—Lo sé.
—Creía que la acusación iba a pedir una sentencia severa.
—Lo hicimos. Pero el abogado de Jonk era muy persuasivo. Dijo que el muchacho había dejado de beber, que ahora siempre se desplaza en bicicleta, que está estudiando para ser arquitecto…
—Eso puede decirlo cualquiera.
—Lo sé.
—¡No lo acepto! ¡Me niego a aceptarlo!
—No hay nada que podamos hacer para…
—Desde luego que lo hay.
—No cometas ninguna locura, Peter.
Peter trató de calmarse.
—Pues claro que no.
—¿Estás solo?
—Volveré al trabajo dentro de unos minutos.
—Mientras tengas a alguien con quien hablar…
—Sí. Gracias por llamar, Allan.
—Siento mucho que no hayamos sabido hacerlo mejor.
—No es culpa tuya. Un abogado que conoce su oficio y un juez estúpido. Ya hemos visto eso antes.
Peter colgó. Se había obligado a hablar en un tono tranquilo y razonable, pero por dentro estaba hirviendo de furia. Si Jonk hubiera estado en libertad, podría haber ido en su busca y haberlo matado. Pero el chico se hallaba a salvo en la cárcel, aunque solo fuera por unos meses. Pensó en encontrar al abogado, arrestarlo con cualquier pretexto, y darle una buena paliza; pero sabía que no haría eso. El abogado no había quebrantado ninguna ley.
Miró a Inge. Estaba sentada allí donde él la había dejado, contemplándolo con el rostro vacío de toda expresión mientras esperaba a que siguiera alimentándola. Vio que un poco de manzana masticada había caído de su boca para esparcirse sobre el corpiño de su vestido. Normalmente su esposa nunca se ensuciaba al comer, a pesar de su estado. Antes del accidente, Inge siempre había sido extraordinariamente meticulosa acerca de su apariencia. Verla con comida en la barbilla y manchas en la ropa hizo que de pronto le entraran ganas de llorar.
Fue salvado por el timbre de la puerta. Peter se dominó con un rápido esfuerzo y respondió a la llamada. La enfermera había llegado al mismo tiempo que Bent Conrad, quien venía a recogerlo para el viaje hasta Vodal. Peter se puso la chaqueta y dejó que la enfermera se encargara de limpiar a Inge.
Fueron en dos coches, un par de los Buick de color negro habituales en la policía. Peter había pensado que el ejército podía ponerles obstáculos, por lo que pidió al general Braun que enviara con ellos a un oficial alemán para imponer la autoridad en el caso de que fuese necesario y el mayor Schwarz, que formaba parte de la plana mayor de Braun, iba en el primer coche.
El trayecto duró una hora y media. Schwarz fumaba un gran puro, que llenó el coche con sus humos. Peter intentó no pensar en la sentencia indignantemente ligera que le habían impuesto a Finn Jonk. Una vez que estuvieran en la base aérea podía llegar a necesitar tener la mente lo más clara posible, y no quería que la rabia oscureciera su juicio. Intentó extinguir la furia que llameaba dentro de él, pero esta continuó ardiendo bajo una manta de falsa calma, irritándole los ojos con su humo al igual que estaba haciendo el puro de Schwarz.
Vodal era un campo de pistas de hierba con unos cuantos edificios bajos esparcidos en un lado. La seguridad no era muy estricta —solo era una escuela de adiestramiento, por lo que allí no tenía lugar nada que fuese ni remotamente secreto—, y el único guardia que había en la puerta los invitó a pasar con un gesto de la mano sin preguntarles qué venían a hacer. Media docena de Tiger Moth estaban estacionados en una hilera, como pájaros posados encima de una valla. También había algunos planeadores, y dos Messerschmitt Me—109.
Cuando salía del coche, Peter vio a Arne Olufsen, su rival adolescente de Sande, cruzar el aparcamiento con paso rápido y decidido luciendo su elegante uniforme marrón del ejército. El amargo sabor del resentimiento llenó la boca de Peter. Peter y Arne habían sido amigos a lo largo de toda su infancia, hasta el enfrentamiento surgido entre sus familias hacía doce años. Todo empezó cuando Axel Flemming, el padre de Peter, fue acusado de fraude fiscal. Axel encontró indignante que se lo persiguiese de aquella manera: él solo había hecho lo que hacían todos los demás, reduciendo sus beneficios a través de hinchar sus gastos. Se le consideró culpable y tuvo que pagar una considerable multa además de todos los impuestos atrasados.
Había persuadido a sus amigos y vecinos de que vieran el caso como una discusión acerca de un tecnicismo contable, más que como una acusación de falta de honradez. Entonces había intervenido el pastor Olufsen.
Existía una regla de la iglesia según la cual cualquier miembro que cometiera un crimen debía ser «leído fuera», o expulsado de la congregación. El trasgresor podía regresar el domingo siguiente, si así lo deseaba, pero durante una semana era un extraño. El procedimiento no era invocado para delitos triviales como el exceso de velocidad, y Axel había argumentado que su trasgresión entraba dentro de esa categoría. El pastor Olufsen era de otra opinión.
Aquella humillación había sido mucho peor para Axel que la multa con la cual lo había castigado el tribunal. Su nombre había sido leído a la congregación, se lo había obligado a abandonar su sitio y sentarse al fondo de la iglesia durante todo el servicio, y para completar su mortificación el pastor había predicado un sermón sobre el texto: «Dad al César lo que es del César».
Peter torcía el gesto cada vez que lo recordaba. Axel se sentía muy orgulloso de su posición como hombre de negocios que había triunfado y líder de la comunidad, y para él no podía haber castigo mayor que perder el respeto de sus vecinos. Para Peter había sido una auténtica tortura ver cómo su padre era objeto de una reprimenda pública por parte de un santurrón pagado de sí mismo como Olufsen. Creía que su padre se había merecido la multa, pero no la humillación en la iglesia. Entonces había jurado que si cualquier miembro de la familia Olufsen llegaba a cometer alguna clase de trasgresión, no habría ninguna piedad para él.
Casi no se atrevía a abrigar la esperanza de que Arne estuviera implicado en la red de espionaje. Aquello sería una venganza muy dulce. Arne se dio cuenta de que estaba siendo observado.
—¡Peter! — Parecía sorprendido, pero no asustado.
—¿Es aquí donde trabajas? — preguntó Peter.
—Cuando hay algún trabajo que hacer.
Arne estaba tan relajado y seguro de sí mismo como siempre. Si tenía algo de lo cual sentirse culpable, lo estaba ocultando muy bien.
—Eres piloto, claro está.
—Esto es una escuela de adiestramiento, pero no tenemos muchos alumnos. Pero lo que realmente me gustaría saber es qué estás haciendo aquí. — Miró al mayor con uniforme alemán que esperaba detrás de Peter—. ¿Alguien ha estado sacando la basura cuando no debía? ¿O quizá ha ido en bicicleta sin luces después de que hubiera oscurecido?
Peter no encontró nada graciosa la jocosa réplica de Arne.
—Es una investigación de rutina —replicó secamente—. ¿Dónde encontraré a tu oficial superior?
Arne señaló uno de aquellos edificios de escasa altura.
—En el cuartel general de la base. Tienes que hablar con el jefe de escuadrón Renthe.
Peter lo dejó y entró en el edificio. Renthe era un hombre larguirucho con un bigote erizado y una expresión hosca. Peter se presentó y dijo:
—He venido a hacerle unas cuantas preguntas a uno de sus hombres, un teniente de vuelo llamado Poul Kirke.
El jefe de escuadrón miró con suspicacia al mayor Schwarz y dijo:
—¿Cuál es el problema?
La réplica «Ninguno que sea de su incumbencia» acudió a los labios de Peter, pero estaba decidido a no perder la calma, así que recurrió a una mentira cortés.
—Ha estado traficando con propiedad robada.
—Cuando se sospecha que un militar puede haber cometido algún crimen, preferimos investigar el asunto nosotros mismos.
—Por supuesto. No obstante… —Movió una mano señalando a Schwarz—. Nuestros amigos alemanes quieren que la policía se ocupe de esto, así que las preferencias que pueda tener usted son irrelevantes. ¿Se encuentra Kirke en la base en este momento?
—Da la casualidad de que está volando.
Peter arqueó las cejas.
—Creía que todos sus aviones tenían que permanecer en tierra.
—Como regla general sí, pero hay excepciones. Mañana esperamos la visita de un grupo de la Luftwaffe y quieren que se los lleve a bordo de nuestros aparatos de adiestramiento, así que hoy tenemos permiso para hacer unos cuantos vuelos de prueba a fin de cerciorarnos de que los aviones están listos para volar. Kirke debería tomar tierra dentro de unos minutos.
—Mientras tanto registraré su alojamiento. ¿Dónde duerme?
Renthe titubeó, y luego respondió de mala gana:
—En el dormitorio A, al final de la pista.
—¿Dispone de un despacho, una taquilla o algún otro sitio en el que pueda guardar cosas?
—Tiene un pequeño despacho tres puertas más abajo en este pasillo.
—Empezaré por allí. Tilde, ven conmigo. Conrad, ve a la pista para recibir a Kirke cuando regrese: no quiero que se nos escurra de entre los dedos. Dresler y Ellegard, registrad el dormitorio A. Gracias por su ayuda, jefe de escuadrón… —Peter vio cómo los ojos del oficial iban hacia el teléfono que había encima del escritorio, y añadió—: No haga ninguna llamada telefónica durante los próximos minutos. Si llegara a advertir a alguien de que vamos para allá, eso constituiría una obstrucción a la justicia. Entonces yo tendría que meterlo en la cárcel, y eso no haría ningún bien ala reputación del ejército, ¿verdad?
Renthe no dijo nada.
Peter, Tilde y Schwarz fueron por el pasillo hasta llegar a una puerta sobre la que se leía INSTRUCTOR JEFE DE VUELO. Un escritorio y un archivador habían sido introducidos a duras penas en una pequeña habitación desprovista de ventanas. Peter y Tilde dieron comienzo al registro y Schwarz encendió otro puro. El archivador contenía historiales de alumnos. Peter y Tilde examinaron pacientemente cada hoja de papel. La pequeña habitación carecía de ventilación, y el escurridizo perfume de Tilde se perdía entre el humo del puro de Schwarz.
Quince minutos después, Tilde soltó una exclamación de sorpresa y dijo:
—Esto es muy extraño.
Peter levantó la vista de los resultados obtenidos en los exámenes por un estudiante llamado Keld Hansen que no había conseguido superar su prueba de navegación.
Tilde le tendió una hoja de papel. Peter la estudió con el ceño fruncido. Contenía un minucioso esbozo de un aparato que Peter no reconoció: una gran antena cuadrada colocada encima de una plataforma, rodeada por un muro. Un segundo dibujo del mismo aparato sin el muro mostraba más detalles de la plataforma, que tenía el aspecto de poder girar.
Tilde miró por encima de su hombro.
—¿Qué piensas que puede ser?
Peter era intensamente consciente de lo cerca que se encontraba ella.
—Nunca había visto nada parecido, pero sea lo que sea me jugaría la granja a que es secreto. ¿Hay alguna cosa más en el expediente?
—No —dijo Tilde, enseñándole un expediente marcado como «Andersen, H. C.».
Peter soltó un gruñido.
—Hans Christian Andersen… Bueno, en sí mismo eso ya es sospechoso. — Dio la vuelta a la hoja, y vio que en el reverso habían dibujado un mapa de una isla cuya larga y delgada forma le era tan fa miliar como el mapa de la misma Dinamarca—. ¡Eso es Sande, donde vive mi padre! — dijo.
Examinándolo con más atención, vio que el mapa mostraba la nueva base alemana y la parte de la playa a la cual estaba prohibido acceder.
—Justo en el blanco —murmuró.
Los ojos azules de Tilde brillaban de excitación.
—Hemos atrapado a un espía, ¿verdad?
—Todavía no —dijo Peter—. Pero estamos a punto de hacerlo.
Salieron del edificio, seguidos por el silencioso Schwarz. El sol ya se había puesto, pero podían ver claramente bajo el suave crepúsculo del largo anochecer del verano escandinavo.
Fueron hasta la pista y se detuvieron junto a Conrad, cerca de donde se encontraban estacionados los aviones. Ya habían empezado a guardarlos para la noche. Un avión era llevado al hangar, con dos auxiliares empujando sus alas y un tercero sosteniendo su cola para mantenerla alejada del suelo.
Conrad señaló un aparato que se estaba aproximando al campo con el viento de cola y dijo:
—Creo que ese debe de ser nuestro hombre.
El avión era otro Tiger Moth. Mientras descendía describiendo una trayectoria de libro de texto y viraba hacia el viento para tomar tierra, Peter pensó que no cabía duda de que Poul Kirke era un espía. La evidencia encontrada en el archivador bastaría para que fuera ahorcado. Pero antes de que eso ocurriera, Peter tenía muchas preguntas que hacerle. ¿Era simplemente un informador, como Ingemar Gammel? ¿Había ido Kirke a Sande para inspeccionar la base aérea y esbozar aquel misterioso aparato? ¿O desempeñaba el mucho más importante papel de coordinador, reuniendo información y transmitiéndola a Inglaterra en mensajes cifrados? Si Kirke era el contacto central, ¿quién había ido a Sande y dibujado el esbozo? ¿Podría haber sido Arne Olufsen? Era posible, pero Arne no había mostrado ninguna señal de culpabilidad hacía una hora cuando Peter llegó inesperadamente a la base. Aun así, quizá valiera la pena ponerlo bajo vigilancia.
Mientras el avión tomaba tierra y rodaba sobre la hierba con un ruidoso traqueteo, uno de los Buick de la policía llegó a toda prisa desde el otro extremo de la pista. Se detuvo con un chirrido de frenos, y Dresler saltó de él llevando algo de un intenso color amarillo.
Peter le lanzó una mirada llena de nerviosismo. No quería ninguna agitación de última hora que pudiera prevenir a Poul Kirke. Mirando a su alrededor, vio que había bajado la guardia por un instante, y debido a ello no se había dado cuenta de que el grupo inmóvil junto a la pista parecía estar un tanto fuera de lugar allí: él vestido con un traje oscuro, Schwarz con uniforme alemán fumando un puro, una mujer, y ahora un hombre que acababa de salir de un coche con una obvia prisa. Parecían un comité de recepción, y la escena podía hacer sonar timbres de alarma dentro de la mente de Kirke.
Dresler fue hacia Peter agitando excitadamente el objeto amarillo, un libro con una sobrecubierta de vivos colores.
—¡Este es su libro de códigos! — dijo. Aquello significaba que Kirke era el hombre clave. Peter contempló el pequeño avión, que había salido de la pista antes de dirigirse hacia el grupo que esperaba, y ahora estaba dejándolos atrás para dirigirse al área de estacionamiento.