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Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

Despertando al dios dormido (34 page)

BOOK: Despertando al dios dormido
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Ante su vista desfilaron los edificios modernistas que aguantaban, pared con pared, el embate de las otras aberraciones arquitectónicas de diseño supuestamente vanguardista, en realidad pretencioso y poco más, que estaban destruyendo, como un cáncer, el irremplazable pasado que Julia tanto apreciaba.

Su desilusión se acentuó cuando, al llegar a la calle Consejo de Ciento, vio que la galería Miràs estaba cerrada y con aspecto de abandono total. Sin saber muy bien por qué, se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuando la búsqueda del cuadro de la dama cambió el rumbo de su vida para siempre, Julia tuvo que dejar atrás su apartamento y ahora, el único vínculo que la seguía uniendo con un pasado feliz también había desaparecido. Ya nada la ligaba a aquella ciudad a la que había querido como al pequeño pueblo de la destruida Galicia costera que la había visto nacer.

—Vuelva al hotel, por favor —le indicó al conductor, con la voz casi quebrada por la emoción.

Mientras el taxi deshacía el camino, se preguntó qué habría sido de Albert Miràs, su antiguo jefe y dueño de la galería de arte. Probablemente estaría dilapidando los restos de su considerable herencia familiar con su característica inconsciencia. Julia había tenido que desaparecer de la luz pública sin despedirse o justificarse ante los seres queridos que habían quedado atrás para siempre. Nunca se le permitió preguntar si se la había echado de menos o si alguien había cuestionado o simplemente denunciado su desaparición. «Todo está arreglado y no hay nada que puedas o debas hacer al respecto», había sido la evasiva respuesta obtenida en Florencia.

La llegada al hotel y las inquietantes noticias intercambiaron la tristeza que sentía por la preocupación. Con el arma a punto, acabó de subir los últimos peldaños enmoquetados, se acercó hasta la puerta de la habitación y vio en el suelo las marcas de gotas de agua. El intruso estaba dentro. Julia respiró profundamente, insertó la tarjeta en la cerradura electrónica y con un movimiento fluido, abrió la puerta y encendió la luz.

Deslumbrada por la súbita claridad, Isabel cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba el inconfundible y ominoso chasquido que anunciaba el amartillar de un arma de fuego.

—No se te ocurra mover un solo dedo —le dijo una voz de tintes acerados que acabó de helarle la sangre. El sonido brusco y seco de la puerta al cerrarse la volvió a sobresaltar y abrió los ojos de golpe, que inmediatamente se le llenaron de lágrimas. A través de ellas vio a una figura borrosa moverse hacia ella como una sombra con una pistola agarrada firmemente con ambas manos.

—Puedo explicarlo… —empezó a decir Isabel.

—Silencio —le ordenó la voz de manera tajante—. Tendrás que hacer mucho más que eso si no quieres que el día se te complique aún más.

—Soy periodista y… —intentó explicar con desespero, pero fue cortada en seco por la voz autoritaria de la otra mujer.

—Eso no te da derecho a entrar en cualquier habitación de hotel y mucho menos a registrar mis pertenencias. Junta las manos por encima de la cabeza y no te levantes.

—Por favor, no me hagas daño… yo no pretendía… —suplicó Isabel, ahora completamente aterrada.

A su espalda, muy cerca de su oído, sonó de nuevo el chasquido del revólver y, de improviso, unos dedos se clavaron en la base de su hombro derecho como tenazas de acero.

—Eso tendrías que haberlo pensado antes… —fue lo último que oyó antes de desvanecerse.

Despertó tumbada sobre la cama y descubrió con horror que estaba atada de manos y pies con un cordón de cortina como una ternera a la que van a marcar. Se agitó con violencia pero sólo consiguió apretar un poco más los nudos. La impotencia le hizo soltar un gemido de miedo.

—Isabel Forcada, periodista —oyó que decía una voz a sus pies. Girando la cabeza como pudo, Isabel vio que la otra mujer estaba sentada en una silla, con los brazos cruzados sobre el pecho. La luz de la lámpara que había a su espalda le sumía el rostro en las sombras. Encima del minúsculo escritorio reposaba el revólver que brillaba malévolo con destellos irisados. A los pies de la cama, su bolsa estaba abierta y el contenido desparramado por la colcha.

—¿Qué buscas, Isabel?

Una ráfaga de adrenalina le recorrió las venas.

—¡Desátame, quienquiera que seas! No tienes ningún derecho a…

Una risita burlona la interrumpió.

—Siento decepcionarte, pero la que no tiene derechos aquí eres tú, Isabel. Los perdiste uno a uno mientras te colabas en la habitación y curioseabas mis cosas.

Isabel rebulló en la cama de nuevo.

—Tengo amigos en la policía y…

—¿De veras? —interrumpió de nuevo la sombra con tono aún más burlón—. ¿Son los mismos que te han sugerido que hagas esto? ¿Quieres que les llamemos? Estoy convencida de que les encantaría oír tus hazañas de hoy. Y te aseguro que yo no tengo ningún inconveniente en hacerlo.

Isabel claudicó. La misteriosa mujer estaba en lo cierto y obviamente podía permitirse el lujo de llamar a comisaría y denunciarla. Tal y cómo se habían puesto las cosas, la periodista no tenía ningunas ganas de toparse con los agentes de la ley. Lanzó un resoplido de frustración y se relajó sobre la ajada colcha.

—¿Qué piensas hacer conmigo? ¿Matarme?

—Eso dependerá de las respuestas que des a las preguntas que te voy a formular —respondió la otra con un temple que hizo renacer el miedo en las entrañas de Isabel.

—No puedes… no puedes matarme… —balbuceó con la boca repentinamente seca. Una ola de sudor frío la bañó cuando vio cómo la sombra se levantaba, cogía el arma, la silla, y se volvía a sentar muy cerca de su cabeza.

—Te sorprendería saber lo que
sí puedo
hacer —dijo la mujer con un tono que le provocó un nuevo escalofrío.

La proximidad de la otra permitió esta vez que Isabel viera con claridad el rostro de pómulos altos donde unos ojos color avellana la miraban helados, enmarcados entre mechones de pelo cobrizo. Los labios, ligeramente carnosos, se separaron para descubrir una dentadura nívea.

—¿Empezamos? —dijo simplemente mientras amartillaba de nuevo el arma.

Cuarenta minutos más tarde, empapada en sudor, Isabel se masajeaba las muñecas doloridas con suavidad y contemplaba, con una mezcla de temor y admiración, los movimientos rápidos y precisos de la otra mientras guardaba la pistola y el cargador en el maletín. El interrogatorio al que la había sometido había sido exhaustivo. El cadáver del que una vez fuera Roderick Baxter y la relación de Isabel con el caso habían constituido el tema principal, pero también había habido cuestiones tan peregrinas como sus creencias religiosas o el contenido de sus sueños.

Isabel había decidido ocultar sus
visiones
arriesgándose a ser cazada en flagrante mentira. No estaba dispuesta a que nadie ajeno a su entorno, y especialmente alguien que la apuntaba con un arma, hurgase en su intimidad de esa forma tan despiadada. No obstante, en su fuero interno ansiaba contar al mundo lo que le pasaba por la cabeza cada vez que cerraba los ojos, pero no creía que aquella desconocida armada y peligrosa fuera el confidente ideal que necesitaba su alma angustiada. Igual le pegaba dos tiros y la arrojaba al mar. Nadie se iba a sorprender al saber que una periodista que había sufrido una crisis nerviosa había aparecido flotando en el puerto, y menos con los tiempos que corrían. Apelando a toda su voluntad y esquivando la mirada de la otra, relató el síncope sufrido en la oficina y la posterior experiencia a bordo del
Sea Rhapsody
de la manera más vaga posible.

Todo le parecía sumamente extraño, casi irreal. Si no hubiera sido por la actitud pausada y directa de la mujer y por la constatación del poder que tenía, Isabel hubiera creído que estaba a merced de una psicópata, una asesina a sueldo o una loca de atar. Quizá las tres cosas juntas. Pero su instinto le gritaba que debía seguir la estela de la oportunidad, ya que la desconocida parecía saber mucho acerca del escalofriante y enigmático crimen y, de momento, no había nada más prometedor en el horizonte.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —inquirió con voz trémula mientras dejaba caer el cordón al suelo.

La otra se volvió y la miró durante un breve instante antes de contestar.

—¿
Vamos
? Tú vas a irte a casa y olvidar todo lo que ha pasado hoy aquí —dijo con tono seco—. Y espero que no cometas la imprudencia de querer saber más de mí o de mis asuntos. El cadáver del Hospital del Mar no te concierne, y lo único que puedes hacer es cerrar este caso. Dile a tu jefe que ahí no hay nada raro y que también se olvide del tema.

—Mi jefe no sabe nada de esto —se defendió débilmente Isabel, que no quería dar su brazo a torcer, a pesar de que estaba todavía muy asustada.

La otra la miró con expresión de curiosidad.

—¿Querías ganarte el premio Pulitzer por tu cuenta o es que hay algo más que no me has contado?

Isabel dudó y tardó demasiado en contestar.

De improviso, vio con sobresalto cómo la mujer se metía la mano en el cuello del suéter y sacaba el medallón de piedra tallado con la estrella de cinco puntas que había mencionado el forense. Sin mediar palabra, la sujetó por un hombro con sorprendente fuerza y se lo apoyó en la frente. Isabel intentó desasirse, pero de repente, sintió una sensación de ahogo y unos intensos fogonazos la deslumbraron. La habitación del hotel desapareció y, de repente, se halló de nuevo en el lugar privilegiado desde el que veía una bóveda celeste en la que brillaban extrañas estrellas. Sintió vértigo y náuseas, y todo empezó a girar y a deformarse a su alrededor. Gritó asustada y quiso darse la vuelta para huir del dantesco escenario, pero algo la sujetaba con fuerza aterradora, algo que gritaba su nombre, cada vez más nítido, cada vez más cerca…

—¡Isabel! ¡Isabel! ¿Me oyes, Isabel?

Los ojos de Isabel enfocaron por fin y se encontraron con los de la otra mujer, que seguía sujetándola por los hombros. Podía ver el inquietante medallón balanceándose, colgado de nuevo del cuello de la desconocida, pero continuaba notando su presencia en la frente, como si la hubieran tocado con un hierro candente.

—¿Qué me has hecho? ¿Qué ha pasado? —consiguió articular antes de desplomarse sobre la cama y prorrumpir en incontrolables sollozos. Inesperadamente, sintió que la abrazaban.

—Tranquila, Isabel —oyó que le decía una voz dulce junto a su oído—, ya ha pasado todo. Intenta relajarte.

Isabel consiguió a duras penas respirar hondo un par de veces, y notó cómo se iba destensando, en parte, gracias a las abrumadoras caricias de la enigmática mujer que casi la había matado dos veces en menos de una hora. Estaba confusa y muy asustada. Notaba la piel tirante y ardiente, y en comparación, las manos de la otra mujer estaban frías como un témpano.

—¿Qué me ha pasado? —preguntó con un hilo de voz.

La otra siguió acariciándola un instante más antes de suspirar profundamente.

—¿Qué te ha pasado? —repitió mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia la ventana para abrirla—. Lo mejor que podría haberte sucedido, Isabel. Te hemos encontrado, y parece que a tiempo.

Isabel no entendió nada.

—¿Encontrado a tiempo? —farfulló mientras notaba que en su voz aparecía un involuntario tinte histérico—. ¿A tiempo para qué? ¿Quiénes sois vosotros?

La otra se dio la vuelta y la miró con absoluta seriedad.

—Somos alguien que puede dar significado a tus sueños, esos extraños sueños que has tenido durante tanto tiempo.

Isabel se quedó pasmada. ¿Cómo podía saber aquella desconocida que ella había estado soñando con algo extraño? ¿Qué era aquel medallón y qué clase de catarsis había provocado en su interior? ¿Qué otro significado podían tener las imágenes irreales que asaltaban su mente noche tras noche desde hacía ya más de seis meses?

Miró a la desconocida, que estaba sentada de nuevo en la silla con expresión tranquila, bajó la vista y se miró las muñecas, donde todavía se apreciaban las marcas que habían dejado las ligaduras. Pensó en los extraordinarios acontecimientos que había presenciado y en su trabajo. A pesar de lo peligroso que aquello se estaba poniendo, parecía ser la oportunidad que había estado esperando durante tanto tiempo, el ansiado cambio que iba a proporcionar, tal vez, un nuevo enfoque a la aburrida vida que había llevado hasta entonces. En ese instante no podía imaginar hasta qué punto.

—Necesito saber lo que hay detrás de todo esto —afirmó rotunda.

El fogonazo de un relámpago se coló por la ventana, otorgando un aspecto lívido a las facciones de la otra mujer, que ladeó un poco la cabeza, como si estuviera escuchando. Cuando por fin sonó el lejano trueno, pareció aliviada.

—Lo que has visto hasta ahora es simplemente el trágico resultado de conocer lo que hay detrás del telón de esta realidad —replicó la desconocida acariciando distraídamente el colgante de piedra—. Lo que creo le pudo pasar al profesor Baxter es un ejemplo de la forma que tienen
ellos
de retribuir los servicios prestados.

«Si sigues adelante —siguió diciendo con tono sombrío—, podrías convertirte en el próximo cliente del Hospital del Mar. No estoy intentando disuadirte, Isabel. Me vendría muy bien un poco de ayuda. Y tú también necesitas ayuda. Tan sólo te estoy advirtiendo de los horrores que puedes llegar a encontrar en este viaje, cosas tan espantosas que pondrán en jaque todo lo que crees saber hasta ahora, cosas por las que muchísima gente ha perdido la vida y que quebrarán en mil pedazos tu concepción de la realidad cotidiana.

—¿Sabes quién mató al profesor? —preguntó asombrada Isabel, que había seguido a duras penas la inquietante parrafada mientras notaba los primeros síntomas de un incipiente dolor de cabeza—. ¿Quiénes son
ellos
?

Por la cara de la otra mujer cruzó una sombra fugaz. Cerró los ojos y se estremeció de forma visible.

—¿Quieres beber algo? —dijo de pronto abriendo la mini nevera y ofreciendo un botellín de whisky, que ésta aceptó sin atreverse a decir nada—. Lo que te voy a contar será difícil de entender y aún más de asimilar. Te parecerá una completa locura, pero a medida que te lo explique irás viendo cómo todo lo que ha pasado hasta ahora empieza a cobrar sentido. Todo lo que voy a revelarte es real y puedo demostrarlo en cualquier momento, y no sólo con absurdos juegos de palabras cabalísticas, teorías inverosímiles y fotografías borrosas, informes falsificados o quimeras paranormales.

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