—Oh, perdona que no me arrodille porque una chica que no puede enfrentarse a cualesquiera que sean los problemas que la vida le pone delante, se esconda tras la enfermedad de moda.
—¿Qué narices sabes tú de lo que la vida le pone delante? ¿Qué narices sabes tú de las razones que tiene para hacer eso? —le pregunta Chloe.
El resto de la mesa está en silencio. Willow está segura de que no es la única que desearía estar en cualquier otro lugar ahora mismo. No mira a Adrián ni a Laurie, apenas puede mirar a Guy.
—Mira, me conozco este tipo de gente —continúa Andy sin ni siquiera molestarse en bajar el tono de voz. La sociedad, los medios de comunicación, todo el mundo es.
Responsable de sus problemas. Parece que se haya puesto de moda eso de matarte de hambre y quejarte de que el resto del mundo te está arrastrando a hacerlo. Créeme, simplemente está chica no puede enfrentarse a las cosas, así que se ha inventado este problema…
—¡Cállate! —explota Willow. No puede evitarlo. Es incapaz de escuchar una palabra más. Apoya la frente en la mano. Tal vez sí que esté cogiendo migraña. Siente la mano de Guy en el hombro y levanta la mirada hacia Andy.
—Gracias, Willow —dice Chloe.
Willow sabe que Chloe está ofendida por lo insensible que está siendo Andy. Pero ella misma se ha molestado por razones mucho más egoístas. Es como si Andy le hubiera dirigido todas esas palabras a ella. ¿Qué diría Andy si ella se levantara las mangas de la camisa y le enseñara los cortes tal como hizo con Guy? ¿Le diría que ella misma se ha creado su propio problema?
¿Tendría razón?
—Sí, vale. Mira, mejor me voy —dice Andy después de unos instantes.
—Yo también, pero ¿sabes qué?, voy precisamente en dirección contraria a la tuya. —Chloe tira la servilleta sobre la mesa—. Hasta mañana, chicos.
—¿Podemos irnos también? —le dice Willow a Guy—. Lo siento —se disculpa con Laurie y Adrián.
—Tú no tienes por qué disculparte. —Laurie le lanza una mirada asesina a Andy—. Pensaba que ya te ibas —dice sarcásticamente.
—Sí, vámonos de aquí. —Guy se levanta—. Ah, Andy, para que lo sepas. Estoy totalmente de acuerdo con Chloe en esto.
—En fin, supongo que Chloe ya no necesitará una segunda opinión —dice Willow mientras salen del café. El sol se ha puesto completamente y hace una noche fresca y preciosa. —¿Eh? —Guy parece no entender nada—. ¿De qué estás hablando?
—Chloe quería saber qué pienso de Andy —le explica Willow—. Ya sabes, si debería salir con él y todo eso.
—¿De veras habláis de este tipo de cosas? —Guy la mira con incredulidad—. ¿Es que no se puede decidir sola?
—No sé —contesta Willow encogiéndose de hombros—, supongo que no. La verdad es que ahora mismo Willow no está para hablar de tonterías. Está demasiado preocupada, lo ocurrido en el café es demasiado reciente. Está enfadada, y no solo por lo que Andy ha dicho de esa pobre chica, sino porque sus palabras también la implicaban a ella.
—No me apetece demasiado caminar ahora —dice Guy—. ¿Te importa? —Se sienta en la hierba y le tira del brazo para que ella se ponga junto a él—. ¿Te parece bien? Podemos ver el agua desde aquí.
—Yo no provoco mis propios problemas —dice Willow de repente—. Yo no hago lo que hago solo porque esté de moda o sea guay. —Se queda callada unos instantes—.
Lo hago porque tengo que hacerlo —dice finalmente—. No tengo otra salida. —No. —Guy niega con la cabeza—, tú no te permites encontrar la manera. Esa es la diferencia.
—¡No me puedo permitir encontrar otra manera! ¡Tú lo sabes! ¡Lo viste! —insiste Willow. Guy no dice nada y los dos se quedan en silencio, sentados durante unos minutos, observando el agua que brilla con la luz de la luna.
—Tal vez Andy tenía razón —continúa Willow—. Esa chica y yo… simplemente no sabemos enfrentarnos a lo que la vida nos trae y por eso nos escondemos detrás de nuestra enfermedad. Tal vez, todo lo que ha dicho sobre ella también sirve para mí.
—¿Por qué deberías hacerle caso a esas…?
—Mi hermano llora por las noches —le interrumpe Willow de repente—. No te rías —dice enseguida—. Ya sé que no eres como Andy, que no vas a decir nada insensible o estúpido, pero bueno, hay personas que creen que… en fin, un chico que llora es… —No me estoy riendo.
—Por eso no pude dormir anoche. Él llora. Y yo le miro.
—¿Por qué me estás contando esto? —pregunta Guy.
—No lo sé. —Willow se sorprende—. No lo sé —repite—. Es que… Él es muy fuerte, si crees que llorar así es una tontería te equivocas. No sé ni cómo consigue hacerlo, como puede pasar por eso, quiero decir. —Willow hace una pausa—. ¿Tú crees que yo soy como aquella chica? —Willow busca los ojos de Guy, apenas si le ve bajo la tenue luz de las estrellas.
—No lo sé —dice él lentamente—. Pero sí que sé una cosa. Lo que tú has sentido al ver su cuerpo es lo que siento yo al ver tus heridas.
—Oh. —Willow no sabe cómo responder a esto. Qué maravilloso que a ella le pueda afectar tanto, qué horrible que tenga que ser de este modo. No puede evitar pensar que prácticamente cualquier otra reacción sería preferible y que solo es culpa suya que, cuando él la mire, no vea a una chica más, sino a una chica que se corta.
Willow se sube la manga y examina sus heridas. Las mira igual que si estuviera sola, intenta verlas del modo que cree que él las ve.
No cabe duda de que son horribles. Está más que claro por qué él le dijo que eran feas cuando estaban en el depósito de la biblioteca.
Eso no debería importar. Sus cortes tienen una finalidad y esa finalidad es independiente de consideraciones tan triviales.
Nunca antes había estado tan convencida de nada. Pero con todo, por un momento desearía que tuvieran otro aspecto, que parecieran arañazos hechos por un gato. Empieza a bajarse las mangas pero Guy la detiene. Le coge el brazo, le mira los cortes y se pone a reseguir las marcas que ha dejado la cuchilla con sus dedos.
—No… Es…
Willow deja de hablar al ver que Guy se inclina y empieza a besarle las cicatrices.
Sabe que debería pedirle que parara, pero no puede porque en realidad quiere que siga para siempre. También sabe que tendrá que pagar por estos sentimientos con otros mucho menos placenteros, pero aun así no encuentra fuerzas para apartar el brazo.
Y entonces, Willow hace algo que lo sorprende mucho más que cualquier otra cosa que haya hecho. Mueve el otro brazo y, con mucho cuidado, le pone la mano en la mejilla, le levanta la cara hasta que sus labios y los de él se encuentran y le besa. No puede creerse que sea capaz de arriesgarse así, no después de lo que ocurrió en el depósito. Teniendo eso en cuenta, este hecho es mucho más sorprendente que, hace meses, cuando se vio así misma clavándose el destornillador en el brazo y supo que había encontrado su destino.
Espera a que ocurra un cataclismo, que la situación le supere igual que ocurrió en la biblioteca, pero, al menos en ese momento, solamente siente lo maravilloso que es besar a alguien, besarlo, bajo las estrellas, y lo extraño y reconfortante que resulta el que, después de todo por lo que ha pasado, poder finalmente reaccionar a algo igual que lo haría cualquier otra persona.
—¿Me puedes hacer un favor? —le murmura boca contra boca. Está temblando ligeramente, de emoción y de miedo y no se acaba de creer que su acto no tenga consecuencias.
—Sí —le contesta Guy, también en un susurro—. Solamente dime qué quieres.
—Llévame a casa.
Willow no tiene ni idea de por qué le ha pedido eso, de dónde ha surgido este deseo; si es algo que ha ido creciendo poco a poco en su interior o si es una necesidad repentina. Pero está segura de que es un deseo genuino, de que es lo que quiere de verdad.
—¿Ahora? —Guy se separa de ella—. ¿Quieres decir que te acompañe al piso de tu hermano?
—No. —Willow niega con la cabeza—. Quiero ir a casa. A la casa de mis padres, donde crecí. A casa.
—Oh —asiente Guy Se le ve confuso, pero pensativo—. No está lejos, ¿verdad? O sea, que le podrías pedir prestado el coche a tu hermano y conducir hasta allí, ¿no? —Hace una pausa—. Perdona, ¿has vuelto a conducir desde…? No estaba pensando.
—No, no he vuelto a conducir. No puedo ir sola hasta allí y no puedo pedirle el coche a mi hermano. Querrá saber para qué lo quiero y no se lo puedo decir. Necesito que tú me lleves, Guy, por favor.
—¿Por qué quieres ir a tu casa? ¿Es porque tienes miedo de que se haya convertido en un lugar que solo puedes visitar en tu imaginación?
—No, no creo que sea eso… —No termina la frase.
Willow desearía poder contestarle. Desearía poder saber ella misma la respuesta. Piensa en las dos únicas veces que ha estado allí desde el accidente, la vez de David y las librerías y cuando fue a por su ropa. No hay ninguna razón para pensar que esta vez vaya a ser diferente. Willow no tiene ni idea de qué está buscando, qué espera sacar de esta excursión, ¿Y por qué creyó que si su hermano, su hermano que es tan increíblemente fuerte, ha sido incapaz de soportar el impacto emocional que supone regresar a la casa de sus padres, ella podrá?
Tal vez únicamente necesite volver a conducir por la carretera donde todo ocurrió. Tal vez necesite volver a meter la cabeza en el armario de su madre y ver si aún puede percibir su olor. Tal vez necesite mirar, una vez más, todas aquellas estanterías repletas de libros.
—Quiero un libro —suelta Willow al final. Supone que esta respuesta debe de tener más sentido que cualquier otra—. La
Historia de dioses y héroes
de Bulfinch. Quiero la copia de mi padre.
Guy asiente lentamente, como si no cupiera duda de esta respuesta. No dice, al contrario de lo que haría la mayoría de gente, que puede entrar en cualquier librería y comprarse una copia, no dice que él ya sabe que ella ya tiene una copia, que la ha visto un montón de veces con el libro en las manos, o que él le puede prestar el suyo. En lugar de todo esto, Guy simplemente la mira y dice:
—Vale, pues parece que yo soy el que va a tener que encargarse de que le presten un coche.
Pues claro que iba a llover.
Willow mira por la ventana lánguidamente aunque en realidad no se ve nada. Nada, claro, a excepción de la tromba de agua que está cayendo, el inútil recorrido que las varillas limpiaparabrisas se empeñan en hacer una y otra vez y la luz de un relámpago que ilumina la noche ocasionalmente.
A pesar de que el hombre del tiempo había asegurado un cielo azul, a pesar de que en la última semana había hecho unos preciosos días de otoño, en el momento en el que se subió al coche Willow supo que iba a empezar a diluviar.
Se pregunta si Guy estará nervioso, si le preocupará conducir con este tiempo tan asqueroso; la única vez que ha parado de llover ha sido para granizar. O quizás a él le preocupe que ella pueda estar preocupada. Preocupada de estar involucrada en un accidente. En otro accidente.
A Willow eso no le inquieta, pero se siente claramente incómoda. Tanta lluvia le pone nerviosa.
—Me desvío por aquí, ¿verdad?
Willow no le responde. Está mirando por la ventana es-forzándose por ver algo a través del cristal lleno de gotas. Pero, por supuesto, sus intentos son en vano —apenas reconoce la carretera—, aunque también es innecesario. No necesita ver nada. Sabría dónde está incluso con los ojos vendados.
—Oye, ¿no se supone que tengo que girar por aquí?
—Para.
—¿Qué?
—Para el coche.
Guy para en el arcén de la carretera junto a un campo.
—¿Estás bien? ¿Te encuentras…?
Willow no espera a que termine la frase y no duda más que un breve instante antes de ponerse a caminar bajo la lluvia.
No va vestida para un día como este y en pocos segundos la lluvia le cala hasta los huesos, pero ella apenas se da cuenta mientras camina sin rumbo fijo a través del campo. Allí, tal vez a cinco o seis metros de la carretera, hay un enorme y viejo olmo. —¿Qué estás haciendo? —le grita Guy. Sale del coche y corre hasta donde esta Willow de pie, frente al árbol.
—Willow. —Tiene que gritar para que ella le oiga entre tanto trueno—. Vamos, vuelve a entrar en el coche.
Willow le mira, pero sin verle. Extiende la mano y toca un lado del árbol, un fragmento del tronco que no tiene corteza, como si la hubieran arrancado, y en su lugar hay una mancha de pintura azul oscura.
Qué extraño que, después de tantos meses, después de tanta lluvia, la pintura siga allí. Cae de rodillas frente al árbol. Siente el crujido de papel de celofán y mira hacia el suelo. Tarda un segundo en darse cuenta de que está arrodillada sobre docenas de ofrendas florales que se han ido descomponiendo y que son ahora irreconocibles si no fuera por las sucias lazadas y los envoltorios de plástico.
La escena le debería afectar, inquietar, incluso dejarla hecha polvo y, sin embargo, Willow no siente nada más que la incomodidad de la lluvia empapándole la ropa y la piel. No siente nada, el drama del tiempo, la importancia del lugar no ejercen ningún efecto sobre ella. No sabe muy bien qué estaba buscando, pero lo cierto es que no era esto, este vacío, este sinsentido.
A Guy se le ve mucho más afectado que a ella. Se va quedando pálido al comprender el significado de la corteza arrancada del tronco, la mancha de pintura y los ramos de flores destruidos en el suelo.
—Vámonos. —Willow se levanta—. Vamos. —Coge a Guy del brazo, él también está empapado—. Salgamos de aquí. —Le lleva hacia el coche.
Guy entra y cierra la puerta con contundencia, le lanza una mirada escrutadora pero no dice nada más que:
—Quedan dos quilómetros y medio, ¿no?
—Sí. Ve por la siguiente salida a la izquierda, y a partir de ahí es todo recto.
Ninguno de los dos dice ni una palabra durante el resto del viaje. Willow espera a que Guy no esté tan incómodo ni tan congelado como está ella.
—¿Es aquí?
—Ahá, exacto. Aquel buzón que hay más arriba.
Guy aparca en el camino de entrada y apaga el motor. Willow está en casa. Después de todos estos meses, está en casa.
Willow sale del coche lentamente, con cuidado, como si de repente hubiera envejecido y se hubiera quedado débil. Está paralizada observando la casa, ya no nota la lluvia que le cae por la cara y le sigue empapando la ropa que se engancha contra su piel.
—Tal vez deberíamos entrar —le sugiere Guy con tacto.