Authors: Kerstin Gier
—Me cuesta imaginarlo —replicó James—. Mi madre es muy estricta en la elección de sus relaciones.
—Vaya, muchísimas gracias —dije, y me volví para marcharme—. ¡Eres un auténtico esnob!
—¡No lo decía con intención de ofender! —me gritó James cuando me iba—. ¿Y qué es un esnob?
Raphael ya estaba apoyado en la puerta cuando llegamos a la clase. Y parecía tan desgraciado que nos paramos a hablar con él.
—Eh, yo soy Leslie Hay y esta es Gwendolyn Shepherd —dijo Leslie—. Nos conocimos el viernes delante del despacho del director.
Una débil sonrisa le iluminó la cara.
—Me alegro de que al menos vosotras me reconozcáis. A mí mismo me ha costado reconocerme en el espejo.
—No me extraña —dijo Leslie—. Pareces un camarero de barco. Pero no te preocupes, te acostumbrarás.
La sonrisa de Raphael se hizo más amplia.
—Solo tienes que preocuparte de que la corbata no se te meta en la sopa —añadí yo—. A mí me pasa continuamente. Leslie asintió.
—Además, generalmente la comida es horrible, pero, por lo demás, tampoco se está tan mal aquí. Estoy segura de que pronto te encontrarás como en casa.
—Tú no has estado nunca en Sudáfrica, ¿verdad? —preguntó Raphael con cierta amargura.
—No —dijo Leslie.
—Se ve. Nunca podré sentirme como en casa en un país en el que llueve veinticuatro horas al día.
—A los ingleses no nos gusta que siempre se hable tan mal del tiempo que tenemos —observó Leslie—. Ah, ahí viene mistress Counter. Estás de suerte, porque es un poco francófila. Estará encantada contigo si de vez en cuando cuelas un par de palabras en francés al hablar.
—
Tu es mignonne
—dijo Raphael.
—Lo sé —replicó Leslie mientras me arrastraba hacia delante—. Pero yo no soy francófila.
—Le gustas —dije al tiempo dejaba caer los libros sobre mi mesa.
—Por mí perfecto —dijo Leslie—. Por desgracia, no es mi tipo. Me eché a reír.
—¡Sí, claro!
—Oh, vamos, Gwen, ya es suficiente con que una de las dos haya perdido la razón. Conozco a esos tipos. No traen más que problemas. Además, solo está interesado en mí porque Charlotte le ha dicho que soy una chica fácil.
—Y porque te pareces a tu perro Bertie —dije.
—Sí, exacto, y por eso. —Leslie rió—. Además, ya verás como se olvida de mí en cuanto Cynthia se le eche encima. Mira, ha hecho una visita extra a la peluquería, lleva mechas nuevas.
Pero Leslie se equivocaba. Estaba claro que Raphael no tenía mucho interés en hablar con Cynthia. En el descanso, mientras estábamos sentadas en el banco bajo el castaño y Leslie estudiaba de nuevo la hoja con el código del Caballero Verde, Raphael se acercó paseando, se sentó junto a nosotras sin que le hubiéramos invitado a hacerlo y dijo:
—Oh, fantástico, Geocaching.
—¿Qué?
Leslie le miró desconcertada.
Raphael señaló la hoja.
—¿No conocéis el Geocaching? Es una especie de gincana moderna con GPS. Esos números tienen toda la pinta de ser coordenadas geográficas.
—No, solo son... ¿De verdad?
—Déjame ver. —Raphael le cogió la hoja de la mano—. Sí. Presuponiendo que el cero antes de las letras es un cero voladito y por tanto representa el «grado». Y los trazos son «minutos» y «segundos».
Un grito estridente llegó hasta nosotros. Cynthia le dijo algo a Charlotte en la escalera haciendo aspavientos con los brazos, y a continuación Charlotte nos miró con mala cara.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Leslie entusiasmada—. Entonces, ¿esto significa «51 grados, 30 minutos, 41.78 segundos norte y 0 grados. 8 minutos, 49.91 segundos este»?
Raphael asintió.
—¿De manera que describe un lugar? —pregunté.
—Sí, exacto—dijo Raphael— Un lugar bastante pequeño, de unos cuatro metros cuadrados. Y... ¿qué hay allí? ¿Una caché?
—Ya nos gustaría a nosotras saber qué hay —dijo Leslie—. De momento ni siquiera sabemos dónde está.
Raphael se encogió de hombros.
—Eso es fácil de descubrir.
—¿Y cómo? ¿Se necesita un GPS? Yo no tengo ni idea de cómo funcionan esos aparatos —dijo Leslie excitada.
—Pero yo sí. Podría ayudarte —respondió Raphael.
«
Mignonne
» Volví a girar la cabeza hacia la escalera. Ahora, al lado de Cynthia y Charlotte, también estaba Sarah, y las tres nos miraban fijamente con cara de indignación.
—Muy bien. Pero tiene que ser esta tarde —dijo Leslie, que no se había enterado de nada—. No podemos perder más tiempo.
—Yo tampoco tengo tiempo que perder —convino Raphael—. ¿Qué te parece si nos encontramos a las cuatro en el parque? Para entonces creo que ya habré podido deshacerme de Charlotte.
Le dirigí una mirada compasiva.
—No pienses que será tan fácil.
Raphael sonrió.
—Creo que me subestimas, pequeña viajera del tiempo.
Podemos ver cómo una taza cae de la mesa
y se rompe en pedazos,
pero nunca podremos ver cómo
una taza se recompone y vuelve a saltar a la mesa.
Este aumento del desorden o entropía diferencia
el pasado del futuro y de este modo
otorga al tiempo una dirección.
Podemos ver cómo una taza cae de la mesa
y se rompe en pedazos,
pero nunca podremos ver cómo
una taza se recompone y vuelve a saltar a la mesa.
Este aumento del desorden o entropía diferencia
el pasado del futuro y de este modo
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Stephen Hawking
—También podría haberme puesto el de la semana pasada —dije mientras madame Rossini me pasaba por la cabeza un vestido de princesa de cuento rosa pálido, cubierto con una multitud de flores bordadas de color crema y burdeos—. El azul de flores. Aún lo tengo colgado en el armario de casa, solo tenía que haberme lo dicho.
—Chist, cuellecito de cisne —replicó madame Rossini—. ¿Por qué crees que me pagan? ¿Para que tengas que llevar dos veces el mismo vestido? —Se concentró en los botoncitos de la espalda—. ¡Solo me ha hecho enfadar un poco que hayas arruinado el peinado! En el rococó una obra de arte como esta debía durar días. Las damas dormían sentadas para no estropearlo.
—Sí, claro, pero difícilmente podía ir a la escuela con el —dije.
Probablemente, con esa montaña de pelo, ya me habría quedado atrapada en la puerta del autobús—. ¿Y quién viste a Gideon? ¿Giordano?
Madame Rossini chasqueó la lengua.
—¡Bah! ¡EI muchacho no necesita ninguna ayuda, o eso dice él! Lo que significa que volverá a llevar esos colores tristones y que se hará un nudo imposible en el pañuelo del cuello. Pero yo ya he renunciado. En fin, ¿qué vamos a hacer ahora con tus cabellos? Traeré el rizador enseguida y luego sencillamente le pasaremos una cinta por dentro,
et bien
.
Mientras madame Rossini trabajaba mis cabellos con el rizador, me llegó un SMS de Leslie. «Esperaré exactamente dos minutos, y si
le petite francais
no ha llegado, será mejor que se olvide de la
mignone
.» Le contesté: «¡Escucha, habían quedado dentro de un cuarto de hora! Dale al menos diez minutos más».
Ya no recibí la respuesta de Leslie, porque madame Rossini me cogió el móvil para hacer la inevitable foto del recuerdo. El rosa me quedaba mejor de lo que había pensado (en la vida real no podía decirse que fuera mi color favorito….), pero con ese peinado parecía que me hubiera pasado la noche con los dedos metidos en un enchufe. La cinta rosa colocada por dentro producía el efecto de un intento fracasado de dominar los cabellos después de la explosión. Cuando Gideon llegó para recogerme, se echó a reír entre dientes sin ningún disimulo.
—¡Ya está bien! Nosotras también podríamos reírnos de ti, ¿sabes? —Le espetó madame Rossini—. ¡Vaya aspecto tienes otra ve!
¡Dios, si! ¡Vaya aspecto tenía! Debería estar prohibido estar tan guapo; con esos insulsos pantalones oscuros de media pierna y una chaqueta verde botella bordada que hacía que sus ojos brillaran aún más que de costumbre.
—¡No tienes ni idea de moda, muchacho! Si no, te habrías puesto el broche esmeralda que va con ese conjunto. Y esa espada está fuera de lugar...
¡Debes representara un caballero, no a un soldado!
—Seguro que tiene razón —dijo Gideon, y volvió a soltar una risita—, pero al menos mi pelo no parece uno de esos estropajos de aluminio que uso para fregar los cacharros.
Me esforcé en adoptar una expresión altiva —¿Que tú usas para fregar los cacharros? ¿No te estarás confundiendo con Charlotte?
—¿Cómo dices?
—¡Parece que últimamente limpia para ti!
Gideon parecía un poco cortado.
—Bueno... eso no es... del todo exacto.
—Sí. Yo en tu lugar también me avergonzaría —dije —. Por favor deme el sombrero, madame Rossini.
El sombrero —un armatoste enorme con plumas de color rosa pálido— no podía ser tan malo como esos pelos. O eso fue lo que pensé. Porque una mirada al espejo me convenció de que estaba totalmente equivocada.
Gideon volvió con sus risitas —¿Podemos irnos ya? —resoplé irritada.
—Vigila bien a mi cuello de cisne, ¿me oyes?
—Siempre lo hago, madame Rossmi.
—¿Desde cuándo? —dije yo desde el corredor, y señalé el pañuelo negro que llevaba en la mano—. ¿Hoy no hay venda?
—No, nos la ahorraremos. Por razones bien conocidas —replicó Gideon—. Y por el sombrero.
—¿Sigues creyendo que te conduciré a una esquina y te daré con un palo en la cabeza? —Me enderecé el sombrero—. La verdad es que he vuelto a pensar en eso, y creo que tiene una explicación muy sencilla.
—Ah, sí, ¿y cuál es?
Gideon arqueó las cejas.
—Te lo imaginaste después. ¡Mientras estabas inconsciente soñaste conmigo, y por eso luego me echaste a mí la culpa de todo!
—Sí, a mi también se me había ocurrido esa posibilidad —dijo para mi sorpresa. Me cogió la mano y me arrastró hacia adelante—. ¡Pero no! Yo sé muy bien lo que vi.
—Y entonces, ¿por qué no le dijiste a nadie que, supuestamente, era yo la que te había tendido una trampa?
—No quería que pensaran aún peor de ti de lo que ya lo hacen. —Sonrió con ironía—. Por cierto ¿no te duele la cabeza?
—Tampoco bebí tanto —dije.
Gideon río.
—No, claro. Ya se veía.
Me sacudí su mano de encima.
—¿No podríamos hablar de otra cosa, por favor?
—¡Vamos! Me imagino que tendré derecho a tomarte un poco el pelo con eso. Estabas tan mona ayer por la noche… Mister George creyó que de verdad te habías dormido de puro agotamiento en la limusina.
—Fueron dos minutos… como mucho… — dije avergonzada. Probablemente había babeado o había hecho alguna otra cosa horrible.
—Supongo que te irías a la cama enseguida.
—Hummm —dije Solo recordaba vagamente que mi madre me había sacado del pelo los doscientos mil alfileres y que me había dormido antes que mi cabeza tocara la almohada. Pero no pensaba decírselo; al fin y al cabo él había estado divirtiéndose con Charlotte, Raphael y los espaguetis.
Gideon se paró tan de repente que choqué contra él, e instintivamente contuvo la respiración.
—Escucha… —murmuró volviéndose hacia mí—. No quise decírtelo ayer porque pensé que estabas borracha, pero ahora que vuelves a estar sobria y arisca como siempre… Me acarició delicadamente la frente y estuve a punto de hiperventilar al sentir el contacto de sus dedos. En lugar de seguir hablando, me besó. Yo ya había cerrado los ojos antes de que sus labios rozaran mi boca. El beso me embriagó mucho más de lo que lo había hecho el ponche e hizo que se me aflojaran las rodillas y que mil mariposas aletearan en mi vientre.
Cuando Gideon me soltó de nuevo, parecía que se hubiera olvidado de lo que quería decirme. Apoyó un brazo en la pared junto a mi cabeza y me miró muy serio.
—Esto no puede seguir así.
Traté de controlar mi respiración.
—Gwen… Detrás de nosotros, en el pasillo, resonaron unos pasos. Instantáneamente, Gideon retiró el brazo y se volvió. Una fracción de segundo después, mister George apareció entre nosotros.
—Ah, aquí están. Los estábamos esperando. ¿Por qué no lleva los ojos vendados Gwendolyn?
—Lo he olvidado completamente. Por favor, hágalo usted mismo —dijo Gideon, y le alargo el pañuelo negro—. Yo… hum… me adelantaré.
Mister George le siguió con la mirada mientras se marchaba y soltó un suspiro. Luego me miró a mí y volvió a suspirar.
—Pensaba que te había prevenido, Gwendolyn —dijo mientras me vendaba los ojos—. ¡Deberías ser más prudente en lo que se refiere a tus sentimientos!
—Psé —contesté yo, tocándome las mejillas, reveladoramente encendidas—.
Pero entonces no deberían dejarme pasar tanto tiempo con él… Porque aquel era un ejemplo más de la típica lógica de los Vigilantes: si hubieran querido impedir que me enamorara de Gideon, también deberían haberse preocupado de que fuera un estúpido sin ningún atractivo. Con cara de bobo, las uñas negras y un defecto de pronunciación. Y lo del violín también habrían podido ahorrárselo.
Mister George me condujo a través de la oscuridad.
—Tal vez sencillamente hace demasiado tiempo que tuve dieciséis años. Ya tan solo recuerdo lo impresionable que es uno a esa edad.
—Mister George, no le ha dicho a nadie que puedo ver espíritus, ¿verdad?
—No —contestó él—. Quiero decir que lo intenté, pero nadie quiso escucharme. ¿Sabes?, los Vigilantes son científicos y místicos, pero la parapsicología no les dice gran cosa. Cuidado, escalón.
—Leslie es mi amiga, aunque probablemente usted ya hace tiempo que lo sabe… bueno, pues Leslie cree que esa… capacidad es la magia del cuervo.
Mister George calló un momento.
—Si. Yo también lo creo —dijo luego.
—¿Y en que puede ayudarme exactamente la magia del cuervo?
—Mi querida niña, si pudiera responderte a eso… Me gustaría que contaras más con tu sentido común pero… —… pero ¿lo he perdido definitivamente, quería decir? —Me eché a reír—.
Probablemente tenga razón.
Gideon nos esperaba en la sala del cronógrafo con Falk de Villiers, que me dirigió un cumplido algo distraído sobre mi vestido mientras ponía en movimiento los engranajes del cronógrafo.
—Bien, Gwendolyn. Es por la tarde, un día antes de la
soirée
.