Vinieron de la Tierra (12 page)

Read Vinieron de la Tierra Online

Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Vinieron de la Tierra
5.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Dice que con la panilla del deflector en un campo de cuatrocientos gauss la corriente de la placa del acelerador será de cuarenta milésimas. Bien, no importa que sea en un campo o no. Eso es normal para el elemento bajo cualquier condición.

»Pero ese es el único lugar en todo el libro que indica que la operatividad normal del tubo es en este campo en particular. Había un montón de bobinas, pero ninguna designación, excepto que eran bobinas de campo estático.

»Sobre las bases de ese único indicio puse los tubos y las bobinas juntos y descubrí una explicación para el desconocido «factor albión» que había estado buscando. Y todo funciona así. No puede ser meramente accidental. Tienes razón sobre el catálogo y los escritores técnicos en general, pero el tipo que ha elaborado éste era un genio.

»Sin embargo, sigo sin poder aceptar la conclusión de que se suponía que yo debía montar esto, de que iba a ser forzado deliberadamente a ello.

—¿Puede tratarse de alguna especie de dispositivo tipo caballo de Troya?

—No veo cómo pudiera serlo. ¿Qué es lo que puede hacer? Como arma de radiaciones no puede tener un radio de acción muy amplio… espero.

Joe se volvió hacia la puerta.

—Quizá sea una buena suerte que hayas roto ese tubo.

El montón de componentes cuyo lugar en el conjunto aún faltaba por determinar era sorprendentemente pequeño, pensó Cal, mientras abandonaba el laboratorio poco después de medianoche.

Muchos de los circuitos estaban completados y habían sido probados, con una respuesta que podía ser o no adecuada a su diseño. Pero, al menos, nada había estallado. A la tarde siguiente Joe llamó de nuevo.

—Hemos perdido nuestro contacto. Acabo de recibir simplemente un télex de la Continental. Quieren saber de qué demonios estamos hablando en nuestra carta de ayer… la que pedía un repuesto.

Hubo tan sólo un largo silencio.

—Cal… ¿sigues ahí?

—Sí, estoy aquí. Llama de mi parte a la Compañía Oceánica de Tubos y pídeles que manden aquí a uno de sus mejores ingenieros… Jerry Lainer, si está por ahí en estos momentos. Veremos si puede reconstruir el tubo para nosotros.

—Eso va a costar dinero.

—Lo pagaré de mi propio bolsillo si es necesario. Esto está ya casi terminado.

¿Por qué habían interrumpido el contacto?, se preguntó Cal. ¿Habían descubierto que su conexión había sido un error? ¿Y qué iba a ocurrir si él terminaba el interocitor? Se preguntó si habría alguien con quien comunicarse cuando lo hubiera terminado.

Estaba tan cerca del final ahora, que estaba empezando a sufrir los habituales ataques que asaltan normalmente a los ingenieros cuando un esquema atrevido está finalmente listo para ser probado. Sólo que esta vez era mil veces peor debido a que ni siquiera sabía si podría reconocer la correcta operatividad del interocitor cuando la viera.

Estaba completo en un noventa por ciento, y seguía sin poder detectar ninguna coherencia en el conjunto. Parecía estar totalmente vuelto hacia sí mismo. De acuerdo, había allí una masiva fuente de radiación, pero parecía disiparse por entero dentro del instrumento. No había ninguna parte que pudiera actuar concebiblemente como una antena para radiar o recoger radiaciones, proporcionando así los medios de la comunicación.

Cal repasó una y otra vez sus deducciones de los circuitos, pero cuanto más repasaba los indicios disponibles, más seguro estaba de que el montaje era correcto. No había ninguna ambigüedad en ninguno de los indicios, que parecían haber sido distribuidos estratégicamente.

Finalmente apareció Jerry Lainer. Cal se limitó a tenderle el roto tubo caterimino, y no le dejó ver nada del resto del equipo. Jerry miró el tubo y frunció el ceño.

—¿Desde cuándo ponéis jaulas de ardilla en tubos de cristal? ¿Qué demonios es esta cosa?

—Alto secreto —dijo Cal—. Todo lo que deseo saber es si puedes duplicarlo.

—Por supuesto. ¿Dónde obtuviste éste?

—Secreto militar.

—Parece muy simple. Probablemente podremos duplicarlo en tres semanas o así.

—Mira, Jerry. Deseo tenerlo de vuelta en tres días.

—Cal, tú sabes que no podemos…

—La Oceánica no es el único fabricante de tubos…

—De acuerdo, explotador. Te garantizo que lo recibirás por correo aéreo urgente dentro de quince días.

—Estupendo.

Durante dos noches consecutivas Cal no fue a casa. Se concedió una cabezada de media hora sobre un banco del laboratorio a primeras horas de la mañana. Y al segundo día le podía cualquier técnico del laboratorio recién llegado.

Pero el interocitor estaba terminado. La realización parecía más un sueño que una realidad, pero cada una de las casi cinco mil partes habían sido finalmente incorporadas el conjunto detrás de los paneles… excepto el tubo roto.

Sabía que el montaje era correcto. Con una casi obsesiva convicción, estaba seguro de que había construido el interocitor exactamente tal como los desconocidos ingenieros lo habían diseñado. Cerró con llave el cuarto y dejó una nota a Joe para que lo llamara apenas Jerry hubiera enviado el tubo, luego se fue a casa y durmió veinticuatro horas seguidas.

Cuando finalmente regresó al laboratorio se encontró con una docena de problemas de producción en el transmisor de las líneas aéreas, y por una sola vez se sintió agradecido por ello. Le ayudaron a reducir la tensión de la espera, el ansia de averiguar cómo actuaría el ensamblaje de todos aquellos componentes alienígenas cuando finalmente conectara la energía a todo el conjunto.

Estaba aún trabajando en la remodelación de uno de los subensamblajes del transmisor cuando llegó la hora de salida. Sólo fue debido a que Nell Joy, el recepcionista de la entrada principal, estaba esperando a un amigo, que recibió el paquete. Le llamó a las ocho y cinco.

—¿Señor Meacham? No sabía si estaría usted aún aquí o no. Aquí hay un chico con un envío especial a su nombre. Parece importante. ¿Lo desea ahora?

—¡Claro que lo deseo!

Ya estaba fuera de su despacho, firmando el recibo del envío, antes incluso de haber colgado el teléfono. Abrió el paquete durante el camino de vuelta al laboratorio.

4 — ¡Contacto!

¡Ahí estaba!

Un magnífico trabajo de duplicación, tal como hubiera deseado. Cal podía jurar que no había ninguna diferencia visual entre él y el original. Pero la prueba eléctrica diría la palabra definitiva.

En el laboratorio, puso el duplicado en el comprobador que había preparado, y comprobó el albión. Aquél era el factor crítico.

Frunció el ceño cuando el indicador señaló una desviación de un diez por ciento, pero dos de los originales tenían tolerancias de una magnitud similar. Funcionaría.

Su mano no estaba muy firme cuando colocó el tubo en su alvéolo. Retrocedió unos instantes, contemplando el instrumento completo.

Luego dio la vuelta al conmutador principal del panel de energía.

Contempló ansiosamente las invisibles manos eléctricas que avanzaban a lo largo de los paneles, energizando los circuitos uno tras otro.

Intrincados ajustes en los paneles de control pusieron los indicadores en línea con las especificaciones del catálogo, que a aquellas alturas se sabía prácticamente de memoria… pero que estaban escritas junto a los indicadores para mayor seguridad.

Luego, lentamente, la grisácea pantalla del cubo visor se iluminó. Oleadas de polícromos matices la barrieron. Parecía como si una imagen estuviera intentando formarse, pero permanecía desenfocada, tan sólo una mancha de color.

—Gire el intensificador —dijo de pronto una voz masculina—. Eso dará nitidez a su pantalla.

Para Cal, aquello fue como palabras brotando de pronto a medianoche en una casa repleta de fantasmas. El sonido procedía del lugar desconocido al que estaba conectado el interocitor… pero la voz era humana.

Avanzó hacia el panel y ajustó el mando. La informe mancha de color cambió a líneas definidas, fundiéndose en una imagen. Y Cal miró.

No sabía lo que había esperado. Pero la prosaica imagen en color del hombre que le miraba desde la pantalla era demasiado vulgar después de las largas semanas de esfuerzos pasadas con el interocitor.

Y sin embargo, había algo ignoto en los ojos del hombre… algo afín a lo ignoto que había también en el interocitor. Cal se acercó lentamente a la pantalla, incapaz de apartar la mirada de aquel rostro, con la respiración intensa y acelerada.

—¿Quién es usted? —dijo, casi inaudiblemente—. ¿Qué es lo que he construido?

Por un momento el hombre no respondió, como si no hubiera oído. Su imagen era imponente y aparentaba estar entrando en la edad madura. Era de anchas espaldas y de rasgos masculinamente atractivos. Pero eran sus ojos los que atraían a Cal con una fuerza tan intensa… unos ojos que parecían ser conscientes de la responsabilidad de toda la gente en el mundo.

—¿Quién es usted? —repitió suavemente Cal.

—Lo habíamos dado ya por perdido —dijo finalmente el hombre—. Pero lo ha conseguido. Y con gran éxito además.

—¿Quién es usted? ¿Qué es este… este interocitor que he construido?

—El interocitor es simplemente un instrumento de comunicación. Construirlo era algo mucho más difícil. Entenderá lo que quiero decir dentro de un momento. Su primera pregunta es más difícil de responder, pero lo intentaré.

»Soy el representante de contratación de un grupo… un cierto grupo que tiene urgente necesidad de hombres, de expertos tecnólogos. Tenemos una gran demanda de empleados prospectivos. De modo que les exigimos que pasen una prueba de aptitud a fin de medir algunas de esas cualificaciones que deseamos de ellos.

»¡Usted ha pasado esa prueba!

Por un momento, Cal se quedó mirando sin comprender.

—¿Qué quiere decir? Esto no tiene sentido. No he hecho ninguna solicitud para trabajar con sus… con su empresa.

La débil huella de una sonrisa cruzó el rostro del hombre.

—No. Nadie lo hace. Nosotros elegimos a nuestros propios solicitantes y los probamos, sin que ellos se den cuenta en absoluto de que están siendo probados. Debo felicitarle por sus resultados.

—¿Qué le hace pensar que estoy interesado en trabajar para su empresa? Ni siquiera é quiénes son, y mucho menos el trabajo que quieren que realice.

—No hubiera llegado usted hasta tan lejos a menos que estuviera interesado en el trabajo que tenemos que ofrecerle.

—No comprendo.

—Usted ha visto el tipo de tecnología que poseemos. No importa quiénes o qué seamos: habiendo llegado hasta tan lejos, usted nos perseguirá hasta los confines de la Tierra para descubrir cómo alcanzamos esa tecnología y aprender su maestría para sí mismo. ¿Es o no cierto?

La arrogante verdad de la afirmación del hombre fue como un golpe físico que hizo retroceder a Cal. No había inseguridad en la voz del hombre. Sabía lo que Cal iba a hacer con más seguridad de la que lo sabía el propio Cal en aquel momento.

—Parece usted muy seguro de eso.

A Cal le fue difícil alejar de su voz una impulsiva hostilidad.

—Lo estoy. Elegimos a nuestros solicitantes muy cuidadosamente. Efectuamos nuestras ofertas únicamente a aquellos que estamos seguros que van a aceptar. Ahora, puesto que está usted a punto de unirse a nosotros, aliviaré su mente de algunas tensiones innecesarias.

»Indudablemente se le habrá ocurrido, como se les ocurre a todos los seres pensantes de nuestros días, que los científicos han efectuado un trabajo particularmente abominable ofreciendo las herramientas que han creado. Como operarios descuidados e indiferentes, han arrojado los productos de su ingenio a parloteantes monos y babuinos. Los resultados han sido como mínimo desastrosos.

»Pero no todos los científicos, sin embargo, han sido tan indiferentes. Hay un grupo de nosotros que hemos formado una organización con la finalidad de obtener una mejor y más conservadora distribución de esas herramientas. Podemos llamarnos a nosotros mismos los Ingenieros de la Paz. Nuestros motivos tal vez engloban todas las implicaciones que usted pueda darle honestamente al término.

»Pero necesitamos hombres… Técnicos, hombres imaginativos, hombres de buena voluntad, hombres de excelentes habilidades en ingeniería… y nuestro método no puede ser precisamente directo. De ahí nuestra forma de entrar en contacto con usted. Implica simplemente una intercepción del correo en una manera que usted aún no podría comprender.

»Usted ha superado nuestra prueba de aptitud, y de una forma mucho mejor que algunos de sus compañeros ingenieros en esa comunidad.

Cal pensó inmediatamente en Edmunds y en los engranajes sin dientes y en el contenido de la pulidora de tambor.

—Esas otras cosas… —dijo—. ¿Su misión era conducir a la misma solución?

—Sí. De una forma algo diferente, por supuesto. Pero esta es toda la información que puedo darle por el momento. La siguiente consideración es que venga usted aquí.

—¿Dónde? ¿Dónde está usted? ¿Cómo puedo ir?

La facilidad con que su mente aceptó el hecho de su marcha le impresionó y le hizo estremecerse. ¿No había ninguna otra alternativa que debiera considerar? ¿Por qué razón debía aliarse con aquel grupo desconocido que se llamaba a sí mismo los Ingenieros de la Paz? Buscó razones racionales por las que no debiera hacerlo.

Había pocas que pudiera encontrar. De hecho, ninguna. Estaba solo, sin familia ni obligaciones. No tenía lazos profesionales particulares que le impidieran marcharse en cualquier momento.

Y en cuanto a cualquier amenaza personal que pudiera existir en su aliarse a los Ingenieros de la Paz… Bien, no temía demasiado a lo que pudiera ocurrirle personalmente.

Pero en realidad ninguno de esos factores poseía la menor influencia. Había únicamente una cosa que le preocupaba. Tenía que saber más acerca de aquella fantástica tecnología que ellos poseían.

Y ellos habían sabido cuál era el factor capaz de arrastrarle.

El entrevistador hizo una pausa como si captara lo que había en la mente de Cal.

—Conocerá usted las respuestas a todas sus preguntas a su debido tiempo —dijo—.

¿Puede estar listo mañana?

—Estoy listo ahora —dijo Cal.

—Mañana será suficiente. Nuestro avión aterrizará en su campo de aviación exactamente al mediodía. Aguardará allí quince minutos. Partirá sin usted si no está usted allí a tiempo. Lo conocerá por su color. Un aparato negro con una sola franja horizontal de color naranja, del tipo BT-13 del ejército.

Other books

The Man From Beijing by Henning Mankell
Branded for Murder by Dick C. Waters
Lifetime Guarantee by Gillham, Bill
Make Me Work by Ralph Lombreglia
Sunflowers by Sheramy Bundrick
Conjure by Lea Nolan