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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (10 page)

BOOK: El Rey Estelar
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Y extendiendo más la mano, la adelantó hacia Gersen. Este observaba los ojos de Tristano, ignorando la mano izquierda del individuo.

Y disparándole la mano izquierda, le golpeó de lado en el cuello mientras que con el puño derecho le aplastaba la cara de un mazazo.

Tristano reculó con un aullido de dolor. Por un momento, Gersen se sintió decepcionado. Se abalanzó de nuevo y, cuando tenía el puño dispuesto para golpearle de nuevo, se detuvo súbitamente, al ver que con una agilidad increíble Tristano saltaba en el aire, lanzándole un puntapié a la cabeza con intención de matarle. Gersen se echó de lado y en el aire le asió por un tobillo y lo retorció brutalmente. Tristano se relajó en el acto, dando media vuelta en el aire, con lo que consiguió desasirse de la garra de su adversario. Se incorporó sobre pies y manos como un gato salvaje, comenzando a saltar de un lado a otro; pero Gersen le golpeó en el cuello, echándole una rodilla encima y aplastándole la cara contra el piso. Se oyó el crujir de cartílagos y la rotura de dientes.

Tristano pareció quedar fuera de combate. Por un instante se quedó extendido en el suelo cuan largo era. Gersen se agachó y cogiéndole por un tobillo le hizo una llave de lucha libre, rompiéndole los huesos. Tristano respiró con dificultad con un bufido de dolor. Buscó el cuchillo y dejó el cuello al descubierto. Gersen le agarró por la laringe dispuesto a asfixiarle. El cuello de Tristano era musculoso y pudo protegerle; pero logró desasirse blandiendo el cuchillo en el aire. Gersen le desarmó de un ágil puntapié; pero le siguió mirando con prevención, sin perderle de vista, ya que aquel asesino parecía tener guardado todo un arsenal de armas secretas.

—Déjame... —rugió Tristano—. Déjame, sigue tu camino.

Y Tristano se arrastró lentamente hacia la pared.

Gersen se dirigió de nuevo hacia él, dando a Tristano la opción de contraatacar. Tristano rehusó y Gersen volvió a agarrarle por los hombros. Los dos hombres se miraron fijamente. Tristano ensayó una llave en un brazo de Gersen, mientras que al mismo tiempo levantaba su pierna buena. Gersen evitó el cerrojo, le agarró por la pierna y se preparó para romperle el otro tobillo. Tras ellos se oyó un tumulto procedente de las oficinas interiores y el ir y venir de gente gritando.

El Director Gerente Mansensen llegó corriendo desmañadamente hacia donde se encontraban. Tras él venían a toda prisa dos o tres de sus secuaces.

—¡Quieto! —gritó Mansensen—. ¿Qué hace usted aquí, en este edificio? —escupió literalmente a la cara de Gersen—. ¡Es usted un demonio, un criminal de la peor especie! Me ha insultado y ha atacado a mis clientes. ¡Haré que los Tutelares le echen el guante!

—¡Sí, llame a los Tutelares! —repuso Gersen enfurecido.

—¿Cómo? —continuó Mansensen levantando las cejas—. ¿También con insolencias?

—Nadie ha intentado insolencia alguna. Un buen ciudadano ayuda a la policía a detener criminales.

—¿Qué quiere usted decir?

—Hay un cierto hombre del que quiero hablar a los Tutelares. Y también les diré que usted y este individuo están de acuerdo. ¿Una prueba? Este hombre —siguió mirando a Tristano—, ¿le conoce usted?

—No. Claro que no. No le conozco.

—Pero usted le identificó hace un momento como cliente.

—Pensé que podía serlo.

—Es un criminal notorio.

—Está equivocado conmigo —repuso Tristano con voz ronca—. No soy ningún asesino.

—Lugo Teehalt murió por contradecirle.

Tristano ensayó una mueca de completa inocencia.

—Estuvimos hablando usted y yo mientras el viejo moría.

—En tal caso, ni el sarkoy ni Hildemar Dasce mataron a Teehalt. ¿Quiénes fueron con usted al planeta Smade?

—Fuimos solos.

Gersen le miró con aire desconfiado.

—Es muy difícil de creer. Hildemar Dasce dijo a Teehalt que Malagate le esperaba en el exterior del Refugio.

La respuesta de Tristano fue un ligero encogimiento de hombros. Gersen continuó mirándole, sin quitarle la vista de encima.

—Por respeto a los Tutelares y a sus azotes, no me atrevo a matarte. Pero puedo seguir rompiéndote más huesos, y así podrás pasear por las aceras como un cangrejo. También puedo desviarte los ojos, para que continúes mirando en dos direcciones diferentes por el resto de tu vida.

Las líneas que bordeaban la boca de Tristano se hicieron más profundas y melancólicas. Se apoyó contra la pared, respirando fatigosamente y atendiendo solamente a su doloroso estado físico.

—¿Desde cuándo matar más allá de la Estaca se llama asesinato? —farfulló.

—¿Quién mató a Teehalt?

—Yo no vi nada. Yo estuve con usted, junto a la puerta.

—Pero los tres fuisteis juntos al Refugio de Smade...

Tristano no respondió. Gersen se abalanzó nuevamente, y le amenazó con un golpe terrible. Mansensen emitió un sonido inarticulado y quiso atacar a Gersen, pero se detuvo inmediatamente volviendo a quedarse inmóvil. Tristano parecía atontado y dolorido.

—¿Quién mató a Teehalt?

—No diré nada más —respondió Tristano sacudiendo pesadamente la cabeza—. Antes me dejaría despedazar que morir envenenado por un sarkoy.

—Yo puedo infectarte también de ese modo.

—No diré una palabra más.

Gersen se adelantó de nuevo, pero Mansensen gritó con todas sus fuerzas:

—¡Esto es intolerable! ¡No lo permitiré! ¿Es preciso que me proporcione también una pesadilla?

Gersen le miró glacialmente.

—Sería mejor que no me mezclara usted en todo esto.

—Llamaré a los Tutelares. Sus actos son más que ilegales, ha transgredido usted las leyes del estado.

Gersen soltó una carcajada.

—Vaya, vaya, llámelos. Sabremos entonces quién ha violado la ley y quién tendrá que ser castigado.

Mansensen se frotó las pálidas mejillas.

—¡Váyase, pues! ¡Largo de aquí! No vuelva jamás y me olvidaré de esto.

—No tan pronto —dijo Gersen con altivez—. Está usted metido en un buen lío. He venido aquí como un transeúnte legal y usted ha llamado por teléfono a un asesino, que me ha atacado. Esta conducta no la ignora nadie.

Mansensen se mojó los labios.

—Está acusándome de falsos cargos; añadiré esto a mis quejas contra usted.

Era un pobre esfuerzo el que intentaba realizar. Gersen se puso a reír descaradamente y Tristano se despojó de la chaqueta para apoyársela contra la muñeca dolorida por los golpes. Con los huesos rotos en la lucha, Tristano estaba inmovilizado e inútil.

Gersen atravesó la recepción apuntando a Mansensen.

—Entremos en su oficina.

Y Gersen entró, con Mansensen refunfuñando a su espalda; una vez en el interior, el Director se dejó caer pesadamente en su sillón. Le temblaban las piernas.

—Bien, vamos, llame a los Tutelares.

Mansensen sacudió la cabeza.

—Bueno... es mejor... no crear dificultades. Los Tutelares son a veces muy poco razonables.

—En tal caso necesito que me diga lo que quiero saber.

—Pregunte —respondió Mansensen inclinando la cabeza, vencido.

—¿A quién telefoneó cuando yo aparecí?

Mansensen mostró la mayor agitación.

—No diré nada. ¿Es que quiere usted que me asesinen?

—Los Tutelares harán la misma pregunta, al igual que muchas otras.

Mansensen miró con angustia a un lado y a otro y después al techo.

—A un hombre. En el Hotel Grand Pomador. Se llama... Spock.

—Está mintiendo —replicó Gersen—. Le daré otra oportunidad. ¿A quién llamó?

—No he mentido —repitió Mansensen con desesperación.

—¿Ha visto usted a ese hombre?

—Sí. Es alto. Tiene el cabello corto, rosáceo, una gran cabeza alargada y sin cuello. Su cara tiene un color rojo especial, usa gafas negras y tiene una nariz... muy fuera de lo corriente. Parece más bien un pez, ésa es la impresión que da su rostro...

Gersen aprobó con un gesto. Mansensen estaba diciendo la verdad. Aquel tipo podía muy bien ser Hildemar Dasce. Se volvió hacia su interlocutor.

—Bien. Ahora, una cosa mucho más importante. Quiero saber a nombre de quién estaba registrado este monitor.

Mansensen se encogió de hombros con un gesto fatalista y se puso en pie.

—Iré a buscar el registro.

—No. Iremos juntos. Y si no se encuentra, le juro que mis cargos serán mucho más duros todavía.

Mansensen se pasó una mano por la frente con aire desmayado.

—Pues... ahora que recuerdo, lo tengo aquí. —Y abriendo un cajón de su despacho sacó una ficha—. Universidad de la Provincia del Mar, en Avente, Alphanor. Garantía de Utilidad número doscientos nueve.

—¿Ningún nombre?

—No. Su llave tendrá muy poco valor. La Universidad usa un codificador en cada uno de sus monitores. Les hemos vendido varios.

Sí, aquello era cierto. El uso de un codificador que pudiera evitar el doble juego de cualquier prospector falto de escrúpulos era cosa corriente. La voz de Mansensen se tornó irónica.

—La Universidad le ha vendido a usted, evidentemente, un monitor codificado sin los medios de interpretarlo. Yo, en su caso, me quejaría a las autoridades de Avente.

Gersen consideró por unos instantes lo que implicaba aquella información. Tenía una gran trascendencia y resultaba difícil de evaluar, aunque en un solo punto podría todavía adquirir ventaja.

—¿Por qué telefoneó usted a Spock? ¿Es que le había ofrecido dinero?

Mansensen movió la cabeza con aire miserable.

—Dinero. Y... además amenazas. Una indiscreción en mi pasado.

Terminó con un vago gesto de la mano.

—Y dígame, ¿sabía Spock que el monitor estaba codificado?

—Desde luego. Se lo mencioné, aunque él ya lo sabía con anterioridad.

Gersen hizo un gesto de muda aprobación. Ya había encontrado el punto esencial. Attel Malagate debía de tener acceso a las cintas descifradoras de la Universidad de la Provincia del Mar, en Avente.

Reflexionó un momento. La información se acumulaba poco a poco. Attel Malagate debió de matar a Teehalt, de creer a Hildemar Dasce. Tristano lo había confirmado indirectamente, proporcionándole con ello mayor información de la que esperaba obtener en tan poco tiempo. Además, la situación se había vuelto más confusa. Si Dasce, el envenenador sarkoy y Tristano llegaron juntos, sin una cuarta persona, ¿cómo podría explicarse la presencia de Malagate? ¿Habría llegado simultáneamente en otra nave? Era posible, aunque parecía inverosímil...

Mansensen continuaba mirándole con ansiedad.

—Me marcho ya —dijo Gersen—. ¿Ha planeado usted decirle a ese Spock que estuve aquí?

—Tendré que hacerlo —farfulló Mansensen, sudando visiblemente.

—Tendrá que esperar al menos una hora.

Mansensen no hizo la menor protesta. Podía respetar los deseos de Gersen o no, lo probable es que no lo hiciera. Pero nada se podía hacer en tales circunstancias. Gersen se levantó y se dirigió hacia la salida dejando tras de sí a un hombre deshecho.

Mientras atravesaba la recepción, Gersen volvió todavía a mirar a Tristano, que de alguna forma se las había arreglado para tenerse en posición erecta. Miró por encima del hombro a Gersen, con su media sonrisa retorcida y con los músculos del cuello en tensión. Gersen se detuvo a considerar a aquel criminal. Sería prudente y deseable matarle en el acto, de no ser por las complicaciones y la interferencia de los Tutelares. Y, pensándolo mejor, apretó el paso y salió al exterior.

Capítulo 6

Los hombres del Dikurnene
, prefacio de Jan Holberk, Vaeriz, LXII:

«Existe una absurda y sofocante situación en esta época, que ha sido observada, comentada y lamentada repetidamente por un grupo de eminentes antropólogos: la singularidad de tener abandonada una tal variedad de matices de vida existente. Es conveniente considerar bien esta situación, que saldrá a relucir repetidamente a lo largo de estas páginas.

»La cosa más importante de la vida humana es su infinitud en el espacio: Desconocemos sus límites y el infinito número de planetas aún no visitados; en pocas palabras: Más Allá. Creo sinceramente que la certidumbre de estas fabulosas posibilidades ha embrutecido de alguna forma el meollo de la conciencia humana y disminuido o debilitado la empresa de los hombres.

»Se hace necesaria una calificación. Los hombres de empresa han existido siempre, aunque por desgracia, la mayor parte de ellos actúan en Más Allá, sin que sus empresas sean siempre constructivas. (Esta declaración no es del todo irónica: muchas de las formas más nocivas de vida ejercen alguna suerte de utilidad y de eficacia.)

»Pero, en general, la ambición ha cambiado de signo hacia lo interno, más que dirigirse hacia lo obviamente exterior en sus objetivos sin límites. ¿Por qué? ¿Es que la infinitud, como objeto de experiencia, en lugar de la expresión de abstracción matemática, ha acobardado la mente humana? ¿Podemos sentirnos tranquilos y seguros, sabiendo que las incontables riquezas de la galaxia se hallan allí, esperándonos? ¿La vida contemporánea se halla ya saturada de tanta novedad? ¿Es concebible que el Instituto ejerza mayor control sobre la psique humana de lo que sospechamos? ¿O será que se ha hecho corriente el sentimiento y la convicción de que toda la gloria humana ha llegado a su término y de que todos los gloriosos objetivos de la raza han sido cubiertos?

»Indudablemente no existe una respuesta sencilla a estos problemas. Pero muchos puntos son dignos de tener en cuenta. Primero —para ser mencionado sin comentarios— existe la peculiar situación en que los sistemas efectivos y de influencia tienen carácter privado o semipúblico, es decir, la PCI, el Instituto y la Corporación Jarnell.

»Lo segundo es el declive general de la educación y su nivel descendente. Los extremos quedan aparte, naturalmente, es decir los sabios del Instituto de una parte y los esclavos de un estado Tertuliano, de otra. Si consideramos la situación de los hombres más allá de la Estaca, la polaridad es todavía mas pronunciada. Existen motivos claros para tal declive. Pioneros que viven en ambientes extraños e incluso hostiles han de luchar terriblemente para sobrevivir. Aún es más desmoralizadora la inmanejable masa de conocimientos acumulados. El rumbo hacia la especialización comenzó en los tiempos modernos; pero tras la conquista del espacio y las consiguientes perspectivas nuevas de información, la especialización se ha convertido en algo mezquinamente enfocado.

»Es quizá, pertinente la manera de considerar cómo el hombre actual se ha convertido en un nuevo especialista. Vive en una época materialista, donde intereses comparativamente pequeños se le ofrecen como absolutos. Es un hombre fino, ingenioso y sofisticado; pero sin profundidad. No tiene ideales abstractos. Su campo de desarrollo, si es universitario, pueden ser las matemáticas o cualquiera de las ciencias físicas; Pero es cien veces más verosímil que sea una rama de lo que vagamente se llaman estudios humanísticos: historia, sociología, ciencias comparativas, simbología, estética, antropología, las variedades de la experiencia, criminología, educación, comunicación, administración y coerción, para no mencionar la ciénaga de la psicología, ya putrefacta por generaciones de incompetentes y la todavía inexplorada selva de la psiónica.

»Existen también los que, como el autor, se acomodan a sí mismos en una torre de marfil, desde donde predican la omnisciencia con protestas de humildad y que están, o bien no convencidos de lo que dicen o totalmente ausentes, y asumen la obligación de calcular y apreciar, mandar o derogar y denunciar lo relativo a sus contemporáneos. Sin embargo, en conjunto, es una tarea más fácil que cavar una zanja.»

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