—Parece algo más grande que eso —dijo Cal dubitativamente—. Aunque sabemos que hacen sus envíos a través de la Continental.
—¿Qué piensas hacer al respecto?
—¿Hacer? Bueno, intentar descubrir quiénes son realmente, por supuesto. Si esto es o que parece ser, voy a seguir en contacto con ellos. ¿Te importa que me lleve este catálogo? Me gustaría estudiarlo a fondo esta noche en casa. Te lo devolveré mañana por la mañana. Es probable que desee encargar algunas otras cosas de esas, simplemente para ver qué pasa.
—Por mí no hay inconveniente —dijo Joe—. No sé de qué va nada de eso. No soy ingeniero… sólo un estúpido agente de compras de esta empresa.
—En algunos aspectos, tendrías que estar agradecido por ello —dijo Cal.
El suburbio de Masón era un pequeño lugar en las afueras, un centro industrial moderadamente concentrado. Junto a Ryberg Instrumentos había allá la Compañía del Este de Máquinas y Herramientas, Metalúrgicos Asociados, una pequeña planta troqueladora y una fábrica de máquinas grapadoras.
Esta concentración de pequeñas industrias en el suburbio traía consigo un igualmente concentrado orden social de ingenieros y sus familias. La mayoría de ellos tenían esposa hijos, pero Cal Meacham no se hallaba todavía entre ellos.
Había permanecido soltero durante sus treinta y cinco años de vida, y parecía como si estuviera dispuesto a seguir así. Admitía que a veces se sentía solo, pero consideraba que valía la pena cuando oía a Frank Staley levantándose a las dos de la madrugada en el apartamento de arriba, intentando hacer callar a su hijo recién nacido. A Cal le gustaba su trabajo de ingeniero con una tal intensidad que le compensaba con creces de cualquiera de las alegrías de la vida familiar que podía echar en falta.
Comió en la cafetería de la compañía y se fue a casa para estudiar el increíble catálogo que Joe Wilson había obtenido. Cuanto más pensaba en las cosas relacionadas y descritas allí, más se inflamaba su imaginación.
No comprendía cómo tales logros en el campo de la ingeniería podían haber pasado inadvertidos. Y, ¿por qué eran anunciados de una forma tan prosaica en un ordinario catálogo de fabricación? Aquello no tenía sentido.
Se dejó caer en su sillón preferido con el catálogo abierto sobre sus rodillas. La sección de los componentes del interocitor era la que más le fascinaba. Todo el resto del catálogo listaba simplemente componentes aislados, y no había ningún otro aparato completo excepto el mencionado interocitor.
Pero no había ni la menor referencia dé lo que era el interocitor, su funcionamiento o su finalidad. A juzgar por la lista de componentes, sin embargo, y algunos de los submontajes que se mostraban, era una pieza de equipo terriblemente compleja.
Se preguntó por unos instantes si sería algún aparato construido con fines militares cuya comercialización no hubiera recibido luz verde hasta ahora.
Tomó el último ejemplar del
Hágaselo usted mismo
y rebuscó en el catálogo de la sección de ofertas. Joe había estado en lo cierto comparando el trabajo de ensamblar un interocitor al de un ingeniero mecánico intentando construir una radio a través de las ofertas de aquel catálogo. ¿Cuántas indicaciones podía encontrar en el catálogo un ingeniero mecánico acerca de las finalidades de los componentes de una radio?
Prácticamente ninguna. No podía esperar representarse un interocitor sin más datos que un catálogo de sus componentes. Abandonó sus especulaciones. Ya se había hecho la idea de ir a la Continental y descubrir qué había detrás de todo aquello… y quizá dedicarse a trabajar en aquel tema. Tenía que saber más al respecto.
A las siete llamaron a su puerta. Encontró a Frank Staley y a otros dos ingenieros del piso de arriba de pie en el descansillo.
—Las mujeres están de tertulia —dijo Frank—. ¿Qué te parece un póquer?
—Por supuesto, me irá bien un poco de dinero extra esta semana. Pero vosotros, muchachos, ¿estáis seguros de poder resistir las pérdidas?
—Ja, pérdidas, dice —exclamó Frank. Se volvió a los otros—: ¿Le decimos la buena forma en que nos sentimos esta noche, chicos?
—Dejemos que lo descubra por sí mismo —dijo Edmunds, uno de los principales ingenieros mecánicos de la Compañía del Este.
A las nueve y media Cal lo había descubierto por sí mismo. Incluso con las apuestas mínimas que se permitían, llevaba perdidos ya cuarenta y cinco dólares.
Jugó su última mano.
—Para mí ya es bastante por esta noche. Vosotros podéis permitiros perder el dinero de un par de meses de vuestras comidas, pero nadie va a hacerme la mía si no puedo comprarla en la compañía.
Edmunds se reclinó en su asiento y se echó a reír.
—Te dije que esta noche estábamos en forma. Pareces tan preocupado como lo estaba hoy Peter, nuestro agente de compras. Hace un tiempo le encargué unos engranajes especiales, y cuando llegaron descubrimos que le habían enviado dos ruedas perfectamente lisas.
»Estuvo a punto de darse con la cabeza contra el techo, pero luego descubrió que una rueda giraba contra la otra como si fuera un perfecto engranaje. No pudo imaginar cómo.
Ni yo tampoco, cuando lo vi. Así que las monté sobre ejes y puse un motor en una y un pequeño freno en la otra.
»Lo creas o no, esas cosas podían transmitir cualquier impulso que se les imprimiera hasta trescientos cincuenta caballos de potencia. Había una perfecta transferencia sin ningún deslizamiento o retroceso medibles, aunque tú podías sacar las ruedas de sus ejes sin que se apreciara ninguna unión entre ellas. La cosa más loca que se haya visto nunca.
Como alguna canción familiar en otro idioma, la historia de Edmunds creó una oleada de casi aterrador reconocimiento en la mente de Cal. Mientras Staley y Larsen, el tercer ingeniero, escuchaban con educada incredulidad, Cal permaneció sentado con una absoluta inmovilidad, sabiendo que todo aquello era cierto. Pensó en el extraño catálogo de su maletín.
—¿Sabes de dónde venían los engranajes? —preguntó.
—No, pero por supuesto pienso averiguarlo. Créeme, si podemos descubrir el secreto de esas ruedas, vamos a revolucionar toda la ciencia de la ingeniería mecánica. No vinieron del lugar donde las encargamos. Eso lo sabemos. Vinieron de algún otro lugar llamado simplemente «Servicios Mecánicos — Unidad Ocho». Ninguna dirección. Quienesquiera que sean tienen que ser unos genios, además de una gente de negocios absolutamente estúpida.
Servicios Electrónicos — Unidad 16, Servicios Mecánicos — Unidad 8… Tenía que ser algo más grande de lo que había supuesto, pensó Cal.
Se dirigió a la pequeña cocina para preparar algunas bebidas. Oyó a Larsen en la otra habitación llamando a Edmunds tres veces mentiroso. Dos ruedas perfectamente lisas no podían transmitir ningún movimiento de aquel tipo por simple fricción.
—Yo no he dicho que hubiera fricción —estaba diciendo Edmunds—. Se trataba de alguna otra cosa… no sabemos el qué.
Alguna
otra
cosa, pensó Cal. ¿Podía captar Edmunds el significado de tales ruedas? Eran una evidencia tan grande de algún tipo de cultura mecánica extraña como los condensadores eran una evidencia de algún tipo de cultura electrónica extraña.
Al día siguiente se dirigió a la factoría de la Continental, con la esperanza notablemente disminuida de descubrir la solución allí. Su viejo amigo Simón Foreman seguía aún a cargo de la investigación en condensadores. Le mostró a Simón la cuenta, y Simón dijo:
—¿Qué tipo de chisme es este?
—Un condensador de cuatro microfaradios. Vosotros nos lo enviasteis. Quiero saber más sobre ello.
Cal examinó de cerca el rostro del ingeniero.
Simón agitó la cabeza mientras tomaba la cuenta.
—¡Estás loco! Un condensador de cuatro microfaradios… ¡Nunca te enviamos nada así! Sabía que Simón estaba diciendo la verdad.
Fue la historia de Edmunds acerca de los engranajes sin dientes lo que le hizo más fácil a Cal aceptar el hecho de que los condensadores y el catálogo no habían venido de la Continental. Decidió esto durante el viaje en tren hasta su casa.
Pero, ¿quiénes eran los ingenieros responsables de aquel producto? ¿Por qué era imposible localizarlos? El correo llegaba a Servicios Electrónicos a través de la Continental. Se preguntó acerca de Servicios Mecánicos. ¿Había recibido la Compañía del Este un catálogo de componentes mecánicos extraños?
Pero su visita a la Continental había sido lanzarse contra una pared sin ninguna puerta. Nadie admitió haber recibido el pedido de condensadores, y Cal sabía que ninguno de los hombres de Simón Foreman era capaz de desarrollar algo como aquello.
¡Y aquél catálogo! No era bastante con listar un conjunto de componentes no familiares. Estaba impreso en alguna sustancia desconocida que parecía papel tan sólo superficialmente.
Este era otro detalle que hablaba no solamente de avances aislados en ingeniería sino de toda una cultura totalmente desconocida para él. Y eso era del todo imposible. ¿Dónde podía existir una cultura así? Independientemente de la naturaleza fantástica de la tarea, había tomado la decisión de hacer lo que al principio había sugerido tan sólo como una broma. Iba a intentar la construcción de un interocitor. De algún modo tenía la sensación de que allí encontraría algunos indicios acerca de los orígenes de aquella fantástica ingeniería.
¿Pero cómo podía construirlo? En un primer momento lo había desechado como imposible, pero ahora tenía la convicción de que el problema debía ser analizado más a fondo. En el catálogo había ciento seis componentes separados, pero sabía que no era simplemente asunto de ordenarlos convenientemente y ensamblarlos.
Tenía que ser como montar un condensador sintonizador, una bobina, un tubo, y así, esperar construir un superheterodino a partir de todo ello. En el interocitor debía de haber múltiples de algunas partes, y distintos valores eléctricos.
Y de todos modos, aunque consiguiera que la cosa funcionara, ¿cómo podía saber si estaba actuando adecuadamente o no? Dejó de debatir los pros y los contras. Sabía desde el momento en que había echado la primera ojeada al catálogo que iba a intentarlo.
A la mañana siguiente se dirigió directamente a la Oficina de Compras en vez de dirigirse a su laboratorio. A través de los paneles de cristal de la antesala pudo ver a Joe Wilson sentado ante su escritorio con la cara inclinada sobre una caja de zapatos, mirando con un intenso y agónico fruncimiento de ceño.
Cal sonrió para sí mismo. Era difícil decir cuándo el ensimismamiento de Joe era real o no, pero no podía imaginarlo sentado allí haciendo aquello sin un público delante.
Cal abrió suavemente la puerta, y entonces tuvo un atisbo del contenido de la caja. Estaba retorciéndose. Él también frunció el ceño.
—¿Qué es lo que tienes aquí? ¿Una colección de gusanos?
Joe alzó la vista, su rostro mostrando aún desconcierto y una distante expresión.
—Ah, hola, Cal. Esto es una pulidora de tambor.
Cal dirigió la mirada al contenido de la caja. Parecía como una masa de pequeños gusanos negros en un perpetuo movimiento errático.
—¿De qué se trata esta vez? Esa caja de gusanos no se parece en nada a una pulidora de tambor.
—Lo parecería… si fueran gusanos mecánicos y simplemente se arrastraran en torno a las partes metálicas que necesitan ser pulidas.
—¿No será otro producto de los Servicios Electrónicos Unidad dieciséis?
—No. Es una muestra enviada por Metalúrgicos Asociados. Desean saber si pueden vendernos alguna unidad para nuestro departamento mecánico. La idea es que simplemente echas dentro lo que necesites pulir, lo dejas durante algunos minutos, y el trabajo de pulido ya está hecho.
—¿Qué es lo que hace agitarse lo de dentro?
—Ese es el secreto que Metalúrgicos Asociados no dice.
—Pide doscientos kilos de ello —dijo Cal de pronto—. Llámales por teléfono y diles que podemos utilizarlos esta tarde.
—¿Cuál es la gran idea? Tú no puedes utilizarlos.
—Lo intentaré.
Dudosamente, Joe alzó el auricular y se puso en contacto con el departamento de ventas de Metalúrgicos Asociados. Hizo el pedido y al cabo de un momento colgó.
—Dicen que debido a una inesperada dificultad técnica en la producción, no aceptan pedidos en un plazo de entrega inferior a treinta días.
—¡Los locos estúpidos! No van a conseguirlo ni en treinta días ni en treinta meses.
—¿De qué estás hablando?
—¿De dónde crees que han conseguido esto? No lo han descubierto. Lo recibieron de la misma forma que nosotros recibimos esos condensadores, y esperan sacar dinero de ello antes incluso de saber lo que es. ¡Como si pudieran llegar a descubrirlo en treinta días!
Entonces le contó a Joe lo de los engranajes de Edmunds.
—Esto empieza a parecer algo más que un accidente —dijo Joe. Cal asintió lentamente.
—Muestras de productos de una tecnología increíble han sido enviadas aparentemente por equivocación a tres de las plantas industriales aquí en Masón. Pero me pregunto cuántas veces ha ocurrido en otros lugares. Casi parece como una especie de plan deliberado.
—¿Pero quién está enviando todo esto, y cómo y por qué? ¿Quién ha desarrollado esto? No puede haberse conseguido con poco dinero, y tú lo sabes. Todo esto huele a grandes inversiones en los laboratorios de investigación. Esos condensadores apuesto a que deben de haber costado al menos medio millón.
—Haz un pedido para mí —dijo Cal—. Cárgalo a mi proyecto. Queda aún bastante presupuesto como para permitírmelo. Me hago responsable si alguien husmea.
—¿Qué es lo que quieres?
—Envíalo a la Continental como antes. Simplemente di que deseas un juego completo de componentes necesarios para la construcción de un único modelo de interocitor. Eso me permitirá obtener el número correcto de partes duplicadas, a menos que me encuentre con algo que no haya pensado.
Joe elevó las cejas.
—¿Vas a intentar construir uno de esos aparatos por el método chino?
—El método chino es demasiado sencillo —gruñó Cal—. Ellos toman el producto terminado y lo reconstruyen. Si yo dispusiera de un interocitor terminado no tendría ningún problema. Esto va a ser construido por el método Cal Meacham del catálogo original.
Trabajó ininterrumpidamente durante los siguientes dos días para eliminar todos los fallos en el transmisor para las líneas aéreas, y finalmente lo llevó al departamento de producción para su procesado. Tuvo que trabajar más en él debido a que en producción o les gustó alguno de los complejos subensamblajes que se había visto obligado a diseñar… pero hubiera tenido tiempo para dedicarse al interocitor si éste hubiera llegado.