Lope sabía de qué iba la conversación. Desde hacía varios días, el hidalgo de Sahagún y el capitán estaban hablando de ir a Aragón si no se ofrecía nada mejor. El rey de Aragón quería emprender una campaña contra Zaragoza para vengar la muerte de su padre, que había sido asesinado por un sicario moro. Estaba buscando por toda España gente para su campaña.
Desde fuera volvió a llegar la voz chillona, y otra vez ésta le pareció a Lope extrañamente familiar. Se levantó sin darse cuenta, se precipitó hacia la puerta y miró a través de la cortina que cubría la entrada. Había media docena de hombres sentados alrededor de la hoguera que ardía allí fuera. A tres de ellos los conocía de Guarda: un peón y dos hidalgos que formaban parte de la guardia del conde. Por suerte, todos estaban bastante borrachos.
Regresó corriendo a la mesa y contó al capitán lo que había visto. El capitán no le creyó; fue él mismo a la puerta para cerciorarse. Desde su llegada a la ciudad habían estado fijándose en si veían gente de Guarda. Habían examinado todas las tiendas buscando los colores del conde de Guarda. Un hombre que debía de saberlo les había dicho que el conde no vendría a la reunión de la corte. ¿Les había informado mal?
Cuando volvió a la mesa, el capitán estaba una pizca más pálido.
—¿El conde está en la ciudad? ¿El conde de Guarda? ¿Lo has oído decir? —preguntó al Rojo.
—Ha llegado hoy —dijo el Rojo.
—¿Él en persona?
—Él en persona, con todos sus hombres.
—¿Por qué? ¿Por qué viene a León? ¿Acaso es vasallo del rey?
—Aún no, pero pronto hará reverencias —dijo el Rojo con evidente sarcasmo—. Todos los otros condes del sur del Duero ya han jurado ante el rey; qué le queda. Ya puede estar contento si el rey se muestra condescendiente y lo acepta. Uno de sus hombres prendió fuego a una aldea del rey en algún lugar del sur, en la frontera. No consideró las consecuencias y asesinó a unos cuantos campesinos y a un tenente del rey. Se dice que el rey se mostrará piadoso si a cambio gana un nuevo vasallo.
El capitán no dijo nada. No quitaba la vista de la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó el hidalgo de Sahagún—. ¿Quieres ofrecer tus servicios al conde de Guarda?
—¡No! —dijo el capitán.
—¿Por qué no vamos entonces donde don Sisnando? —continuó el hidalgo—. Nunca es malo depender de un hombre que tiene grandes proyectos y, además, cuenta con el favor del rey.
—Ya veremos —dijo el capitán de mala gana. Pero Lope sabía que el capitán ya se había decidido. Irían a Aragón, donde la guerra era más dura, como había dicho el hidalgo de Sahagún. Lo sabía. Sin levantarse del banco, se arrimó un tanto hacia el capitán, cogió el pan y la jarra de aceite y empezó a comer con avidez. El capitán parecía no darse cuenta de su presencia.
Yunus no encontró el tiempo necesario para hacer un par de anotaciones en su diario hasta cuatro días después de su llegada a León.
2 DE SHEWAT
Hoy, segundo día de la fiesta que celebran los cristianos por el nacimiento del Nazareno, ha terminado la reunión de la corte del rey. Con un escándalo, según se dice. Don Sancho, el príncipe heredero, se ha marchado a mediodía con todo su séquito. Ha tenido una fuerte discusión con su padre. El trasfondo de la disputa traerá grandes preocupaciones a la comunidad judía de este lugar.
El rey convocó oficialmente la reunión de la corte con el pretexto de su sexagésimo aniversario. Acudió toda la nobleza de Castilla, León y Galicia. Cuando los barones y príncipes de la Iglesia estaban reunidos, el rey los sorprendió a todos presentando un plan preparado de antemano para reglamentar la sucesión y obligándolos a prestar juramento de fidelidad a sus hijos como futuros soberanos. Esta maniobra entusiasmó a los importantes señores del Consejo de Ancianos de la ciudad. En cambio, la forma de la sucesión les ha parecido más bien desafortunada.
El rey ha dispuesto que, a su muerte, el reino no pase a manos de su hijo mayor, don Sancho, sino que sea repartido. Don Sancho recibirá únicamente la tierra natal de su padre, Castilla, mientras que el reino de León pasará al segundo hijo del rey, don Alfonso, y Galicia a su tercer hijo, don García.
En el Consejo de Ancianos están convencidos de que habrá guerra apenas muera el rey. Y la marcha del príncipe, este mediodía, es ya un primer indicio en favor de esa opinión. Don Sancho ha rechazado el plan de división del reino desde el primer momento. Basándose en el derecho de primogenitura de los antiguos reyes visigodos de Toledo, ha reclamado para sí todo el Reino. Sus hermanos, por el contrario, mantienen que nadie puede apelar a ese derecho mientras Toledo continúe en manos de los moros. Como sea, el germen de la guerra civil ya está sembrado.
Ibn Eh ve esto como un presagio esperanzador. Dice que mientras más luchen entre sí en el norte, más tranquilos estaremos en Andalucía. Además, opina que debemos rezar para que el rey no viva mucho tiempo más. El potencial de guerra que ha demostrado en León es terrorífico. Una terrible amenaza mientras se encuentre reunido en una misma mano.
Se afirma que el rey empleará su poderío militar contra Coimbra la próxima primavera. Según opina Isaak al–Balia, esto augura un nuevo tipo de política de conquista frente a Andalucía. Por deseo del rey (o por exigencia suya, lo que viene a ser lo mismo), el príncipe de Badajoz habría determinado que el pequeño conde independiente Sisnando ibn David, quien de niño vivió mucho tiempo en Sevilla y era amigo de confianza de nuestro príncipe, sea nombrado tenente de Coimbra. Oficialmente se convertirá así en vasallo del príncipe de Badajoz, pero de facto es vasallo del rey de León. Y es también el rey quien lo ayudará con su potencial militar a acceder al cargo. Pues, como es natural, la ciudad se niega a reconocer como nuevo tenente a don Sisnando, quien en realidad es un hombre del rey.
Al–Balia estaba visiblemente asustado cuando me contaba todo esto. Como embajador, visita constantemente en la corte, de modo que está muy bien informado. El nasí le dará una recepción mañana, sabbat.
Precisamente ahora escucho venir a Ibn Eh. Está de un humor magnifico. En Sevilla tuvo la genial idea de ofrecerle al obispo enfermo sus gigantes negros para que cargaran su silla de manos, lo que le ha ahorrado pagar tanto la aduana de salida de Sevilla como la de entrada en León. Ahora ha regalado uno de esos negros a cada una de las dos hijas del rey (al parecer la más joven, doña Elvira, tiene un apetito de hombres insaciable). A cambio, ha obtenido un salvoconducto que le garantiza alojamiento en todos los monasterios del reino (¡a un judío andaluz!), y entre tanto ha encontrado a otros cuatro clientes de la alta nobleza que están dispuestos a pagar mucho dinero por un guardaespaldas negro. El viaje ya se ha pagado solo, dice. Pasado mañana parte para Francia. Yo emprenderé el camino de regreso a Sevilla dentro de tres días, junto con al–Balia. Que Dios sea nuestro rafiq.
Los señores del Consejo de la comunidad se veían todos muy dignos, muy piadosos, muy venerables en sus negros hábitos de oración. Yunus no había visto nunca antes una religiosidad tan lóbrega y celosa como ésta de sus hermanos de fe de León. Parecía como si en el sabbat les estuviera prohibido incluso reír. No había punto de comparación con los judíos de Sevilla o de cualquier otro lugar de Andalucía.
Yunus había notado esta diferencia inmediatamente después de su llegada. Hoy, sabbat, era aún más patente. Plegarias interminables, charlas religiosas sin final previsible. Yunus lamentaba que no estuviera allí al–Balia, con su sentido del humor y sus agudas bromas. Como embajador del monarca de Sevilla, había tenido que acudir a un banquete dado por don García, el hijo menor del rey, y Yunus no lo esperaba hasta la tarde. Pero probablemente ni siquiera él conseguiría sacar una chispa a esa avinagrada reunión.
Desde la oración del mediodía, las conversaciones giraban, sobre todo, en torno al nuevo obispo. El rey había dado a conocer su elección esa misma mañana: don Jimeno, el arcediano, el hijo del conde de Bierzo. Como se esperaba. Como se temía. Todos lamentaban la pérdida del viejo obispo. Todos los miembros de la comunidad habían salido a la calle cubiertos de ceniza, lanzando ayes y lágrimas, cuando el cuerpo de don Alvito fue llevado en andas a través de la ciudad, hasta la catedral.
—¡Un señor bueno, un señor compasivo, un señor justo! ¡Dios se apiade de su alma!
La mitad de la comunidad judía de León era vasalla de doña Sancha, la reina; la otra mitad, del obispo de la ciudad. La reina siempre había seguido el consejo del obispo, y el obispo siempre había sido accesible, pues siempre había necesitado dinero para construir su catedral. La comunidad judía había comprado a don Alvito el derecho de ampliar la sinagoga, habían regateado con una prohibición de la misión judía y, a cambio de mucho dinero, habían conseguido incluso que aboliera aquel maldito acuerdo del concilio de Constanza que, trece años atrás, había prohibido a todos los cristianos del reino dormir bajo el mismo techo que un judío y sentarse a la misma mesa que él.
Ahora se planteaba la inquietante pregunta de si el nuevo obispo ratificaría estos derechos tan costosamente adquiridos. Y cuánto pediría por hacerlo.
—¡Que el Señor, en su infinita bondad y misericordia, se apiade de nosotros!
Entró un criado anunciando la llegada de al–Balia. Los ancianos se colocaron en los lugares que les correspondían y el nasí extendió los brazos para saludar al convidado de honor. Al–Balia entró como una ráfaga de viento. Se detuvo en la puerta. Miró a su alrededor. Pasó junto al desconcertado nasí y se dirigió directamente hacia Yunus. Lo cogió del brazo y le dijo:
—¡Tienes que marcharte! ¡Tienes que salir inmediatamente de la ciudad! —Antes de que Yunus pudiera hacerle alguna pregunta, añadió echando un rápido vistazo a su alrededor—: ¿Dónde está Ibn Eh? Rápidamente se dirigió hacia donde se encontraba éste.
El nasí, revoloteando inquieto detrás de al–Balia, preguntó:
—Por la misericordia de Dios, ¿qué es lo que pasa?
—¡Perdonadme! Os lo explicaré todo hermanos, en seguida —dijo al–Balia levantando los brazos. Y, dirigiéndose a Ibn Eh, añadió en voz baja pero penetrante—: ¿Cuánto puedes tardar en preparar una mula? ¿Y a un hombre de confianza?
Yunus, a su lado, seguía sin poder hacer nada ni formular una pregunta. Ibn Eh ya estaba en camino hacia la puerta. Al–Balia estaba ahora con el nasí, rodeado por los ancianos.
—Tenemos que difundir la noticia de que Yunus se marchó ayer… a Sevilla… recibió una mala noticia… su padre está al borde de la muerte… sí, su padre. —Sin parar siquiera un momento para tomar aliento, dijo dirigiéndose a Rubén ben Meir, el médico en cuya casa se alojaba Yunus—: Es posible que vayan a tu casa a hacer preguntas. Ya puedes tener cuidado de dar siempre las respuestas correctas, sea quien sea el que te interrogue.
Finalmente, Yunus se interpuso entre los dos y, tirando de la manga de al–Balia, preguntó:
—Isaak, ¿qué pasa? ¿Qué es lo que pasa? ¿Quién dice que me tengo que marchar?
Silencio absoluto. Todas las miradas dirigidas hacia al–Balia. Y al–Balia miró tranquilamente a los ojos de Yunus y dijo:
—Se dice que don Alvito, el obispo fallecido, en su lecho de muerte y ya a punto de expirar, convirtió al cristianismo a un judío. Me han informado que esto se anunciará oficialmente hoy mismo, en la catedral. Desde el púlpito. Lo hará un sacerdote del nuevo obispo. —Hablaba rápidamente y sin hacer ninguna pausa, y, al notar que Yunus lo quería interrumpir, le hizo una señal con el brazo y continuó diciendo—: Se afirma que el judío convertido no es un judío cualquiera, sino un judío ilustrado.
—Es absurdo, completamente absurdo —balbuceó Yunus.
—Por absurda que pueda ser esa afirmación —continuó al–Balia, sin dejarse perturbar por la interrupción de Yunus—, por lo visto, alguien está interesado en hacerla circular. Alguna intención se esconde detrás.
—Pero es absolutamente absurdo —dijo Yunus, haciendo un desesperado gesto de rechazo—. Puedo explicarlo ahora mismo. Puedo explicarlo todo.
—Ya no tenemos tiempo para explicaciones, Yunus —lo interrumpió al–Balia con dureza—. El obispo muerto yace amortajado en la catedral. Ya han ocurrido dos milagros ante el catafalco. También la conversión del judío en el lecho de muerte será considerada un milagro. Me han informado que la catedral está repleta de creyentes que quieren ver al judío converso. ¡Incluso esperan que se bautice públicamente, como prueba del milagro!
—¡Dios mío! —exclamó el nasí, horrorizado—. ¡Un santo obispo venerado como conversor de judíos! ¡Eso sería terrible!
Al–Balia se volvió hacia él y dijo en tono sereno:
—Necesitamos ropa poco llamativa para Yunus. Y botas, y una faja para la cabeza. Y un hombre que pueda sacarlo por la Puerta de Cauri sin que lo detengan. ¡Y lo necesitamos en seguida!
El nasí se marchó apresuradamente a cumplir los encargos; al–Balia cogió a Yunus del brazo y se lo llevó aparte.
—Escúchame, Yunus —dijo—, uno de los hombres de Ibn Eh te llevará a Burgos. Nadie supondrá que te has marchado en esa dirección. Si cabalgas toda la noche, por la mañana estarás en territorio castellano, fuera del alcance del obispo de León. En Burgos encontrarás a un hombre de confianza que te llevará a Logroño, donde podrás quedarte hasta que se te una Ibn Eh. Te daré una carta para ese hombre.
Yunus hizo un último intento de rehusar.
—Isaak, ¿por qué no me crees? —dijo en tono suplicante—. No hay una sola palabra cierta en esa historia. ¡Es un malentendido! ¡Una interpretación completamente absurda e infundada de un gesto de pura amistad!
—Ya sabemos que no es cierto, Yunus —dijo al–Balia con paciente seriedad—. Pero lo que importa no es nuestra verdad, sino la verdad que el obispo hará difundir desde el púlpito y que será creída por los fieles que acudan a la catedral. Te obligarán a bautizarte para conseguir que lo que afirman sea cierto. Tienen los medios para hacerlo, Yunus. Y si te mantienes firme presionarán a la comunidad judía. Exprimirán a nuestros hermanos de fe hasta que brote la sangre. El obispo necesita dinero. Ha sobornado a los canónigos y ha pagado una suma exorbitante al rey para ser elegido. Cogerá todo lo que pueda. Haciendo que el fallecido don Alvito sea un santo milagrero llenará los cepillos de sus iglesias. Convirtiéndolo en un santo conversor de judíos se hará de un garrote con el que extorsionar a los judíos de León hasta sacarles todo lo que tengan. Si el viejo obispo aún viviera, quizá habría atestiguado en tu favor, Yunus. Pero muerto sólo les sirve a los otros. Y a nosotros sólo nos queda la huida. Su mentira es más fuerte que nuestra verdad, Yunus. Que Dios te proteja.