—Sí.
—¿Qué clase de trabajo hiciste allí?
—Solo labores de naturaleza general: cavar agujeros, mezclar cemento, llevar ladrillos.
Poul pasó a la parte de atrás del avión y comprobó el movimiento de los planos del timón de profundidad.
—¿Llegaste a averiguar para qué es ese sitio?
—No entonces, no. Despidieron a los trabajadores daneses tan pronto como hubieron terminado el trabajo de construcción, y los alemanes pasaron a ocuparse de todo. Pero estoy casi seguro de que es alguna clase de estación de radio.
—Creo que mencionaste eso la última vez. Pero ¿cómo lo sabes?
—He visto el equipo.
Poul lo miró fijamente, y Harald se dio cuenta de que no le estaba preguntando todo aquello porque sí.
—¿Es visible desde fuera?
—No. El lugar está vigilado y rodeado por una valla; el equipo de radio queda escondido por los árboles, excepto en el lado que da al mar, y está prohibido acceder a esa parte de la playa.
—¿Y entonces cómo es que lo viste?
—Tenía mucha prisa por llegar a casa, así que tomé por un atajo a través de la base.
Poul se acuclilló detrás del timón de dirección y comprobó el patín de la cola.
—¿Y qué fue lo que viste?
—Una gran antena, la mayor con la que me he encontrado jamás. Tendría unos treinta metros cuadrados y estaba colocada encima de una base rotatoria.
El auxiliar de vuelo que había estado llenando el depósito del avión interrumpió la conversación.
—Listos cuando usted lo esté, señor.
—¿Listo para volar? — le preguntó Poul a Harald.
—¿Delante o detrás?
—El alumno siempre se sienta detrás.
Harald subió a la carlinga. Tuvo que ponerse de pie en el cubo del asiento para luego deslizarse hacia abajo dentro de él. La carlinga era muy estrecha y Harald se preguntó cuántos pilotos gordos conseguirían introducirse en ella; entonces cayó en la cuenta de que no había pilotos gordos.
Debido al ángulo elevado con que el avión descansaba sobre la hierba, no podía ver nada ante él aparte del despejado cielo azul. Harald tuvo que inclinarse hacia un lado para poder ver el suelo.
Puso los pies encima de los pedales del timón de dirección y la mano derecha sobre la palanca de control. Movió experimentalmente la palanca de un lado a otro y vio cómo los alerones subían y bajaban al compás de su orden. Luego tocó con la mano izquierda las palancas de la válvula de estrangulación y el timón de dirección.
Justo enfrente de su carlinga había dos pequeñas protuberancias en el fuselaje que supuso serían los interruptores de los imanes gemelos.
Poul se inclinó sobre Harald para ajustarle el arnés de seguridad.
—Estos aviones fueron diseñados para el adiestramiento, por lo que tienen controles dobles —dijo—. Mientras yo esté pilotando, mantén las manos y los pies encima de los controles sin ejercer ninguna clase de presión y siente cómo los voy moviendo. Ya te avisaré cuando tengas que tomar el mando.
—¿Cómo hablaremos?
Poul señaló un tubo de goma en forma de Y que recordaba el estetoscopio de un médico.
—Esto funciona igual que el tubo para hablar de una embarcación.
Enseñó a Harald cómo había que colocar los extremos del tubo en las sujeciones para los oídos en su casco de vuelo. El pie de la Y desaparecía dentro de una cañería de aluminio que indudablemente llevaba a la carlinga delantera. Otro tubo con una boquilla se utilizaba para hablar.
Poul subió al asiento delantero. Un instante después Harald oyó su voz a través del tubo de comunicación.
—¿Puedes oírme?
—Alto y claro.
El auxiliar de vuelo se colocó junto a la parte delantera izquierda del avión y acto seguido hubo un diálogo a gritos, con el auxiliar haciendo preguntas y Poul respondiendo a ellas.
—¿Listo para empezar, señor?
—Listo para empezar.
—¿Combustible abierto, interruptores desconectados, válvula de estrangulación cerrada?
—El combustible está abierto, los interruptores están desconectados, la válvula está cerrada.
Harald esperaba que llegados a ese punto el auxiliar de vuelo hiciera girar la hélice, pero lo que hizo fue ir al lado izquierdo del avión, abrir la capota del fuselaje y hurgar en el motor, Harald supuso que terminando de ajustarlo. Luego cerró el panel y volvió a la proa del avión.
—Aspirando, señor —dijo, y luego alzó los brazos y tiró de la pala de la hélice hacia abajo. Repitió la acción tres veces, y Harald supuso que aquel procedimiento introducía combustible en los cilindros.
Acto seguido el auxiliar pasó por debajo del ala inferior y accionó los dos pequeños interruptores que había enfrente de la carlinga de Harald.
—¿Válvula lista?
Harald sintió cómo la palanca del control de dirección se movía cosa de un centímetro hacia delante bajo su mano, y luego oyó que Poul decía:
—Válvula lista.
—Contacto.
Poul se inclinó hacia delante y accionó los interruptores que había delante de su carlinga.
El auxiliar de vuelo volvió a hacer girar la hélice, esta vez apresurándose a retroceder inmediatamente después de haberlo hecho. El motor se encendió y la hélice giró. Hubo un rugido, y el pequeño avión tembló. Harald tuvo una súbita y vívida sensación de lo ligero y frágil que era, y recordó con una especie de conmoción de qué estaba hecho: no de metal, sino de madera y tela. La vibración no era como la de un coche o una motocicleta, que en comparación uno notaba sólida y firmemente unida al suelo. Aquello se parecía más a trepar por un árbol joven y sentir cómo el viento sacudía sus delgadas ramas.
Harald oyó la voz de Poul hablando por el tubo.
—Tenemos que dejar que se caliente el motor. Tarda unos cuantos minutos.
Harald pensó en las preguntas que le había hecho Poul acerca de la base en Sande. Estaba seguro de que aquello no era mera curiosidad. Poul tenía un propósito. Quería conocer la importancia estratégica de la base. ¿Por qué? ¿Formaba parte Poul de algún movimiento de resistencia secreto? ¿De qué otra cosa podía tratarse?
El sonido del motor subió de tono, y Poul extendió la mano y volvió a apagar y encender los interruptores de los imanes, llevando a cabo lo que Harald supuso era otra comprobación de seguridad. Entonces el tono del motor bajó hasta convertirse en un tranquilo zumbido, y finalmente Poul indicó al auxiliar que ya podía quitar los calces de las ruedas. Harald sintió una sacudida, y el avión empezó a avanzar.
Los pedales se movieron debajo de los pies de Harald cuando Poul utilizó el timón de dirección para ir guiando el avión por encima de la hierba. Rodaron a lo largo de la pista, que estaba marcada con banderitas, viraron hacia el viento y se detuvieron y Poul dijo:
—Unas cuantas comprobaciones más antes de que despeguemos.
Por primera vez, a Harald se le ocurrió pensar que lo que se disponía a hacer era peligroso. Su hermano llevaba años volando sin tener ningún accidente, pero otros pilotos se habían estrellado, y algunos habían muerto. Se dijo que las personas morían dentro de coches, encima de motocicletas y a bordo de embarcaciones, pero de algún modo aquello era diferente. Harald se obligó a dejar de pensar en los peligros. No iba a dejarse arrastrar por el pánico y hacer el ridículo delante de la clase.
De pronto la palanca de la válvula de estrangulación se deslizó rápidamente hacia delante debajo de su mano, el motor rugió más fuerte, y el Tiger Moth echó a rodar impacientemente por la pista. Pasados solo unos segundos, la palanca de control se apartó de las rodillas de Harald, y sintió cómo su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia delante cuando la cola se elevó por detrás de él. El pequeño avión adquirió velocidad, estremeciéndose y traqueteando sobre la hierba. La sangre de Harald parecía vibrar de pura excitación. Entonces la palanca volvió a retroceder bajo su mano, el avión pareció salir despedido del suelo y se encontraron en el aire.
Era muy emocionante. Siguieron subiendo. Harald pudo ver un pueblecito a un lado. En la atestada Dinamarca, no había muchos sitios desde los que no se pudiera ver un pueblecito. Poul ladeó el avión hacia la derecha. Sintiéndose bruscamente inclinado hacia un lado, Harald luchó con la aterradora idea de que iba a caerse de la carlinga.
Para tranquilizarse, miró los instrumentos. El contador de revoluciones por minuto mostraba 2.000 rpm, y su velocidad era de 95 kilómetros por hora. Ya estaban a 300 metros de altitud. La aguja del indicador de posición señalaba directamente hacia arriba.
El avión se niveló. La palanca de la válvula retrocedió, la nota del motor bajó de tono, y las revoluciones descendieron a 1.900.
—¿Estás sosteniendo la palanca? — preguntó Poul.
—Sí.
—Comprueba la línea del horizonte. Probablemente pasa a través de mi cabeza.
—Entra por una oreja y sale por la otra.
—Cuando suelte los controles, quiero que te limites a mantener niveladas las alas y el horizonte en el mismo sitio con relación a mis orejas.
—De acuerdo —dijo Harald, sintiéndose muy nervioso.
—Tienes el control.
Harald sintió que el avión cobraba vida en sus manos, conforme cada leve movimiento que hacía afectaba a su vuelo. La línea del horizonte cayó hacia los hombros de Poul, indicando con ello que el morro se había elevado, y Harald se dio cuenta de que un miedo a precipitarse hacia el suelo del que apenas si era consciente estaba haciendo que tirase de la palanca. La desplazó infinitesimalmente hacia delante, y tuvo la satisfacción de ver cómo la línea del horizonte subía lentamente hasta quedar situada en las orejas de Poul.
Entonces el avión se bamboleó y se inclinó súbitamente hacia un lado. Harald tuvo la sensación de que había perdido el control y estaban a punto de caer del cielo.
—¿Qué ha sido eso? — gritó.
—Solo una ráfaga de viento. Corrige para compensarla, pero no demasiado.
Reprimiendo el pánico, Harald volvió a empujar la palanca hacia la dirección del ladeo. El avión se bamboleó inclinándose bruscamente en la dirección opuesta, pero al menos ahora Harald sentía que lo estaba controlando, y volvió a corregir la inclinación con otro pequeño movimiento. Entonces vio que estaba volviendo a ascender y bajó el morro. Descubrió que tenía que concentrarse al máximo en responder al más ligero movimiento del avión solo para mantener un rumbo. Tenía la sensación de que un error podía enviarlo a estrellarse contra el suelo.
Cuando Poul habló, Harald se sintió bastante molesto por aquella interrupción.
—Eso ha estado muy bien —dijo Poul—. Le estás cogiendo el truco.
Harald pensó que solo necesitaba seguir practicando durante un par de años.
—Ahora presiona ligeramente los pedales del timón de dirección con ambos pies —dijo Poul. Harald llevaba un rato sin pensar en sus pies.
—De acuerdo —dijo bruscamente.
—Mira el indicador de virajes e inclinación.
Por el amor de Dios, quería decirle Harald, ¿cómo puedo hacer eso y pilotar el avión al mismo tiempo? Se obligó a apartar por un segundo los ojos del horizonte y mirar el panel de instrumentos. La aguja continuaba estando en la posición de las doce del mediodía. Harald miró nuevamente el horizonte y descubrió que había vuelto a levantar el morro del aparato. Lo corrigió.
—Cuando yo aparte el pie del timón de dirección —dijo Poul—, descubrirás que el morro del aparato girará hacia la izquierda y hacia la derecha debido a la turbulencia. En caso de que no estés seguro, comprueba el indicador. Cuando el avión se desvíe hacia la izquierda, la aguja se moverá hacia la derecha, diciéndote que ejerzas presión con el pie derecho para corregir la desviación.
—De acuerdo.
Harald no sintió ningún movimiento hacia un lado, pero cuando por fin consiguió echarle una mirada al dial unos instantes después vio que estaba girando hacia la izquierda. Presionó el pedal correspondiente del timón de dirección con el pie derecho. La aguja no se movió. Harald pisó el pedal con más fuerza. Lentamente, la aguja fue retrocediendo hacia la posición central. Harald miró hacia arriba y vio que estaba descendiendo un poco. Tiró de la palanca hacia atrás. Volvió a comprobar el indicador de virajes e inclinación. La aguja se mantenía inmóvil.
Todo habría parecido muy fácil si no se hubiera encontrado a cuatrocientos metros por encima del suelo.
—Ahora probemos con un viraje —dijo Poul.
—Oh, mierda —dijo Harald.
—En primer lugar, mira a la izquierda para ver si hay algún obstáculo.
Harald miró a la izquierda. En la lejanía pudo ver a otro Tiger Moth, presumiblemente con uno de sus compañeros de clase a bordo, haciendo lo mismo que él. Aquello era tranquilizador.
—No hay nada cerca —dijo.
—Mueve la palanca hacia la izquierda.
Harald así lo hizo. El avión se inclinó hacia la izquierda y Harald volvió a experimentar la vertiginosa sensación de que iba a caerse de él. Pero entonces el avión empezó a virar hacia la izquierda, y Harald sintió una oleada de excitación cuando comprendió que estaba orientando el Tiger Moth.
—En un viraje, el morro tiende a bajar —dijo Poul.
Harald vio que el avión realmente estaba descendiendo, y tiró de la palanca.
—Echa una mirada a ese indicador de virajes e inclinación —dijo Poul—. Estás haciendo el equivalente a un patinazo.
Harald comprobó el dial y vio que la aguja se había movido hacia la derecha. Presionó el pedal del timón de dirección con el pie derecho. Una vez más, este respondió muy lentamente.
El avión había virado a través de noventa grados, y Harald ardía en deseos de nivelarlo y volver a sentirse a salvo, pero Poul pareció leerle la mente —o quizá fuese que todos los alumnos sentían lo mismo una vez llegados a ese punto— y dijo:
—Continúa virando, lo estás haciendo muy bien.
A Harald el ángulo de la inclinación le parecía peligrosamente pronunciado, pero mantuvo el viraje, comprobando cada pocos segundos el indicador de inclinación y manteniendo el morro del aparato dirigido hacia arriba. Mirando por el rabillo del ojo vio un autobús que corría por la carretera debajo de ellos, como si en el cielo no estuviera sucediendo nada dramático y no hubiera absolutamente ningún peligro de que un estudiante de la Jansborg Skole se precipitara de las alturas en cualquier momento para encontrar la muerte al chocar con su techo.