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Authors: Charlotte Roche

Tags: #GusiX

Zonas Húmedas (13 page)

BOOK: Zonas Húmedas
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Lo que yo digo: colores complementarios. El rosado del coño es el complemento de un cutis moreno.

Tanto me impresionó que desde entonces me maquillo la parte interior del chocho siempre que tengo una cita para follar. Utilizo para ello los potingues que se suelen poner en la cara. Porque todavía no he encontrado maquillajes para coños en las perfumerías. Una auténtica laguna en el mercado.

Al igual que en el maquillaje para ojos, voy poniendo cada vez más color oscuro conforme avanzo de fuera adentro. Empiezo con delicados tonos de rosa, brillo de labios y sombra de ojos, luego voy pasando por los pliegues y termino trabajando con rojo oscuro, malva y azul en la parte interior, la que está situada en torno al orificio del túnel. También me gusta hacer resaltar los rosa marrón del anillo anal con algunas salpicaduras de barra de labios roja, bien repartidos con el dedo.

Así, el chocho y el anillo resultan más dramáticos, más profundos y excitantes.

Desde que sé que las mujeres negras tienen los coños más encarnados, sólo quiero ir con putas de esa raza. Como en mi entorno (el instituto y el vecindario) no hay hembras negras con las que entablar diálogo, sólo me queda la vía de la prostitución. Seguro que muchos comparten este problema.

En una ocasión tuve una experiencia terrible con una puta muy blanca. Tenía la piel pálida como un requesón y el pelo entre rojo claro y naranja, era un pelín demasiado rolliza y, para más inri, estaba completamente afeitada. Al cero. Ni un solo pelillo de pubis por ninguna parte. Tenía la entrepierna como un recién nacido.

Yo ya me había ilusionado con sus tetas, que debajo de la blusa parecían firmes, grandes y mirando al frente. Cuando se desnudó la decepción fue mayúscula. Tenía los pechos colgando, con pezones invertidos.

Los pezones invertidos son gravísimos.

Lo único que tiene que hacer un pezón es sobresalir. Pero los invertidos no lo hacen. Es como si alguien los hubiera hundido en el pecho y se hubieran quedado dentro por el susto. Como un vol-au-vent de queso blanco desinflado.

Como ya estás aquí y vas a pagar, pensé, haces la vista gorda y te comes el marrón. Sé por algunas putas que hay hombres que si no están de acuerdo con el desnudo de la chica salen sin pagar y piden otra. Yo eso aún no lo sé hacer. Para eso soy demasiado novata y educada.

Porque tendría que decirle a la cara que no tiene buen tipo. Prefiero no hacerlo. No me atrevo.

Me las compongo diciéndome que es una experiencia importante tener sexo con una persona que me parece fea, y enseguida empiezo a lamerla sobre la cama.

Ella cruza los brazos tras la nuca y no hace nada. Soy yo la que hace todo el trabajo. La lamo y restriego mi chochito como posesa contra su rodilla doblada. Así me corro muy rápido. Soy la reina del frota-frota. Ella no se ha movido un ápice durante toda la faena. Una puta muy perezosa. Yo no sabía que eso existía.

Después de correrme se pone a buscar algo para picar.

Finalmente encuentra. Se bebe el champán que tan caro pagué y se come unos pececitos salados. Se sorprende de lo deprisa que me he corrido y pregunta si alguna vez he tenido sexo anal.

Aunque no entiendo a qué viene la pregunta contesto la verdad.

—¿Y cómo es? ¿No duele?

¿Queeeé? ¿Quién es aquí la puta? Decido que, como clienta joven que soy, no es mi deber ilustrar a una prostituta sobre el sexo anal. Y me marcho. Pagando. Al fin y al cabo, me he corrido bastante bien, aunque el vol-au-vent no tuvo nada que ver con ello. Pura mecánica.

Las putas siempre son mayores que yo, incluso las más jóvenes. Por eso pienso que deberían tener más experiencia en materia de guarradas. Pero nada de nada. Simplemente no entran en su campo de actividades. Por ejemplo, dicen que nada de besos, nada de sexo anal. Así que no amplían sus conocimientos en ese terreno. A lo mejor tienen sus razones.

A lo mejor hay clientes que no preparan bien el culo de la puta antes de follárselo. Eso puede doler. Y ellas posiblemente no dejen que se les note el dolor, de manera que duele más.

Yo, según el grosor y la longitud de la polla que se me va a meter, exijo un ejercicio previo de dilatación más o menos largo o, si no, mucho alcohol o cualquier otro narcotizante.

No deja de ser una práctica cachonda, aunque a menudo no te das cuenta hasta el día siguiente de que te has pasado en tus estimaciones de dilatabilidad.

La experiencia que tuve con la pelirroja fue mala, en suma. Ahora cada vez que veo a una mujer de piel clara y pelo rojo, me río para mis adentros y pienso que es perezosa en la cama, que no tiene pelos en ninguna parte (como un alienígena), que le gusta comer pececitos salados y nunca le han metido nada por el culo. Y que además tiene los pezones para dentro.

Una vez, en una fiesta, mi padre, que estaba borracho, le dijo a una amiga pelirroja de mamá:

—Tejado de cobre, sótanos húmedos.

¡Qué va!

¿Y ahora qué, Helen? ¿Qué vas a hacer? ¿Ya tienes una idea?

Podría estar un rato mirando por la ventana e intentar centrarme el mayor tiempo posible en la naturaleza. Es verano. Los castaños del parque del hospital están en flor. Alguien, seguramente un arquitecto paisajista, ha cortado contenedores de plástico verde por la mitad y les ha metido plantas. Según puedo apreciar desde la distancia, se trata de fucsias y corazones sangrantes. Son de mis flores preferidas. Suena tan romántico eso de corazones sangrantes. El nombre me lo enseñó mi padre. Todo lo que él me enseña lo memorizo perfectamente. Y para siempre, a decir verdad. No pasa lo mismo con lo que me enseña mi madre. También es cierto que sucede menos que mi padre quiera enseñarme algo, quizás sea por eso por lo que me resulta más fácil aprender con él. Mi madre se pasa el día entero hablando de cosas que debo recordar. Cosas que piensa que son importantes para mí. La mitad las olvido enseguida; en cuanto a la otra mitad, hago justamente lo contrario. Mi padre sólo me enseña cosas que son importantes para su vida. Todo lo que tiene que ver con las plantas. Dice de repente: «¿Ya sabías que en otoño las dalias se sacan de la tierra del jardín y se las pone a hibernar en el sótano para plantarlas de nuevo en primavera?»

Claro que no lo sabía. ¡Bum! Otra lección, memorizada para siempre. Papá disfruta con su conocimiento de la naturaleza. A mamá la naturaleza y lo que sabe de ella le da miedo. Parece que siempre está luchando contra ella. Lucha contra la suciedad en el hogar. Lucha contra toda clase de insectos. También en el jardín. Contra las bacterias de todo tipo. Contra el sexo. Contra los hombres y también contra las mujeres. En realidad no hay nada con lo que mi madre no tenga problemas. Una vez me contó que el sexo con mi padre le dolía. Que su pene era demasiado grande para sus entrañas. Esa información forma parte de los conocimientos que no deseo tener. Quería centrarme en la naturaleza del mundo exterior. Eso me hace estar de mejor humor que pensar en las relaciones sexuales entre mis padres. Por desgracia, suelo imaginarme todas las cosas con mucho detalle. Y esa imaginación pormenorizada me resulta a menudo muy desagradable.

Mata ese pensamiento, Helen.

Vuelve el aburrimiento.

Mamá suele decir: «Si uno se aburre es porque es aburrido.»

Ejem... También dice: «No estamos en la tierra para ser felices.»

Desde luego, no es el caso de tus hijos, mamá.

Otro intento, Helen. Si te aburres podrías de nuevo darte cita contigo misma para mirar por la ventana. Buena idea. Ocuparse del entorno, para variar. No atender siempre a las partes bajas. Ahora, por ejemplo.

Muevo de golpe la cabeza hacia el lado y me quedo mirando fijamente por la ventana.

Prado. Árboles. Castaños. ¿Qué más? Veo un gran zumaque de Virginia. No hace falta especificar que es grande. Todos los zumaques de Virginia lo son. Me dan miedo. Eso también me lo enseñó mi padre. Tenerles miedo a los zumaques de Virginia. No son de aquí, no son autóctonos. Vienen de Asia o por ahí. Y crecen mucho más rápidamente que nuestros árboles. Cuando todavía son pequeños, y lo son durante muy poco tiempo, forman un tronco largo, delgado, como de caucho, que al principio echa todo su potencial de desarrollo en altura.

Sobrepasan rápidamente a sus árboles vecinos, y en cuanto les han ganado a todos en altura extienden una copa gigantesca por encima de ellos. De esta manera muere toda la vegetación que ha quedado bajo su dominio, porque ya no le llega luz del sol y porque las raíces proliferantes del zumaque se chupan toda el agua del subsuelo.

Y eso no es lo peor. Como el zumaque se dispara para arriba, es francamente inestable comparado con otros árboles. La menor ráfaga de viento basta para romperle ramas enteras. Bien empleado le está. Pero esas ramas a menudo caen sobre personas que ignoran que están caminando bajo un árbol asiático que no sabe lidiar con el viento porque está demasiado ocupado en hacer sombra y dejar seco a su vecindario en vez de desarrollar su propia firmeza.

Yo a los zumaques les doy un gran rodeo. No quiero que sobre mi tumba planten nada parecido.

Cuando camino por la calle veo retoños de zumaque por todas partes. Brotan en cada grieta. Un árbol muy procreador. Supongo que el ayuntamiento tiene que quitarlos constantemente, de lo contrario no tendríamos aquí ya otra cosa más que zumaques. A veces observo que la gente los deja crecer cuando han echado raíces en su jardín. Culpa suya. Pronto será el único habitante de su zona verde. Pero no puedo llamar al timbre de todas las casas para decírselo. Por desgracia no todos tienen un padre como yo, que le enseña a una cosas tan útiles.

Las hojas son muy grandes. En el medio tienen un tallo largo con una hojilla en la cabeza y el resto dispuestas simétricamente de arriba abajo, como las costillas de un cuerpo. Escojo una rama fuera del árbol y cuento las hojas. De alguna manera tengo que ocupar el tiempo en algo. Veinticinco en un tallo. Ojo de águila, Helen. Ya lo decía que eran grandes. Demasiado grandes. El tronco es más bien liso y verdoso, su textura se parece a la de un pan moreno con muescas. Es agradable al tacto. Siempre que te atrevas a ponerte debajo del árbol, claro.

13

Basta ya de atención al medio ambiente. Ahora vuelve a ser mi turno. Hace ya tiempo que vengo tocando algo en mi brazo derecho. Voy a mirar qué es. Adelanto el hombro, agarro las morcillas del brazo y las retuerzo hacia delante. Ya lo veo. Una espinilla, como me suponía. No sé por qué, los brazos siempre están llenos de esas cosas. Se me ocurre una explicación, aunque dudosa: es el lugar donde a veces brotan pelillos, pero como hay un roce con la camiseta se quedan bajo la piel y se inflaman.

Con esto llego a mi afición mayor: reventar granos. En la oreja de Robin he detectado la presencia de una espinilla de calibre. Más exactamente, en el umbral del orificio auditivo. He observado ya a menudo que la gente suele tener en ese lugar puntos negros particularmente gruesos. Creo que nadie se lo dice a nadie, de manera que el hoyo de la espinilla dispone de años y años para llenarse de sebo y suciedad. Con algunas personas me ha pasado que les he metido mano a sus granos tal cual, abriéndoselos sin preguntar. También he estado a punto de agarrar a Robin, pero me he controlado en el último momento. Muchos no se lo toman a broma si les revientas un grano sin pedir permiso antes. Lo sienten como una transgresión. Pero preguntaré a Robin si se lo puedo apretar cuando nos conozcamos mejor. De que terminaremos por conocernos mejor no me cabe duda. A ése no me lo pierdo. Al grano de su oreja me refiero. Está reservado para mí. La espinilla de mi brazo la aprieto con el pulgar y el índice y veo cómo el gusanillo sale con impulso.

Hace el habitual recorrido del pulgar a la boca.

Asunto liquidado. Ahora voy a controlar la pequeña llaga.

Hay una gota de sangre sobre el hoyo de la espinilla.

Paso la mano por encima. No se quita, sólo deja una raya de sangre.

Igual a las que me hago en las piernas cuando en vez de afeitarme Kanell me afeito yo. Deprisa y a lo bestia. La mayoría de las veces el agua fría y el rato que estoy frente al lavabo me producen piel de gallina. Cuando me afeito con la maquinilla por encima hago una escabechina entre las pústulas. Entonces pienso que con el vello tenía mejor pinta, porque donde antes había pelo ahora sólo hay puntos de sangre. Una vez me puse unas medias sobre las piernas llagadas consiguiendo un efecto interesante. La media, casi transparente y del color de la piel, restriega cada mancha de sangre por todo lo largo y ancho de las piernas dejando estrías. Cuando te las acabas de poner parece que llevas unas medias de encaje carísimas con un dibujo más que enigmático. Lo hago a menudo para salir de noche.

Es un método que conlleva una ventaja adicional. Como ya he dicho, me gusta comerme mis costras. Cuando después de una de esas salidas nocturnas me quito las medias, la sangre seca vuelve a arrancarse y se forma una gran cantidad de postillas. En cuanto se han puesto duras las voy despegando con la uña y me las como.

Saben casi tan ricas como las cagarrutas de Morfeo. Eso que el mago de los sueños nos pone en el ángulo nasal del ojo.

Tratando como trato las llaguitas de mis piernas, a veces ocurre que un poro se cierra a cal y canto y no deja salir el pelo que habita debajo. De manera que el pelo crece enroscándose en vez de enderezarse. Como la raíz del aguacate en el vaso. Llega entonces el momento en que se inflama, y es cuando Helen entra en acción. Durante todo ese tiempo me he armado de paciencia, a pesar de que el pelo no paraba de gritar: «Sácame de aquí, quiero crecer recto y al aire fresco como los demás.» Sin embargo, me he aguantado y no he tocado nada. Porque vale la pena esperar el momento.

Pincho el bultito inflamado con una aguja y aprieto para sacar el pus. Que de la yema va directamente a la boca. Después le llega el turno al pelo. Hurgo en la llaga hasta dar con él, que siempre parece un poco raquítico puesto que nunca ha visto la luz y se ha criado como piojo en costura. Lo agarro con las pinzas y lo saco lentamente sin dejarme la raíz inflamada. Listo. Ocurre no pocas veces que al cabo de unas semanas la deliciosa criatura se me reproduce
in situ.
¡Dichosa de mí!

Una urraca cruza a saltitos el césped pelado del hospital. En los libros infantiles, las urracas hurtan objetos brillantes, tales como anillos, chapas de botella o papel de aluminio. En la realidad roban los huevos de los pequeños pájaros cantores. Los abren a picotazos y limpian el contenido. Siempre trato de imaginarme cómo una urraca agujerea un huevo de pájaro cantor y lo chupa utilizando el pico como pajita. ¿O lo hacen de otra manera? ¿Van dando saltos sobre el huevo hasta machacarlo y luego sorben el pringue del suelo?

BOOK: Zonas Húmedas
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