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Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

Criadas y señoras (63 page)

BOOK: Criadas y señoras
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Miss Skeeter saca una enorme caja marrón del asiento trasero y la lleva hasta la puerta de la iglesia, como si estuviera entregando ropa usada. Se detiene un segundo, echa un vistazo al interior y luego regresa al vehículo, arranca y se larga. Me da pena que tengamos que hacerlo así, pero no queremos que se vaya todo al garete antes incluso de empezar.

En cuanto se marcha, salgo al recibidor de la iglesia y arrastro la caja al interior. Tomo un ejemplar y lo contemplo. No puedo contener las lágrimas. ¡Es el libro más bonito que he visto en mi vida! La portada es de un suave color pastel, y en ella aparece un plato de galletas, como las suelen tomar nuestras señoras con el té. El título,
Criadas y señoras,
aparece en la cubierta con llamativas letras rojas. Lo único que no me gusta es la parte del autor, donde dice «Anónimo». Me habría encantado que Miss Skeeter hubiera puesto su nombre, pero era demasiado arriesgado.

Mañana voy a entregar una copia a todas las mujeres cuyas historias salen en el libro. Miss Skeeter se encargará de llevar a la prisión del Estado un ejemplar para Yule May. En cierto modo, ella es la causante de que las otras criadas aceptaran colaborar. Pero me han dicho que lo más probable es que Yule May no lo reciba. A las presas no les llega más que una de cada diez cosas que les envían porque se las quedan las funcionarias. Miss Skeeter ha dicho que piensa volver a llevárselo otras diez veces hasta cerciorarse de que lo recibe.

Me llevo la enorme caja a casa, saco un ejemplar y escondo el resto debajo de la cama. Luego, voy corriendo a casa de Minny, que está preñada de seis meses, aunque nadie lo diría. Cuando llego, la encuentro sentada en la cocina; bebe un vaso de leche. Leroy duerme en su cuarto y Benny, Sugar y Kindra pelan cacahuetes en el patio. La cocina está tranquila. Sonrío y le entrego a Minny su libro. Lo hojea y comenta:

—Este libro ha
quedao
bonito.

—Miss Skeeter dice que la paloma de la paz es un símbolo de los nuevos tiempos que están por
vení.
Dice que en California la gente la lleva en las camisetas.

—¡Me importa un pito lo que lleve la gente de California en las camisetas! —gruñe Minny, contemplando la portada—. Lo único que me interesa es
sabe
cómo se lo va a
tomá
la gente de Jackson, Misisipi.

—Mañana ya habrá ejemplares en las librerías y bibliotecas. Dos mil quinientos en Misisipi y otros tantos en el resto de
Estaos Unios.

Es bastante más de lo que nos dijo Miss Stein en un principio, pero desde que empezaron las marchas por la libertad y después de que aparecieran muertos esos activistas de los derechos civiles en su caravana en Misisipi, el resto del país le presta más atención a nuestro Estado.

—¿Cuántos ejemplares van pa la biblioteca blanca de Jackson? —pregunta Minny—. ¿Ninguno?

Niego con la cabeza, sonrío y respondo:

—Tres. Me lo dijo Miss Skeeter por teléfono esta misma mañana.

Hasta Minny parece sorprendida. Hace un par de meses, la biblioteca para blancos empezó a dejar entrar gente de color. Yo misma he ido ya dos veces.

Minny abre el libro y empieza a leer un fragmento. Los críos entran y les dice lo que tienen que hacer y cómo hacerlo sin levantar la vista de su lectura. Sus ojos no paran de recorrer las líneas del texto. Yo ya me lo he leído más de una vez durante todo el año que me he pasado trabajando en él, pero Minny siempre dijo que no quería leerlo hasta que no tuviera la edición definitiva entre las manos. Piensa que, de lo contrario, lo estropearía.

Me siento con ella un rato. De cuando en cuando sonríe, y a veces se ríe abiertamente, pero, por lo general, gruñe. No le pregunto por qué. La dejo con su lectura y me marcho a casa. Después de escribir mis oraciones, me voy a la cama y pongo el libro en la almohada, junto a mi cabeza.

Al día siguiente, en el trabajo, no puedo dejar de pensar en que, en este momento, en las librerías de la ciudad estarán poniendo el libro en las estanterías. Barro, plancho, cambio pañales, pero no escucho ni una sola palabra sobre el tema en casa de Miss Leefolt. Es como si el libro no existiera. No sé lo que esperaba, quizá algo de agitación. Sin embargo, hoy no deja de ser otro caluroso viernes de verano con moscas que chocan contra la mosquitera.

Por la noche, seis de las criadas que salen en el libro me llaman para preguntar si me he enterado de algo. Nos quedamos un rato en silencio al aparato, como si, por permanecer pegadas al auricular, la respuesta fuera a cambiar.

Por fin, me llama Miss Skeeter.

—Me he pasado por la librería Bookworm esta tarde y me he quedado un rato, pero no he visto a nadie comprar ni un ejemplar.

—Eula dice que se pasó por la librería
pa
negros y que lo mismo.

—¡En fin...! —suspira.

Durante todo el fin de semana y la semana siguiente no tenemos novedades. En la mesita de noche de Miss Leefolt están los mismos libros de siempre:
Las reglas de etiqueta de Frances Benton, Peyton Place
y esa vieja Biblia llena de polvo que deja junto a la cama para aparentar. Pero, ¡mecachis!, cada media hora me paso por su cuarto para comprobar que no hay nada nuevo en esa pila de libros.

El miércoles todo sigue igual. En la librería de blancos no se ha vendido ni un ejemplar. En la de Farish Street dicen que se han llevado una docena, lo cual no está nada mal. Aunque puede que hayan sido las protagonistas del libro que lo compraban para regalárselo a sus amigas.

El jueves, séptimo día, justo cuando voy a salir para el trabajo, suena el teléfono.

—¡Tengo noticias! —susurra Miss Skeeter en voz bajita. Supongo que estará escondida en la despensa otra vez.

—¿Qué ha
pasao?

—Me ha llamado Miss Stein y dice que vamos a salir en el programa de Dennis James.

—¿En
People Will Talk?
¿El programa de la tele?

—Van a sacarnos en las críticas de libros. Dice que lo darán por el Canal Tres el próximo jueves, a la una.

¡Carajo! ¡Vamos a salir en la WLBT TV! Es un programa local de la tele de Jackson, pero es en color y justo después de las noticias de las doce.

—¿Cree que hablarán bien de nosotras?

—No lo sé. No creo que Dennis se lea los libros de los que habla. Seguramente, sólo dice lo que otra persona escribe para él.

Estoy emocionada y asustada a la vez. Después de eso, algo tiene que pasar.

—Miss Stein me contó que a alguien en el departamento de publicidad de Harper & Row le debimos de dar pena e hizo unas cuantas llamadas para que nos sacaran en la tele. Dice que es el primer libro que publica con un presupuesto promocional de cero dólares.

Nos reímos, pero las dos estamos nerviosas.

—Espero que puedas verlo en casa de Elizabeth. Si no puedes, te llamaré para contarte todo lo que digan.

El viernes por la noche, con el libro a la venta desde hace ya una semana, me preparo para ir a la iglesia. El padre Thomas me llamó esta mañana y me pidió que asistiera a una reunión especial. Cuando le pregunté el motivo de la reunión, me dijo que tenía prisa y colgó. Minny dice que a ella también la ha llamado. Plancho un bonito vestido de lino que me regaló Miss Greenlee y me paso por casa de Minny para ir juntas a la iglesia.

Como de costumbre, la casa de Minny parece un gallinero en llamas. Mi pobre amiga se desgañita mientras los niños gritan y se tiran trastos a la cabeza. Por primera vez, noto que se le marca la barriga en el vestido y me alegro de que por fin le asome el embarazo. Leroy no le pegará mientras esté preñada. Minny lo sabe, así que supongo que éste no será su último hijo.

—¡Kindra! ¡Levanta el culo del suelo! —chilla Minny—. Más te vale que las judías estén listas antes de que tu padre se despierte.

Kindra, que tiene ya siete años, camina con descaro hasta el horno, meneando el trasero y alzando la barbilla. Se oye ruido de cacharros en la cocina.

—¿Por qué tengo que
hacé
yo la cena? ¡Hoy le toca a Sugar!

—Porque Sugar está en casa de Miss Celia, así que o haces la cena o no llegas viva a mañana.

Benny aparece y se abraza a mis rodillas. Sonriente, me enseña el diente que se le acaba de caer y sale corriendo.

—¡Kindra! ¡Baja ese fuego si no
quiés quemá
la casa!

—Tenemos que irnos, Minny —digo, porque se pueden tirar así toda la noche—, si no queremos
llegá
tarde.

Minny mira el reloj y sacude la cabeza.

—¿Por qué no ha
llegao
Sugar todavía? Miss Celia nunca me tenía hasta tan tarde trabajando.

La semana pasada, Sugar empezó a acompañar a su madre al trabajo. Minny le está enseñando a servir, porque, cuando tenga el bebé, su hija tendrá que sustituirla. Hoy, Miss Celia le pidió a Sugar que se quedara un poco más y luego la acompañaría ella misma a casa.

—Kindra, no quiero
ve
ni una sola judía en el fregadero cuando vuelva. ¡Ponte a
limpiá
ahora mismo! —Minny le da un abrazo—. Benny, ve a decirle al bobo de tu padre que se levante de una vez.

—Jo, mamá, ¿por qué yo?

—Venga, sé valiente. No te quedes
mu
cerca de él cuando se despierte.

Salimos y recorremos la calle a toda prisa antes de que Leroy empiece a gritar a Benny por haberlo despertado. Aprieto el paso para que a Minny no se le ocurra regresar a casa y darle a su marido su merecido.

—Me alegro de ir a la iglesia —comenta Minny cuando llegamos a Farish Street y subimos las escaleras de la parroquia—. Por lo menos, durante una hora no tendré que
pensá
en
tos
mis problemas.

En cuanto entramos en el vestíbulo de la iglesia, uno de los hermanos Brown cierra la puerta a toda prisa detrás de nosotras. Asustada, me dispongo a preguntar qué pasa justo cuando las treinta personas que están en la sala empiezan a aplaudir. Minny y yo aplaudimos también. Supongo que algún miembro de la parroquia ha sido admitido en la universidad o algo así.

—¿Por qué aplaudimos? —le pregunto a Rachel Johnson, la esposa del reverendo.

La mujer ríe y la estancia queda en silencio. Rachel se acerca a mí y me dice al oído:

—Cariño, te aplaudimos a ti.

Y me enseña un ejemplar del libro que lleva en el bolso. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que todo el mundo tiene uno. Los ministros y los curas más importantes de la parroquia también.

El reverendo Johnson da unos pasos hacia mí y me dice:

—Aibileen, hoy es un día importante para ti y para nuestra congregación.

—¡Vaya! Parece que habéis
vaciao
las librerías —digo, y la gente ríe con cortesía.

—Queremos que sepas que, por tu seguridad, la parroquia sólo va a reconocer tu mérito en esta ocasión. Sé que mucha gente colaboró en el libro, pero me han dicho que no habría sido posible sin ti.

Levanto la mirada y veo que Minny sonríe satisfecha. Parece que estaba al corriente de todo.

—Hemos enviado un mensaje a la congregación para advertir a toda la comunidad que si alguien reconoce a algún personaje del libro o descubre quién lo escribió, que no se lo cuente a nadie. Esta noche es una excepción. —El reverendo sonríe y mueve la cabeza—. Espero que nos disculpes, pero no podíamos dejar pasar algo así sin una pequeña celebración.

Me entrega el ejemplar que lleva en la mano.

—Sabemos que no pudiste poner tu nombre en el libro, así que hemos escrito los nuestros por ti.

Abro el libro y me encuentro con un montón de nombres. No son treinta o cuarenta, no. Hay cientos de ellos, puede que unos quinientos, garabateados en la cubierta, en las páginas en blanco del principio y el final de la obra, en los márgenes de las páginas... Todos los miembros de mi iglesia y los de otras congregaciones. En ese momento, es tal mi emoción que tengo que contener las lágrimas. El peso de dos años de trabajo, esfuerzos y esperanzas se me viene encima de repente. Todo el mundo hace una fila y empieza a abrazarme y a decirme lo valiente que soy. Les contesto que hay muchas otras compañeras que también han sido valientes. No me gusta acaparar la atención, pero les agradezco que no hayan mencionado más nombres, no quiero meter en líos a las demás. Creo que ni se imaginan que Minny también ha puesto de su parte.

—Puede que esto te cause problemas —me avisa el reverendo Johnson—. Si sucede cualquier cosa, quiero que sepas que la iglesia te ayudará en todo lo posible.

Me echo a llorar delante de todo el mundo. Miro a Minny, que no para de reírse. Es curioso las distintas formas de expresar los sentimientos que tiene la gente. Me pregunto qué haría Miss Skeeter si estuviera aquí en este momento, y me pongo un poco triste. Sé que nadie en la ciudad firmará el libro para ella y le dirá lo valiente que ha sido. Nadie va a ofrecerle su ayuda por si pasa algo.

Entonces el reverendo me da una caja envuelta en papel blanco atado con una cinta del mismo color pastel que la portada del libro. Posa su mano en ella, como si la estuviera bendiciendo, y me dice:

—Es para tu amiga blanca. Dile que la queremos como si formara parte de nuestra familia.

El jueves me levanto al salir el sol y voy al trabajo muy temprano. Hoy va a ser un gran día. Termino las tareas de la cocina a toda prisa. A la una, preparo la tabla de planchar frente a la tele de Miss Leefolt y pongo el Canal Tres. Hombrecito está durmiendo la siesta y Mae Mobley, en la escuela.

Intento planchar un poco, pero me tiembla la mano y la ropa sale toda arrugada. Pulverizo un poco de agua sobre ella y empiezo otra vez, preocupada y en tensión. Por fin, llega la hora del programa.

Dennis James aparece en la pantalla y nos comenta los temas del programa de hoy. Lleva el cabello teñido y peinado con tanta gomina que no se le mueve ni un pelo. Nunca he visto a un sureño hablar tan rápido como este hombre. Al escucharle me entra vértigo, como si estuviera en una montaña rusa. Estoy tan nerviosa que me parece que voy a vomitar encima del traje de misa de Mister Raleigh.

—...y terminaremos el programa de hoy con la crítica de libros.

Tras los anuncios, pasan un reportaje sobre el estudio de grabación de Elvis Presley. Luego, hablan sobre la nueva autopista que van a construir, la Interestatal 55, que unirá Jackson con Nueva Orleans. Después, a la 1.22 p.m., una mujer entra en el plató y se presenta como Joline French, la crítica de libros local.

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