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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (26 page)

BOOK: El círculo mágico
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En cuanto al papel de Pandora en todo ello, o el motivo por el que había elegido a nuestra familia para dispensarle su magia de hada, seguía constituyendo un misterio. Estaba tan eufórico ante la perspectiva de ver mi sueño hecho realidad que no se me ocurrió pensar que habían de transcurrir años antes de que averiguara las respuestas a estas preguntas tan trascendentales.

Mi primera excursión familiar se vio interrumpida por la llegada de otra persona, que se acercó por el camino opuesto al que habíamos recorrido nosotros.

Dios mío, es Afortunado. Pero cómo nos habrá encontrado aquí —dijo Pandora, que se bajó la bufanda y asió a su primo del brazo.

Esta intrusión en mis sueños no tenía nada de afortunada para mi gusto. Quizás había venido a recogernos y llevarnos a casa. Desde mi posición privilegiada, a lomos del lobo, lo observé mientras se acercaba.

Era delgado, de cara larga y pálida, sin barba ni bigote, y mayor que Pandora; tendría unos veinte años o más. Vestía un traje raído pero bien planchado y una bufanda larga con flecos, tipo artista, e iba sin abrigo a pesar del clima. Llevaba los sedosos cabellos castaños cortados al estilo «romántico», muy a la moda, así que tenía que retirárselos de la cara de vez en cuando. Se golpeaba el pecho con las manos enguantadas para entrar en calor y su aliento dejaba una breve estela tras él. Cuando se acercó, le distinguí los ojos, de un azul tan intenso que resultaba difícil desviar la mirada.

—Te he estado buscando tanto rato que por poco me convierto en un bloque de hielo, Fráulein —gritó hacia Pandora.

—Ven, Afortunado, sube al tiovivo y baila conmigo, por favor —soltó Zoé. Fue cuando comprendí que Afortunado era su nombre.

La miró con un gesto de burla.

—Los hombres de verdad no bailan,
Liebchen
—le dijo—. Además, tengo que enseñaros algo importante a todos. Lo tenemos que ver hoy. La semana que viene cerrarán el museo Hofburg para limpiarlo y efectuar reparaciones, y estos vieneses son tan
gemütlich
que, ¿quién sabe cuándo volverá a abrir? Yo ya me habré ido por entonces. Pero tengo entradas para que vayamos todos al Hofburg hoy, ¿qué os parece?

—Siento que hayas salido con este frío, Afortunado —se excusó Pandora—. Pero le prometí a Frau Behn que hoy le mostraría Viena a su hijo. Muy pronto volverá al internado.

—Así que éste es el otro hijo de Behn, el inglés medio bóer —supuso Afortunado.

Aunque no lo corregí sobre mi origen bóer, me extrañó que una persona de clase tan baja que no tenía ni abrigo, ni tan sólo chaquetón como Dacian, conociera a mi familia en Viena.

—Afortunado compartía la habitación con Gustl, Lafcadio —me explicó Pandora—. Gustl es el músico de quien te hablé, el que nos presentó a tu madre y a mí. Se conocen desde la escuela superior y han escrito una ópera juntos.

—Pero hace muchísimo tiempo que no veo a Gustl —comentó Afortunado con una sonrisa. Se montó en el tiovivo en marcha y se abrió paso hasta mi lobo, para añadir de forma casi privada, como si compartiéramos un secreto—: Nuestros caminos son distintos. Gustl se ha desviado hacia lo mundano y yo, hacia lo divino.

Ahora que lo tenía cerca, vi que los ojos de Afortunado eran realmente extraordinarios. Me tenían casi hipnotizado. Me examinó como si su apreciación fuera a decidir el valor total de mi vida y asintió para sí mismo como si le hubiera satisfecho, lo que me hizo sentir feliz por alguna extraña razón. Entonces se volvió hacia Pandora, le cogió las manos entre las suyas y se llevó las puntas de sus dedos a los labios. Pero finalmente se besó el dorso de sus propias manos, una costumbre extraña y muy austriaca que había visto alguna vez en Salzburgo.

—Ya no escribo libretos —prosiguió—. He vuelto a pintar; mis acuarelas han conseguido cierto éxito. Por la festividad de san Miguel, estuve trabajando en unos retoques en las decoraciones doradas de la galería de Rubens, en el museo Kunsthistosches, y una noche pasé por la calle del Hofburg justo antes de que cerraran. Allí fue donde encontré algo de un interés enorme. Desde entonces, he dedicado muchas horas todas las noches a estudiarlo en la biblioteca. He remontado el río hasta Krems y he ido a la abadía de Melk, donde he consultado también la biblioteca, que contiene unos manuscritos muy interesantes, e incluso viajé a Salzburgo para efectuar más investigaciones.

Se volvió hacia mí.

—No creo en las coincidencias, jovencito —me dijo—. Sólo creo en el destino. Por ejemplo, me parecen interesantes los animales que habéis elegido entre todo este surtido inmenso. Águila es
Earn
en alto alemán antiguo, y Earnest está montado sobre un águila, mientras que el animal que tú has elegido es un lobo. El nombre del primo de Pandora, Dacian, procede de
daci,
los hombres lobo de la antigua Dacia, una de las primeras tribus cazadoras de Europa. Ya lo ves, el estudio no sólo potencia nuestro intelecto sino el modo en que nos percibimos a nosotros mismos y a nuestra historia. Mi mote, Afortunado, es una especie de broma entre mis amigos y yo. Mi nombre de pila en alto alemán antiguo es
Athalwulf,
que significa lobo de alta alcurnia, o afortunado, Afortunado Lobo, ¿te das cuenta? Y, originariamente, mi apellido debía de significar lo mismo que bóer:
Heideler,
«hombre del monte», igual que
Bauer,
«el que vive de la tierra»...

—Un momento, para el carro, amigo... ¿estás diciendo que ese chico era Adolf Hitler? —grité e interrumpí de lleno la historia de tío Laf con un gesto de la mano, mientras permanecíamos sentados en el comedor del hotel de Sun Valley.

Cuando Laf se limitó a sonreír, miré a Olivier y a Bambi, quienes mostraban una expresión petrificada, como una trucha que acaba de darse cuenta de que ya no respira en el agua.

Casi había acabado la historia, Gavroche —me reprochó tío Laf.

—Para mí se acabó del todo —le dije, y tras apartar la tortilla de salmón ahumado que había dejado a medias, me dispuse a levantarme.

—¿Adonde vas? —preguntó tío Laf en tono amable.

Oliver se estaba peleando con la servilleta mientras intentaba de cidir si era mi invitado o el de tío Laf. Le indiqué que permaneciera sentado.

—Afuera, a dar un paseo —respondí—. Necesito respirar un poco de aire fresco antes de que me pidas que me trague nada más.

—No te pido que te tragues nada, excepto un poco de champán —dijo, todavía sonriente y dándome palmaditas en el brazo sano—. Luego te acompañaré a dar un paseo, ¿o te apetece más un baño? Mientras, tu amigo podría mostrarle a Bambi la montaña. Eso es, si no te importa.

Laf arqueó las cejas a modo de pregunta hacia Olivier, que se puso de pie como un rayo.

Después de una tromba de camareros, abrigos, agradecimientos y abrazos, Bambi y Olivier desaparecieron hacia las laderas, mientras que Laf y yo nos encaminamos hacia la pared externa de cristal de la piscina termal, rodeada de montañas y con el cielo por techo. Volga Dragonoff nos estaba esperando con los trajes de baño.

Cuando por fin estuvimos solos, gozando de las relajantes y humeantes aguas termales, pregunté:

—¿Cómo nos has podido contar una historia tan ridicula como ésa en la comida, tío Laf? Olivier no sólo es amigo mío, sino que también es un compañero de trabajo. A partir de ahora, se imaginará que mis familiares están aún más locos de lo que estáis en realidad.

—¿Locos? Yo no le veo nada de loco a mi historia —objetó Laf—. Era todo la pura verdad, hasta la última sílaba.

Sumergió la cabeza en el agua. Al salir, llevaba los cabellos plateados aplastados hacia atrás, lo que acentuaba la fenomenal estructura ósea de su cara y esos penetrantes ojos azules. Pensé lo atractivo que debió de ser en su juventud. No era de extrañar que Pandora se hubiera enamorado de él. ¿Pero no era eso parte del problema?

—Todo lo que has contado es un mito —indiqué a Laf—, sobre todo en lo concerniente a nuestra familia. Es la primera vez que oigo que tu padre fuera inglés, y mucho menos que tuviera una fortuna que ascendiera a unos cien millones de dólares. Y si Pandora odiaba tanto como dices a mi abuelo Hieronymus, ¿por qué acabó casándose con él ese mismo año, cuando tú tenías sólo doce, y siguió con él el tiempo suficiente para darle un hijo?

—Me imagino la versión que contará Augustus de esta historia —dijo Laf, con la primera nota de cinismo hasta entonces—. Ya que estamos solos, te seré franco. Aunque no me gusta ser yo quien te revele lo de tu abuelo, Gavroche, me has hecho una pregunta, y muy pertinente: por qué Pandora se caso con un hombre tan despreciable.

»Cuando esa tarde volvimos a la casa de Viena, nos comunicaron que mi madre había fallecido en nuestra ausencia. Los dos más pequeños estaban desolados, fuera de sí, y los enviaron pronto a la cama. A la mañana siguiente, antes del amanecer, varios criados me condujeron hasta el tren y me llevaron por la fuerza de vuelta a Salzburgo.

Ese día fue el último que vería a Pandora en mucho tiempo, porque se la llevaron de Viena y luego estalló la Primera Guerra Mundial. Hasta cinco años más tarde no supe que mi padrastro la había violado esa misma noche, más de una vez. Que la había obligado a casarse con él, amenazándola de revelar cosas que la pondrían en grave peligro tanto a ella como a su familia.

—¿Qué estás diciendo? —exclamé—. ¿Te has vuelto loco?

—No, pero es cierto que en ese momento temí perder el juicio —respondió con una sonrisa agridulce. Y por el modo en que lo dijo supe que era verdad, y me pregunté por qué nadie me lo había contado antes.

—¿Por qué no terminas la historia, tío Laf? Siento lo que dije antes. De verdad que me gustaría saberlo todo —le pedí, tras moverme por el agua para ponerle una mano en el hombro.

—Déjame que empiece de nuevo: Afortunado estaba sentado con nosotros en el carruaje hacia Hofburg para ver las colecciones de armas y el descubrimiento de un tesoro antiguo, misterioso y fascinante...

LA ESPADA Y LA LANZA

A lo largo de muchos siglos, los Habsburgo de Austria habían formado un imperio inmenso gracias a una serie de brillantes matrimonios con mujeres que eran herederas de países como España, Hungría y otros. El palacio de invierno de los Habsburgo, que ahora forma parte del Hofburg, fue convertido en museo para mostrar al público las joyas, la plata y las muchas colecciones acumuladas durante siglos por la casa real.

Esa colección, una de las más extensas del mundo, tenía un interés especial para Afortunado. Había dicho que creía en el destino, y en el carruaje, de camino hacia el museo, nos recalcó a los niños que el destino del pueblo de habla alemana nunca debería haber estado sujeto al gobierno de esta dinastía de matrimonios mixtos, que había generado la población variopinta que veíamos por las calles de la capital. Pero eso forma parte de otra historia sobre Adolf que, por desgracia, todo el mundo conoce.

Lo que viene más al caso, Afortunado había descubierto en el Hofburg dos reliquias que le habían fascinado: una espada y una lanza.

Estos dos objetos, que consideraba tan antiguos y valiosos, estaban relegados de forma sorprendente a un rincón, en una simple vitrina de cristal, casi como abandonados. La espada era larga y curva, con una empuñadura con aspecto más medieval que antiguo. La lanza era pequeña, negra y discreta, con una rudimentaria cazoleta del color del latón, que mantenía unido el mango y el asta. Los niños las contemplamos un rato, hasta que Earnest le pidió a Afortunado que nos contara su importancia.

—Estas piezas —dijo en una voz casi de ensueño— se remontan a dos mil años como mínimo, puede que mucho más. Es de sobra conocido que ya existían en tiempos de Cristo y es muy probable que las manejaran sus propios discípulos. Se cree que la espada es la que blandió san Pedro en el huerto de Getsemaní para cortar la oreja al guardia del templo. Jesús le dijo que la envainara porque «quien a hierro mata a hierro muere».

»Pero la lanza es todavía más interesante —prosiguió Afortunado—. La llevaba un centurión romano llamado Cayo Casio Longino, que se encontraba bajo las órdenes de Poncio Pilatos. Longino atravesó el costado de Cristo con esta misma lanza, para asegurarse de que estaba muerto y vieron cómo le manaba el líquido de la herida...

Contemplé la cara larga y pálida de Afortunado reflejada en el cristal de la vitrina ante nosotros. Seguía como en sueños, con la mirada perdida en aquellas armas. Tenía las pupilas dilatadas, lo que exageraba la cualidad hipnótica de esos intensos ojos azules tras las pestañas tupidas y oscuras. Pero Pandora, que estaba en el lado opuesto de la vitrina, rompió el hechizo.

—En la tarjeta que hay aquí dentro —nos informó con frialdad— dice que se supone que la espada perteneció a Atila rey de los hunos, y la lanza a Federico I Barbarroja, personajes destacados de la historia germánica y el mito teutón. También pone que según dice la leyenda, cuando esas armas han obrado en poder de un solo guerrero, como al parecer fue el caso de Carlomagno, ese guerrero se ha convertido en el líder de todo el mundo civilizado.

—¿Es por eso que los Habsburgo gobiernan en tantos países? Porque ahora les pertenecen las dos, ¿no? —pregunté a Pandora, entusiasmado por ese pequeño apunte de los misterios de la antigua leyenda.

Pero Afortunado, cuyo trance al parecer también se había roto, respondió por ella.

—Dice que debe poseerlas un guerrero —soltó—. Los llamados Habsburgo hacen honor a su nombre: una percha de halcón, pero no un halcón. Se posan siempre que pueden y despluman a otros para preparar su nido. No son cazadores, ni líderes de un pueblo valiente y orgulloso. Por lo que he averiguado, no basta con poseer estos dos objetos para el tipo de poder del que habláis. Existen muchas otras reliquias, antiguas como el polvo de los eones, y sólo cuando estén todas reunidas en las manos de un hombre se transformará el mundo entero. Creo que ese momento se acerca.

Los niños observamos con respeto renovado las dos armas de la vitrina. Pero en mi fuero interno me preguntaba cómo podría tener lugar tal transformación si el resto de «tesoros antiguos» era tan frágil, estaba igual de deteriorado y tenía un aspecto tan poco importante como esos dos objetos.

—Si se acerca el momento —dijo una voz baja desde detrás de mi hombro—, entonces seguro que sabes cuáles son los otros objetos que andas buscando.

Nos volvimos y vimos que quien hablaba era el primo joven de Pandora, mi profesor de violín, Dacian Bassarides, que había permanecido tan silencioso durante todo el viaje que casi lo habíamos olvidado.

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