—¡Es el maldito Tren Azul! —exclamó Lenox—. Los trenes son cosas implacables, ¿verdad, monsieur Poirot?. La gente muere o la asesinan y ellos siguen en marcha como si tal cosa. Ya sé que es una tontería, pero usted me comprende, ¿verdad?.
—¡Claro que la comprendo!. La vida es como un tren, mademoiselle. Sigue adelante y es una suerte que sea así.
—¿Por qué?.
—Porque el tren siempre llega a su destino. Hay un refrán en su idioma que habla de eso, mademoiselle.
—«Al final del viaje se encuentra el amor» —se apresuró a decir Lenox y se echó a reír—. Pero eso no reza conmigo.
—¿Por qué no?. Es usted muy joven, mucho más de lo que usted se figura. Confíe en el tren, porque es el
bon Dieu
el maquinista.
De nuevo se oyó el silbido del tren.
—Confíe en el tren, mademoiselle —volvió a murmurar Poirot—. Y confíe en Hercule Poirot.
Él sabe...