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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (26 page)

BOOK: El Rey Estelar
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Oyó la ruda voz de Dasce, llena de odiosa alegría.

—¡Rampold! ¡Haz lo que te digo!

—Sí, Hildernar.

—¡Acércate al mamparo y suelta el cable! ¡Deprisa!

Gersen se aproximó a la bodega para observar sin ser visto. Rampold permaneció en pie, unos cuatro metros de distancia de Dasce mirando fascinado la roja faz del criminal.

—¿No me oyes? Deprisa o te causaré tanto dolor que maldecirás el día en que naciste.

Rampold reía suavemente, con serenidad.

—Hildemar, le he pedido a Kirth Gersen que me dejase cuidarte. Le dije que te quería como a un hijo, que te alimentaría con los mejores manjares y la bebida más vigorizadora... No pensé que me lo permitiría y he tenido que tragarme el gusto de la alegría que me tengo prometida desde hace diecisiete años. Ahora voy a golpearte hasta la muerte. Ésta es la primera oportunidad...

—Lo siento, Rampold. Tengo que interrumpirle.

Rampold exhaló un grito de completa desolación, se volvió y salió corriendo de la bodega. Gersen le siguió. En el cuarto de los motores ajustó su proyector, lo metió en la pistolera y se volvió a la bodega. Dasce mostraba sus dientes como un animal acorralado.

—Rampold no tiene paciencia.

Y se dirigió al mamparo y empezó a desatar el cable.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Dasce.

—Las órdenes son que deberás ser ejecutado.

—¿Qué órdenes? —preguntó asombrado.

—Imbécil —le dijo Gersen—. ¿No puedes imaginarte lo que ha ocurrido? He ocupado tu antiguo puesto. —Ya estaba suelto uno de los extremos del cable—. No te muevas, a menos que no quieras que te rompa una pierna. —Y desató el otro extremo del cable—. Y ahora, adelante. Anda derecho y baja la escalera. No hagas el menor movimiento o te mataré.

Dasce se puso lentamente en pie. Gersen le hizo una señal con el proyector.

—Vamos, andando.

—¿Dónde estamos? —preguntó Dasce.

—No importa dónde estemos. ¡Andando!

Dasce se volvió y arrastró los dos trozos de cable hacia la salida, a través del cuarto de máquinas, y por el salón hacia la escotilla de salida. Allí vaciló un instante, mirando por encima del hombro.

—Vamos, sin detenerte —le advirtió Gersen.

Dasce descendió la escalera. Gersen, que le seguía de cerca, resbaló en el cable que arrastraba Dasce. Dio media vuelta para tenerse en pie pero cayó pesadamente al suelo. Dasce dejó escapar un ronco grito de brutal alegría; se echó sobre él y le arrebató el proyector. Apuntó con él a Gersen y le ordenó:

—¡Quieto! ¡Ajá, ya te tengo de nuevo!

Miró a su alrededor. A quince metros estaban Warweave y Detteras y un poco más atrás Kelle. Rampold se apoyaba en el casco de la nave. Dasce movió el proyector amenazadoramente.

—¡Todos juntos, hasta que decida lo que he de hacer! Tú, viejo Rampold, ya es hora de que te mate de una vez. Y Gersen, naturalmente, en plena barriga. —Miró a los tres hombres de la Universidad—. Y usted —dijo dirigiéndose hacia uno de ellos—, usted me engañó...

—No conseguirás mucho, Dasce —le advirtió Gersen.

—¿No? Yo tengo el arma. Aquí hay tres personas que tienen que morir. Tú, el viejo Rampold y Malagate.

—Sólo hay una carga en el proyector. Podrás matar a uno solo de nosotros; pero los otros te matarán a ti.

Dasce miró rápidamente al indicador de cargas del proyector. Soltó una carcajada bestial.

—Así será. ¿Quién quiere morir? O mejor, ¿a quien quiero matar? —Y fue mirando a uno tras otro—. Al viejo Rampold... no, ya me divertí bastante con él. Gersen, sí. Me gustaría matarlo. Con un hierro al rojo vivo en la oreja. Pero Malagate... tú, perro cobarde. Me traicionaste. Ahora ya conozco tu sucio juego. No sé por qué me has traído aquí. Pero eres el único que vas a morir.

Y levantó el arma, apuntó y tiró del disparador. Se oyó la energía brotar del arma; pero no proyectó ningún mortífero rayo azulado, sino un pálido chispazo. Arrojó a Warweave al suelo. Gersen cargó contra Dasce. En vez de luchar, Dasce lanzó el arma a la cabeza de Gersen, se volvió y echó a correr por el valle. Gersen recogió el proyector, le abrió la cámara y le insertó una carga completa de energía.

Se dirigió sin prisas hacia donde había caído Warweave, que se levantaba en aquel momento. Detteras gritó rabioso en la propia cara de Gersen:

—¡Tiene usted que ser un retrasado mental para permitir que le quitara de las manos su propia arma un individuo así!

—Pero ¿por qué disparó a Warweave? ¿Es acaso un maníaco? —preguntó Kelle perplejo.

—Sugiero que volvamos a la nave donde el señor Warweave pueda descansar. Sólo había en el arma una carga pequeña, pero suficiente para haberle herido.

Detteras protestó con un bufido y se volvió hacia la nave. Kelle tomó del brazo a Warweave, pero éste se soltó; subió solo la escalera seguido de Detteras y Kelle y por último de Gersen.

—¿Se siente mejor ahora? —preguntó Gersen a Warweave.

—Sí —repuso Warweave—; pero estoy de acuerdo con Detteras. Se ha comportado usted como el mayor de los estúpidos.

—Yo no estoy tan seguro de eso, señor —dijo Gersen—. Sepa que arreglé cuidadosamente todo este asunto.

—¿Y con qué propósito? —exclamó Detteras en el colmo del asombro.

—Rebajé el poder del proyector. Arreglé la cosa de forma que Dasce pudiera hacerse con él, informándole antes que sólo había una sola carga en el interior, para poder demostrar quién era Attel Malagate.

—¿Attel Malagate?

Kelle y Detteras, que pronunciaron el nombre simultáneamente, miraron aún más sorprendidos a Gersen.

—Sí, Malagate el Funesto. He venido observando al señor Warweave durante mucho tiempo, presintiendo que debería ser más propiamente conocido por Malagate.

—Pero esto es una locura —farfulló Detteras—. ¿Habla usted en serio?

—Muy en serio. Tenía que ser alguno de los tres. Yo supuse que sería el señor Warweave.

—Cierto —repuso éste—. ¿Puedo preguntar por qué?

—Por supuesto. Primero descarté a Detteras. Es un hombre sinceramente feo. Los Reyes Estelares son más cuidadosos con su fisonomía.

—¿Los Reyes Estelares? —tartamudeó Detteras—. ¿Quién? ¿Warweave? Eso no tiene el menor sentido.

—Detteras es también un buen gastrónomo, mientras que los Reyes Estelares consideran con repugnancia el alimento humano. Y en cuanto a Kelle, también le descarté como candidato inverosímil. Es pequeño de talla y grueso, de nuevo una fisonomía contraria a la típica de un Rey Estelar.

El rostro de Warweave se contorsionó en una sonrisa glacial.

—¿Afirma usted que una buena apariencia implica la depravación del carácter?

—No. Yo sólo quiero hacer resaltar que los Reyes Estelares raramente dejan su planeta, a menos que puedan competir con éxito contra los verdaderos hombres. Y ahora, dos puntos más. Primero, Kelle está casado y ha criado al menos una hija. Segundo, Kelle y Detteras tienen carreras legítimas en la Universidad. Usted es Preboste Honorífico y recuerdo algo sobre una generosa donación que le proporcionó el puesto.

—Eso es una locura —protestó todavía Detteras— Warweave como Malagate el Funesto. Y además, un Rey Estelar...

—Es un hecho evidente —afirmó Gersen.

—¿Y qué se propone usted hacer?

—Matarle.

Detteras miró fijamente a Gersen y de pronto se lanzó sobre él con un grito de triunfo; pero Gersen, con la agilidad de un gato, dio un ligero salto hacia atrás, le cogió por la muñeca, se la retorció y le dio un golpe con el proyector. Detteras cayó hacia atrás cuan largo era.

—Deseo su cooperación, señor Kelle.

—¿Cooperar con un lunático? ¡Nunca!

—Warweave ha estado frecuentemente ausente de la Universidad, por largos períodos. ¿Estoy en lo cierto? Y uno de tales períodos fue muy reciente. ¿De acuerdo?

—No diré nada sobre tal cosa —respondió Detteras apretando los dientes.

—Eso es realmente cierto —dijo Kelle sintiéndose a disgusto—. Supongo que tendrá fuertes razones en que apoyar su acusación.

—Eso es.

—Me gustaría oír algunas de tales razones.

—Forman una larga historia. Es suficiente decir que he venido siguiendo la pista de Malagate hasta la Universidad de las Provincias del Mar y centrado finalmente las posibilidades en ustedes tres. Sospeché de Warweave, casi desde el principio; pero no estuve seguro hasta que ustedes pusieron los pies en este planeta.

—Esto es una broma demasiado pesada —dijo Warweave.

Este planeta es como la Tierra —continuó impasible Gersen—. Una Tierra que ningún hombre ha conocido jamás, una Tierra que no ha existido desde hace diez mil años. Kelle y Detteras se quedaron maravillados. Kelle se extasió con el paisaje y Detteras, reverentemente sintió la vida vegetal palpitar en el suelo. Warweave fue a mirarse en el espejo de las aguas. Los Reyes Estelares han evolucionado a partir de una especie de lagartos anfibios que vivían en charcas. Aparecieron las dríades. Warweave las admiró y pareció considerarlas como un elemento ornamental. Para Kelle y Detteras, y para mí son seres intrusos. Detteras les silbó y Kelle se sintió un tanto impresionado. Nosotros los hombres no deseamos la presencia de tales criaturas en un mundo tan agradable como éste. Pero todo esto era pura teoría. Tras habérmelas ingeniado para capturar a Hildemar Dasce, hice lo posible para convencerle de que Malagate, le había traicionado. Y cuando le di la oportunidad, Dasce le identificó... con el disparo del proyector.

Warweave sacudió la cabeza con aire de lástima.

—Niego todas sus acusaciones. —Y miró a Kelle para preguntarle—. ¿Tú crees eso?

—Estoy confundido, Gyle —respondió Kelle curvando los labios con escepticismo—. He llegado a considerar a Gersen como un hombre competente. Y no creo que sea ni un irresponsable ni un lunático.

Warweave se volvió hacia Detteras.

—Rundle, ¿cuál es tu opinión?

—Yo soy un hombre racionalista, y no puedo tener fe ciega... en ti, en Gersen, ni en ninguna otra persona. Gersen ha expuesto el caso y por sorprendente que parezca, los hechos son abrumadores en contra tuya. ¿Puedes demostrar lo contrario?

—Creo que sí —repuso Warweave considerando la pregunta de su colega. Y se dirigió hacia el dispositivo que había instalado Suthiro bajo la vitrina. El inhalador que había separado de su sitio pendía de su mano—. Sí —continuó—, creo que puedo presentar una demostración convincente.

Presionó el inhalador contra su rostro y tocó la palanca. En la consola, el timbre de alarma del aire sonó con un repetido campanilleo.

—Si vuelve atrás la palanca —dijo Gersen— cesará el ruido.

Warweave se aproximó y obedeció el consejo de Gersen.

—Verán —continuó Kirth— que Warweave está tan sorprendido como ustedes. Se imaginó que esa palanca controlaba los depósitos del gas que ustedes encontrarán bajo sus asientos, de aquí el uso que pensaba hacer del inhalador. Yo vacié los depósitos y cambié las conducciones de la palanca.

Kelle miró bajo su asiento y sacó fuera la caja. Miró a Warweave.

—Y bien, Gyle, ¿qué tienes que decir a esto?

Warweave arrojó furioso el inhalador y les dio la espalda con disgusto y confusión.

Repentinamente, Detteras tronó:

—¡Warweave! ¡Dinos la verdad!

El aludido habló por encima del hombro.

—Ya habéis oído la verdad de labios de Gersen.

—¿Tú... eres Malagate? —exclamó Detteras con voz apagada por el asombro.

—Sí. —Warweave se irguió aún más y les plantó cara, mirando con especial furia a Gersen— Tengo curiosidad por una cosa. Desde que se encontró con Lugo Teehalt se dedicó usted a buscar a Malagate. ¿Por qué?

—Malagate es uno de los Príncipes Demonio. Espero destruirles uno a uno, hasta donde lleguen mis fuerzas.

—Así ¿cuál es su intención con respecto a mí?

—Matarle, simplemente.

—Es usted un hombre muy ambicioso —dijo en voz neutral—. No hay muchos como usted.

—Tampoco quedan muchos supervivientes del ataque a Monte Agradable. Mi abuelo fue uno. Y yo otro.

—Oh, sí, es cierto. El ataque a Monte Agradable. De eso hace mucho tiempo.

—Este es un viaje muy peculiar —intervino Kelle, cuya actitud se había vuelto de seco despego—. Al menos hemos logrado nuestro principal propósito. El planeta existe, es como el señor Gersen lo había descrito y el dinero en depósito es de su propiedad.

—No, hasta que hayamos vuelto a Alphanor —opinó Detteras.

Gersen se dirigió a Warweave.

—Había hecho usted grandes planes para asegurarse la propiedad de este mundo. Quisiera saber por qué.

Warweave se encogió de hombros con indiferencia.

—Un hombre puede desear vivir aquí, o construirse un palacio —continuó Kirth—, pero un Rey Estelar no necesita ninguna de esas cosas.

—Comete usted un error común —interrumpió Warweave excitado—. Los hombres suelen ser sociables. Usted olvida que lo individual existe también entre otra gente diferente a ustedes. A algunos se les niega la libertad en su propio mundo, y se convierten así en renegados, que ni son hombres, ni pertenecen a su misma especie. Las gentes de Ghnarumen —y Warweave pronunció la difícil palabra con extraordinaria facilidad— son tan ordenados y respetuosos con la ley como los que viven en el Oikumene. En pocas palabras, la carrera de Malagate no es como para que la gente de Ghnarumen tuviesen que preocuparse en emular. Pueden tener razón o puede que estén equivocados. Es privilegio mío el organizar mi propio estilo de vida. Como ustedes saben, los Reyes Estelares son fuertemente competitivos. Este mundo, para los hombres, es muy bello, desde luego. Yo también lo encuentro así. Había planeado traer aquí a gente de mi propia raza y patrocinar y dar a la vida seres superiores, tanto para hombres como para la gente de Ghnarumen. Ésta era mi esperanza, que ustedes no comprenden, puesto que no puede haber entendimiento entre su raza y la mía.

—Pero tú te aprovechaste de tu posición para deshonrarnos —reprochó Detteras—. Si Gersen no te mata, lo haré yo.

—Ni tú ni nadie matará a ningún Rey Estelar.

En dos saltos se encontró en la escotilla de salida. Detteras saltó tras él, evitando así que Gersen pudiera dispararle a tiempo. Warweave se volvió, propinó a Detteras un terrible puntapié en el estómago y saltó a tierra corriendo desesperadamente ladera abajo.

Gersen se detuvo en la puerta de salida, apuntó y envió un disparo de energía sin éxito tras la movible figura que se alejaba. Warweave alcanzó la pradera, vaciló en la orilla del río, miró hacia atrás a Gersen y siguió valle abajo. Gersen continuó persiguiéndole por la ladera, donde el terreno era más firme, ganándole terreno al fugitivo, que ya había llegado a la zona pantanosa. Warweave se desvió de nuevo hacia la ribera y vaciló otra vez. Si se metía en la corriente antes de haber ganado la orilla opuesta, Gersen caería sobre él. Miró atrás sobre su hombro y su cara ya había dejado de ser humana; Gersen se maravilló de cómo pudo haberse engañado ni por un instante. Warweave se volvió, lanzó un grito gutural en un lenguaje desconocido, se arrodilló y desapareció.

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