Zapatos de caramelo (35 page)

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Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
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Llovía; caía una lluvia gruesa y espesa que discurría por el callejón y manaba exuberantemente de la cuneta. Cogí una manta olvidada en la escalera y, junto con el café, la llevé al local. Me repantigué en uno de los butacones de Zozie, mucho más cómodos que los del primer piso y, con la suave luz amarillenta del obrador colándose a través de la puerta entornada, me hice un ovillo y aguardé la llegada de la mañana.

Debí de dormitar... hasta que un sonido me despertó. Era Anouk, descalza, con el pijama de cuadros rojos y azules y un titilar difuso en los talones, que solo podía corresponder a Pantoufle.

En los últimos años he notado que, aunque de día puede desaparecer durante semanas y en ocasiones varios meses seguidos, por la noche la presencia de Pantoufle es más intensa y persistente. Me imagino que es como tiene que ser, ya que todos los niños temen a la oscuridad. Anouk se acercó, se metió bajo la manta y se pegó a mí con la melena en mi cara y los pies fríos apoyados en mis corvas, como solía hacer cuando era pequeña, en los tiempos en los que las cosas eran simples.

—No podía dormir. El techo gotea.

Ah, sí, lo había olvidado. En el tejado hay una gotera que, hasta ahora, nadie ha logrado reparar. Es el problema de los edificios viejos; por mucho que te preocupes, siempre surge una pega que resolver: el marco podrido de una ventana, un canalón suelto, carcoma en la vigueta, una teja rota. Aunque Thierry siempre ha sido generoso, no quiero pedirle ayuda demasiado a menudo. Ya sé que es una tontería, pero me desagrada pedir favores.

—Estuve pensando en la fiesta. ¿Thierry tiene que asistir? Sabes que lo echará todo a perder.

Dejé escapar un suspiro.

—Por favor, no empieces ahora.

Por regla general, los ataques de entusiasmo de Anouk me divierten, pero no a las seis de la mañana.

—Venga ya, mamá. ¿No podemos dejar de invitarlo aunque solo sea por esta vez?

—Todo saldrá bien, ya lo verás —aseguré.

Fui muy consciente de que no era una respuesta y Anouk se movió inquieta y se tapó la cabeza con la manta. Olía a vainilla, a lavanda y a ese tenue aroma a oveja de su pelo enredado que, a lo largo de los cuatro últimos años, se ha vuelto más grueso, como la lana virgen sin cardar.

El cabello de Rosette todavía es de bebé, una mezcla de algodoncillo y caléndula, más fino en la nuca, donde por la noche apoya la cabeza en la almohada. En menos de dos semanas cumplirá cuatro años y todavía parece bastante más pequeña, con las extremidades como tubos delgados y los ojos demasiado grandes para su rostro menudo. Mi bebé gato, como solía llamarla en los tiempos en los que todavía era una broma.

Mi bebé gato, mi pequeña cambiada por otra.

Bajo la manta, Anouk volvió a moverse, encajó la cara en mi hombro y las manos en mi axila.

—Estás helada —afirmé. Anouk meneó la cabeza—. ¿Te vendría bien una taza de chocolate caliente?

Movió la cabeza con más energía. Me maravillé por el modo en el que los pequeños detalles te llegan al corazón: el beso olvidado, el juguete abandonado, el cuento que no interesa, la mirada de contrariedad cuando antaño habrías recibido una sonrisa...

Los ni
ñ
os son como cuchillos,
aseguró mi madre en cierta ocasión.
Aunque no se lo propongan, cortan.
Sin embargo, nos aferramos a ellos y los abrazamos hasta que la sangre mana. Mi niña del estío, que se ha vuelto más desconocida a medida que el año toca a su fin; me sorprendió que hubiese pasado tanto tiempo desde la última vez que me permitió estrecharla de esa forma y ojalá hubiese podido prolongar el momento, pero el reloj marcaba las seis y cuarto...

—Nanou, métete en mi cama. Estarás más calentita y no hay goteras en el techo.

—¿Qué me dices de Thierry? —insistió.

—Nanou, ya hablaremos.

—Rosette no lo quiere.

—¿Cómo demonios lo sabes?

Anouk se encogió de hombros.

—Lo sé.

Suspiré y le besé la coronilla. De nuevo me llegó el aroma a vainilla y a oveja... y también el olor de algo más intenso y adulto que finalmente identifiqué: incienso. Zozie lo quema en su cuarto. Sé que Anouk pasa mucho tiempo con ella, charlan y se prueba su ropa. Es bueno que cuente con alguien como Zozie, con una adulta en la que puede confiar y que no soy yo.

—Deberías dar una oportunidad a Thierry. Reconozco que no es perfecto, pero te aprecia realmente...

—En el fondo, tú tampoco lo quieres. Ni siquiera lo echas de menos cuando no está. No estás enamorada...

—No empecemos con eso —la interrumpí exasperada—. Existen muchas maneras distintas de amar. A Rosette y a ti os quiero y el mero hecho de que no sienta exactamente lo mismo por Thierry no significa que...

Anouk ya no escuchaba. Salió de debajo de la manta y se liberó de mi abrazo. Pensé que sabía qué había pasado. Thierry le caía bastante bien hasta que apareció Roux, y en cuanto se vaya...

—Sé qué es lo mejor para todos. Nanou, lo hago por vosotras. —Anouk se encogió de hombros y adoptó una postura típica de Roux—. Confía en mí. Todo saldrá bien.

—Lo que tú digas —replicó, y subió la escalera.

10

Viernes, 7 de diciembre

¡Cielos! ¡Qué triste es cuando se rompe la comunicación entre una madre y su hija! Sobre todo en personas tan unidas como esas dos. Hoy Vianne estaba cansada, lo noté en su rostro. Me parece que anoche apenas pegó ojo. Sea como fuere, estaba demasiado cansada para reparar en el resentimiento creciente que revela la mirada de su hija o en el modo en el que apela a mí en busca de aprobación.

La pérdida de Vianne puede ser mi ganancia y como ahora he entrado en escena, por decirlo de alguna manera, puedo ejercer influencia en un centenar de maneras novedosas y poco llamativas. Comencemos por los dones que Vianne ha subvertido tan inteligentemente: las maravillosas armas que son la voluntad y el deseo...

De momento no he averiguado por qué a Anouk le da miedo emplearlas. Es indudable que ocurrió algo de lo que se siente responsable. Claro que, Nanou, las armas están destinadas a ser utilizadas..., para bien o para mal, la elección depende de ti.

Todavía le falta confianza, aunque le he asegurado que un par de operaciones no causarán daño alguno. Incluso es posible que las utilice en defensa de los demás (lo cual genera rencor, desde luego, pero ya la curaremos de tal exceso de generosidad), por lo que no tardará en dejar de ser una novedad y podremos ocuparnos de lo esencial.

Anouk,
¿
qu
é
es lo que quieres?

¿
Qu
é
quieres realmente?

Está claro que busca todo aquello que ansian los niños buenos: progresar en la escuela, ser popular, desquitarse de sus enemigos. Resolveremos fácilmente esos asuntos y luego nos ocuparemos de tratar con la gente.

Está madame Luzeron, igual que una triste y vieja muñeca de porcelana debido a su rostro pálido y empolvado y a sus movimientos precisos y frágiles. Tendría que comprar más bombones; tres trufas de ron por semana son apenas suficientes para justificar nuestra atención.

También está Laurent, que se presenta cada día, se queda horas y solo bebe una taza de chocolate. Más que nada, es un incordio. Su presencia puede desalentar a los demás (sobre todo a Richard y a Mathurin que, de lo contrario, se presentarían cada día), roba terrones del azucarero y se llena los bolsillos con la actitud de alguien empeñado en obtener el máximo beneficio de lo que paga.

Para no hablar de Nico el Gordo, un cliente excelente que compra hasta seis cajas por semana. Anouk está preocupada por su salud, lo ha visto caminar por la colina y se ha alarmado ante el esfuerzo que tiene que hacer para subir un tramo de escaleras. Anouk insiste en que no debería estar tan pasado de peso. ¿Existe una forma de ayudarlo?

Veamos, todos sabemos que concediendo deseos no se llega muy lejos, pero la manera de llegar a su corazón es tortuosa y, si no me equivoco, los resultados serán más que valiosos. En el ínterin, dejo que se divierta como un minino que afila las uñas con un ovillo de lana mientras se prepara para atrapar el primer ratón.

Así es como se inicia nuestro plan de estudios. Lección primera: magia por simpatía.

Dicho de otra manera, muñecos.

Hacemos los muñecos con pinzas de madera de las que se emplean para tender la ropa, ya que es menos engorroso que usar barro; Anouk los lleva encima, dos en cada bolsillo, a la espera del momento de ponerlos a prueba.

El muñeco de pinza uno representa a madame Luzeron. Alta y tiesa, con un vestido hecho con un retal de tafetán y sujeto con una cinta amarillenta. Confeccionamos el pelo con algodón; calza zapatitos negros y se abriga con un chal oscuro. Dibujamos las facciones con un rotulador y Nanou adopta una expresión horrible cuando se concentra para ser fiel al original; incluso hay la réplica en algodón de su perrillo peludo, que está sujeto al cinturón de madame con un trozo de limpiapipas. Será suficiente, y un mechón de su pelo, cuidadosamente recogido de la espalda de su abrigo, permitirá terminar enseguida la figura.

El muñeco de pinza dos corresponde a la propia Anouk. La exactitud de las diminutas figuras que crea resulta sobrecogedora; esta tiene su pelo rizado, viste un trozo de tela amarilla y Pantoufle, realizado con lana gris, está sentado en su hombro.

El muñeco de pinza tres es Thierry le Tresset, móvil incluido.

El muñeco de pinza cuatro corresponde a Vianne Rocher y lleva un vestido de fiesta, de color rojo intenso en vez del negro habitual. A decir verdad, solo la he visto de rojo en una ocasión. En la imaginación de Anouk, su madre viste de rojo, el color de la vida, el amor y la magia. ¡Qué interesante! Puedo aprovecharlo; es posible que lo haga más adelante, cuando llegue el momento oportuno.

Mientras tanto, me espera más trabajo, sobre todo en la chocolatería. Como las navidades se acercan a pasos agigantados, es hora de aumentar la clientela, averiguar quién ha sido desagradable o simpático; probar, saborear y examinar nuestro surtido de invierno... y, tal vez, añadir unos pocos especiales de cosecha propia.

El chocolate sirve de instrumento de muchas cosas. Nuestras trufas artesanas, siempre favoritas, ruedan por una mezcla de cacao y azúcar en polvo y diversas sustancias adicionales que mi madre no habría aprobado y que no solo garantizan que nuestros clientes quedan satisfechos, sino restaurados, activados y con ganas de seguir consumiéndolas. Hoy vendimos ni más ni menos que treinta y seis cajas de trufas y nos han encargado una docena. A ese ritmo podríamos llegar al centenar diario para Navidad.

Thierry se presentó a eso de las cinco para comunicar los avances en el apartamento. Quedó algo desconcertado ante el extraordinario nivel de actividad del local y yo diría que no le gustó demasiado.

—Esto parece una fábrica —comentó señalando con la cabeza la puerta del obrador, donde Vianne preparaba
mendiants du roi
(rodajas gruesas de naranja escarchada, sumergidas en chocolate oscuro y espolvoreadas con pan de oro comestible), tan bonitos que da pena comérselos y, por añadidura, perfectos para estas fiestas—. ¿No se toma un rato de descanso?

Sonreí.

—Ya sabes lo que es la locura navideña.

Thierry soltó un gruñido.

—No sabes lo mucho que me alegraré cuando todo esto termine. Nunca me había sentido tan presionado por un trabajo. De todos modos, valdrá la pena, siempre y cuando lo termine a tiempo... —Vi que Anouk le dirigía una mirada significativa mientras se sentaba a la mesa con Rosette—. No sufras. Una promesa es una promesa. Será la mejor Navidad de tu vida. Estaremos los cuatro solos en la rue de la Croix. Podremos ir a la misa del gallo en el Sacré-Coeur. ¿No te parece fantástico?

—Tal vez —repuso Anouk con tono monótono.

Me percaté de que Thierry reprimió un suspiro de impaciencia. Anouk puede resultar muy difícil y su resistencia hacia él es palpable. Quizá tiene que ver con Roux, todavía ausente pero siempre presente en sus pensamientos. Yo lo he visto regularmente, un par de veces en la colina, otra cruzando la place du Tertre, en otra ocasión bajando la escalera contigua al funicular... Se movía deprisa y se cubría con una gorra de punto, como si temiese que lo reconocieran.

También me he reunido con él en la pensión en la que se hospeda, pues quiero estar al tanto de su progreso, transmitirle mentiras, hacer efectivos los cheques y cerciorarme de que continúa dócil y obediente. Como es comprensible, comienza a estar impaciente y le duele que todavía Vianne no haya preguntado por él. Además, trabaja infinidad de horas para Thierry; empieza a las ocho de la mañana, suele terminar a las tantas de la noche y cuando deja la rue de la Croix suele estar tan cansado que ni siquiera cena, por lo que se limita a regresar a la pensión y dormir como un tronco.

En cuanto a Vianne, percibo su preocupación... y también su desilusión. No ha visitado la rue de la Croix. Anouk también ha recibido instrucciones estrictas de mantenerse al margen. Vianne insiste en que, si quiere verlas, Roux ya irá. En caso contrario..., bueno, es su decisión.

Thierry estaba más impaciente que nunca. Entró en el obrador, donde Vianne colocaba cuidadosamente los bizcochitos de harina de almendras en una hoja de papel de hornear. Creí percibir algo furtivo en la forma en la que el constructor entrecerró la puerta y reparé en que sus colores eran más vivos que de costumbre y estaban bordeados de rojos y púrpuras intermitentes.

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