Marcy y Theo fueron inseparables durante dos años. Ella llevó a su novio a conocer a su familia en la residencia oficial del gobernador, y le encantó que él no se sintiera en modo alguno intimidado en presencia de su padre. Más tarde, en su dormitorio de la mansión, Theo le comentó a Marcy que su padre era el típico farsante.
Es posible que el joven hubiera detectado la condescendiente actitud de los padres de Marcy. El gobernador y su mujer se habían mostrado de lo más amable y cortés con él, afanosos por agasajar al elegido de su hija, por más que en su fuero interno deploraran aquella unión tan desacertada. La madre no estaba preocupada, porque sabía que el encanto de Theo se disiparía en cuanto su hija madurara. El padre estaba un poco nervioso pero trataba de disimularlo con una afabilidad fuera de lo común, incluso en un político. A fin de cuentas, el gobernador era un acérrimo defensor de la clase trabajadora, según su programa político, y la madre había recibido una educación liberal. El idilio con Theo serviría para ampliar los horizontes vitales de Marcy. Mientras tanto, Marcy y Theo vivían juntos y tenían previsto casarse cuando se graduaran. Theo escribiría e interpretaría sus propias obras, Marcy sería su musa y trabajaría como profesora de literatura.
Una relación estable. Los jóvenes no estaban demasiado pillados por la droga y sus relaciones sexuales no eran gran cosa. El gobernador pensaba incluso que en el peor de los casos la boda de su hija le favorecería políticamente, pues con ello demostraría a los electores que a pesar de sus purísimos antecedentes blancos, anglosajones y protestantes, y de su cultura y riqueza, aceptaba democráticamente a un yerno de la clase obrera.
Todos se adaptaron a la vulgaridad de la situación. Los padres se hubieran conformado con que Theo no fuera tan pelmazo.
Pero los jóvenes son perversos. En su último año de estudios Marcy se había enamorado de un compañero que era rico y para sus padres más socialmente aceptable que Theo, pero quiso conservar la amistad de éste. Le parecía emocionante hacer juegos malabares con dos amantes a la vez, sin cometer el pecado técnico del adulterio. En su ingenuidad, semejante comportamiento la hacía sentirse una persona singular.
La sorpresa se la dio Theo, que reaccionó ante la situación no como un tolerante radical de Berkeley sino como un ignorante palurdo polaco. A pesar de su bohemia poética y musical, de las enseñanzas de sus profesores feministas y de toda la atmósfera de laissez faire sexual que imperaba en Berkeley, se puso terriblemente celoso.
La airada excentricidad de Theo siempre había sido uno de los rasgos más característicos de su encanto juvenil. En sus conversaciones, a menudo adoptaba la posición revolucionaria, según la cual el hecho de hacer saltar por los aires a cien personas inocentes es un precio insignificante a cambio de una futura sociedad más libre. Pero Marcy sabía que Theo jamás hubiera hecho nada semejante. Una vez regresaron a su apartamento tras dos semanas de vacaciones y se encontraron en su cama unas crías de ratón. Theo se limitó a dejar a las minúsculas criaturas en la calle sin hacerles el menor daño. A Marcy le pareció conmovedor.
Sin embargo, cuando descubrió la existencia del otro amante de Marcy, Theo la abofeteó. Después rompió a llorar y le pidió perdón. Y ella lo perdonó. Las relaciones amorosas con él le seguían gustando, en realidad más que antes; pues el hecho de que él conociera su traición aumentaba su poder. Poco a poco, Theo fue adoptando actitudes cada vez más violentas. Discutían continuamente, la vida en común ya no resultaba tan satisfactoria como antes, y al final Marcy abandonó el apartamento.
Su segundo amante desapareció. Tuvo unas cuantas aventuras, pero ella y Theo seguían siendo amigos y de vez en cuando se acostaban juntos. Marcy tenía previsto trasladarse al Este y hacer el máster en alguna universidad de la Ivy League, y Theo se trasladó a Los Ángeles para escribir obras teatrales y buscar algún trabajo de guionista cinematográfico. Un pequeño grupo teatral tenía previsto ofrecer tres representaciones de una pequeña comedia musical escrita por él. Theo invitó a Marcy a verla.
Marcy voló a Los Ángeles. La obra era tan mala que la mitad del público abandonó la sala. Aquella noche Marcy se quedó en el apartamento de Theo para consolarlo.
Jamás se pudo aclarar lo que ocurrió aquella noche. Sólo se pudo establecer que, a primeras horas de la mañana, Theo apuñaló mortalmente a Marcy, clavándole un cuchillo en cada ojo. Después se apuñaló el estómago y llamó a la policía, que llegó a tiempo para salvar su vida pero no la de Marcy.
Como era de esperar, el juicio se convirtió en un gran acontecimiento para los medios de difusión de California. Una hija del gobernador de Nevada asesinada por un poeta obrero que había sido su amante a lo largo de tres años, y al que posteriormente ella había abandonado.
La abogada de la defensa fue Molly Flanders, especializada, en delitos pasionales, para quien aquel trabajo sería su último caso penal antes de pasar a dedicarse a asuntos relacionados con el medio del espectáculo. Su táctica fue muy clásica. Aportó varios testigos para demostrar que Marcy había tenido por lo menos dos amantes mientras seguía manteniendo relaciones con Theo, el cual estaba convencido de que se iba a casar con ella. La rica representante de la alta sociedad era una mujer muy ligera de cascos que no había tenido el menor reparo en abandonar a su sincero enamorado de la clase obrera, como consecuencia de lo cual la mente de éste había sufrido un trastorno. Flanders alegó enajenación mental transitoria. La frase más lograda (escrita para Molly por Claudia de Lena) decía. Nunca será responsable de lo que hizo. Una frase que hubiera provocado la ira de Don Clericuzio.
Theo puso la debida cara de pena durante su declaración. Sus padres, fervientes católicos, consiguieron convencer a poderosos representantes del clero de California para que apoyaran su causa y declararon que Theo había renunciado a su anterior hedonismo y había manifestado su deseo de hacerse cura. Se subrayó el hecho de que Theo hubiera intentado quitarse la vida, prueba evidente de su remordimiento y por tanto de su enajenación mental, como si ambas cosas guardaran relación entre sí. Todo ello barnizado con la retórica de Molly Flanders, quien describió en encendidos términos la gran aportación que podría hacer Theo a la sociedad si no fuera castigado por aquel acto de locura provocado por una mujer de dudosa moralidad que había roto el corazón de un pobre obrero. Una chica rica y atolondrada que ahora, por desgracia, había muerto.
A Molly Flanders le encantaban los miembros de los jurados de California. Inteligentes, lo bastante cultos como para comprender los matices de los traumas psiquiátricos y expuestos a los efectos de la cultura superior del teatro, el cine, la música y la literatura, que vibraban y se identificaban con el acusado. Cuando Molly Flanders terminaba con ellos, el resultado era infalible. Theo fue declarado inocente por enajenación mental transitoria. Inmediatamente firmó un contrato para intervenir en una miniserie basada en su vida, no como principal protagonista sino como actor secundario en un papel de cantante que interpreta sus propias composiciones a modo de hilo conductor de la historia. Fue un final plenamente satisfactorio de una tragedia moderna.
Sin embargo los efectos sobre el gobernador Walter Wavven, el padre de la chica, fueron devastadóres. Alfred Gronevelt comprendió que estaba a punto de perder su inversión de veinte años, pues en la intimidad de su villa el gobernador Wavven le había anunciado su propósito de no presentarse a la reelección. De qué servía el poder si cualquier basura blanca de mierda podía apuñalar mortalmente a su hija, casi cercenarle la cabeza y quedar en libertad como si tal cosa? y lo peor de todo era el hecho de que su amada hija hubiera sido arrastrada por los periódicos y la televisión como una puta asquerosa que merecía morir.
Hay tragedias en la vida que no se pueden curar, y para el gobernador ésa fue una de ellas. Se pasaba el mayor tiempo posible en el hotel Xanadú, pero había perdido su antigua afición a las juergas. No le interesaban ni las coristas ni los dados. Se limitaba a beber y a jugar al golf, lo cual le planteaba a Gronevelt un problema muy delicado.
Se identificaba profundamente con el problema del gobernador. No se puede cultivar a un hombre durante veinte años, aunque sea por interés, sin sentir cierto afecto por él. Pero la realidad era que si el gobernador Wavven abandonaba la política, ya no sería un activo clave y carecería de potencial futuro Era simplemente un hombre que se estaba destruyendo a golpe de borrachera. Además jugaba con tal desinterés que Gronevelt ya tenía doscientos mil dólares anotados en sus marcadores. Había llegado por tanto el momento de tener que negarle al gobernador el uso de una villa. Le ofrecería una suite de lujo en el hotel, por supuesto, pero sería un descenso de categoría. No obstante, antes de hacerlo, Gronevelt llevó a cabo un último intento de rehabilitación.
Convenció al gobernador de que se reuniera con él una mañana para jugar al golf. Para completar las dos parejas, reclutó a Pippi de Lena y a su hijo Cross. Pippi poseía un sarcástico ingenio, muy del gusto del gobernador, y Cross era un joven tan guapo y educado que los mayores siempre agradecían su compañía. Cuando finalizó el partido se fueron a almorzar a la villa del gobernador.
Wavven había adelgazado mucho y ya no cuidaba su aspecto. Llevaba una sudadera llena de manchas y un gorro de béisbol con el logotipo del Xanadú. Iba sin afeitar. Sonreía a menudo; pero no con una sonrisa de político sino más bien con una mueca de vergüenza. Gronevelt observó que tenía los dientes muy amarillos, y además estaba borracho como una cuba.
Gronevelt decidió lanzarse.
—Gobernador —le dijo, estás decepcionando a tu familia, a tus amígos y a todo el pueblo de Nevada. No puedes seguir así.
—Por supuesto que puedo replicó Walter Wavven. Que se vaya a la mierda el pueblo de Nevada. ¿A quién le importa?
—A mí —contestó Gronevelt. Yo te aprecio. Yo reuniré el dinero para que te presentes candidato al Senado en las próximas elecciones.
—¿Y por qué coño tendría que hacerlo? —preguntó el gobernador. Eso ya no significa nada en este maldito país. Soy gobernador del gran estado de Nevada y un hijo de puta asesina a mi hija y queda en libertad. Y yo tengo que aguantarlo. La gente cuenta chistes sobre mi hija muerta y reza por el asesino. ¿Sabes por qué rezo yo? Para que una bomba atómica borre de la faz de la tierra este cochino país, y muy especialmente el estado de California.
Pippi y Cross no abrieron la boca durante la conversación. Estaban ligeramente impresionados por la vehemencia del gobernador, y además se habían dado cuenta de que Gronevelt se llevaba álgo entre manos.
—Tienes que olvidar todo eso —dijo Gronevelt. No permitas que esta tragedia destruya tu vida.
Su hipocresía hubiera sido capaz de acabar con la paciencia de un santo.
El gobernador arrojó su gorro de béisbol al otro lado de la estancia y se preparó otro whisky en el mueble bar.
—No lo puedo olvidar —dijo. Permanezco despierto por la noche y sueño con estrujar los ojos de ese hijo de zorra hasta que se le salten de las órbitas. Quiero meterle fuego, quiero cortarle las manos y las piernas. Pero quiero que viva para que yo pueda repetirlo una y otra vez.
Los miró con una sonrisa de borracho y estuvo a punto de caer al suelo mientras ellos contemplaban sus amarillentos dientes y aspiraban la fetidez de su aliento.
De repente, Wavven pareció serenarse. Su voz se fue calmando y habló casi en tono de conversación normal.
—¿No vísteis cómo la apuñaló? —dijo. Le clavó el cuchillo en los ojos. El juez ni siquiera permitió que los miembros del jurado vieran las fotografías, para no prejuzgar el caso. En cambio yo, su padre, las pude ver. Y el pequeño Theo es absuelto, queda en libertad y se va con una sonrisa en los labios. Le clavó a mi hija un cuchillo en los ojos, pero se levanta todas las mañanas y puede ver la luz del sol. Ojalá pudiera matarlos a todos, al juez, a los miembros del jurado, a los abogados y a todos los demás. El gobernador volvió a llenarse el vaso y empezó a pasear furiosamente por la estancia, soltando una inconexa perorata de loco. Yo no puedo andar por ahí y mentir sobre algo en lo que ya no creo, No lo puedo hacer mientras viva este pequeño hijo de puta. Lo senté a mi mesa, mi mujer y yo lo tratamos como a un ser humano, a pesar de que no nos gustaba. Le dimos un margen de confianza. Nunca le deis un margen de confianza a nadie. Lo tuvimos en casa, le ofrecimos una cama para que se acostara con nuestra hija, y entre tanto él se burlaba de nosotros.
Me importa una mierda que seas el gobernador
, debía de pensar,
me importa una mierda que tengáis dinero. Me importa una mierda que seáis unos seres humanos honrados y civilizados. Mataré a vuestra hija cuando me dé la gana y vosotros no podréis impedirlo. Os humillaré a todos. Follaré con vuestra hija y después la mataré y os mandaré a tomar por culo y yo quedaré en libertad.
Wavven se tambaleó, y Cross corrió a sujetarlo. El gobernador miró hacia el alto techo decorado con ángeles de color de rosa y santos vestidos de blanco.
—Quiero verlo muerto —dijo rompiendo en sollozos. Quiero verlo muerto.
—Walter —dijo Gronevelt con voz pausada; todo se arreglará, deja que pase un poco de tiempo. Preséntate candidato al Senado. Te quedan por delante los mejores años de tu vida, todavía puedes hacer muchas cosas.
Wavven se apartó de Cross y le dijo a Gronevelt:
—¿Pero es que no lo entiendes?, ya no creo en la necesidad de hacer el bien. Me está prohibido decirles a los demás lo que realmente siento, no se lo puedo decir ni siquiera a mi mujer. No puedo expresar el odio que llevo dentro. Y te diré más. Los votantes me desprecian, me consideran un pobre idiota que carece de fuerza, un hombre que permite que asesinen a su hija y no es capaz de conseguir que castiguen al culpable. ¿Quién podría confiar el bienestar del gran estado de Nevada a semejante tipo? añadió con una sonrisa de desprecio. Ese pequeño hijo de puta tendría más posibilidades de ser elegido que yo. Hizo una breve pausa. No insistas, Alfred. No voy a presentarme candidato a nada...
Gronevelt lo estudió detenidamente. Estaba captando algo que Pippi y Cross no habían captado. El intenso dolor conducía muy a menudo a la debilidad, pero Gronevelt decidió correr el riesgo.