Read El misterioso Sr Brown Online
Authors: Agatha Christie
—Déjenos pasar, por favor —dijo Tuppence en tono imperioso.
—Solo quiero intercambiar unas palabras con su hermosa amiguita.
Alargó un brazo inseguro y asió a Jane de un hombro. Tuppence escuchó unos pasos a sus espaldas y no se entretuvo a averiguar si se trataba de sus amigos o de los de él. Bajando la cabeza puso en práctica un truco de sus días escolares y golpeó con ella al agresor en pleno estómago. El hombre cayó sentado bruscamente sobre la acera y las dos aprovecharon aquella oportunidad para poner pies en polvorosa. La casa que buscaban estaba un poco más abajo. Otros pasos resonaron tras ellas y apenas podían respirar cuando llegaron a la puerta de sir James. Tuppence pulsó el timbre y Jane golpeó el picaporte.
El hombre que las había detenido llegaba en aquel momento al pie de la escalinata. Estuvo dudando unos instantes y en ese instante se abrió la puerta. Las dos se precipitaron al mismo tiempo dentro del recibidor. Sir James salió de la biblioteca.
—¡Hola! ¿Qué es esto?
Se adelantó para sostener a Jane, que parecía a punto de desmayarse. La llevaron a la biblioteca y la tendieron sobre el sofá de cuero. Sirvió un poco de coñac en un vaso y la obligó a beber. Jane se sentó, todavía con los ojos muy abiertos por el miedo.
—Todo está bien. No tiene por qué temer, pequeña. Ahora está a salvo.
Su respiración se hizo más acompasada y el color volvió a sus mejillas. Sir James miraba a Tuppence fijamente.
—De modo que no ha muerto, señorita Tuppence. ¡Está tan viva como su amigo Tommy!
—Los Jóvenes Aventureros no se dejan matar así como así.
—Eso parece —manifestó sir James secamente—. Estoy en lo cierto al pensar que su aventura ha terminado con éxito y que esta señorita es... —se volvió hacia la muchacha sentada en el sofá—... ¿la señorita Jane Finn?
—Sí. Yo soy Jane Finn. Y tengo muchas cosas que contarle.
—Cuando se sienta con fuerzas.
Jane se sentó en una de las enormes butacas y comenzó su historia.
—Me embarqué en el Lusitania, pues iba a incorporarme a mi nuevo empleo en París. Me preocupaba muchísimo la guerra y me moría de ganas de ayudar de alguna manera. Había estudiado francés y mi profesora me dijo que necesitaban ayuda en un hospital de París, de modo que escribí ofreciendo mis servicios y me aceptaron. No tenía ningún pariente, así que me fue fácil arreglarlo todo.
»Cuando el Lusitania fue torpedeado, un hombre se acercó a mí. Había reparado en él en más de una ocasión y siempre me dio la sensación de tener miedo de algo o de alguien. Me preguntó si era norteamericana y patriota, y me dijo que era portador de unos papeles que eran cuestión de vida o muerte para los aliados. Me pidió que me hiciera cargo de ellos. Yo debía esperar que apareciera un anuncio en The Times y, si no aparecía, entregarlos al embajador norteamericano.
»Lo que pasó después todavía me parece una pesadilla. Algunas veces vuelvo a verlo en sueños. Lo contaré muy por encima. Danvers me dijo que estuviera alerta, que posiblemente lo habían seguido desde Nueva York, aunque no estaba seguro. Al principio no tenía sospechas, pero una vez en el bote salvavidas camino de Holyhead empecé a sentirme intranquila. Había una mujer que se ocupaba mucho de mí y siempre hablaba conmigo. Una tal señora Vandemeyer. Al principio le estaba agradecida por sus atenciones; no obstante, había algo en ella que me desagradaba y en el barco irlandés que nos recogió la vi hablando con un hombre de extraño aspecto y, por el modo de mirarme, comprendí que hablaban de mí. Recordé que ella estaba cerca cuando Danvers me entregó el envoltorio impermeable en el Lusitania y que, antes de eso, había tratado de hablar con él un par de veces. Empecé a asustarme, pero no sabía qué hacer.
»Me asaltó la idea de detenerme en Holyhead y no continuar hasta Londres aquel día, pero no tardé en comprender que era una gran estupidez. Lo único que cabía hacer era comportarme como si no sospechara nada y esperar acontecimientos. Tomé una sola precaución: abrí el envoltorio impermeable y sustituí el documento por un papel en blanco. De modo que si alguien me lo robaba no importase.
»Lo que me preocupó en extremo era dónde esconder el auténtico. Al fin lo desdoblé, constaba solo de dos folios, y los introduje entre las páginas de una revista. Pegué los bordes con la goma de un sobre y la llevé siempre en el bolsillo de mi chaqueta.
»En Holyhead traté de ocupar un compartimiento entre personas de aspecto normal. Pero siempre me encontraba con gente que me empujaba en dirección contraria a la que yo quería ir. Era algo aterrador. Al fin me vi en el vagón en que iba la señora Vandemeyer. Salí al pasillo pero los demás compartimientos estaban llenos y tuve que volver a mi sitio. Me consolé pensando que había otras personas: un hombre de aspecto agradable y su esposa, iban sentados delante de nosotros. Recliné la cabeza y cerré los ojos. Imagino que me creyeron dormida, pero mis ojos no estaban cerrados del todo y de pronto vi que el hombre de aspecto agradable sacaba algo de su maleta y se lo entregaba a la señora Vandemeyer al tiempo que le guiñaba un ojo...
»No puedo explicarles lo que pasó por mi mente. Mi único pensamiento era salir al pasillo tan pronto me fuera posible. Me levanté tratando de parecer natural y tranquila. Tal vez notaron algo, no estoy segura, pero de pronto la señora Vandemeyer dijo: "Ahora", y algo cubrió mi nariz y boca cuando quise gritar. En aquel mismo instante sentí un golpe terrible en la parte de atrás de la cabeza.
Se estremeció y sir James le dirigió unas palabras de consuelo. Luego Jane continuó:
—Ignoro cuánto tiempo tardé en recobrar el conocimiento. Me sentía muy mareada y enferma. Estaba tendida en una cama sucia tras un biombo y oí a dos personas que hablaban. La señora Vandemeyer era una de ellas. Luego empecé a comprender de qué se trataba y me horroricé. Aún no sé cómo logré contenerme y no gritar.
»Habían encontrado los papeles. El envoltorio impermeable con las dos hojas en blanco. ¡Estaban furiosos! No sabían si yo había cambiado los papeles o si Danvers era portador de un señuelo para despistar, mientras el verdadero mensaje era enviado por otro conducto. Hablaron de... —cerró los ojos—... ¡torturarme hasta que lo averiguaran!
»Hasta entonces no había conocido aquel miedo aterrador. Una vez se acercaron a mirarme. Yo cerré los ojos simulando seguir sin conocimiento, pero temía que oyeran los latidos de mi corazón. Sin embargo, volvieron a marcharse. Empecé a pensar y pensar. ¿Qué podía hacer? Sabía que era incapaz de soportar cualquier tipo de tormento.
»De pronto, algo me hizo pensar en la pérdida de memoria. Era un tema que siempre me había interesado y había leído muchísimo sobre él y lo dominaba. Si conseguía ponerlo en práctica con éxito tal vez lograra salvarme. Recé y luego, abriendo los ojos, comencé a balbucear en francés.
»La señora Vandemeyer dio vuelta al biombo en el acto. Su rostro tenía una expresión tan perversa que casi me muero, pero le sonreí, preguntándole en francés dónde me encontraba.
»Comprendí que estaba desconcertada y llamó al hombre con el que había estado hablando. Este permaneció junto al biombo con el rostro en la penumbra y empezó a hablarme en francés. Su voz era vulgar y tranquila, sin embargo, sin saber por qué, me asustó aún más que ella. Me daba la impresión de que podía leer en mi interior, pero continué con mi farsa. Volví a preguntar dónde me encontraba y luego dije que debía recordar algo... algo... pero que de momento no me acordaba de nada. Procuré mostrarme cada vez más preocupada. Me preguntó cómo me llamaba. Yo dije que no lo sabía, que no conseguía recordar nada.
»De pronto me cogió una mano y empezó a retorcerme el brazo. Me hacía mucho daño y grité. Continuó retorciéndomelo y yo grité y grité, pero procurando lanzar exclamaciones en francés. Ignoro cuánto tiempo hubiera continuado así, pero por suerte me desmayé. Lo último que oí fue una voz que decía: "¡No finge! Una chica de su edad no sabe tanto francés si no es francesa". Me figuro que olvidaron que las muchachas norteamericanas son más adultas que las inglesas, aunque tengan la misma edad, y se interesan más por los temas científicos.
»Cuando recobré el conocimiento, la señora Vandemeyer se mostró dulce como la miel. Me figuré que había recibido órdenes. Me habló en francés diciéndome que había sufrido una conmoción y que había estado muy enferma, pero que no tardaría en recuperarme. Fingí estar bastante aturdida y que el "doctor" me había hecho daño en la muñeca. Ella pareció aliviada al oírlo.
»Luego se marchó de la habitación. Yo seguía atenta y no me moví durante algún tiempo. No obstante, al fin me levanté y examiné la estancia. Pensé que, aunque me estuvieran observando, parecería natural, dadas las circunstancias. Era un lugar sucio y destartalado. No tenía ventanas, cosa que me llamó la atención. Imaginé que la puerta estaría cerrada, pero no lo comprobé. En las paredes había algunos cuadros descoloridos representando escenas de Fausto.
Los dos oyentes de Jane lanzaron un «¡Ah!» al unísono y la joven asintió.
—Sí, estaba en la casa del Soho donde encerraron al señor Beresford. Claro que entonces ni siquiera sabía que estaba en Londres. Una cosa me preocupaba, pero mi corazón saltó de gozo al ver mi chaquetón sobre el respaldo de una silla. ¡La revista seguía estando en el bolsillo!
»¡Si pudiera estar segura de que no me observaban! Revisé las paredes con suma atención. No parecía haber ninguna mirilla. Sin embargo, estaba segura de que debía haberla. De pronto, me senté sobre la mesa y, escondiendo el rostro entre las manos, comencé a sollozar, exclamando: Mon Dieu! Mon Dieu! Tengo un oído muy fino y alcancé a oír el rumor de una falda y un crujido ligero. Eso fue suficiente para mí. ¡Me vigilaban!
»Volví a tenderme en la cama y, al cabo de un rato, la señora Vandemeyer me trajo algo para comer. Seguía mostrándose muy amable. Supongo que sus instrucciones eran que se ganara mi confianza. De pronto y sin dejar de observarme un instante, me enseñó un envoltorio impermeable preguntándome si lo reconocía.
»Lo cogí entre mis manos y estuve mirándolo con aire intrigado. Luego meneé la cabeza. Sin embargo, dije que tenía la vaga impresión de recordar algo relacionado con él, pero que cuando iba a acudir a mi memoria volvía a alejarse. Entonces me dijo que yo era su sobrina y que la llamara tía Rita. Obedecí y agregó que no me preocupara, que no tardaría en recobrar la memoria.
»Fue una noche terrible. Tracé un plan antes de que volvieran. Los papeles habían estado seguros hasta entonces, pero dejarlos ahí por más tiempo representaba un gran riesgo. Podían tirar la revista en cualquier momento. Permanecí despierta hasta lo que yo calculé que debían ser las dos de la mañana. Entonces me levanté sin hacer ruido y fui palpando la pared hasta dar con uno de los cuadros, que descolgué: el de Margarita con su joyero. Saqué la revista de mi chaquetón y un par de sobres que había puesto en ella. Entonces fui hasta el lavabo y humedecí el papel marrón de la parte posterior del cuadro, hasta que logré separarlo. Previamente había arrancado las dos páginas de la revista con las dos preciosas hojas del documento y las deslicé entre el lienzo y el papel marrón. Con un poco de goma de los sobres conseguí pegarlo de nuevo. Nadie sospecharía. Volví a colgarlo en la pared, puse la revista de nuevo en el chaquetón y volví a acostarme. Estaba satisfecha del escondite. Nunca se les ocurriría mirar en sus propios cuadros. Esperaba que llegasen a la conclusión de que Danvers llevaba consigo un documento falso y que al fin me dejarían en libertad.
»A decir verdad, creo que esto debieron pensar al principio y, en cierto modo, entrañaba un serio peligro para mí. En realidad, nunca hubo muchas posibilidades de que me dejaran libre. Después supe que estuvieron a punto de deshacerse de mí, pero el primer hombre, que era el jefe, prefirió mantenerme con vida por si acaso los hubiera escondido y pudiera decirles dónde estaban cuando recobrase la memoria. Durante semanas me vigilaron a sol y a sombra. Algunas veces me interrogaban. Supongo que no ignoraban nada acerca del tercer grado, pero conseguí no traicionarme. Aunque aquella tensión fue terrible.
»Volvieron a llevarme a Irlanda y vigilaron todos mis pasos por si había escondido algo en route. La señora Vandemeyer y otra mujer no me dejaron ni un momento. Decían que era pariente de la señora Vandemeyer y que había perdido la memoria debido al hundimiento del Lusitania. No tenía nadie a quien acudir sin que me descubrieran y si me arriesgaba y fracasaba, la señora Vandemeyer iba tan bien vestida y era tan hermosa que estaba segura de que todos habrían de creerle a ella, cuando les dijera que yo sufría manía persecutoria. Comprendí que los horrores de mi aislamiento serían mucho más terribles si llegasen a enterarse de que había estado fingiendo.
Sir James asintió comprensivamente.
—La señora Vandemeyer era una mujer de gran personalidad. Por su posición social le habría resultado fácil que la creyeran. Las acusaciones contra ella no se hubieran tenido en cuenta, por más sensacionales que fueran.
—Eso es lo que pensé. Terminaron por enviarme a un sanatorio en Bournemouth. Al principio no sabía si era falso o auténtico. Una enfermera se encargó de mí. Yo era una enferma especial. Me pareció tan simpática y normal que al fin decidí confiar en ella. La Providencia me salvó a tiempo de caer en aquella trampa. Por casualidad mi puerta estaba entreabierta y la oí hablar con alguien en el pasillo. ¡Era una de ellos! Aún imaginaban que pudiera estar fingiendo y era la persona encargada de asegurarse. Después de esto ya no me atreví a confiar en nadie.
»Creo que casi me hipnoticé yo misma. Al cabo de un tiempo, apenas recordaba que era Jane Finn. Estaba tan acostumbrada a representar el papel de Janet Vandemeyer, que mis nervios empezaron a fallarme. Estuve enferma de verdad varios meses, y caí en una especie de atontamiento. Tenía el convencimiento de que iba a morir pronto y nada me importaba ya. Dicen que una persona cuerda puede llegar a perder la razón encerrada en un manicomio. Creo que eso es lo que me sucedió. Representar aquel papel se había convertido para mí en una segunda naturaleza. Al final, ni siquiera me sentía desgraciada, solo práctica. Todo me daba igual y los años fueron transcurriendo.
»De repente, las cosas cambiaron. La señora Vandemeyer regresó a Londres. Ella y el médico me estuvieron haciendo preguntas y probaron diversos tratamientos. Se habló de enviarme a un especialista de París. Al final, no se arriesgaron. Oí algo que parecía demostrar que otras personas amigas me buscaban. Más tarde supe que la enfermera que me cuidaba había ido a París para consultar al especialista simulando ser yo. La sometió a algunas pruebas que demostraron que su pérdida de memoria era fingida, pero había tomado nota de sus métodos y me sometieron a ellos. Confieso que no hubiera logrado engañar a un especialista dedicado a estudiar casos semejantes. Pero me las arreglé para salir airosa de sus artimañas. El hecho de que ya no pensara como Jane Finn me ayudó mucho.