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Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

Criadas y señoras (68 page)

BOOK: Criadas y señoras
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Minny cuelga el teléfono y me quedo contemplando el auricular en una mano y la carta en la otra. «¿Podré? ¿Seré capaz de hacerlo?», pienso, considerándolo en serio por primera vez.

Sé que Minny tiene razón, y Aibileen también. No me queda nada en esta ciudad más que mis padres, pero, si me quedo con ellos, acabaré matándolos a disgustos. Sin embargo...

Me apoyo en las estanterías de la despensa y cierro los ojos. ¡Me marcho! ¡Me voy a Nueva York!

Aibileen

Capítulo 34

A la cubertería de plata de Miss Leefolt le han salido unas extrañas manchas hoy. Debe de ser porque hay mucha humedad. Rodeo la mesa de jugar a las cartas, saco otra vez brillo a cada cubierto y compruebo que no falta ninguno. Hombrecito ya está en la edad de revolverlo todo y no para de cambiar de sitio cucharillas, monedas, horquillas y todo lo que encuentra al alcance de su mano. A veces, se esconde las cosas en el pañal. Cambiarlo es como abrir un cofre del tesoro.

Suena el teléfono y voy a la cocina a contestar.

—Me he
enterao d'algo
—dice Minny al aparato.

—¿De qué?

—Miss Renfro dice que está segura de que fue Miss Hilly la que se comió la tarta.

Minny se ríe mientras lo dice, pero mi corazón se acelera.

—¡Leches! Miss Hilly va a
vení
a esta casa en menos de
sinco
minutos. Más le vale
empezá
a
acallá
esos rumores cuanto antes.

Es una locura que estemos animando a esa mujer. ¡Me resulta todo tan confuso!

—He
llamao
a Ernestine la Man... —Minny se calla de repente. Miss Celia debe de haber entrado en casa—. Ya se fue. Lo que te decía: he
llamao
a Ernestine la Manca y me ha
contao
que Miss Hilly se ha
pasao tol
santo día al teléfono pegando voces. ¡Ah! Y Miss Clara ha descubierto el capítulo de su criada, Fanny Amos.

—¿Y la ha
despedío?

Miss Clara ayudó a Fanny Amos para que pudiera mandar a su hijo a la universidad. Es una de las historias bondadosas del libro.


Pos
no. Sólo se quedó boquiabierta con el libro entre las manos.


Grasias
a Dios. Llámame si te enteras
d'algo
más —digo—. Y no te cortes si contesta Miss Leefolt. Dile que eres mi hermana enferma.

Señor, no te enfades conmigo por esta mentirijilla. Lo único que me faltaba ahora es que se pusiera mala mi hermana.

Unos minutos después de esta llamada, suena el timbre de la puerta. Estoy tan nerviosa que hago como que no lo he oído. Me da pánico mirar a la cara a Miss Hilly después de lo que le contó a Miss Skeeter. Todavía no puedo creerme que escribiera eso de la raja en forma de ele. Salgo a mi retrete y me quedo sentada pensando en lo que pasará si tengo que dejar a Mae Mobley. «Señor —rezo—, si van a apartarla de mí, dale por favor a alguien bueno. No la dejes a merced de la señorita Taylor para que le cuente que todo lo negro es sucio, ni de su abuela que la pellizca para que diga gracias, ni de la fría de Miss Leefolt.» El timbre vuelve a sonar, pero no me muevo del retrete. Mañana, por si acaso, tengo que despedirme de Mae Mobley.

Cuando regreso al interior de la casa, oigo que las mujeres charlan en la mesa del salón. La voz de Miss Hilly suena más alta que las demás. Pego la oreja a la puerta de la cocina, temerosa de entrar al salón.

—¡...que no es Jackson! Ese libro es una basura, y estoy segura de que todo se lo inventó alguna maldita negra.

Oigo arrastrarse una silla y sé que Miss Leefolt está a punto de venir en mi busca. No puedo retrasarlo más, tengo que salir ahí fuera. Abro la puerta con la jarra del té helado en la mano. Rodeo la mesa, sin atreverme a levantar los ojos del suelo.

—Dicen que el personaje de Betty podría ser Charlene —comenta Miss Jeanie abriendo mucho los ojos.

A su lado, Miss Lou Anne tiene la mirada perdida, como si no le importara lo más mínimo el tema. Me gustaría poder abrazarla y decirle que doy gracias a Dios porque Louvenia trabaje para ella, pero sé que no puedo. Tampoco puedo contarle nada a Miss Leefolt porque, como de costumbre, está con cara de perro. El rostro de Miss Hilly, por su parte, parece morado como una ciruela.

—Y la criada del capítulo cuatro, ¿qué decís de ella? —continúa Miss Jeanie—. Sissy Tucker opina que...

—¡Ese libro no habla de Jackson! —grita Miss Hilly.

Asustada, doy un respingo mientras sirvo el té y una gota cae en el plato vacío de Miss Hilly. Me mira y, como por un imán, mis ojos se ven atraídos por los suyos.

—Has derramado un poco de té, Aibileen —dice muy despacito y con tranquilidad.

—Lo siento mucho, señora, ahora...

—¡Límpialo!

Temblorosa, limpio la gota con el trapo que llevo para sujetar el mango de la jarra.

Miss Hilly no aparta la vista de mí. Bajo la mirada, sintiendo que esta mujer y yo compartimos un secreto ardiente.

—Tráeme otro plato, uno que no hayas manchado con tu sucio trapo.

Le llevo otro plato. Lo mira a fondo e incluso se lo acerca a la nariz para olerlo. Luego, se gira hacia su amiga Miss Leefolt y comenta:

—Es imposible enseñar a esta gente a ser limpios.

Esa noche tengo que quedarme hasta tarde en casa de Miss Leefolt cuidando a los niños. Cuando Mae Mobley se duerme, saco mi cuaderno de oraciones y empiezo a escribir mi lista. Estoy muy contenta por Miss Skeeter. Me llamó esta mañana para decirme que había aceptado el trabajo. ¡Dentro de una semana se muda a Nueva York! Cada vez que oigo un ruido pego un respingo, pensando que Miss Leefolt va a aparecer por la puerta y decirme que lo ha descubierto todo. Cuando vuelvo a mi casa, estoy demasiado alterada para irme a la cama. Salgo a la oscuridad de la noche y recorro el camino hasta la puerta trasera de Minny. Encuentro a mi amiga sentada en la cocina leyendo el periódico. Es el único momento del día en el que no está limpiando, cocinando o regañando a alguien. La casa está tan tranquila que temo que haya pasado algo malo.


¿Ande
está
tol
mundo?

—Los críos
dormíos
y Leroy, en el trabajo.

Acerco una silla y me siento a su lado.

—Quiero
sabé
de una vez que nos va a
pasá,
Minny. Sé que debería dar
grasias
a Dios porque
to
no nos haya
estallao
todavía entre las manos, pero esta espera me está volviendo loca.

—No te preocupes, algo va a
sucedé,
y
mu
pronto —dice Minny como si estuviéramos hablando de la marca del café que nos tomamos.

—Minny ¿cómo
pués está
tan tranquila?

Me mira y se lleva la mano a la barriga, que le ha crecido bastante en las últimas dos semanas.

—¿Conoces a Miss Chotard, esa blanca
pa
la que trabaja Willie Mae? Ayer le preguntó a Willie Mae si de
verdá
la trataba tan mal como esa horrible
mujé
del libro. —Minny sonríe socarrona—. Willie Mae le contestó que, aunque podía
mejorá
algo, no era de las peores jefas que había
tenío.

—¿De
verdá
le preguntó eso?

—Luego, Willie Mae se puso a contarle historias de otras blancas
pa
las que había
trabajao,
con sus cosas buenas y sus cosas malas, mientras la
mujé
la escuchaba atentamente. Willie May dice que en los treinta y siete años que lleva de criada nunca se había
sentao
en la misma mesa con su jefa.

Aparte de la historia de Louvenia, ésta es la primera cosa buena que oigo del libro. Intento disfrutar de ella, pero pronto regreso al presente.

—¿Qué hay de Miss Hilly? ¿Qué pasa con lo que nos contó Miss Skeeter? Minny, ¿no estás ni siquiera un poco
preocupá?

Minny deja el periódico en la mesa y dice:

—Mira, Aibileen, no te voy a
engañá.
Tengo miedo de que Leroy se entere y me mate. También me preocupa que Miss Hilly le pegue fuego a mi casa. Pero, no
pueo explicá mu
bien por qué, tengo la sensación de que hemos hecho lo que debíamos.

—¿De
verdá?

Minny suelta una carcajada y añade:

—Ay,
Señó.
Estoy empezando a
hablá
como tú, ¿te das cuenta? Será que me estoy haciendo
mayó.

Le doy una patadita y reflexiono sobre lo que acaba de contarme. Hemos hecho algo justo y valiente, y mi amiga está orgullosa de ello y no quiere privarse de las consecuencias que implica, ni tan siquiera de las malas. Pero sigo sin comprender lo tranquila que está.

Minny vuelve a ojear su periódico. Al rato, me doy cuenta de que no está leyendo. Sólo mira las líneas, está pensando en otra cosa. De repente, se oye el sonido de la puerta de un coche que se cierra en la calle y Minny da un respingo. Entonces puedo ver todo el temor que intenta ocultar. «Pero ¿por qué? —me pregunto—. ¿Por qué quiere ocultármelo?»

La miro y empiezo a entender lo que está pasando. ¡Ahora me doy cuenta de lo que ha hecho Minny! No sé por qué no lo he captado hasta ahora. Minny se empeñó en poner la historia de la tarta para protegernos, a mí y a las otras criadas, pero no a ella. Era consciente de que con esto sólo conseguiría que Miss Hilly se enemistase más con ella, pero, de todos modos, lo hizo por el bien de las demás. Por eso no quiere que nadie se dé cuenta de lo asustada que está.

Me acerco a ella y tomo su mano entre las mías.

—Eres un ser adorable, Minny.

Entorna los ojos y me saca la lengua como si le acabara de ofrecer un plato de comida para perros.

—Mira que te lo digo siempre, Aibileen: estás empezando a
chocheá.

Nos reímos. Es tarde y estamos muy cansadas, pero Minny se levanta, se sirve más café y prepara otra taza de té para mí. Bebemos con calma y charlamos hasta bien entrada la noche.

El día siguiente, sábado, la familia Leefolt al completo se encuentra en casa. Incluso Mister Leefolt está aquí hoy. Cuando entro a limpiar el dormitorio, veo que mi libro ya no descansa en la mesita de noche. Lo busco durante un rato, pero no sé dónde lo ha puesto. Por fin descubro que Miss Leefolt lo ha guardado en su bolso, que está tirado en el sofá. Esto significa que se lo lleva a todas partes. Echo un rápido vistazo y descubro que ya no tiene el marcapáginas.

Me gustaría mirarla a los ojos para adivinar qué sabe, pero Miss Leefolt se pasa casi todo el día en la cocina intentando preparar una tarta y no me deja que entre a ayudarla. Dice que es un pastel distinto de los míos, una receta de moda que ha encontrado en la revista
Gourmet.
Mañana organiza una merienda para su grupo parroquial y tenemos el salón lleno de cacharros para servir. Ha tomado prestados de Miss Lou Anne tres hornillos para calentar platos, y de Miss Hilly ocho juegos de cubiertos de plata, porque van a venir catorce personas, ¿y cómo va a ofrecer a esa gente de la parroquia un vulgar tenedor de acero?

Hombrecito está en el dormitorio de Mae Mobley jugando con su hermana y Mister Leefolt no para de deambular por la casa. De vez en cuando, se detiene ante el cuarto de Chiquitina y luego vuelve a merodear de aquí para allá. Probablemente piensa que, como es sábado, debería jugar con sus hijos, pero creo que no sabe cómo hacerlo.

No me quedan muchos sitios en la casa en los que pueda estar tranquila. Aunque sólo son las dos de la tarde, ya he dejado todas las habitaciones como los chorros del oro, he limpiado los baños, he lavado la ropa y he planchado todas las arrugas de esta casa, menos las de mi cara. Como hoy tengo prohibido entrar en la cocina, no quiero que Mister Leefolt piense que lo único que hago es jugar con los niños, así que, por último, termino dando vueltas por la casa como él.

Cuando Mister Leefolt se queda en el comedor, me asomo al cuarto de los pequeños y veo que Mae Mobley tiene un papel en la mano y le está enseñando algo a Ross. A Chiquitina le encanta jugar a hacer de profesora con su hermanito. Regreso al salón y me dedico a quitarle el polvo a los libros por segunda vez. Supongo que hoy, con tanta gente en casa, no podré despedirme de Chiquitina.

—Vamos a jugar a un juego —oigo que le dice Mae Mobley a su hermano en la habitación—. Siéntate en esta mesa. Estás en la cafetería Woolworf y eres negro. Yo soy blanca y voy a hacerte unas cosas, pero tú no puedes moverte, porque si no irás a la cárcel.

Salgo corriendo hacia su dormitorio, pero Mister Leefolt ya está observándolos desde la puerta. Me quedo detrás de él.

Mister Leefolt cruza los brazos y ladea un poco la cabeza. El corazón me late a mil por hora. Nunca he oído a Mae Mobley mencionando nuestros cuentos secretos más que a mí, y sólo cuando su madre no está en casa y nadie nos puede escuchar. Pero se encuentra tan concentrada en su juego que no se da cuenta de que su padre la está oyendo.

—Muy bien —dice Mae Mobley, ayudando a su hermano a trepar a la silla—. Ross, tú eres un
actovista
y tienes que quedarte en esta mesa del Woolworf. No puedes moverte.

Quiero hablar, pero no me sale ni una palabra. Mae Mobley se acerca muy despacito a Ross y le vacía por encima de la cabeza una caja de pinturas de cera, que caen rodando por el suelo. Hombrecito pone mala cara, pero Chiquitina le mira muy seria y dice:

—¡No te muevas! Tienes que ser valiente. Nada de violencias.

Después le saca la lengua y empieza a tirar de sus zapatitos. Hombrecito la mira con cara de estar pensando: «¿Por qué tengo que aguantar esta tontería?». Lloriquea y se baja de la silla.

—¡Has perdido! —exclama Chiquitina—. Ahora vamos a jugar a otro juego. Se llama «el asiento trasero del autobús», y tú vas a ser Rosa Parks.

—¿Quién te ha enseñado esas cosas, Mae Mobley? —pregunta Mister Leefolt.

Chiquitina gira la cabeza con ojos de pánico. Siento que pierdo el equilibrio. Sé que debería entrar en esa habitación y sacar a la pequeña del aprieto, pero me cuesta respirar. Mae Mobley me observa con expresión de duda y su padre se da la vuelta y ve que estoy detrás de él. Mister Leefolt me ignora y mira de nuevo a su hija.

—No sé —contesta Mae Mobley a su padre.

Chiquitina dirige la vista a un juego de mesa que hay en el suelo y hace amago de empezar a jugar con él. Ya la he visto actuar así antes y sé en lo que está pensando. Cree que, si finge estar entretenida con otra cosa, su padre la dejará tranquila.

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