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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (21 page)

BOOK: Villancico por los muertos
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Acababa de empezar a escribir la introducción del informe cuando sonó el teléfono. No contesté, pero cuando escuché la voz de Malcolm Sherry dejándome un mensaje, cogí el auricular.

—Estoy aquí, Malcolm. Trataba de dejar terminado un informe de reconocimiento antes de Navidad.

—Te comprendo muy bien, Illaun. A mí me pasa lo mismo. Por eso quiero aparcar a tu «señora» de la turba cuanto antes. He estado mirando las radiografías. No hay nada destacable —ninguna patología evidente o deformidad del esqueleto—, ni señales de daños en el cráneo. Pero llevaba algo en la mano, es cierto. Parece un objeto hecho por el hombre.

—¿Metálico o de piedra? —contuve la respiración. La edad de Mona podría depender de ese objeto, si era así.

—Ninguno de los dos. Creo que está hecho de hueso.

—¿De hueso? —Mona parecía empeñada en seguir sorprendiéndonos. Un adorno de hueso podría ser de cualquier periodo—. Necesito verlo cuanto antes, Malcolm. Puede que sea capaz de determinar su antigüedad por la manera en que está tallado.

—Tengo que reenviar los dos paquetes de restos hoy. Un tipo llamado Ivers ha dispuesto todo para colocarlos de momento en una cámara climatizada del Museo Nacional…

Ivers había conseguido puentear a la directora de excavaciones. De todas maneras Muriel estaba fuera de su despacho, probablemente.

—Seguramente tendrás noticias de los resultados del carbono 14 a finales de esta semana. También he estado pensando en la causa de las deformidades del bebé. Presumiendo que el cuerpo no sea de la Era Moderna, no podemos pensar en drogas o en radiación, pero sí en un factor como la endogamia.

—¿Aumentaría eso las posibilidades de tener malformaciones?

—Sí, y además se convertiría en un tabú para la familia más próxima, lo que hubiera podido justificar la muerte de la madre. Quizá el nacimiento fue permitido como constatación de su incesto, y su hermano o su padre, quienquiera que fuera el responsable, sufrieron el mismo destino.

Lo que también podría valer para El Nubio. Sin embargo, yo sabía que el incesto no fue siempre un tabú en las culturas arcaicas. Entre castas reinantes, si no había una mujer del rango adecuado disponible, el rey se casaba con su hermana antes que con una mujer de nivel social inferior —una opción seguida por los egipcios del Imperio Nuevo.

—Es una reflexión interesante, Malcolm. La tendré en cuenta —pero ahora me interesaba mucho más la posibilidad de ver el objeto que Mona llevaba escondido en el puño. Por cierto, ¿dónde estaba Sherry?—. Suena como si todavía estuvieses en Drogheda. ¿Cómo es eso?

—He decidido quedarme a pasar el fin de semana. He estado haciendo una pequeña excursión por Meath con un amigo.

¿El mismo amigo con el que quedó a comer el viernes? «Olvídalo. Atente a la conversación».

—¿Puedo pedirte un favor, Malcolm?

—Adelante.

—La pieza de hueso, quiero que la extraigas de su mano. Mandaré a alguien a recogerla junto con la cinta aproximadamente en una hora, si puedes esperar. Creo que Ivers no pondrá ninguna pega.

—Vale, está hecho. Pero, como te dije la semana pasada, hoy por ti y mañana por mí. ¿Qué me dices?

—Eeeh… —¿por qué me ponía nerviosa?

—Illaun, ¿sigues ahí?

—Sí, aquí estoy.

—El espectáculo del solsticio mañana en Newgrange… ¿Podrías conseguirme una entrada para mí y un acompañante?

Me quedé sorprendida, pero ¿qué esperaba?

No sería fácil. Sherry sabía perfectamente que los pases para ese día, y los de los días anterior y posterior, unos cien en total para los cinco días en los que la luz entraba a través de la abertura del tejado, eran asignados por sorteo en octubre, junto con el puñado que se reservaba para los VIP Yo misma había presenciado el fenómeno algunos años antes, pero en esta ocasión estaría fuera de la cámara.

—Si no lo consigo, ¿qué te parecería para el día siguiente o el jueves?

—Me temo que ya no estaré por aquí. Voy a pasar la Navidad fuera.

Eso significaba que tendría un margen muy estrecho para moverme.

—Haré lo que pueda. Pero no te prometo nada.

Colgué preguntándome por qué habría esperado hasta el último momento para pedírmelo. Llamé a Keelan O’Rourke, su móvil respondió con un pitido agudo. ¿Fuera de cobertura? Keelan vivía en Navan, también una localidad cerca del Boyne, aunque no tan pintoresca como mi ciudad. El teléfono de su casa estaba grabado en nuestra agenda, pero como estaba previsto que hoy fuera con Gayle al lugar donde se proyectaba el empalme y era tan responsable, sería inútil seguir intentándolo.

Gayle tampoco disponía de móvil ni de coche propio. Esto último no tenía arreglo pues no sabía conducir, pero su negativa a aceptar un teléfono a cargo de la empresa era más frustrante; especialmente si se trabaja en parajes perdidos, donde el móvil acaba convirtiéndose en una herramienta imprescindible.

Molesta por no haber podido localizar a mi equipo, dominé mi estrés para poder llamar a Con Purcell, el director del Centro de Visitantes de Newgrange. Odiaba ponerle en ese aprieto, pero era mi única posibilidad de poder conseguir el pase para Malcolm Sherry.

Purcell estaba en su despacho. Le expliqué por encima la situación, añadiendo que Sherry había sido una gran ayuda en el descubrimiento de Monashee.

—No puedo hacer nada a menos que haya una cancelación, Illaun. Y aun así, teóricamente tendría que llamar al siguiente de la lista de espera.

—Lo entiendo. ¿Quizá alguno de los VIP renuncie en el último momento?

—Lo dudo. Pero nunca se sabe.

Acababa de colgar el teléfono cuando volvió a sonar. Un número desconocido aparecía en la pantalla. Respondí como lo hubiera hecho Peggy.

—Consultoría de Illaun Bowe, ¿en qué puedo ayudarle?

—Aquí Keelan O’Rourke del Equipo Exterior, llamando para nuevas órdenes, capitán. ¿Qué tal van las cosas a bordo de la
Enterprise
?

—¡Keelan, me alegro de oírte! ¿Desde dónde llamas?

—No se lo digas al jefe, ¿de acuerdo? Estoy en un pub de la carretera fingiendo que trabajo.

Sonreí.

—¿Pero qué haces ahí?

—Me robaron el móvil el viernes.

—Qué raro, a mí también.

—¿Cómo?

—Alguien me rompió la ventanilla del coche.

—Lo siento. En mi caso fue por un descuido, lo dejé en el mostrador del bar al que suelo ir. Cuando volví a buscarlo el sábado, me dijeron que nadie lo había visto.

—Bueno, escucha, consigue uno nuevo y pasa la factura a la oficina. Pregúntale a Peggy el número de cuenta o lo que sea. Mientras tanto quiero que vayas a Drogheda a buscar unas cosas y me las traigas.

—¿Qué cosas?

—¿Te acuerdas de la tira de cuero? Pues eso y otra cosa más de parte del doctor Sherry. Te espera en la antigua morgue.

—Está hecho. ¿Qué tal va el informe?

—Lo tengo más o menos encaminado, y estoy redactando la introducción mientras hablamos. Deja que le dé un último retoque, y lo enviaré a la ANC hoy. Os lo remitiré por
e-mail
a ti y a Gayle, y así podréis echarle un vistazo durante las vacaciones. Siempre se puede mandar un anexo, si hace falta.

—¿Cuándo tengo que recoger el material del doctor Sherry?

—Tu pequeño Miera azul debería estar ya camino de Drogheda, así que ya sabes cuándo.

Se rió y colgó.

Me gustaba Keelan por muchas razones, entre otras porque me ponía los pies en el suelo. Con renovados ánimos volví al informe. No llevaba ni veinte minutos trabajando en él cuando Con Purcell me volvió a llamar.

—Bueno, Illaun. Es curioso que mencionaras lo de los VIP La secretaria de Derek Ward acaba de llamar para decirme que el ministro y su mujer tienen que asistir al funeral de un amigo y no van a poder venir al solsticio. ¿Sabes algo que yo no sepa?

—No, Con. Ha sido una casualidad, supongo —aunque por otro lado estaba casi segura de cuál era el funeral al que Ward pensaba ir. Eso me dio una idea.

—Dile al doctor Sherry que esté en la entrada del lugar a las ocho de la mañana.

Le di las gracias a Purcell y mientras marcaba el número de Sherry pensé que era más que una simple coincidencia: Derek Ward iba a dejarle su lugar al hombre que se había encargado de la autopsia de su amigo.

Sherry me lo agradeció exageradamente y dijo que me vería allí. Miré el reloj. Eran más de las once.

El teléfono volvió a sonar.

—Hola —quien llamaba no necesitaba presentarse.

—Hola, Fran.

—Sólo quería recordarte que hoy comemos juntas —me conocía muy bien.

—Lo sé, en el Old Mill a las 12.30.

—No, en Walters.

—Walters, eso es. Ah, olvidé decírtelo: esta noche voy a una fiesta muy especial en Dublín.

—¿El Baile de Solteras?

—En casa de Jocelyn Carew.

—Me das tanta envidia que me corroe —declaró con voz teatral—. ¿Vas con el Hombre Lobo?

El Hombre Lobo era el apelativo con que Fran llamaba a Finian; todo venía de una conversación que tuvimos en la que ella lo calificó como un «cordero con piel de lobo», un retruécano que ella consideraba muy gracioso porque para su gusto también describía su apariencia física.

—No me digas más, te encantaría estar allí —bromeé procurando esquivar su intento de liarme en una conversación sobre Finian.

—De ninguna manera. Prefiero una noche con el guapo electricista que me dijo que quería encender mis luces de Navidad.

—¿No sería por casualidad uno vestido de rojo con una gran barba blanca?

—A ver, déjame pensar… Sí, era él. Además me prometió que bajaría por la chimenea esta Nochebuena.

Le solté a Fran que era una pervertida, lo que le pareció un piropo, y colgó.

Continué trabajando en el informe durante otros cinco minutos cuando el teléfono volvió a sonar. Lo cogí rápidamente antes de tener que volver a escuchar el mensaje del contestador. ¿Dónde se habría metido Peggy?

Mi indignación se desvaneció cuando oí la voz de Seamus Crean al otro lado de la línea.

—Seamus, ¿cómo estás?

—Hoy no muy bien, señora. Me ha dado el asma.

—Siento oírlo —sospeché que quizá se lo hubiera provocado el estrés por haber sido interrogado.

—De cualquier forma, llamaba para decirle que he hablado con mi padre… —se detuvo para tomar aire—, y lo he arreglado para mañana a las cuatro.

—¿Arreglado? ¿Qué has arreglado?

—Quedará con usted en el bar de Mick Doran, aquí, en Donore. A esa hora no hay nadie.

Me había perdido.

—¿No dijo que estaba interesada en escuchar historias sobre apariciones?

Recuerdo que lo insinué vagamente, pero no tenía valor para decirle que no. Y, por lo que sabía, estaba libre la tarde del día 21.

—Te lo agradezco mucho, Seamus. Allí estaré. Por cierto, ¿cómo se llama tu padre?

—Jack Crean.

—Jack, muy bien. Y aprovechando que te tengo al teléfono, aunque seguramente ya te lo ha preguntado la policía mil veces, ¿te importaría contarme qué pasó en Monashee desde que encontraste el cadáver hasta que llegué?

—Por supuesto. Recuerdo que lo primero que hice fue llamar a información y que me pasaran con el Centro de Visitantes. Cuando lo cogieron, pedí hablar directamente con el jefe. Entonces el señor Purcell me dijo que se acercaría a Monashee. Diría que llegó unos diez minutos después —volvió a parar a tomar aire.

Nunca hubiera pensado que Con Purcell hubiera estado en el lugar, ya que mi primer contacto fue Terence Ivers, quien a su vez había sido alertado por Purcell.

—¿Qué pasó mientras tanto?

—Nada, excepto que el camión con el contenedor que había estado recogiendo la tierra volvió para llevarse otra remesa, pero yo le dije que se fuera.

—¿El conductor vio el cadáver?

—No, señora. Estaba tan asustado como yo. Se largó como un gato escaldado.

—Entonces, llegó él señor Purcell. ¿Qué hizo?

—Estuvo un buen rato contemplando la pala, y dijo que definitivamente era un cuerpo que había estado enterrado en la turba seguramente durante mucho tiempo…, después comentó que mandaría a alguien a examinarlo adecuadamente, porque él estaba muy ocupado.

—¿Y luego se marchó?

—Sí. Me pidió que me quedara ahí hasta que los especialistas llegaran.

—Así que, antes de que yo apareciera en escena, estuviste esperando durante cuánto, ¿cuarenta minutos? ¿Y en ningún momento te acercaste al cuerpo?

—Ni loco. Tenía algunos sándwiches y me los estuve comiendo en la cabina mientras escuchaba la radio para pasar el tiempo. Luego un tío paró en la carretera y me fui a hablar con él.

—¿Quién era?

—No lo sé. Sólo pasaba por allí, y al ver la excavadora preguntó si había algún aparcamiento cerca para los visitantes de Newgrange.

—¿Qué aspecto tenía?

—Tenía una pequeña barba, creo recordar. Hablaba con educación.

—¿No se bajó del coche?

—No. Se marchó. Y no pasó nada más hasta que usted llegó.

—Y mientras esperabas sentado en la excavadora, ¿qué se te pasaba por la cabeza?

—Para ser sincero, estaba bastante asustado. No dejaba de repetir una oración que supuestamente hay que recitar al pasar por Monashee.

—¿Y cómo es?

—No permitas que vea u oiga al diablo mientras paso; y, si lo hago, por favor, Señor, no me dejes contárselo a nadie.

No podía ser una coincidencia. Sin ojos para ver, oídos para oír, boca para hablar. Recordé por un instante las terribles apariciones que había sentido conmigo esa noche dentro del coche.

—Seamus, ¿le recitaste esa… oración al inspector Gallagher?

—No, porque no sabía nada de los cortes que tenía Traynor en la cara hasta que llegué a casa después de ser interrogado.

Seamus había desbaratado mi teoría.

—¿Pero tú ya habías oído antes esa oración, no?

—Desde luego, la aprendí de mi madre.

«Da lo mismo que no sea latín», pensé.

—Bueno, si Gallagher te la pregunta alguna vez, no se la digas. Puede meterte en problemas de nuevo.

—No lo haré. Pero me alegro de haberlo hecho ese día, porque funcionó.

—¿Qué quieres decir con que funcionó?

—Me protegió. Dicen que la tarde en que el señor Traynor fue asesinado vieron una figura blanca en la parcela… Mi madre cree que tuvo que ser el alma de esta pobre mujer que encontramos, y está muy consternada porque no se le haya dado cristiana sepultura.

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