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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Calle de Magia (9 page)

BOOK: Calle de Magia
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Ceese oyó de nuevo aquello que debía haberle hecho volverse a mirar: el sonido del motor de una motocicleta.

Una mujer vestida de negro se inclinó sobre el manillar de una moto negra que pasaba por la calle. No miraba hacia dónde iba, tenía la cabeza vuelta hacia el Kmart y, aunque era imposible verle los ojos, Ceese supo exactamente quién era y qué estaba mirando.

El vagabundo se plantó en la calle, ante ella.

Ella frenó con un chirrido, hasta que la rueda delantera de la moto quedó entre las piernas del vagabundo.

El vagabundo le hizo un gesto.

Ella se lo devolvió.

El no se movió.

Ella hizo que la moto retrocediera un par de pasos, aceleró y lo sorteó, haciéndole de nuevo un gesto obsceno.

Él se lo devolvió, enseñándole el dedo medio dos veces, y luego volvió a la acera.

—¿Vas a quedarte a vivir en el Kmart, o vienes conmigo a casa? —preguntó Miz Smitcher.

—Voy a casa.

—Entonces sube al coche.

Ceese obedeció. Cuando llegaron a la calle, ni la motociclista ni el vagabundo estaban ya allí.

En casa, su madre se comportó de manera extrañamente amable pese a que había pasado toda la tarde y parte de la noche fuera, y cuando su padre regresó del trabajo, tampoco dijo gran cosa.

—Bueno, está bien que Miz Smitcher tenga un niño que cuidar —dijo su padre.

—No parecía demasiado feliz —comentó Ceese—. Voy a ayudarla a cuidarlo durante el día.

—Eso te mantendrá apartado de los problemas —dijo su padre, riendo un poco. Y luego se puso a hablar de otras cosas con mamá, como si encontrar un bebé pasara todos los días.

El ambiente no era favorable. No tenía a nadie a quien hablarle de la motociclista o del vagabundo. A nadie que quisiera escuchar la historia de cómo había encontrado al bebé. Se había... acabado. Fin. Será el niñito que crece en la casa de Miz Smitcher, y todos olvidarán que yo lo encontré y le cambié los pañales y le di el biberón y no lo tiré por las escaleras.

Cenó tarde y se fue a la cama y permaneció despierto mucho rato. Lo último que pensó fue: Me pregunto si Miz Smitcher va a asfixiar al pequeño Mack mientras duerme.

6

Nadadora

Mack Street creció conociendo la historia de cómo Ceese lo encontró dentro de una bolsa de la compra y Miz Smitcher se lo quedó. Cómo iba a evitarlo, con los niños del barrio llamándolo con motes como el Niño de la Bolsa y Supermercado y Plasticman.

Miz Smitcher no hablaba con él de eso, ni siquiera cuando le hacía preguntas directas como ¿por qué no me dejas llamarte mamá? o ¿nací o me compraste en la tienda? Así que se enteró de la historia por Ceese, que todas las tardes a las cuatro y media cuidaba de él mientras Miz Smitcher iba a trabajar al hospital.

Mack le hacía a Ceese incesantes preguntas, sobre todo cuando Ceese intentaba hacer los deberes, así que éste impuso una norma: «Una pregunta al día, a la hora de acostarte.»

Mack acumulaba preguntas todo el día tratando de decidir cuál sería la de esa noche cuando se fuera a la cama. Muchas veces tenía una que sabía que era magnífica, la pregunta más importante de todas, pero a la hora de irse a dormir se le había olvidado.

Así que en cuanto pensaba una gran pregunta, hacía que Ceese se la apuntara.

—Sigues interrumpiéndome cuando hago los deberes con tus preguntas —decía Ceese.

—No tienes que contestarlas ahora. Apúntalas para que no se me olviden.

—Apúntalas tú.

—No sé. Sólo tengo cuatro años.

—Si no puedes recordarlas ni sabes escribirlas, no es problema mío. Ahora déjame hacer mis deberes.

Así que esa noche, la pregunta de Mack fue:

—¿Me enseñarás a leer?

—Eso no es una pregunta.

Mack pensó un momento. ¿Qué era una pregunta, entonces?

—Yo no sé la respuesta y tú sí.

—Esto es
una petición.

—Si ésa no cuenta, entonces te haré otra pregunta.

—Dispara.

Mack le dio un golpe.

—¡Ay! —dijo Ceese—. Cuando alguien dice «dispara» quiere decir «adelante».

—¿Y qué dices si quieres que alguien te dispare?

—Nadie quiere que le disparen. Y ésa era tu pregunta y ésta es mi respuesta: a dormir.

—¡Eres malo! —gritó Mack mientras Ceese volvía al salón para ver la tele hasta quedarse dormido en el sofá, que era donde pasaba todas las noches que cuidaba de Mack.

—¡Soy el más malo del mundo! —gritó a su vez Ceese—. ¡Miz Smitcher me escogió especialmente porque soy el chico más malo de Baldwin Hills!

Por eso Mack Street empezó a aprender a leer por su cuenta cuando tenía cuatro años, copiando letras, sin saber cómo sonaban, y luego pidiéndole a Miz Smitcher que le dijera qué letras eran. Ella podía responder cuando las copiaba en el mismo orden en la página, pero cuando cambiaba el orden le decía: «Eso no dice nada, chico.» Finalmente ella le enseñó los sonidos de las letras y muy pronto él pudo decirlas solo.

Pero para entonces ya le había hecho a Ceese las preguntas más importantes e inquietantes.

¿Quién es mí padre? ¿Quién es mi madre? Y para eso la respuesta era:

—No lo sabe nadie, Mack,
y
ésa es la verdad.

—Entonces, ¿por qué a veces me llaman Ralph's?

—Porque es el nombre de una tienda. Como Safeway.

—Bueno, ¿y por qué me ponen un nombre de tienda?

—Esa es una segunda pregunta que será mejor que te guardes hasta mañana.

A la noche siguiente, Mack se acordó y obtuvo su respuesta.

—Porque cuando te encontraron, Mack, eras un bebé pequeñito y desnudo y estabas dentro de una bolsa de la compra de plástico, cubierto de hormigas y tirado en el suelo.

A la noche siguiente:

—¿Quién me encontró?

—Raymo y yo, sólo que Raymo quería matarte como si fueras un flato y yo quise salvarte.

Poco a poco Mack se enteró de la historia. No estaba seguro de si creérsela o no, así que una de sus preguntas fue:

—¿Todo eso es cierto? Porque si no lo es, cuando sea mayor voy a hacer que te cagues.

—¿Quién te ha enseñado a decir eso? —exigió Ceese.

—¿Ésa es tu pregunta de esta noche?

—Mi
respuesta
a tu pregunta, antes de que dijeras una palabrota por la que Miz Smitcher va a tenerte que lavar la boca con jabón, mi respuesta es que sí.

Pero pensar en lo que Miz Smitcher podría hacerle lo distrajo de lo que había preguntado.

—¿Cuál era mi pregunta?

—Esa es otra pregunta que no tengo que contestar, niño boca sucia.

—Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.

—Voy a usar la grapadora para graparte la lengua a la nariz, a ver si quieres decir más palabrotas.

—¡Si lo haces te mancharé la camisa de sangre!

—Si me manchas la camisa, me mearé en tus juguetes.

Mack quería a Ceese más que a nadie en el mundo.

Cuando hacía buen tiempo, que era casi todas las tardes, Ceese llevaba a Mack a jugar por el barrio antes de cenar. Ceese era mucho mayor que ninguno de los niños con los que jugaba Mack, así que siempre llevaba un libro para leer, pero la mayoría de las veces Ceese acababa involucrándose en los juegos, a veces porque había pelea y Ceese tenía que separar a los chicos, pero sobre todo porque los juegos de los niños eran más divertidos que los libros que tenía que leer para el colegio.

—Mack, si llegas a ser tan viejo como yo y alguien te dice que vas a leer
La letra escarlata,
te recomiendo que te mates en el acto y acabes de una vez.

—¿Qué es
escarlata?
—preguntó Mack.

—Pregúntamelo a la hora de dormir.

Mack no sabía que estaba teniendo una infancia magnífica. Ceese trató de decírselo una vez: que los niños ricos crecían en grandes mansiones vacías y nunca veían a nadie excepto a los criados y las niñeras. Y que los niños pobres crecían en el gueto, donde siempre disparaban a sus casas y nunca dormían de noche y les daban palizas cada día y los apuñalaban si salían de casa. Y que los niños de las familias de clase media vivían en apartamentos y nunca tenían a nadie con quien jugar y sólo conocían a niños matones en el colegio.

—Pero tú, Mack, tienes todo un barrio lleno de niños que saben quién eres. Eres famoso, Mack, sólo por estar vivo.

Mack no sabía qué era ser famoso. ¿Qué tenía de importante que todo el mundo supiera quién era? El los conocía también a todos. ¿Era famoso todo el mundo?

Vale, todo el mundo pensaba que él era especial o raro porque lo encontraron en vez de haber nacido o ser adoptado. Pero Mack sabía que eso no era lo que lo hacía diferente.

Eran los sueños fríos.

Trató de hablar de eso una vez con Ceese.

—Tuve un sueño frío muy malo anoche.

—¿Un qué?

—Un sueño frío.

—¿Qué es eso?

—Cuando sueñas y es real de verdad y quieres que pase, y cuando despiertas y estás temblando tanto que crees que te vas a romper los dientes.

—Yo nunca he tenido un sueño así—dijo Ceese.

—¿No? Yo a veces los tengo cuando ni siquiera estoy dormido.

—Eso es una tontería. No puedes tener un sueño cuando no estás dormido.

—Aparece delante de mis ojos y yo me paro y miro, y cuando se acaba tiemblo tanto que no puedo ni estar de pie.

—Estás loco, Mack Street.

Ceese debió de decírselo a Miz Smitcher porque al día siguiente ella lo llevó a un médico del hospital que le puso cosas en la cabeza y luego un puñado de varillas de metal trazaron líneas temblorosas en un papel en movimiento y el doctor no paraba de sonreírle y sonreírle pero parecía serio cuando habló con Miz Smitcher y luego los dos lo miraron y cerraron la puerta y siguieron hablando donde él no podía oírlos.

Después de eso decidió que tener sueños fríos no era normal y que podía crearle problemas, así que no habló más de ellos.

Pero los sueños fríos lo asustaban. Eran muy intensos. Y extraños. Sus sueños corrientes, incluso las pesadillas, trataban de cosas de su vida. Sus amigos. Miz Smitcher. Ceese. Bolsas de la compra y hormigas. Pero los sueños fríos trataban de adultos casi siempre, y más de una vez sucedió que veía a un adulto por primera vez en la vida y era alguien de un sueño frío.

—Miz Smitcher —decía Mack—. Conozco a ese hombre.

—No lo has visto en tu vida.

—Ve desnuda a esa mujer todo el tiempo.

Ella se enfurecía.

—¡No digas esas cosas! Es diácono en la iglesia y no ve a las mujeres desnudas. ¿Y cómo lo sabes, además?

—Me acaba de venir a la cabeza —decía Mack, y era cierto.

—Eres demasiado joven para comprender lo que estás diciendo y por eso no te doy en el culo hasta convertírtelo en una hamburguesa.

—Es mejor que convertírmelo en batido de chocolate.

—¿Y si te lo convierto en patatas fritas?

—Eso ni siquiera tiene sentido.

—No vayas por ahí hablando de hombres que ven a mujeres desnudas.

—Sólo estaba diciendo que conozco a ese hombre.

—No lo conoces. Yo sí lo conozco y es un buen hombre.

Pero llegó un día en que Miz Smitcher lo envió fuera de la habitación cuando la madre de Ceese vino de visita y las dos hablaron en serio y cuando la madre de Ceese se marchó Miz Smitcher entró en la habitación de Mack y se sentó en el suelo y lo miró a los ojos.

—Dime, Mack Street, cómo sabías lo del diácono Landry y Juanettia Post.

—¿Quiénes?

—Viste al diácono Landry y me dijiste que lo viste mirando a una mujer desnuda.

Por la expresión de sus ojos, Mack supo que esto era algo verdaderamente malo, y no pensaba admitir nada.

—No me acuerdo —dijo.

—No estoy enfadada contigo, pequeño. Dime lo que viste y cuándo lo viste.

—No lo sé, Miz Smitcher —dijo Mack—. No sé nada de mujeres desnudas. Eso son cosas feas.

Ella lo miró a los ojos, pero fuera lo que fuese lo que estaba buscando, no lo encontró.

—No importa —dijo Miz Smitcher—. No
deberías
estar pensando en mujeres desnudas de todas formas, lamento haberlo mencionado.

Pero se detuvo en la puerta de la habitación y lo miró como si fuera un ser extraño, y él decidió en ese mismo momento que nunca le hablaría a nadie de los sueños fríos, nunca más.

Y probablemente habría mantenido esa promesa de no ser por Tamika Brown.

Tamika era mayor que él y la conocía porque Quon, su hermano pequeño, tenía la edad de Mack y jugaban juntos todo el tiempo porque los Brown vivían unas pocas casas más allá. Mack incluso iba a su casa a veces porque la madre de Quon no era una de esas mujeres que no admitía en su casa a un bebé de la bolsa de la compra. Pero no veía a Tamika excepto cuando salía por la puerta o corría preparándose para salir. Y siempre llevaba un bañador rojo vivo porque Tamika era eso: nadadora.

Quon decía que tenía competiciones siempre y que vencía nadando y buceando a chicas dos años mayores que ella y la gente decía que era una sirena o un pez, tan natural y rápida era en el agua.

—Le encanta nadar.

Y una vez Miz Brown le contó una historia de cuando Tamika era un bebé.

—Mi marido Curtís y yo la estábamos bañando en la piscina, con esos manguitos de plástico en los brazos, y ella ni siquiera tenía entonces dos años, así que los dos la estábamos sujetando. Pero ella pataleaba tan fuerte, como una rana, que pensé, la estoy conteniendo, y Curtis debió de pensar lo mismo en el mismo momento porque los dos la soltamos y ella despegó como una lancha motora por el agua y supimos en ese momento que había nacido para nadar. No tuvimos que enseñarle ningún estilo, los conocía. Curtis dice que hay un científico que piensa que los humanos evolucionaron a partir de monos marinos y, por la forma en que Tamika se aficionó al agua, me lo creo: nació para nadar.

Así que cuando Tamika apareció en uno de los sueños de Mack, pensó que era sólo un sueño corriente sobre la gente que conocía. Pero se despertó temblando tanto que apenas pudo levantarse de la cama e ir al baño sin caerse por los temblores.

En el sueño la niña era Tamika, pero también era un pez, y nadaba por el agua más rápido que ningún otro pez. Los peces nadaban alrededor de ella cuando se estaba quieta, pero se agitaba
y zas,
los dejaba atrás. Nadaba hasta la superficie y saltaba y volaba por el aire y luego volvía a zambullirse y el agua le parecía deliciosa, y ni siquiera tenía que salir porque era un pez, no una niña. No tenía piernas, sino grandes aletas y, en el agua, no había nada que la contuviera o la dejara atrás.

BOOK: Calle de Magia
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