady Oluevaera sobre aquello cuando tuviera oportunidad— permanecía para dejar constancia de que la Srinshee y él habían estado allí. La hechicera se había llevado al Ungido a otra parte.
Algo centelleó en la penumbra sobre su cabeza y gimió levemente al pasar, abalanzándose hacia el otro extremo de la habitación. El joven sonrió. Hola, fantasmas.
Alteró la luz del cetro para que se convirtiera en el resplandor rojo y blanco que perfilaba la magia. ¡Ahí! ¡Ella lo había dejado!
Invisible en el interior de tres esferas encajadas, producto de un conjuro de ocultación, flotando en el aire justo lo bastante bajo para que pudiera cogerlo, y situado junto a una de las paredes, estaba su libro de hechizos. Elminster sonrió, dijo «Oluevaera» en voz alta mientras tocaba la esfera más exterior, y observó cómo ésta se desvanecía en silencio. La segunda descendió hasta su mano, y él volvió a pronunciar el auténtico nombre de la Srinshee... y luego una tercera vez. Cuando la última esfera se desvaneció, el libró cayó en sus manos.
Entonces, hizo que el cetro volviera a despedir una luz verde, lo introdujo entre dos piedras de la pared tan alto como pudo alcanzar, y se sentó bajo su fulgor para estudiar sus conjuros. Si iban a darle caza todos los jovencitos sedientos de sangre de Cormanthor, era mejor tener toda una lista de magia ya preparada que poder invocar.
—Las noticias empeoran, venerado señor. —La voz de Uldreiyn Starym era solemne.
—¿Y cómo es eso posible? —inquirió con calma lord Eltargrim, levantando la mirada—. Se partieron sesenta y tres espadas ante mí hoy. —Apretó los labios en lo que podrían haber sido los irónicos inicios de una sonrisa—. Al menos que yo sepa.
El fornido archimago mayor de la familia Starym se pasó una mano cansada por la cada vez más rala cabellera blanca y repuso:
—De los Hallows ha llegado la noticia de que el
armathor
humano ha realizado magia letal allí, provocando un estallido que destruyó el estanque Narn y al menos a una docena de jóvenes caballeros y guerreros reunidos allí. Por si esto fuera poco, lady Symrustar y lord Elandorr han desaparecido, y el heredero de la Casa Waelvor fue arrebatado mediante conjuros de en medio de un grupo de personas con las que conversaba, y reemplazado al instante por el humano... que afirmó ser inocente pero que empuñaba un cetro de la corte. Cuando lo amenazaron las espadas de algunos de los invitados se transportó a otra parte. Nadie sabe dónde se encuentra ahora, pero algunos guerreros lo buscan con magia.
En las sombras que rodeaban la mesa una cabeza de cabellos claros se irguió con energía, los ojos llameantes.
—Mi prima iba con lord Elminster. ¡Paseaban juntos cuando nos dejaron!
—Tranquila —dijo el mago del tribunal supremo Earynspieir, situado junto a Amaranthae, posando una mano tranquilizadora sobre el brazo de ésta—. Podrían muy bien haberse separado antes de que se iniciaran los problemas.
—Conozco a Symma —repuso ella, volviéndose hacia él—, y planeaba... —Se ruborizó y desvió la mirada, mordiéndose el labio.
—¿Llevarse al caballero humano a la cama, en la zona privada de los jardines Auglamyr? —inquirió la Srinshee en voz baja. Amaranthae se quedó muy rígida, y la diminuta hechicera añadió con suavidad—: No te molestes en fingir que te escandalizas muchacha; medio Cormanthor conoce a qué se dedica.
—También sabemos algo sobre el poder de la magia de Symrustar —añadió pensativo Naeryndam Alastrarra—. De hecho, sin duda mucho más de lo que ella desea que sepamos o sospechemos. Dudo que el humano posea hechizos suficientes para hacerle daño, si se encontraban en su cenador, con toda la magia que tiene ella allí al alcance de la mano. Si la cacería organizada por esos jóvenes fogosos los conduce hasta allí, esos muchachos podrían estar en peligro.
Amaranthae volvió la cabeza para mirar al anciano mago, blanca de pies a cabeza.
—¿Es que vosotros los mayores lo sabéis todo?
—Lo suficiente para mantenernos entretenidos —respondió la Srinshee en tono seco, y Uldreiyn Starym asintió.
—Es un error corriente entre los jóvenes y vigorosos —explicó con calma sin alzar los ojos— creer que los mayores han olvidado ver, pensar o recordar las cosas; lo único que hemos olvidado es atemorizar a los jovencitos a fondo y con frecuencia para que nos respeten.
Lady Amaranthae gimoteó en voz alta, ansiosa y desdichada.
—Symma podría estar muerta —musitó, un instante antes de que el mago del tribunal supremo la tomara en sus brazos y le dijera consolador:
—Iremos a los jardines ahora para comprobarlo personalmente.
—Sin embargo, si está bien, se enfurecerá ante nuestra intrusión —protestó ella.
—Le dices —indicó Eltargrim levantando los ojos—, que el Ungido ordenó que comprobaras si se encontraba a salvo, y que descargue su furia sobre mí. —Sonrió con cierta tristeza y añadió—: Donde es probable que se pierda en medio de una muchedumbre de vociferantes querellantes.
Lord Earynspieir dio las gracias en silencio al anciano gobernante y condujo a la afligida lady Auglamyr fuera de la sala.
—Los asesinatos realizados por el humano que tenemos entre nosotros —empezó lord Starym con un profundo suspiro—... o que la mayoría de los cormanthianos consideran cometidos por él, lo que en estos momentos nos enfrenta al mismo problema, ponen en peligro vuestro plan, venerado señor, de abrir la ciudad a otras razas. Sabéis, señor, como pocos, hasta qué punto mi hermana Ildilyntra estaba en contra de esta apertura. Nosotros, la Casa Starym, seguimos oponiéndonos. ¡Por todos nuestros dioses, os lo imploro: no nos obliguéis a hacerlo por la fuerza!
—Lord Uldreiyn, respeto vuestro consejo —respondió el Ungido con suavidad—, como he hecho siempre. Sois el archimago mayor de vuestra Casa, uno de los hechiceros más poderosos de todo Faerun. No obstante, ¿os hace eso lo bastante poderoso para resistir el rebosante vigor de los humanos más movidos por la codicia, cuya magia crece rápidamente con el paso de los años? Sigo creyendo, y os insto a pensar largo y tendido sobre esto, para averiguar si en realidad podéis llegar a otra conclusión, que debemos tratar con la raza humana según nuestros propios términos ahora, o vernos avasallados y masacrados por los hombres que derribarán nuestras puertas dentro de un siglo más o menos.
—Pensaré de nuevo en ello —replicó el archimago Starym, inclinando la cabeza—. Pero ya lo he hecho antes, y sin alcanzar la misma conclusión que vos. ¿No podría ser que un Ungido se equivocara?
—Desde luego que puedo ir errado —suspiró Eltargrim—. Me he equivocado en muchas ocasiones anteriores. Sin embargo, conozco más del mundo situado al otro lado de nuestros bosques que ningún otro habitante de Cormanthor; excepto este muchacho humano, claro. Veo fuerzas que se agitan que a los cormytas más ancianos, al igual que a nuestros jóvenes, les parecen simples fantasías. Cuán a menudo en las últimas pocas lunas he oído voces en la corte que decían: «¡Oh, pero los humanos jamás podrían hacer eso!». ¿Qué creen que son los humanos, fragmentos de roca? De vez en cuando los humanos celebran algo que ellos denominan una feria de magos...
—¿Venden magia? ¿Como una especie de bazar? —Los labios del Starym se fruncieron en una mueca de incredulidad y aversión.
—Más bien una reunión familiar a la que asisten muchos magos humanos, gnomos, mestizos, e incluso elfos de otras tierras distintas de la nuestra —explicó el Ungido—, aunque creo que algunos pergaminos y raros componentes mágicos sí que cambian de mano. Pero el propósito de mi relato es éste: en la última feria de magos que vi, en mi época de guerrero errante, dos hechiceros humanos se enzarzaron en un duelo. Los hechizos que se arrojaron no podían compararse con nuestra Alta Magia, es cierto. ¡Pero también habrían asombrado y avergonzado a la mayoría de los magos de Cormanthor! Siempre es un error no tener en cuenta a los humanos.
—Todos los miembros de la Casa Alastrarra os apoyarían, creo, en eso —intervino Naeryndam—. El humano Elminster llevaba el kiira más competentemente de lo que nuestro heredero ha conseguido hacerlo hasta ahora. No lo digo como insulto hacia Ornthalas, que llegará a dominarlo, estoy seguro, con la misma habilidad con que lo hizo Iymbryl antes que él... Me limito a señalar que el humano se mostró muy capaz en muy poco tiempo.
—Demasiado capaz, si todos estos informes sobre muertes son ciertos —murmuró Uldreiyn—. Muy bien, seguiremos en desacuerdo ent...
El tablero de la mesa refulgió con un repentino brillo chispeante que iba acompañado por las suaves notas de llamada de un cuerno lejano. Lord Starym bajó la mirada para observarlo con atención.
—Mi emisaria se acerca —explicó el Ungido—. Cuando las protecciones se levantan, su paso provoca esta advertencia.
—¿Emisaria? —inquirió el archimago Starym con el ceño fruncido—. Pero, sin du...
La puerta de la estancia se abrió sola, dando paso a una nube de llamas arremolinadas de un verde sumamente pálido mezclado con blanco. Se alzó y afinó mientras lord Uldreiyn la contemplaba atónito, para desvanecerse luego a toda velocidad con un chisporroteo que reveló en su interior a una dama elfa vestida con casco y una moteada capa gris.
—Saludos, gran Ungido —dijo a modo de salutación.
—¿Qué noticias me traéis, lady heraldo?
—Se ha encontrado al heredero de la Casa Echorn muerto en la cima de la Roca de Druindar, víctima de una batalla de hechizos, se piensa —anunció la mujer, solemne—. La Casa Echorn os suplica que les permitáis vengarlo.
—¿En quién? —Los labios del Ungido formaron una fina línea.
—El
armathor
humano Elminster de Athalantar, asesino de Delmuth Echorn.
—Es un humano solo —el Ungido golpeó la mesa con la palma de la mano—, ¡no un remolino de la naturaleza! ¿Cómo podría matar en las tierras fronterizas y también en los Hallows?
—Tal vez —dijo lord Uldreiyn—, al ser un humano, es muy hábil.
En tanto que Naeryndam Alastrarra le dedicaba una mirada de asco, la Srinshee los sorprendió a todos diciendo:
—A Delmuth lo mató su propio hechizo. Contemplé el combate desde lejos; consiguió con engaños que Elminster abandonara sus estudios e intentó asesinar al humano, que tejió una magia que devolvía los ataques de Delmuth contra él mismo. Sabiendo esto, el Echorn cometió el error de confiar en su propio manto, y siguió adelante con el ataque. Elminster le suplicó que hicieran las paces, pero él lo rechazó. No hay ningún delito que vengar; Delmuth murió por culpa de sus propias intrigas y por un hechizo que él mismo había lanzado.
—¿Un humano que no ha sido proclamado? ¿Ha derrotado al heredero de una de las Casas más antiguas del reino? —Uldreiyn Starym estaba conmocionado sin duda alguna. Contempló a la Srinshee con incredulidad; pero, cuando ella se limitó a encogerse de hombros, meneó la cabeza y dijo, por fin—: Más razón aun para detener las intrusiones humanas ahora.
—¿Qué respuesta debo llevar a la Casa Echorn? —inquirió la emisaria.
—Que Delmuth fue responsable de su propia muerte —respondió el Ungido—, y que de esto da fe un archimago mayor del reino, pero que lo investigaré un poco más.
La lady heraldo hincó una rodilla en el suelo, invocó su remolino de fuego para que la envolviera de nuevo, y abandonó la habitación.
—Cuando atrapéis a este Elminster, su cerebro puede que se deshaga como la cera con tanto sondeo para averiguar la verdad —comentó lord Uldreiyn.
—Si los jóvenes nos dejan lo bastante de él para poder hacer algo con ello —respondió Naeryndam.
El Starym sonrió y se encogió de hombros.
—¿Cuándo —preguntó al Ungido— adquiristeis una lady heraldo? Creía que Mlartlar era el heraldo de Cormanthor.
—Lo era —dijo él sombrío—, hasta que se consideró mejor espadachín que su Ungido. Vuestra Casa no es la única que se opone a mi plan de apertura, lord Starym
—¿Y dónde la encontrasteis? —inquirió Uldreiyn con suavidad—. Con el debido respeto, el cargo de emisario siempre lo ha ocupado una de las familias más antiguas del reino.
—El emisario de Cormanthor —explicó la Srinshee— debe ante todo ser leal al Ungido, una cualidad inalcanzable hoy en día, por lo que parece, en las tres Casas que se consideran como las más antiguas del reino.
—Eso me ofende —manifestó él en voz baja, en tanto que su rostro palidecía.
—Se entró en contacto con tres miembros del Pueblo —siguió ella con firmeza—. Dos declinaron, uno de un modo bastante grosero. El tercero, Glarald, de vuestra propia Casa, señor, aceptó, y fue puesto a prueba. Lo que hallamos en su mente es algo que debe quedar entre él y nosotros; pero, cuando averiguó que lo sabíamos, intentó acabar conmigo y con lord Earynspieir mediante hechizos.
—
¿Glarald?
—La voz de Uldreiyn Starym estaba llena de incredulidad.
—Sí, Uldreiyn: Glarald el sonriente. ¿Sabéis cómo esperaba derrotarnos y engañarnos en primer lugar? Cogió uno de los encantamientos prohibidos de la tumba de Felaern Starym, y lo alteró para controlar no tan sólo protecciones y cetros a distancia, como por ejemplo vuestro propio cetro de las tormentas, que me temo resultó destruido durante nuestra disputa, sino también mentes. Las mentes de dos unicornios y de una joven hechicera de la Casa Dree.
—Yo... yo —el rostro de lord Starym tenía un aspecto ceniciento ahora— apenas puedo creerlo... ¿A su amada, Alais?
—Dudo que su afecto por ella fuera tan profundo —replicó la Srinshee con frialdad—, pero sí coqueteó con ella el tiempo suficiente para crear un hechizo de sangre, otra magia prohibida, desde luego, y de este modo esclavizarla para que lanzara hechizos cuando él se lo pidiera. Lady Aubaudameira Dree, o Alais, como vos la conocéis, atacó a lord Earynspieir en mitad de nuestra investigación.
El caballero Starym sacudió la cabeza, atónito, en tanto que el Ungido y Naeryndam asentían a la vez en muda confirmación de las palabras de la hechicera.
—Los conjuros de la muchacha fueron tremendos —continuó la Srinshee—. Nuestro mago del tribunal supremo debe la vida a mi magia. Igual que sucede con Glarald, ya que Alais no se sintió nada complacida con él una vez que rompí su encantamiento. Fueron los unicornios los que lo consiguieron; en cuanto mis hechizos lo debilitaron, él no pudo controlar su naturaleza inquieta, y toda la conexión se desmoronó. De este modo el Ungido obtuvo una nueva lady heraldo.