Read El misterioso Sr Brown Online
Authors: Agatha Christie
Carter hizo una pausa.
—No leeré los detalles del coup que estaba planeando. Pero hay dos pequeños incisos que se refieren a ustedes tres. Son interesantes. Se los leeré.
Al animar a la joven a acudir a mí por propia voluntad, he conseguido desarmarla. Pero tiene ciertas intuiciones muy agudas que pudieran resultar peligrosas. Debe desaparecer. No puedo hacer nada con el norteamericano: sospecha y le desagrado. Pero no lo puede saber. Mi armadura es inexpugnable. Algunas veces temo haber menospreciado al otro muchacho. No es listo, pero es difícil cerrarle los ojos ante la evidencia.
Carter cerró la agenda.
—Un gran hombre. Un genio o un loco, ¿quién puede asegurarlo? Yo no me atrevería a hacerlo.
Hubo un silencio.
Luego, Carter se puso en pie.
—Voy a brindar. ¡Por los Jóvenes Aventureros que se han visto coronados por el éxito!
Todos bebieron aclamándolos.
—Hay algo más que quisiera saber —continuó Carter, dirigiéndose al embajador norteamericano—. Hablo también en su nombre. Pedimos a la señorita Jane Finn que nos cuente la historia que hasta ahora solo conoce la señorita Tuppence, pero antes bebamos a su salud. ¡A la salud de una de las más valientes hijas de Estados Unidos, a quien deben gratitud dos grandes países!
—Ha sido un brindis magnífico, Jane —dijo Julius mientras acompañaba a su prima al Ritz, en su Rolls-Royce.
—¿El de los Jóvenes Aventureros?
—No, el que te dedicaron a ti. No hay otra muchacha en el mundo que hubiera hecho lo que tú hiciste. ¡Eres maravillosa!
Jane meneó la cabeza.
—No me siento maravillosa, sino cansada y sola, y deseosa de regresar a mi patria.
—Eso me recuerda que quiero pedirte una cosa. He oído que el embajador decía a su esposa que esperaba que fueras con ellos a la embajada. Esto está muy bien, pero yo tengo otro plan, Jane. ¡Quiero que te cases conmigo! No te asustes y no me digas que no enseguida. Claro que no puedes quererme tan pronto, no sería lógico. Pero yo te quiero desde el momento en que vi tu fotografía, y ahora que te he visto, estoy loco por ti. Si te casaras conmigo no te molestaría, te dejaría hacer lo que quisieras. Tal vez nunca llegues a quererme y, en ese caso, te devolvería la libertad. Pero quiero tener derecho a velar por ti y cuidarte con todo cariño.
—Eso es lo que deseo —dijo la joven alegremente—. Tener a alguien que me cuide. ¡Oh, tú no sabes lo sola que me encuentro!
—Claro que sí. Entonces todo arreglado. Mañana por la mañana visitaré al arcediano para que nos dé una licencia especial.
—¡Oh, Julius!
—Bueno, Jane, no quiero apresurarte, pero no tendría sentido que esperáramos. No tengas miedo. No espero que me ames así de pronto.
Una delicada mano tomó la suya.
—Te quiero ya, Julius —dijo Jane Finn—. Te quiero desde el momento en que te rozó aquella bala en el automóvil.
Cinco minutos después, Jane murmuraba con voz muy queda:
—No conozco Londres muy bien, Julius, pero ¿hay tanta distancia del Savoy al Ritz?
—Eso depende de cómo se vaya —explicó Julius sin avergonzarse—. ¡Nosotros pasaremos por Regent's Park!
—¡Oh, Julius! ¿Qué pensará el chófer?
—Con el sueldo que le pago, sabe que es mejor no tener ideas propias, Jane; la única razón que me ha impulsado a organizar la cena en el Savoy ha sido la de poder acompañarte a casa. No veía otro medio de verte a solas. Tú y Tuppence estáis siempre juntas como dos hermanas siamesas. ¡Si llega a pasar un día más creo que Beresford y yo nos volvemos locos!
—¡Oh! ¿Está...?
—Claro que sí. Como un loco.
—Lo suponía —dijo Jane, pensativa.
—¿Por qué?
—¡Por todo lo que Tuppence me ha dicho!
—En eso me has ganado —dijo Hersheimmer, pero Jane reía.
Entretanto, los Jóvenes Aventureros estaban sentados muy erguidos y nerviosos en el interior de un taxi que, cómo iba a ser de otra forma, les llevaba al Ritz por Regent's Park.
Entre los dos existía una gran tirantez y, sin que supieran qué había ocurrido, todo parecía distinto. Estaban mudos, paralizados, y su antigua camaradería había desaparecido. Tuppence no sabía qué decir. A Tommy le ocurría lo mismo. Permanecían completamente inmóviles, sin atreverse a mirarse. Por fin Tuppence hizo un esfuerzo desesperado.
—Ha sido bastante divertido, ¿no te parece?
—Sí, bastante.
Otro silencio.
—Me gusta Julius —Tuppence hizo de nuevo un gran esfuerzo.
Tommy pareció volver a la vida.
—¿No irás a casarte con él, me oyes? —dijo en tono imperativo—. Te lo prohíbo.
—¡Oh! —exclamó ella sumisa.
—Rotundamente, ¿entiendes?
—Él no quiere casarse conmigo. Solo me lo pidió por cortesía.
—Eso no es muy verosímil.
—Es cierto. Está loco por Jane. Supongo que se estará declarando en estos momentos.
—Harán una buena pareja —replicó Tommy, en tono condescendiente.
—¿No te parece la criatura más encantadora del mundo?
—¡Oh, no está mal!
—Pero supongo que tú preferirás ante todo un producto del país.
—Yo... ¡Oh, déjate de tonterías, Tuppence, ya lo sabes!
—Me gusta tu tío, Tommy —dijo Tuppence desviando la conversación—. A propósito, ¿qué piensas hacer? ¿Aceptar el ofrecimiento de empleo del señor Carter o el mejor remunerado de Julius en su rancho de Estados Unidos?
—Creo que el del viejo, aunque considero que Hersheimmer se ha portado estupendamente y creo que tú te encontrarás mejor en Londres.
—No veo qué tengo yo que ver.
—Pues yo sí.
Tuppence le miró de reojo.
—También tendrás dinero —observó con expresión pensativa.
—¿Qué dinero?
—Nos van a dar un cheque a cada uno. Me lo dijo el señor Carter.
—¿Preguntaste cuánto? —dijo Tommy sarcástico.
—Sí —replicó Tuppence triunfal—. Pero eso es algo que no te diré.
—¡Tuppence, eres el colmo!
—Ha sido divertido, ¿verdad, Tommy? Espero que tengamos que correr muchísimas más aventuras.
—Eres insaciable, Tuppence. Yo ya tengo bastante de momento.
—Bueno, ir de compras resulta casi igual de divertido —dijo la joven—. Piensa lo estupendo que será comprar muebles, cortinas de seda, alfombras de colores brillantes, una mesa de comedor muy barnizada y un diván con muchos almohadones.
—Frena —le cortó el muchacho—. ¿Para qué quieres tantas cosas?
—Tal vez para una casa, pero yo prefiero un apartamento.
—¿El apartamento de quién?
—Tú crees que me importa decirlo, pero no me importa en absoluto. ¡El nuestro, para que te enteres!
—¡Amor mío! —exclamó Beresford, estrechándola entre sus brazos—. ¡Había decidido que fueras tú la que lo dijeras! Te lo mereces por lo inexorable que te has mostrado siempre que he intentado ponerme sentimental.
Tuppence alzó la cabeza. El taxi continuó girando por el lado norte de Regent's Park.
—Aún no me has pedido relaciones —dijo Tuppence—. Por lo menos no ha sido precisamente lo que nuestras abuelas llamarían una petición formal. Pero después de lo que acaba de hacer Julius, me siento inclinada a rechazarte.
—No podrás escapar. Tendrás que casarte conmigo, de modo que ni lo pienses siquiera.
—Será divertido —respondió Tuppence—. El matrimonio ha sido calificado de muchas formas: cielo, refugio, paraíso, esclavitud y muchísimas otras. Pero ¿sabes lo que creo que es?
—¿Qué?
—¡Un deporte!
—¡Y muy bueno por cierto! —afirmó Tommy.