Si nos encontramos en el ecuador, que está a 0°, en ese caso todas las estrellas con una declinación entre +(90 – 0)° y -(90 – 0)° —es decir, entre +90° y +90º— se alzan y se ponen, y a veces se hallan en el cielo y en otras ocasiones no. Pero las declinaciones entre +90º y -90° están siempre allí, por lo que, en el ecuador,
todas
las estrellas están en el firmamento, en un momento u otro, y todas realizan unos círculos que son perpendiculares al horizonte.
Es sólo en el ecuador donde pueden verse todas las estrellas en el cielo en un momento u otro. (En realidad, las estrellas cerca de los Polos celestes, vistas desde el ecuador, estarían siempre cerca del horizonte y, por ello, sería difícil observarlas; pero aquí también desdeñamos los efectos del horizonte.)
También funciona de la otra manera. Supongamos que una estrella tiene una declinación de +60°. Eso significa que se halla a 30° del Polo Norte celeste. Cuando el Polo Norte celeste está más de 30° por encima del horizonte Norte, la estrella debe siempre permanecer por encima del horizonte. Para hundirse debajo del horizonte, tendría que moverse a una posición que está a más de 30° del Polo Norte celeste, lo cual resulta imposible.
El Polo Norte celeste está exactamente 30° por encima del horizonte Norte, cuando uno se encuentra a 30ºN sobre la superficie de la Tierra. En cualquier lugar de la Tierra, desde los 30ºN hacia el Norte, una estrella con una declinación de +60° se encuentra siempre en el firmamento. En cualquier lugar de la Tierra, desde los 30° hacia el Sur, no se halla nunca en el firmamento. En cualquier lugar de la Tierra, entre los 30ºN y los 30ºS, se alza y se pone, a veces, en el firmamento y en otras ocasiones no.
Podemos presentar una regla general. Si una estrella posee una declinación de +xo, se halla siempre en el firmamento desde cualquier lugar sobre la Tierra Norte de (90 – x)ºN, nunca en el firmamento en cualquier punto Sur de (90 – x)ºS, y se encuentra a veces en el firmamento y otras no, desde cualquier punto entre (90 – x)ºN y (90 -x)ºS.
Si una estrella posee una declinación de -xº, se halla siempre en el cielo desde cualquier punto de (90 – x)ºS, y nunca en los cielos desde cualquier punto Norte de (90 – x)ºN, y se halla a veces en el cielo y a veces no, desde cualquier punto entre (90 – x)ºS y (90 – x)ºN.
El corolario de todo esto es que, desde cualquier punto del hemisferio Norte, el Polo Norte celeste se encuentra siempre en el firmamento. Se halla a 90ºN y es, por ello, siempre visible desde cualquier punto Norte de (90 – 90)ºN, o 0°, que es el ecuador, mientras el Polo Sur celeste no se halla nunca en el cielo. Contrariamente, desde cualquier punto del hemisferio Sur, el Polo Sur celeste se halla siempre en el firmamento y el Polo Norte celeste nunca lo está. En el ecuador, ambos polos celestes se hallan exactamente en el horizonte.
Otro corolario es que, desde cualquier punto de la Tierra, que no sea el Polo Norte y el Polo Sur, cualquier estrella sobre el ecuador celeste se ve siempre alzarse y ponerse y, por ello, se divisa una parte del tiempo y es invisible durante otra parte,
Pero vayamos ahora a casos concretos. La declinación de Alfa del Centauro es de -60° 38'; ahora bien, dado que 60 minutos de arco forman un grado, podemos pasarlo al sistema decimal (lo cual yo, personalmente, prefiero), y convertir la declinación en -60,63°.
Según las reglas que hemos elaborado, en ese caso, Alfa del Centauro se encuentra siempre en el cielo en todas las latitudes Sur de (90 – 60,63)°S, o 29,37°S. No se halla
nunca
en el firmamento en todas las latitudes Norte de 29,37°N. Finalmente, se alza y se pone, y, en ocasiones, se encuentra en el firmamento, y otras veces no, para todas las latitudes entre 29,37°S y 29,37°N.
Hace algunos años se suscitó la posibilidad de que mis series de seis libros «Lucky Starr», novelas de aventuras de ciencia ficción para adolescentes, que escribí originalmente en los años 1950, bajo el seudónimo de Paul French, fuesen resucitadas y publicadas en nuevas ediciones.
«Excelente —me dije (puesto que nunca soy contrario a la resurrección de mis libros)—, pero la ciencia que se refleja en ellos se encuentra ya anticuada. Además, insertaré un corto prólogo en que prevenga a los lectores de todo esto, y en que describa dónde se dan esos puntos ya anticuados.»
Los editores quedaron un poco incómodos al respecto. Sintieron que arruinaría las ventas del libro. No obstante, me mostré inflexible y me salí con la mía. Las ediciones en rústica de los libros fueron publicadas por la «New American Library» y por «Fawcett Books», mientras que una edición en tela la publicó «Gregg Press»
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, y en cada uno de esos casos aparecieron unos breves prólogos. El final feliz de todo ello consistió en que las ventas no parecieron verse afectadas en lo más mínimo.
¡Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad…! Con cuánta rapidez las declaraciones hechas en ciencia ficción, de buena fe y tras cuidadosas investigaciones, quedan anticuadas y convierten la ciencia ficción en fantasía…
Por ejemplo, para dar unos casos concretos, este mes en que escribo, hace exactamente treinta años que nació
The Magazine of Fantasy and Science Fiction
(donde esos ensayos vieron la luz por primera vez). ¿Qué parte de la ciencia ficción en ese nacimiento se ha convertido ahora en fantasía? No tengo el espacio suficiente para hacer una revisión de toda la ciencia, pero supongamos que consideramos una rama que es muy importante para la ciencia ficción: los planetas del Sistema solar. Supongamos que los consideramos uno por uno.
En 1949 era aceptado desde hacía sesenta años que Mercurio mostraba sólo una de sus caras al Sol. Su período de rotación se creía que era de ochenta y ocho días, exactamente igual que su período de revolución en torno del Sol.
Esto significaba que Mercurio tenía un «lado soleado» y un «lado a la sombra». El lado al Sol estaba increíblemente caliente, como es natural, especialmente cuando Mercurio se encontraba en el perihelio y recibía un centenar de veces más radiación solar que la Tierra. El lado nocturno, por otra parte, se hallaba en perpetua oscuridad, y tenía unas temperaturas muy poco o nada por encima del cero absoluto.
En medio existía una zona «entre dos luces». Además, la órbita de Mercurio era tan elíptica, que si se quería averiguar la naturaleza de esa zona entre dos luces, nos encontrábamos con que la mayor parte de la misma recibía el suficiente sol durante una época y la suficiente oscuridad en la otra, como para dar como resultado unas intolerables temperaturas, ya fuese de una forma, de otra o de ambas.
No obstante, esto era a menudo ignorado y la zona de media luz de Mercurio era considerada como una región con, por lo menos, una temperatura tolerable —por lo menos, en lo que se refería a los relatos de ciencia ficción—, y los asentamientos humanos se situaban allí.
Pero la astronomía de microondas fue desarrollada en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y, a principio de los años 1960, se descubrió que las microondas eran radiadas desde el lado oscuro en sorprendentes cantidades. La temperatura del lado oscuro, por lo tanto, debía de hallarse bastante por encima del cero absoluto.
Un rayo de microondas podía también enviarse desde la Tierra hasta Mercurio. Al incidir en Mercurio, el rayo se reflejaría y el rayo reflejado sería captado otra vez en la Tierra. Si la superficie de reflexión se hallaba inmóvil, las ondas reflejadas tendrían muchas de las características del rayo original. Si la superficie reflectante se encontraba en movimiento (como ocurriría si el planeta tuviese rotación), el rayo reflejado exhibiría unas características cambiadas, y la cantidad del cambio dependería de la velocidad del movimiento superficial.
En 1965 se descubrió, a través de reflejos de microondas, que Mercurio no giraba, en realidad, en ochenta y ocho días, sino en 58,7 días, es decir, las dos terceras partes del período de revolución en torno del Sol.
Esto significaba que el lado al Sol y el lado en la oscuridad de Mercurio entraban en el reino de la fantasía. Cada parte de Mercurio experimentaba tanto el día como la noche. Cada día y cada noche tienen una duración de ochenta y ocho días terrestres, pero no existe en ninguna parte un día o una noche constantes. La superficie de Mercurio se calienta y se enfría, pero nunca recibe tanto calor como el mítico lado soleado, ni tanto frío como el igualmente mítico lado a la sombra.
Esto se convirtió en partes de mi libro
Lucky Starr and the Big Sun of Mercury.
¿Y qué aspecto tiene la superficie de Mercurio? En 1949 no podíamos decirlo. Naturalmente, era caliente, y eran muchos los pozos imaginados de estaño, plomo o selenio que yacían en una u otra parte del lado soleado (como en mi relato
Runaround).
En 1974, la sonda «Mariner 10» pasó muy cerca de Mercurio y tomó fotografías que revelaron su superficie con detalle. Se parecía muchísimo a una gran Luna, aunque carecía de «maria», los amplios, relativamente planos y sin cicatrices «mares» de la Luna. No había charcas ni pozos de ningún material.
En 1949 no conocíamos, virtualmente, nada acerca de Venus, excepto lo referente a su órbita, su diámetro y su brillo. Dado que aparecía siempre oscurecido por una gruesa e informe capa de nubes, no sabíamos nada sobre su superficie, ni siquiera conocíamos su período de rotación.
No obstante, dada su cobertura de nubes dábamos por supuesto que habría gotitas de agua, y suponíamos que se trataba de un planeta mucho más húmedo y empapado que la Tierra. En realidad, incluso parecía posible que existiese un océano planetario con poca o ninguna tierra emergida. Yo di por supuesto mucho de esto en
Lucky Starr and the Oceans of Venus.
Con una capa de nubes y un amplio océano, Venus no podía estar demasiado caliente.
Según la teoría del siglo XIX de la formación del Sistema solar, la llamada «hipótesis nebular», resultaba necesario suponer que los planetas se habían formado desde el exterior, por lo que Marte era más antiguo que la Tierra y la Tierra más vieja que Venus. La hipótesis nebular se fue por la borda hacia el cambio de siglo, pero la noción continuó en la mente de los relatos de ciencia ficción. Resultaba muy común el suponer que Venus era más rico, comparativamente, en vida primitiva. Por así decirlo, se encontraba aún en la Era de los dinosaurios.
En cuanto a la rotación, dado que no había, absolutamente, forma de saberlo, resultaba más sencillo suponer que rotaba en algo así como veinticuatro horas, un poco más o un poco menos.
No obstante, a mediados de los años 1950 los astrónomos comenzaban a encontrarse con intrigantes observaciones. Las microondas de Venus parecían estar presentes en insospechadas grandes cantidades. Venus debía de encontrarse más caliente de lo supuesto.
Luego, el 14 de diciembre de 1962, una sonda, «Mariner 2», pasó muy cerca de Venus y fue capaz de medir la emisión de microondas con gran precisión. Parecía claro que la temperatura superficial de Venus se aproximaba a unos increíbles 500°, tanto en la porción iluminada por el Sol como en la porción dominada por la noche. Era imposible que existiese una sola gota de agua líquida en ninguna parte de la superficie del planeta.
¿Y por qué estaba tan caliente? La respuesta se apoyaba en la atmósfera. En 1967, una sonda, «Veniera 4», entró en la atmósfera de Venus y la analizó mientras descendía en paracaídas hacia la superficie. La atmósfera de Venus demostró ser sesenta veces más densa que la de la Tierra, y el 95 por 100 de la misma estaba formada por bióxido de carbono.
El bióxido de carbono es transparente a la luz visible y casi opaco a los infrarrojos. La luz solar pasa a través del mismo, es absorbida por la superficie y se convierte en calor. La cálida superficie reirradia energía en forma de infrarrojos, que no pueden atravesar la atmósfera. El calor queda atrapado y la temperatura de Venus sube hasta que los rayos infrarrojos se ven forzados a atravesarlo.
Las nubes en sí no son, simplemente, gotitas de agua. Es posible también que estén presentes gotitas de ácido sulfúrico.
¿Y qué cabe decir del período de rotación de Venus? Las microondas pueden penetrar las nubes con facilidad y ser reflejadas por la superficie. Estas reflexiones muestran que Venus gira sobre su eje una vez cada 243,1 días terrestres, y de forma retrógrada: del Este al Oeste, en vez de como en la Tierra del Oeste al Este. Esto significa que la duración entre la salida y la puesta del Sol es en Venus de 117 días terrestres.
En 1949 la Tierra era considerada más bien un lugar estático. El suelo debía alzarse y hundirse levemente, y los brazos poco profundos del mar podían hacer invasiones y retiradas, pero los continentes permanecían fijos. Habían existido algunas teorías de «deriva continental», pero nadie creía en ellas.
Por otra parte, el fondo del océano empezaba a revelar algunos de sus secretos. El suelo no era ni llano ni sin accidentes. Existían amplias cordilleras de montañas que atravesaban el océano Atlántico, y lo mismo ocurría en los demás océanos. Se la denominó la Dorsal Media del océano.
Empleando algunas sondas de sonar, William Maurice Ewing y Bruce Charles Heezen mostraron, en 1953, que, corriendo a lo largo de toda la longitud de estas cordilleras, existía un profundo cañón. Llegado el momento, se descubrió que aparecía en todas las porciones de la Dorsal Media del océano, por lo que algunas veces es llamada la Gran Falla global.
La falla dividía la corteza terrestre en dos grandes «placas tectónicas», así denominadas por la palabra griega «carpintero», puesto que parecen muy fuertemente unidas.
En 1960, Harry Hammond Hess presentó pruebas en favor de la «extensión del suelo del mar». Rocas cálidas fundidas, ascienden lentamente desde las grandes profundidades hasta la Gran Falla global, del Atlántico medio, por ejemplo, y se solidifican en o cerca de la superficie. Esta ascensión de rocas solidificadas fuerza a las dos placas a apartarse. Las placas se separan a un promedio de 2 a 18 cm por año. Mientras las placas se separan, Sudamérica y África aún se distancian más.
Los continentes derivan mientras las placas tectónicas se mueven; se forman océanos; se alzan cordilleras, el fondo marino se pandea hacia arriba; los volcanes realizan erupciones y los terremotos se suceden en los lugares en que las placas se unen, etcétera…