Read Zombi: Guía de supervivencia Online
Authors: Max Brooks
Varias víctimas, atrapadas dentro de edificios con barricadas, se quemaron vivas mientras otras huían al pantano. Varios días después, unos voluntarios para el rescate contaron un total de cincuenta y ocho supervivientes (en el pueblo vivían 114). Vitre se había quemado por completo. Había no muertos y humanos entre los cadáveres. Cuando las bajas de Vitre se añadieron a la cantidad de cadáveres de zombis que encontraron, al menos faltaban quince cuerpos. Los registros oficiales del gobierno en Baton Rouge describen el ataque como «un comportamiento alborotado de la población negra», una explicación curiosa ya que el pueblo de Vitre era enteramente blanco. Cualquier prueba de un brote zombi proviene de cartas privadas y diarios que se hallan entre los descendientes de los supervivientes.
1913 D. C, PARAMARIBO, SURINAM
Mientras el doctor Ibrahim Obeidallah puede que fuera el primero en expandir el conocimiento humano sobre los no muertos, no fue (afortunadamente) el último. El doctor Jan Vanderhaven, muy conocido en Europa por su estudio de la lepra, llegó a la colonia de América del Sur para estudiar un extraño brote de esta familiar enfermedad.
Los cuerpos infectados muestran síntomas similares a los que se dan por todo el planeta: úlceras purulentas, piel moteada, la carne, al parecer, en proceso de descomposición, etc. Sin embargo, todas las similitudes con las afecciones convencionales terminan aquí. Estas pobres almas parecen haber perdido por completo la cabeza. [ . . .] No dan muestra de ningún pensamiento racional ni reconocen nada que les sea familiar: [ . . .] Tampoco duermen ni beben agua. Rechazan todo tipo de comida excepto aquella que esté viva. [ . . .] Ayer, un enfermero en el hospital, por puro juego, y desobedeciendo mis órdenes, arrojó una rata herida a la celda de los pacientes. Inmediatamente, uno de ellos agarró al bicho y se lo tragó entero. [ . . .] El infectado se volvió casi de inmediato rabioso y hostil. [ . . .] Mordía a todo lo que se le acercaba, enseñando los dientes como si fuera un animal. [ . . .] Una visitante, una mujer influyente que desafió todas las normas del hospital, fue posteriormente mordida por su esposo infectado. A pesar de que se utilizaron todos los métodos de tratamiento conocidos, ella entró en colapso rápidamente a causa de la herida y murió horas más tarde ese mismo día. [ . . .] Llevaron el cuerpo a la plantación de la familia. [ . . . ] A pesar de mis súplicas, no me permitieron realizarle la autopsia por la falta de decoro que suponía. [ . . .] Anoche denunciaron el robo del cadáver. [ . . .] Los experimentos con alcohol, formalina y una tela a 90 grados centígrados han eliminado la posibilidad de que se trate de una bacteria. [ . . .] Además, debo deducir que el agente es un fluido vivo contagioso [ . . .] apodado «Solanum».
(«Fluido vivo contagioso» era un término común antes de adoptar la palabra latina virus.) Estos extractos provienen de un estudio de doscientas páginas, realizado durante un año por el doctor Vanderhaven, sobre este nuevo descubrimiento. En dicho estudio, está documentada la tolerancia del zombi al dolor, su aparente falta de respiración, el lento proceso de descomposición, la falta de rapidez, la agilidad limitada y la ausencia de cicatrización. Debido al comportamiento violento de estos sujetos y al miedo aparente de los enfermeros del hospital, Vanderhaven nunca fue capaz de acercarse lo suficiente para hacer una autopsia completa. Por este motivo, fue incapaz de descubrir que los muertos vivientes eran sólo eso. En 1914, regresó a Holanda y publicó su trabajo. De forma irónica, ni recibió alabanzas ni quedó en ridículo con la comunidad científica. Su historia, como muchas otras de la época, quedó eclipsada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Existen copias olvidadas de este trabajo en Amsterdam. Vanderhaven volvió a practicar la medicina convencional en las Indias Orientales holandesas (Indonesia), donde posteriormente murió de malaria. El mayor adelanto de Vanderhaven fue el descubrimiento de un virus como culpable de la creación de los zombis y fue la primera persona en atribuirle el nombre de «Solanum». No se sabe por qué eligió este término. Aunque su trabajo no fue aplaudido por sus contemporáneos europeos, ahora se lee en todo el mundo. Desafortunadamente, un país dio a los hallazgos del buen doctor un uso devastador. (Véase «1942-45 d. C, Harbin», pp. 272-274.)
1923 D. C, COLOMBO, CEILAN
Este relato procede de The Oriental, un periódico para los británicos que vivían alejados de su patria en la colonia del océano Indico. Christopher Wells, copiloto de las líneas aéreas British Imperial, fue rescatado de una balsa hinchable después de pasar catorce días en el mar. Antes de morir debido a tal exposición, Wells explicó que habían transportado un cadáver descubierto por una expedición británica en el monte Everest. El cadáver era de un europeo, sus ropas pertenecían al siglo pasado y no tenía documentos identificativos. Como se encontraba congelado, el líder de la expedición decidió llevarlo en el avión a Colombo para estudiarlo en profundidad. Por el camino, el cadáver se derritió, resucitó y atacó a la tripulación de la aeronave. Los tres hombres lograron vencer al asaltante aplastándole el cráneo con un extintor de incendios (como no sabían a qué se enfrentaban, simplemente se centraron en incapacitar al zombi). Ahora que estaban a salvo de este peligro inmediato, tenían que vérselas con una aeronave estropeada. El piloto mandó por radio un mensaje de socorro, pero no tuvo tiempo de enviar las coordenadas de posición. Los tres hombres se lanzaron en paracaídas al océano, pero el comandante de la tripulación no se había dado cuenta de que el mordisco que había sufrido tendría graves consecuencias. Al día siguiente, falleció, resucitó pocas horas después e inmediatamente atacó a los otros dos hombres. Mientras el piloto luchaba contra el asaltante no muerto, Wells, en un ataque de pánico, echó a patadas por la borda a los dos. Después de contar —algunos dirían que confesar— su historia a las autoridades, Wells se quedó inconsciente y murió al día siguiente. Su historia fue tomada como el delirio de un maniaco con insolación. Investigaciones posteriores no encontraron pruebas ni del avión, ni de la tripulación, ni del supuesto zombi.
1942 D. C, PACÍFICO CENTRAL
Durante el avance inicial de Japón, enviaron un pelotón de los marines imperiales para establecer una guarnición en Atuk, una isla de las Islas Carolinas. Varios días después de su llegada, el pelotón se vio atacado por un enjambre de zombis que procedían de la jungla. Al principio hubo muchas bajas. Al no tener ninguna información sobre la naturaleza de sus atacantes o la manera correcta de destruirlos, los marines se dirigieron a la cima de una montaña fortificada al norte de la isla. De forma un tanto irónica, como dejaban morir a los heridos, los marines que iban sobreviviendo se evitaban el peligro de llevar a los camaradas infectados con ellos. El pelotón se quedó atrapado en la fortaleza de la cima de la montaña varios días, sin comida, con poca agua y sin poder comunicarse con el exterior. Durante este tiempo, los gules asediaban su posición, incapaces de escalar los acantilados empinados pero impidiendo cualquier posibilidad de escapar.
Después de dos semanas de encarcelamiento, Ashi Nakamura, el francotirador del pelotón, descubrió que un tiro en la cabeza resultaba fatal para el zombi. Saber esto permitió a los japoneses combatir por fin a sus atacantes. Después de acabar con los gules que había alrededor a tiro de rifle, avanzaron hasta la jungla para realizar un rastreo completo de la isla. Los relatos de los testigos cuentan que el oficial al mando, el teniente Hiroshi Tomonaga, decapitó a once zombis sólo con su catana de oficial (un argumento para el uso de este arma). Tras la guerra, las investigaciones que se realizaron y la comparación de los registros demostró que Atuk se trataba, con toda probabilidad, de la misma isla que Sir Francis Drake describió como «la isla de los malditos». El propio testimonio de Tomonaga, ofrecido a las autoridades estadounidenses después de la guerra, afirmaba que, una vez que pudieron comunicarse por radio con Tokio, el Alto Mando japonés envió instrucciones precisas de capturar, sin matar, los zombis que quedaran. Una vez realizada tal tarea (consiguieron atar y amordazar a cuatro gules), enviaron el submarino imperial 1-58 para recuperar los prisioneros no muertos. Tomonaga confesó que desconocía lo que había ocurrido con los cuatro zombis. Le ordenaron a él y a sus hombres no hablar sobre lo ocurrido, bajo pena de muerte.
1942-45 D. C, HARBIN, GOBIERNO TÍTERE DE JAPÓN DE MANCHUKUO (MANCHURIA)
En 1951, en su libro El sol se levantó en el Infierno, el que fuera oficial del Ejército de Inteligencia de EEUU, David Shore, detallaba una serie de experimentos biológicos durante la guerra dirigidos por una unidad del ejército japonés conocida como Dragón Negro. Uno de los experimentos, denominado «Flor de cerezo», se organizó especialmente para crear y entrenar zombis para introducirlos en el ejército. Según Shore, cuando las fuerzas japonesas invadieron las Indias Orientales holandesas en 1941-42, descubrieron una copia del trabajo de Jan Vanderhaven en una biblioteca médica en Surabaya. Enviaron el trabajo al cuartel general de Dragón Negro en Harbin para realizar estudios adicionales. Aunque se mandó realizar un plan teórico, no pudieron encontrar muestras de Solanum (prueba de que la ancestral Hermandad de la Vida para acabar con los zombis había hecho su trabajo muy bien). Todo esto cambió seis meses después con el incidente en la isla de Atuk. Enviaron a Harbin a los cuatro zombis retenidos. Se llevaron a cabo experimentos con tres de ellos y el cuarto se utilizó para crear otros zombis. Shore afirma que usaban a los disidentes japoneses (todo aquel que no apoyara el régimen militar) como conejillos de indias. Cuando resucitaron a un pelotón de cuarenta zombis, los operativos de Dragón Negro intentaron entrenarlos como zánganos obedientes. Obtuvieron unos resultados muy sombríos: los mordiscos convirtieron a diez de los dieciséis instructores en zombis. Tras dos años de intentos frustrados, se tomó la decisión de liberar la fuerza de los cincuenta zombis con los que ahora contaban contra el enemigo sin importar en qué condiciones estuvieran. Lanzaron en paracaídas a diez gules sobre las fuerzas británicas en Birmania. Atacaron el avión con fuego antiaéreo antes de que llegaran a su destino, y lo convirtieron en una bola de fuego que destruyó toda prueba de la carga no muerta. Se intentó por segunda vez enviando a diez zombis por submarino a la zona del canal de Panamá en la que EEUU participaba (esperaban que el consiguiente caos frenara la construcción en el Atlántico y la limitación en el Pacífico de los buques de guerra estadounidenses). El submarino se hundió por el camino. Hubo un tercer intento (de nuevo en submarino) liberando a veinte zombis en el océano cerca de la costa occidental de Estados Unidos. A medio camino, mientras recorrían el Pacífico norte, el capitán del submarino informó por radio de que los zombis se habían liberado de sus ataduras y estaban atacando a la tripulación y que no tenía más opción que hundir la nave. Cuando la guerra terminó, se envió un cuarto y último ataque. Soltaron en paracaídas al resto de zombis en una madriguera de guerrillas chinas en la región de Yunnan. Nueve de los zombis que se lanzaron en paracaídas recibieron un tiro en la cabeza de los francotiradores chinos. Los tiradores de élite no se dieron cuenta de la importancia que tenían sus disparos. Habían recibido siempre la orden de disparar a la cabeza. El último zombi fue capturado, atado y llevado al cuartel general personal de Mao Tse-Tung para estudiarlo. Cuando la Unión Soviética invadió Manchukuo en 1945, todos los registros y las pruebas del proyecto «Flor de cerezo» habían desaparecido. Shore afirma que su libro se basa en los relatos de los testimonios de dos operativos de Dragón Negro, hombres que él personalmente interrogó después de que se rindieran ante el ejército de EEUU en Corea del Sur al finalizar la guerra. Al principio, Shore encontró quien le publicara su libro, una compañía pequeña e independiente conocida como Green Brothers Press. Antes de que llegara a las librerías, el gobierno ordenó confiscar todos los ejemplares. A Green Brothers Press directamente se la acusó, de manos del senador Joseph McCarthy, de publicar «material obsceno y subversivo». A causa del peso de las deudas legales la compañía quebró. David Shore fue acusado de violar la seguridad nacional y sentenciado a cadena perpetua en Fort Leavenworth, Kansas. Lo absolvieron en 1961, pero murió de un ataque al corazón dos meses después de su puesta en libertad. Su viuda, Sara Shore, mantuvo una copia secreta e ilegal de su manuscrito hasta su muerte en 1984. Su hija, Ana, ganó hace poco un pleito que le ha otorgado el derecho a publicarlo.
1943 D. C, COLONIA FRANCESA AL NORTE DE ÁFRICA
Este extracto proviene del interrogatorio al primer soldado raso Anthony Marno, ametrallador de cola en el bombardero B-24 del ejército de EEUU. Al regresar de una incursión nocturna contra las concentraciones de tropas alemanas en Italia, la aeronave empezó a descender sobre el desierto de Argelia. Tenían poco combustible; el piloto vio lo que parecía ser un asentamiento civil y ordenó a su tripulación que saltara en paracaídas. Lo que habían encontrado era Fort Louis Philippe.
Parecía sacado de la pesadilla de un crío. [ . . .] Abrimos las puertas, no había tranca ni nada. Caminamos hacia el patio y nos encontramos con todo aquel montón de esqueletos. Montañas de ellos, ¡no bromeo! Amontonados por todas partes, como en una película. Nuestro capitán, que parecía sacudir la cabeza, dijo: «Parece que haya un tesoro enterrado aquí, ¿sabéis?». Menos mal que no había ningún cuerpo en el pozo. Nos las arreglamos para llenar las cantimploras y cogimos algunas provisiones. No había comida, pero ¿quién la querría?, ¿eh?
Marno y el resto de la tripulación fueron rescatados por una caravana árabe a ochenta kilómetros del fuerte. Cuando preguntaron sobre aquel lugar, los árabes no respondieron. En aquel momento, el ejército de EEUU tampoco tenía los medios ni el interés para investigar unas ruinas abandonadas en mitad del desierto. Más tarde no se llevó a cabo ninguna expedición.
1947 D. C, JARVIE, COLUMBIA BRITÁNICA
Una serie de artículos de cinco periódicos diferentes cuentan los acontecimientos sangrientos y el heroísmo individual asociado con esta pequeña aldea canadiense. Los historiadores sospechan que el transportista Mathew Morgan, un cazador de la zona, regresó a la aldea una noche con un misterioso mordisco en el hombro. Al amanecer del día siguiente, veintiún zombis merodeaban por las calles de Jarvie. Devoraron por completo a nueve personas. Los quince humanos que quedaban hicieron una barrera en la oficina del sheriff. Un disparo fortuito de uno de los ciudadanos aguerridos demostró lo que podía hacer una bala en el cerebro. Pero para entonces la mayoría de las ventanas estaban cubiertas, por lo que nadie podía apuntar con sus armas. Planearon trepar hasta el tejado, contactar con la oficina de teléfono y telégrafo y avisar a las autoridades en Victoria. Los supervivientes estaban a mitad de camino por la calle cuando los gules percibieron su presencia y les dieron caza. Un miembro del grupo, Regina Clark, les dijo a los otros que continuaran mientras ella detenía a los no muertos. Clark, armada únicamente con una carabina MI de EEUU, dirigió a los zombis hasta un callejón sin salida. Los testigos insisten en que Clark lo hizo a propósito, reuniendo a los no muertos en un lugar limitado que le permitiera alcanzar a un máximo de cuatro objetivos a la vez. Con una puntería fantástica y un tiempo de recarga pasmoso, Clark eliminó a todo el grupo. Varios testigos aseguran que vació un peine de quince balas en doce segundos sin fallar un solo tiro. Más pasmoso aún resultó que el primer zombi al que derribó fuera su marido. Fuentes oficiales tachan el suceso de «exposición inexplicable de violencia pública». Todos los artículos que salieron en el periódico se basan en lo que dijeron los ciudadanos de Jarvie. Regina Clark se negó a ser entrevistada. Sus memorias siguen siendo un secreto guardado por su familia.