—No, gracias —responde Guy—. Está demasiado dulce para mí. ¿Y cómo es que estás tan cansada? Pensé que podríamos hacer algo después del trabajo, pero si no estás para eso… —no termina la frase.
—Oh, no, no estoy cansada. Quiero decir, sí que lo estoy. —Willow bosteza entre sorbo y sorbo de café—. Pero sí que me gustaría hacer algo y, además —levanta el vaso de café—, esto me está yendo bien.
—¿Has estado toda la noche en vela haciendo el trabajo o qué?
—No exactamente —suspira Willow—. Ni siquiera lo he empezado. Yo… —Hace una pausa—. No he podido dormir, eso es todo. —Se pregunta por qué, después de todas las cosas importantes que le ha contado, duda en explicarle la verdadera razón de que no haya pegado ojo—. Me ha sentado genial —dice Willow al acabarse el café—. Muchas gracias. —Sonríe a Guy un segundo antes de levantarse con desgana.
—¡Eh! ¿Sabes qué? —Guy también se levanta—. Por fin me he acabado de leer
La tempestad.
—¿De verdad? —Esto anima a Willow mucho más que el café—. ¿Qué te ha parecido? ¿No te ha encantado? Admítelo, es su mejor obra, ¿no? —Coge un puñado de libros y se pone a organizados.
—Sí, la verdad es que me ha gustado mucho. Vale —rectifica rápidamente al ver que Willow deja de sonreír—. Me ha encantado, en serio, te lo juro. ¿Si es su mejor obra? No lo sé, porque no me las he leído todas, pero te diré una cosa. También me gustan los lugares imaginarios. Y te diré algo más.
—¿Qué? —Te diré cuál ha sido la parte que más me ha gustado.
—No me lo digas, déjame adivinarlo. —Willow para de colocar libros y se apoya en las estanterías para pensar—. Mmm, alguno de los geniales monólogos de Próspero, porque…
—No. —Guy niega con la cabeza—. Frío, frío.
—¿No? —Willow está sorprendida—. Vale, ¿no irás a decirme que te ha gustado más Caliban? Ya que te gustan las categorías, esa podría ser una bien rara. O sea, ¡gente que cree que Caliban es mejor que Próspero!
—Olvídate de Caliban —dice Guy—, frío, helado, congelado. —Cruza los brazos, los apoya en uno de los estantes y sonríe—. ¿Quieres probar una tercera o te lo digo ya? —Dímelo.
—Vale, mi parte favorita ha sido la dedicatoria.
—¿La dedicatoria? —Willow frunce el ceño—. Shakespeare no escribió ninguna dedicatoria en
La tempestad.
No creo que lo hiciera en ninguna de sus obras, ¿no?
—No estoy hablando de la dedicatoria que Shakespeare escribió.
—Oh. —Willow se muerde el labio cuando comprende lo que quiere decir Guy—. Vale. —Sonríe, y sigue colocando libros.
—¿Sabes qué? —dice Guy lentamente—. Te estás…
—¡No! —protesta Willow.
—¿Cómo sabes lo que iba a decir?
—Ibas a decir que me estoy poniendo roja, y no es verdad.
—Sí, sí que lo es. —Guy se inclina más cerca de ella.
Willow se desespera al darse cuenta de lo perfecto y romántico que es este momento y de lo que se supone que debería ocurrir. Desea más que nada poder acercarse a él, dejarse llevar por el momento. Pero no puede, sabe demasiado bien cuáles serían las consecuencias.
—Bueno, me alegra que te gustara lo que escribí —dice Willow torpemente. Se aparta un poco y observa los estantes como si en ellos estuviera escrito el secreto de la vida. Le tiemblan las manos al meter los libros y hace que se le caigan unos cuantos al suelo.
—¿Alguna vez te has parado a mirar estos títulos? —dice Guy mientras recoge los libros que han caído y se los pasa a Willow—.
Trabajos de investigación acerca del ferrocarrilsur-manchuriano 1907-1945.
¿En serio que alguien escribió esto? ¿Y alguien lo sacó de la biblioteca? Y yo pensaba cinc me gustaban las cosas raras.
—Eso no es nada. —Willow consigue reírse—. Si hubieras llegado hace una hora, me habrías podido ayudar con las
Actas del Cuarto Congreso Internacional de Entomólogos Lituanos.
—Vale, me parece que ese te lo has inventado.
—No, te lo juro. ¡Ve a la quinta planta si no me crees!
—Te creo —sonríe Guy—. Bueno, ¿y a qué hora sales?
—Oh. —Willow mira el reloj—. Dentro de… bueno, ahora, de hecho.
—¿Quieres ir al parque? Hace un día sensacional. O no sé, a lo mejor te apetece ir al sitio aquel donde fuimos el otro día a tomar otro café.
—Prefiero ir al parque. ¿A quién le puede apetecer meterse en un local cuando hace tan buen tiempo fuera? —dice Willow mientras se dirigen al ascensor—. Pero si te apetece tomar algo, entonces te acompaño encantada.
—No, no te preocupes. Estoy bien —le asegura Guy mientras salen del ascensor a la planta principal.
—¡Eh, Carlos! —Willow coge sus cosas de debajo del mostrador de préstamo—. Supongo que nos veremos en un par de días.
—Pásalo bien —contesta él guiñándole un ojo, lo que Willow ignora deliberadamente.
—¿Alguna vez has ido al río? —pregunta Guy mientras los dos salen del edificio y se ponen a caminar a través del campus. A Willow le tranquiliza que Guy no se haya dado cuenta del gesto de Carlos y, aunque se haya dado cuenta, no tiene intención de mencionarlo.
—¿Quieres decir en barca? —contesta algo confundida.
—Mmm, vale, dime si no, ¿de qué otra manera se puede ir al río?
—A mi no me lo preguntes.
Willow se encoge de hombros.
—Deberías intentarlo —dice Guy al entrar en el parque—. Algún día te llevaré. De todos modos, vayamos a caminar junio al agua, ¿vale? Por aquí. —La conduce por un sendero estrecho, bajo una bóveda formada por las copas de los castaños, hacia el río.
—¡Qué bonito! —dice Willow—. Nunca había venido por aquí antes. —Apoya los codos en el muro de piedra que los separa del río y observa las barcas.
—Deberías verlo cuando salimos a remar por las mañanas. Es perfecto. Es como si no hubiera nadie más en el mundo. —Guy se sube al muro de un salto.
—¡Te vas a caer! —exclama Willow asustada.
—Seguro, pero si esta cosa debe medir más de medio metro como mínimo.
—Dirás la mitad de eso, tal vez. —Willow mira con inseguridad el estrecho muro de piedra—. En serio, a menos que me digas que con el
Libro de magia-para chicos
te compraste el
Libro de funambulismo para chicos
o algo así, será mejor que te bajes.
—¿Te crees que no me he caído un millón de veces al agua desde que empecé a remar? Ven aquí. —Le extiende la mano.
—No. —Willow niega con la cabeza—. ¿De verdad te has caído allí? Pensaba que estaba muy contaminada.
—Claro que me he caído, y claro que está contaminada. Ya te lo dije, por eso llevo siempre la botella de agua oxigenada, todo el mundo lleva una, así puedes desinfectarte cualquier… —Para de hablar un instante—. Es igual, no te puedes creer lo fría que se pone el agua hacia finales de octubre.
—Sí, sí que me lo puedo creer. ¡ Por eso me quedo dondl estoy!
—Sube —dice Guy. Ignorando las protestas de ella, coge a Willow de la mano y la sube al parapeto de piedra—. No es tan terrible, ¿verdad? —dice a pesar de los gritos
de
indignación de Willow al tirar de ella para que se acerque—. No te vas a caer, y aunque lo hicieras, yo te cogería.
—Ya lo sé —dice Willow lentamente—. Ya sé que lo harías. —Se quedan de pie, cara a cara. Willow está segura de que debe parecer una postal: sus siluetas contra los.
últimos rayos de sol. Pero también sabe que, en esta estampa, hay algo que no funciona, y que ese algo es ella.
—¡Eh, Guy! ¡Aquí!
Willow se vuelve y ve a Andy saludándoles con la mano. Chloe, Laurie y Adrián caminan un poco más atrás.
—¿Has visto ese barco? —Andy corre hacia ellos y se sube al muro de un salto tan bruscamente que casi tira a Willow.
—Ten cuidado, ¿no? —dice Guy cogiendo a Willow con más fuerza.
—Sí, lo siento. —Andy apenas la mira—. ¡Venga, mira eso! —Señala un velero que se ve a lo lejos—. ¿Te imaginas cómo debe ser navegar en un barco tan grande? Debe medir lo menos veinte metros. Necesitará una tripulación de, digamos, veinte personas.
—Creía que te interesaba el remo —dice Willow.
—Sí, ya sabes. Lo hago por el instituto. —Andy se encoge de hombros—. Pero me encanta navegar. Me pasé el verano pasado en un barco.
—Es de lo único que habla todo el tiempo —dice Chloe acercándose a ellos. Se cubre los ojos del sol con la mano cuando levanta la mirada para ver a Willow.
—Mataría por poder trabajar en un barco de esos. —Andy gesticula con la cabeza—. Sería genial.
—Bueno, primero deberías… —empieza a decir Guy.
—Oye, ¿os apetece ir a comer algo? —pregunta Andy cambiando bruscamente de tema—. Estoy cansado de pasear por el parque, preferiría meterme en algún sitio.
¡Ni que lo digas! ¡Estaría mucho mejor!
Piensa Willow mientras se separa de Guy y salta del muro.
—Willow. —Chloe le tira de la manga—. Anda, ven con nosotros —murmura—. Necesito una segunda opinión.
—¿De qué? —Willow no entiende de qué le habla.
—De él —dice Chloe señalando con la barbilla a Andy, que sigue subido al parapeto de espaldas a ellas—. Laurie no me vale. Está demasiado desesperada porque las cosas funcionen entre nosotros. No parará hasta que todo el mundo esté emparejado como ella y Adrián. —Se vuelve hacia donde están ellos dos besándose. Willow sigue su mirada y siente un pinchazo al ver cómo Laurie se separa y sonríe. Obviamente está encantad de recibir la atención de su novio.
—¿Quieres ir? —Guy salta junto a ella.
—Yo… bueno… claro —dice Willow. Desearía no haberse encontrado con todos, pero se siente halagada de que Chloe quiera que vaya con ellos.
—Podemos ir al local que hay en el muelle —propone Andy mientras baja del muro y se coloca junto a Chloe.
—Pero es muy caro —dice Laurie mientras se acerca.
—¿Qué más da? —responde Andy encogiéndose de hombros—. Está cerca y es bueno.
—Tiene razón —dice Adrián—. Podemos ir allí. Le coge la mano a Laurie y los dos se ponen a caminar hacia el muelle. Andy y Guy van detrás de él.
—Entonces, ¿te interesan los barcos? —le pregunta Willow a Chloe. Las dos chicas caminan unos metros por detrás del resto.
—Depende. ¿Te refieres a si me gustaría que me llevara a navegar en un barco de esos? Claro. ¿Te refieres a si me gustaría que cambiara de tema de vez en cuando? Por supuesto.
—Ya lo pillo.
—También quería hablar contigo de otra cosa —suspira Chloe—. Tengo un montón de deberes, ni siquiera debería estar ahora aquí. Pero es que, no sé, soy todo lo contrario a Laurie. Ahora que me queda tan poco para acabar el instituto, estoy cada vez menos concentrada.
—Sé cómo te sientes. —Willow se muerde las uñas con nerviosismo y se las mete en los bolsillos.
—Deberías hacerte la manicura —dice Chloe al llegar al café—. ¡No te lo tomes a mal ni nada de eso! Normalmente se la hago a Laurie y, si quieres, también te la puedo hacer a ti.
—Oh… gracias. No me ofende para nada. Ya sé que tienen una pinta terrible. Mi mejor amiga, en casa, también solía darme la paliza con el tema —admite Willow con una sonrisa compungida.
—Está superlleno. No vamos a conseguir mesa —dice Laurie desde la entrada del restaurante, donde ella y Adrián esperan al resto.
—Pues esperamos un par de minutos —dice Andy con total despreocupación.
Guy se acerca a Willow.
—No tenemos por qué quedarnos si no te apetece.
—Oh, no importa. Gracias, de todos modos —dice en voz baja para que nadie más les oiga.
—Oíd, hay una mesa libre si queremos sentarnos al fondo —dice Adrián después de hablar con la camarera.
—Pero no veremos el agua —protesta Andy.
—Eres el único que insiste en venir aquí —interviene Chloe.
—Vale, pues sin vistas al agua. —Andy sigue a Adrián y Laurie mientras cruzan el café. —La verdad es que se está muy a gusto aquí —dice Laurie mientras se sientan alrededor de una pequeña mesa cubierta por una sombrilla a rayas.
—¿Quién quiere qué? —Andy busca un menú.
—Yo solamente quiero un postre —dice Chloe.
—Yo también —dice Laurie—. No, perdón. Una ensalada.
—Entonces yo también tendré que cogerme una. Venga, pídete un postre. ¿Tú qué quieres, Willow?
—Mmm, a lo mejor…
Willow la ve antes que el resto. Es un esqueleto andante, víctima de algún terrible trastorno alimenticio, parece sacada de los libros de historia, superviviente de un campo de concentración. Willow tarda un momento en darse cuenta que esta chica no es nada de todo eso. No es más que una chica, una chica como Willow que ha decidido destruir su propio cuerpo. La única diferencia es que el arma, en lugar de la cuchilla, es el hambre.
Willow casi no puede ni mirarla, pero está paralizada, hipnotizada. Cada rasgo del cuerpo desgastado de la chica es un indicio de su caos interior. Willow solamente puede imaginar qué tipo de dolor debe ser el que ha llevado a esta chica a auto-destruirse de este modo. Sabe que hay mucha ironía en la compasión que siente por ella, pero no puede evitar tener la sensación de que esta forma de torturarse el cuerpo es mucho peor que ninguna de las cosas que ella se hace a sí misma.
—Oh, Dios mío, pobre chica —susurra Laurie. Claramente, ella también se ha dado cuenta de su aparición.
—¿Quién? —dice Adrián en voz mucho más alta que la de Laurie.
—Chist. —Laurie le contesta con un codazo.
Guy se da la vuelta para ver de quién están hablando y Willow se da cuenta de que a él también le afecta la aparición, como a todos los demás.
Willow aparta la vista del espectáculo y se fija en Andy. Tampoco puede apartar la vista de la chica, pero su reacción es muy diferente de la de Willow y los demás. Es evidente que él está mirando a este esqueleto andante y solo ve a una chica sin pechos, asexual, fea.
—Ya. No me da mucha pena, que digamos —le dice a Laurie con una sonrisa sarcástica.
—¿Perdona? —Chloe le lanza una mirada.
—Vamos, si está en un sitio como este, está claro que tiene dinero para comer. No es como si fuera un pobre niño desnutrido en África, ¿sabes?
—No. —Chloe niega con la cabeza—. No lo sé. ¿De qué estás hablando?
—O sea, esto es algo que ella se hace a sí misma…
—Sí, se llama trastorno de la alimentación —dice Laurie indignada.
—Eh, ya lo sé, ¿vale? No me hables como si fuera imbécil.
—¿Y por qué no? Te estás comportando como si lo fueras —le suelta Chloe.