El Desfiladero de la Absolucion (39 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Había otras complicaciones. Los niveles superiores de la nave estaban bien definidos. La tripulación siempre estaba circulando por esas zonas, y la constante presencia humana parecía haber disuadido a la nave de modificarse demasiado. Pero los niveles profundos, y especialmente los que estaban bajo el mar, no eran ni mucho menos tan visitados. Los equipos solo bajaban allí si era necesario, y cuando lo hacían, normalmente se encontraban con que el interior no se ajustaba en absoluto a sus expectativas. Y las zonas transformadas de la nave, combadas según nauseabundos arquetipos biológicos, eran por propia naturaleza difíciles de trazar detalladamente en un mapa. Blood había descendido hasta algunas de las zonas más distorsionadas de la nave. La experiencia había sido comparable a la exploración de un angustioso sistema de cuevas.

El interior de la nave no era lo único que seguía siendo dudoso. Antes de descender de la órbita, la abrazadora lumínica se había preparado para aterrizar achatando su popa. Durante el caos de aquel descenso no fue posible hacer muchas observaciones detalladas de los cambios. Y, teniendo en cuenta que el primer kilómetro de la nave, incluyendo las nácelas gemelas de los motores combinados, estaba permanentemente sumergido, no habían surgido muchas oportunidades para mejorar la situación desde entonces. Los buceadores habían explorado únicamente los primeros cien metros desde la superficie de las zonas sumergidas, pero sus informes no revelaban nada que no se supiera ya. Los sensores podían bajar a mayor profundidad, pero las formas turbias que retransmitían solo mostraban que la estructura básica de la nave estaba más o menos intacta. La cuestión más importante de si los motores funcionarían o no de nuevo no tenía respuesta. A través de su propio sistema nervioso de conexiones de datos, el Capitán debía saber el grado de navegabilidad de la nave en el espacio. Pero el Capitán no había hablado. Quizás hasta ahora.

Antoinette había señalado con estrellas rojas todas las apariciones recientes fiables de John Brannigan. Blood se esforzó por ver las fechas y comentarios que contenían los detalles del tipo de aparición y el testigo o testigos asociados. Señalaba en el mapa con su cuchillo, deslizando la hoja cuidadosamente contra la superficie, dibujando arcos y atajos sobre las marcas de lápiz.

—Está subiendo —observó Blood.

Antoinette asintió. Se le había soltado un rizo del pelo que le caía sobre la cara.

—Eso me parece a mí también. A juzgar por esto, diría que Palfrey y sus amigos tienen razón.

—¿Y con las fechas? ¿Muestran algún patrón?

—Solo que todo parecía bastante normal hasta hace más o menos un mes.

—¿Y ahora?

—Saca tus propias conclusiones —dijo Antoinette—. Yo creo que el mapa habla por sí mismo. Las apariciones han cambiado. El capitán se ha vuelto inquieto de repente. Ha aumentado el grado y la osadía de sus apariciones, mostrándose en zonas de la nave en las que no se le había visto antes. Si hubiera incluido los informes que no ha considerado completamente fiables, se verían marcas rojas hacia arriba, hasta los niveles de administración.

—Pero no te los crees, ¿no?

Antoinette se apartó los cabellos de la cara.

—No, en este momento no, pero hace una semana tampoco me hubiera creído la mitad de los demás. Ahora lo único que necesito es un testigo fiable por encima del nivel seiscientos.

—¿Y qué pasaría entonces?

—Habríamos perdido todas las apuestas. Tendríamos que aceptar que el Capitán se ha despertado.

Blood opinaba que eso era ya un hecho.

—No puede deberse a Khouri, ¿no? Si el Capitán hubiera empezado a comportarse de forma diferente hoy, entonces lo creería. Pero si todo esto es real, empezó hace semanas y ella aún no estaba aquí.

—Pero llegaron al sistema por aquellos días —señaló Antoinette—. La batalla ya estaba aquí. ¿Cómo sabemos que el Capitán no ha captado todo eso? Él es la nave, sus sentidos alcanzan a horas luz en todas direcciones. El hecho de estar anclado en un planeta no cambia nada.

—No sabemos si Khouri dice la verdad —dijo Blood. Antoinette utilizó su rotulador rojo para añadir otra estrella, la que correspondía al informe de Palfrey.

—Yo diría que ahora sí lo sabemos —dijo.

—Está bien. Otra cosa, si el Capitán se ha despertado… Antoinette lo miró, esperando a que terminase la frase.

—¿Sí?

—¿Crees que eso significa que quiere algo?

Antoinette cogió el casco, provocando que el mapa se enrollase sobre sí mismo con un ruido seco.

—Imagino que alguno de nosotros tendrá que preguntarle —respondió.

Dos horas antes del alba algo centelleó en el horizonte.

—Lo veo, señor —dijo Vasko—. Es el iceberg, como habíamos visto en el mapa.

—Yo no veo nada —dijo Urton, tras escudriñar el horizonte durante medio minuto.

—Yo sí —dijo Jaccottet desde la otra barca—. Creo que Malinin tiene razón. Allí hay algo. —Alcanzó unos prismáticos y miró por ellos. La parte gruesa de las lentes permaneció fija en su objetivo aunque el resto de los prismáticos temblaran en las manos de Jaccottet.

—¿Qué ves? —preguntó Clavain.

—Un montículo de hielo. A esta distancia es todo lo que puedo distinguir. Aún no hay signos de una nave.

—Buen trabajo —dijo Clavain a Vasko—. Te vamos a llamar Ojo de Halcón, ¿no te parece?

A una orden de Escorpio, las barcas disminuyeron a la mitad su velocidad, luego giraron gradualmente hacia babor. Comenzaron un largo rodeo del objeto, mirándolo desde todos los ángulos bajo la cambiante luz del amanecer.

En una hora, conforme las barcas se acercaban cada vez más en espiral, el iceberg se había convertido en un montecillo redondeado. Según Vasko, era muy raro. Estaba flotando en el mar, pero a la vez parecía parte de él, rodeado como estaba por un contorno blanco que se extendía hacia todas las direcciones con una anchura quizás del doble del diámetro del núcleo central. A Vasko le recordaba a una isla de esas que consistían en una única montaña volcánica con playas que descendían en suave pendiente hasta el mar por todo su perímetro. Había visto unos cuantos icebergs cuando eran arrastrados hasta la latitud de Primer Campamento, y este era diferente a cualquier otro que hubiera visto antes.

Las barcas se acercaron más. De vez en cuando Vasko oía a Escorpio hablando con Blood a través de su radio de pulsera. Al oeste el cielo parecía amoratado y solo se veían algunas estrellas dispersas. Por el este había una pálida sombra rosada. Contra ambos fondos, el pálido montículo del iceberg arrojaba variaciones de los mismos tonos sutilmente distorsionadas.

—Ya le hemos dado dos vueltas —informó Urton.

—Sigamos así —indicó Clavain—. Reduce la distancia a la mitad, pero reduce también a la mitad nuestra velocidad. Puede que no esté alerta y no quiero asustarla.

—Hay algo raro en ese iceberg, señor —dijo Vasko.

—Ya lo veremos. —Clavain se dirigió a Khouri—. ¿La notas ya?

—¿A Skade? —preguntó ella.

—Me refería a tu hija. Me preguntaba si habría algún tipo de comunicación entre vuestros implantes.

—Aún estamos demasiado lejos.

—Claro, pero dímelo en el momento que sientas algo. Mis implantes quizás no capten en absoluto las emisiones de Aura, o al menos no hasta que nos acerquemos mucho más. Y en cualquier caso, tú eres su madre. Estoy seguro de que la reconocerás antes, incluso si no hay nada inusual en sus protocolos.

—No necesito que me recuerdes que soy su madre —dijo Khouri.

—Por supuesto, solo quería decir que…

—Estoy alerta esperando escucharla, Clavain. Lo llevo haciendo desde el momento en que me sacasteis de la cápsula. Serás el primero en saberlo si capto a Aura.

Media hora más tarde estaban lo suficientemente cerca como para fijarse en algunos detalles. Estaba claro para todos que este no era un iceberg normal, incluso si ignoraba la forma en la que se infiltraba en sus alrededores. Es más, cada vez parecía menos probable que el montículo fuera algún tipo de iceberg. Sin embargo, sí que estaba hecho de hielo.

Los laterales de la masa flotante eran extraños y cristalinos. Parecidos a facetas o láminas, consistían en una maraña gruesa de ramas blancas, una zarza formada por púas de hielo entretejidas. Estalagmitas y estalactitas se clavaban hacia arriba o hacia abajo como helados incisivos. Púas verticales se erizaban como estoques. En la base de cada púa había un ramillete de pequeñas agujas que apuntaban en todas direcciones, cruzándose y entretejiéndose con las colindantes. Las púas variaban de tamaño. Los troncos más grandes y las ramas que formaban su estructura eran tan anchos como las barcas. Otras eran tan delgadas, tan finas, que eran tan solo una neblina iridiscente en el aire, como si la más ligera brisa pudiera romperla en un billón de fragmentos brillantes. Desde lejos, el montículo les había parecido un bloque sólido. Ahora parecía estar formado por una enorme montaña de agujas de cristal apiladas caprichosamente. Un número inconcebible de agujas. Era un matorral brillante, con igual cantidad de espacios vacíos que de hielo. Era con diferencia lo más inquietante que Vasko había visto en su vida. Se acercaron un poco más en círculos.

De todos ellos, únicamente Clavain parecía no estar impresionado por el extraño montículo que tenían delante.

—Los mapas inteligentes eran exactos —dijo—. El tamaño de esta cosa… Según mis cálculos, bien podría ocultar dentro a una corbeta de clase morena.

Vasko elevó la voz.

—¿Sigue pensando que hay una nave dentro de esa cosa, señor?

—Pregúntate a ti mismo, hijo. ¿De verdad piensas que la Madre Naturaleza tiene algo que ver con esto?

—Pero ¿por qué iba Skade a rodear su nave con todo este hielo tan extraño? —insistió Vasko—. No creo que tenga mucha utilidad como blindaje, y hasta ahora lo único que ha conseguido es hacer su nave más visible en los mapas.

—¿Qué te hace pensar que ha tenido elección, hijo?

—No le entiendo, señor.

—Está sugiriendo —dijo Escorpio— que todo esto significa que le pasa algo a la nave de Skade, ¿no?

—Esa es mi hipótesis de trabajo —dijo Clavain.

—Pero ¿qué…? —Vasko abandonó la pregunta antes de meterse en camisa de once varas.

—Aún tenemos que llegar hasta lo que sea que haya ahí dentro —dijo Clavain—. No tenemos equipo para abrir un túnel ni para volar el hielo grueso. Pero si vamos con cuidado, quizás no tengamos que hacerlo. Solo tenemos que encontrar una ruta hasta el centro.

—¿Qué pasa si Skade nos ve, señor? —dijo Vasko.

—Espero que lo haga. Lo último que desearía es tener que llamar a su puerta. Ahora acerquémonos. Despacito y con calma.

El Sol Brillante salió. En los primeros minutos del amanecer, el iceberg adquirió un aspecto completamente diferente. Bajo el cielo violeta claro toda la estructura parecía algo mágico, tan delicado como una aristocrática obra de arte. Las espinas y ramas de hielo eran atravesadas por rayos dorados y azules, colores refractados con la deslumbrante nitidez de los diamantes tallados. Había gloriosos halos, destellos y fulgores de pureza cromática de colores que Vasko no había visto nunca antes. En lugar de sombras, el interior brillaba en tonos turquesa y ópalo con un resplandor que ascendía y se abría camino hacia la superficie a través de serpenteantes pasillos y cañones de hielo. Pero aun así, en ese brillante interior había un núcleo oscuro, un indicio de algo encapsulado.

Las dos barcas se habían acercado hasta cincuenta metros del borde del contorno de la isla. El agua había estado en calma durante gran parte de su viaje, pero aquí, en la inmediata proximidad del iceberg, se movía con la languidez de un enorme animal sedado, como si cada ondulación le costase un gran esfuerzo al mar. Más cerca del borde del contorno, el mar ya empezaba a congelarse. Tenía la textura escurridiza azul grisácea de la piel de un animal. Vasko hundió los dedos justo por debajo de la superficie del agua junto a la barca y los sacó inmediatamente. Incluso allí, tan lejos del contorno del iceberg, el agua estaba mucho más fría que cuando salieron de la lanzadera.

—Mirad esto —dijo Escorpio. Tenía uno de los mapas inteligentes abierto delante de él. Khouri lo estaba estudiando también, obviamente coincidiendo con lo que Escorpio le decía mientras apuntaba a algo con la punta roma de su pezuña.

Clavain abrió su propio mapa.

—¿De qué se trata, Escorp?

—Blood acaba de enviar una actualización. Echadle un vistazo al iceberg: es más grande.

Clavain introdujo en su mapa las mismas coordenadas. El iceberg apareció a la vista. Vasko miraba por encima del hombro del anciano, buscando las dos barcas en el mapa. No había ni rastro de ellas. Asumió que la actualización se había producido antes del anochecer del día anterior.

—Tienes razón —dijo Clavain—. ¿Qué te parece… treinta o cuarenta por ciento más grande en volumen?

—Fácilmente —dijo Escorpio—. Y esto no está a tiempo real. Si está creciendo a esta velocidad, ahora podría ser un diez o un veinte por ciento más grande.

Clavain enrolló su mapa: ya había visto suficiente.

—Ciertamente parece estar enfriando el agua circundante. Muy pronto, el lugar donde nos encontramos estará también helado. Hemos tenido suerte de haber llegado ahora. Si lo hubiésemos dejado unos días más, no tendríamos ninguna posibilidad. Estaríamos mirando a una montaña.

—Señor —dijo Vasko—, no entiendo cómo puede estar creciendo. Debería estar menguando. Los icebergs no suelen durar mucho en estas latitudes.

—Creí que habías dicho que no sabías mucho de icebergs —contestó Clavain.

—Dije que no se veían muchos en la bahía, señor. Clavain lo miró perspicazmente.

—No es un iceberg. Nunca lo ha sido. Es una cubierta de hielo alrededor de la nave de Skade. Y está creciendo porque la nave está enfriando el mar que la rodea. ¿Recuerdas lo que dijo Khouri? Tienen los medios para enfriar los cascos de las naves a la misma temperatura que las microondas cósmicas que las rodean.

—Pero usted también ha dicho que no pensaba que Skade tuviera ningún control sobre esto.

—No estoy seguro.

—Señor…

Clavain lo cortó en seco.

—Creo que algo puede haberse estropeado en los motores crioaritméticos que mantienen el casco frío. El qué, no lo sé. Quizás Skade pueda decírnoslo cuando la encontremos.

Hasta ayer, Vasko no había oído hablar jamás de motores crioaritméticos. Pero la palabra había surgido en el testimonio de Khouri. Era una de las tecnologías que Aura había ayudado a perfeccionar a Remontoire y sus aliados cuando huían de las ruinas del sistema Delta Pavonis.

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