Read El hombre demolido Online
Authors: Alfred Bester
–¿En la casa Beaumont?
–Sí.
–No es fácil hablar de eso.
–Sólo llevará un minuto. Veamos…, estás en cama, dormida. De pronto te despiertas y corres al cuarto de la orquídea. Recuerdas el resto…
–Recuerdo.
–Una pregunta. ¿Qué grito te despertó?
–Ya lo sabes.
–Lo sé, pero quiero que lo digas. Dilo en voz alta.
–¿Crees que esto… me pondrá histérica otra vez?
–No. Dilo, nada más.
Después de una larga pausa, la muchacha dijo en voz baja.
–Socorro, Barbara.
Powell movió afirmativamente la cabeza.
–¿Quién gritó eso?
–Cómo, fue… –La muchacha se detuvo de pronto.
–No fue Ben Reich. No tenía por qué pedir socorro. No necesitaba hacerlo. ¿Quién gritó entonces?
–Mi…, mi padre.
–Pero tu padre no podía hablar, Barbara. Tenía la garganta destruida. Cáncer. No podía pronunciar una palabra.
–Yo lo oí.
–Le leíste el pensamiento.
La muchacha clavó los ojos en Powell. Al fin sacudió la cabeza.
–No. Yo…
–Le leíste el pensamiento –repitió Powell con suavidad–. Eres un ésper latente. Tu padre gritó en el nivel telepático. Si yo no hubiese sido tan tonto, y no hubiese estado obsesionado por Reich, me habría dado cuenta antes. Has estado, inconscientemente, leyéndonos el pensamiento a Mary Noyes y a mí mientras estuviste en casa.
La muchacha no entendió.
–¿Me quieres? –le lanzó Powell.
–Claro que te quiero –murmuró la joven–, pero pienso que estás inventando excusas para…
–¿Quién te ha preguntado algo?
–¿Preguntado qué?
–Si me querías.
–Cómo, tú acabas… –Barbara se detuvo, y luego volvió a hablar–: Tú lo dijiste… T-tú…
–Yo no lo dije. ¿Comprendes ahora? No tenemos que estar dispuestos a nada, ninguno de los dos.
Segundos más tarde, aparentemente, pero en realidad media hora después, Powell y Barbara fueron separados por un violento ruido que sonó en lo alto de la terraza, encima de sus cabezas. Alzaron los ojos, asombrados.
Una cosa desnuda apareció sobre el muro de piedra, tartamudeando, gritando, retorciéndose. Tropezó con el borde de la terraza y cayó a través de los macizos de flores, hasta el pasto. Lloraba y saltaba como si una continua corriente de alto voltaje estuviese atravesando su sistema nervioso. Era Ben Reich, casi irreconocible, ya en plena demolición.
Powell movió a Barbara, como para que no viese a Reich. Le tomó la barbilla con una mano y le dijo:
–¿Eres todavía mi niña?
Barbara dijo que sí con la cabeza.
–No quiero que veas esto. No es peligroso, pero no es bueno para ti. ¿Quieres correr hasta tu pabellón, y esperarme? ¿Cómo una niña buena? Muy bien… Vamos. Rápido.
Barbara le tomó la mano, la besó rápidamente, y corrió a través del prado sin mirar hacia atrás. Powell la observó mientras se alejaba, luego se volvió y examinó a Reich.
La demolición de un hombre supone la destrucción de toda su psique. Las series de inyecciones osmóticas se inician en los estratos superiores de las sinapsis corticales, y descienden luego lentamente, cerrando todos los circuitos, extinguiendo todos los recuerdos, destrozando todas las partículas de la estructura original. Mientras, cada partícula descarga su porción de energía, transformando el cuerpo entero en un estremecido torbellino de disociaciones.
Pero la demolición no es temible por esto. Lo horrible es que nunca se pierde la conciencia. Mientras se deshace la psique, la mente asiste a esa muerte lenta, a esa muerte hacia atrás, hasta que al fin todo desaparece y puede esperarse un nuevo nacimiento. Y en esos parpadeantes y temblorosos ojos de Ben Reich, Powell vio esa conciencia…, ese dolor…, esa desesperación trágica.
–¿Pero cómo demonios fue a caer ahí? ¿Tendremos que atarlo? –El doctor Jeems asomó la cabeza por encima de la terraza–. ¡Oh, hola, Powell! Ése es un amigo suyo. ¿Lo recuerda?
–Mucho.
Jeems habló con alguien por encima del hombro.
–Ustedes bajen al prado y tráiganmelo. Yo vigilaré desde aquí. –Se volvió hacia Powell–. Es un hombre vigoroso. Hemos puesto en él grandes esperanzas.
Reich chilló y se retorció.
–¿Cómo va el tratamiento?
–Maravillosamente. Tiene bastantes energías como para aguantar cualquier cosa. Estamos acelerando el proceso. Dentro de un año estará listo para renacer.
–Así lo espero. Necesitamos a hombres como Reich. Sería una lástima perderlo.
–¿Perderlo? ¿Cómo sería posible? No creerá que una caidita como ésta podría…
–No. Me refiero a otra cosa. Trescientos o cuatrocientos años atrás la policía solía apresar a hombres como Reich sólo para matarlos. Pena capital, lo llamaban.
–Está bromeando.
–Palabra de honor.
–Pero eso no tiene sentido. Si un hombre tiene bastante talento como para burlar a la sociedad, obviamente está por encima del término medio. Hay que conservarlo. Enderezarlo un poco y transformarlo en algo más valioso. ¿Por qué deshacerse de él? Si eso se repitiese a menudo, no quedarían sino ovejas.
–No sé. Quizás en aquellos días querían ovejas.
Los ayudantes llegaron trotando por el prado y levantaron a Reich. Reich gritó y trató de liberarse. Los hombres lo dominaron con movimientos suaves y diestros mientras lo examinaban cuidadosamente buscando heridas o quebraduras. Luego, más tranquilos, se lo llevaron.
–Un momento –dijo Powell. Se dirigió hacia el banco de piedra, recogió el misterioso paquete y lo desenvolvió.
Era una de las mejores cajas de caramelos de Sucre y Cía. Se la llevó al hombre demolido y se la ofreció–. Es un regalo para ti, Ben.
La criatura miró primero a Powell, luego la caja. Al fin unas manos torpes tomaron el regalo.
–Maldita sea. Soy como su niñera –murmuró Powell–. Todos nosotros somos como las niñeras de este mundo enloquecido. ¿Vale la pena?
Del caos que surgía de Reich brotó un explosivo fragmento:
–Powell-ésper-Powell-amigo-Powell-amigo…
Fue algo tan repentino, tan inesperado, tan apasionadamente agradecido, que Powell sintió un calor y unas lágrimas que le subían a la cara. Trató de sonreír, y al fin se dio vuelta y echó a caminar por el pasto, hacia el pabellón de Barbara.
–Escuchad
–gritó, exaltado–.
¡Escuchad, normales! Tenéis que aprender cómo es esto. Tenéis que derribar las barreras. Tenéis que arrancar los velos. Nosotros vemos lo que vosotros no veis… Que no hay nada en el hombre sino amor y fe, coraje y bondad, generosidad y sacrificio. Todo lo demás sólo es el muro de vuestra ceguera. Un día nos encontraremos con las mentes juntas y los corazones juntos…
En la inmensidad del universo no hay nada nuevo, nada distinto. Lo que puede parecer excepcional para la mente diminuta del hombre es quizás inevitable para el ojo infinito de Dios. Este instante raro, ese acontecimiento insólito, aquellas notables coincidencias de escenario, oportunidades y encuentros…, todo puede repetirse en el planeta de un sol cuya galaxia gira una vez cada doscientos millones de años y que ya ha girado nueve veces. Ha habido alegría antes. Habrá alegría otra vez.
FIN
Alfred Bester, nacido en Nueva York (EE. UU.) el 18 de diciembre de 1913 y fallecido en Pensilvania en 1987, fue periodista y escritor de ciencia ficción.
Aunque publicó su primer relato en 1939, su salto a la fama vino a comienzos de los cincuenta, después de una etapa en la que trabajó como escritor de guiones para radio y televisión. Sus relatos, y sobre todo su premio Hugo de 1953 (el primer premio Hugo que se otorgaba) por
El hombre demolido
le encumbraron a la fama, fama que aún aumentó con su siguiente novela:
Las estrellas, mi destino
(también conocida como
¡Tigre, tigre!
) considerada uno de los hitos de la ciencia ficción. Sin embargo, Bester, autor no muy prolífico, abandonó el campo para dedicarse a escribir artículos para la revista Holiday (de la que llegó a ser redactor jefe).
Su vuelta a la ciencia-ficción en la década de los 70 no resultó como esperaba, y las novelas escritas por entonces no resultaron exitosas. Es por ello su fama de autor «cometa». Desalentado, volvió a abandonar el género. En 1987, moría sin haberse enterado de que acababa de recibir el galardón de Gran Maestro por su corta pero intensa carrera. Dejó, además de sus dos sobresalientes novelas, una pequeña pero exquisita colección de cuentos.
Los dos grandes temas (casi obsesivos) de Bester son los viajes en el tiempo y la posesión de poderes paranormales. Casi todos los relatos y novelas recogen alguno de los dos temas. Las dos principales novelas,
El hombre demolido
y
Las estrellas, mi destino
, tratan de poderes paranormales. Asimismo, son consideradas pioneras del movimiento cyberpunk en cuanto a su estilo, por muchos críticos.
[1]
Extra sensory perception
, en inglés. (N. del T.)
[2]
Juego de palabras intraducible:
Air
(aire);
heir
(heredero). (N. del T.)
[3]
Eye in a stein
(Ojo en un pichel) – Einstein. (N. del T.)