Vencer al Dragón (26 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

BOOK: Vencer al Dragón
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Le tomó las manos heladas y se dejó ir un momento hacia las regiones exteriores del trance de curación mientras murmuraba el nombre interior de John. Pero era como si llamara en el extremo de una pendiente por la que él ya había bajado hacía ya mucho…: nadie contestó.

Pero había algo más. En su trance, llegó a oírlo, un toque suave de sonido que le retorció el corazón de miedo…, el roce de las escamas en la piedra, el temblor de una música extraña.

Abrió los ojos; descubrió que estaba temblando, que tenía frío.

El dragón estaba vivo.

—¿Jenny? —Gareth llegó, elegante, a su lado, las manos llenas de pedazos sucios de papiro quebrado—. Los he encontrado pero…, pero los Lugares de Curación no están aquí. —Tenía los ojos llenos de preocupación detrás de los anteojos torcidos, partidos—. He buscado…

Jenny se los quitó de las manos con dedos que temblaban. A la luz del fuego, logró distinguir pasajes, cavernas, ríos, todos marcados con la mano rúnica, fuerte, de Dromar y los lugares en blanco, sin marcas, sin nombres.
Es asunto de los gnomos.

La furia la llenó por completo y arrojó los mapas al suelo.

—Maldito sea Dromar y todos sus secretos —murmuró con rabia—. ¡Claro! ¡Los Lugares de Curación son el corazón de la Gruta, eso por lo que todos ellos juran!

—Pero… —tartamudeó Gareth con debilidad—, pero ¿podéis encontrarlos de todos modos?

La furia se movió dentro del cuerpo de Jenny, furia de esperanzas no cumplidas, primero por el miedo y ahora por el empecinamiento de un gnomo. Furia, como roca líquida cayendo a través de las grietas del cansancio sobre su alma. —¿En esa madriguera? —preguntó. Durante un momento, la rabia, el cansancio y la idea del dragón la dominaron, la desgarraron. Casi gritó para que el rayo quebrara la tierra.

Como Zyerne, se dijo a sí misma, luchando por calmarse. Cerró los puños, uno alrededor de otro y apretó los labios contra ellos mientras deseaba que pasaran el miedo y la rabia; cuando pasaron, no quedó nada. Era como si el grito no pronunciado hubiera quemado todo en ella y dejado sólo un pozo de calma oscura y antinatural, un universo de profundidad.

Gareth todavía la miraba, los ojos suplicantes. Ella dijo con calma:

—Tal vez. Mab habló del camino. Tal vez pueda encontrarle una lógica. —Mab también le había dicho que un paso en falso la condenaría a la muerte por hambre, vagando en la oscuridad.

Sabía lo que John le hubiera dicho como respuesta:

—Por la Abuela de Dios, Jen, el dragón te comerá antes de que puedas morirte de hambre.

Se puede confiar en John, pensó ella, para hacerme reír en un momento como éste.

Se puso de pie, con el frío en los huesos. Se sentía cien años más vieja. Caminó hacia los paquetes de nuevo. Gareth la siguió arrastrando los pies, envuelto en su capa carmesí para calentarse y hablando de una cosa y otra, al azar; encerrada en su extraño momento de calma, Jenny apenas lo escuchaba.

Sólo cuando ella se puso su gran bolso al hombro y levantó su alabarda, Gareth pareció sentir el silencio.

—Jenny —dijo dudoso, tomándola del borde de la capa—. Jenny, el dragón está muerto, ¿verdad? Quiero decir, ese veneno hizo efecto, ¿no? Tiene que ser así o no habríais podido sacar a John de allí dentro.

—No —dijo Jenny con calma. Se preguntó un poco sobre el silencio extraño que sentía en su interior; había tenido más miedo al escuchar a los Murmuradores en los bosques de Wyr que ahora, frente al dragón. Empezó a caminar hacia la oscuridad de las ruinas sombrías. Gareth corrió y la tomó por el brazo.

—Pero…, quiero decir…, ¿cuánto tiempo…?

Ella meneó la cabeza.

—Demasiado, seguramente demasiado.

—Puso la mano sobre la muñeca del muchacho para separarlo de ella. Ahora que había tomado una decisión, quería hacer lo que había pensado aunque sabía que no lo lograría. Gareth tragó saliva, la cara delgada preocupada y tensa en la leve luz rubí del fuego.

—Iré yo —se ofreció, temblando—. Decidme lo que tengo que buscar y yo…

Durante un instante, la risa amenazó con destruir la difícil decisión de Jenny…, no es que fuera a reírse de él sino de la galantería tonta que lo forzaba, como el héroe de una balada, a tomar el lugar de ella. Pero él no habría entendido que ella lo amaba por ese ofrecimiento a pesar de lo absurdo que era; y si se reía, empezaría a llorar y sabía que no podía darse el lujo de una debilidad como ésa. Así que se puso de puntillas y empujó los hombros de él hacia abajo para besarle la mejilla suave, delgada.

—Gracias, Gareth —murmuró—. Pero yo veo en la oscuridad y tú no, y sé lo que busco.

—En serio —insistió él, obviamente desgarrado entre el alivio, la comprensión de que en realidad, ella estaba más preparada para hacerlo, una vida entera de educación caballeresca y un deseo muy real de protegerla de cualquier daño.

—No —dijo ella con amabilidad—. Sólo cuida de que John esté caliente. Si no vuelvo… —La voz se le quebró con el conocimiento de lo que le esperaba…, la muerte en las garras del dragón o la muerte en los túneles. Puso fuerza en sus palabras—. Haz lo que te parezca mejor, pero no intentes moverlo demasiado pronto.

La recomendación era inútil y ella lo sabía. Trató de recordar las palabras de Mab sobre los laberintos oscuros de la Gruta y se le escaparon de la mente como escapa el agua de un puño crispado, dejando sólo el recuerdo de las ruedas brillantes de diamante, los ojos abiertos y vigilantes del dragón. Pero tenía que tranquilizar a Gareth; y mientras John respirara, sabía que nunca podría quedarse sin hacer nada en el campamento.

Apretó la mano de Gareth y se alejó de él. Se colocó bien la capa sobre los hombros, se volvió hacia los caminos sombríos del valle y hacia el bulto oscuro de la Pared de Nast que se alzaba, amenazante, contra un cielo bajo y negro. Lo último que vio de John fue el brillo del fuego moribundo que delineaba la forma de su nariz y sus labios contra la oscuridad.

Mucho antes de llegar a las Grandes Puertas de la Gruta, Jenny ya era consciente del canto. Mientras cruzaba las piedras escarchadas de las ruinas, desangradas de todo su color diurno por el agua débil de la luz de la luna, lo sentía allí, con ella: hambre, deseo y belleza que aterraba, más allá de su capacidad de comprensión. El canto interrumpía el cuidadoso rompecabezas que estaba tratando de armar con sus recuerdos fragmentarios de los comentarios de Mab sobre los Lugares de Curación, quebraba incluso sus temores por John. Parecía flotar a su alrededor en el aire y, sin embargo, sabía que sólo ella lo oía; le temblaba en los huesos hasta la punta de los dedos. Cuando se detuvo frente a las Puertas, con la negrura de la Sala del Mercado frente a ella y su propia sombra, una mancha difusa sobre los restos sucios, cubiertos de sangre del suelo, el canto era poderoso, casi infinito.

No había sonido, pero su ritmo hablaba a la sangre de Jenny. Imágenes trenzadas que ella no podía sentir del todo ni comprender por completo se retorcían en su conciencia: nudos de recuerdos, de oscuridad estrellada que el sol nunca había tocado, del cansancio gozoso de un amor físico cuyos modos y motivos eran extraños para ella, y de matemática y relaciones curiosas entre cosas que ella nunca había pensado en relacionar. Era más fuerte y muy distinto del canto que había llenado el barranco cuando el Dragón Dorado de Wyr yacía allí, moribundo. Había una fuerza en él, una fuerza apilada de años vividos en plenitud y de esquemas atrapados a través de abismos incognoscibles de tiempo.

El dragón era invisible en la oscuridad. Ella oyó el roce suave de sus escamas y adivinó que estaba acostado frente a las puertas interiores de la Sala del Mercado, las que llevaban al Gran Pasaje y luego a la Gruta. Luego, las lámparas plateadas de lo ojos del animal se abrieron y parecieron brillar suavemente en la luz reflejada de la luna y en la mente de Jenny el canto fluyó y fortaleció sus colores en el vórtice de un núcleo duro y blanco. En ese núcleo se formaron las palabras.

¿Has venido a buscar remedios, mujer maga? ¿O esa arma que llevas es algo que quieres creer suficiente para terminar lo que tus venenos hacen demasiado lentamente para tus deseos?

Las palabras eran casi imágenes, música y formas creadas tanto por el alma de Jenny como por la de él. Me dolerían, pensó ella, si las dejaran bajar demasiado.

—He venido a buscar remedios —contestó; la voz hizo un eco contra la piedra aflautada del techo lleno de puntas—. El poder de los Lugares de Curación tiene mucho renombre.

Lo sabía. Había un grupo de gnomos que cuidaba el lugar al que llevaban a todos los heridos. La puerta era baja, pero yo llegaba como un lobo que ataca un grupo de conejos. Comí durante muchos días, hasta que se fueron todos. También hacían venenos allí. Envenenaron los cadáveres, como si creyeran que yo no vería la muerte que manchaba la carne. Ese debe de ser el lugar que buscas.

Como el dragón hablaba parcialmente en imágenes, Jenny vio también los caminos oscuros hacia el lugar, como un sueño que se recuerda a medias en la mente. Su esperanza creció y fijó las imágenes en sus pensamientos…, fragmentos muy pequeños, pero tal vez suficientes como para servirle de alto.

Con su vista de maga, lo distinguía extendido frente a ella junto a las puertas en la oscuridad. Se había sacado los arpones de la garganta y el vientre y ahora yacían esparcidos alrededor con su sangre, en el barro de ceniza y suciedad del suelo. Las escamas puntiagudas de su espalda y sus costados estaban lacias ahora; las puntas brillaban levemente en el reflejo suave de la luna. Las cadenas pesadas de espinas que cuidaban su columna y las coyunturas de sus piernas todavía eran filosas como armas. Las alas enormes yacían plegadas con cuidado a lo largo de los costados y también esas coyunturas estaban armadas con espinas. La cabeza era lo que más fascinaba a Jenny, larga y delgada, parecida a la de un pájaro, la forma escondida bajo una máscara de placas de huesos. Desde esas placas crecía un manojo vasto de escamas parecidas a cintas, mezcladas con pedazos de cuero peludo y lo que parecían crecimientos de helechos y plumas; sus antenas largas, delicadas, con las puntas redondas, brillantes de agua, estaban apoyadas contra el suelo alrededor de su cabeza. Yacía como un perro, el mentón entre las patas delanteras; pero los ojos que quemaban los de Jenny eran los ojos de un mago que, al mismo tiempo, era un animal.

Haré un trato contigo, mujer maga.

Ella sabía, con premonición congelada pero nada de sorpresa, lo que él iba a ofrecerle y su corazón se aceleró, aunque no sabía si era por miedo o por una extraña esperanza. Dijo:

—No. —Pero sentía dentro de ella, como un deseo prohibido, la idea de impedir que muriera algo tan hermoso, tan poderoso. Él era el mal, se dijo sabiéndolo, creyéndolo en su corazón. Y sin embargo había algo en esos ojos plateados que la atraía, una canción de fuego negro y latente cuya música entendía.

El dragón movió un poco la cabeza sobre la curva poderosa de su cuello. La sangre cayó desde las cintas rotas de su melena.

¿Acaso crees que tú, aunque seas una maga que ve en la oscuridad, podrás encontrar los caminos de los gnomos?

Las imágenes que llenaron su mente eran de oscuridad, de laberintos húmedos e infinitos en el mundo bajo tierra. El corazón de Jenny pareció hundirse de miedo al verlos, al comprenderlos; las pocas imágenes del camino hacia los Lugares de Curación, las palabras fragmentarias de Mab, se convirtieron entre sus dedos en las piedrecitas con las que un niño cree que matará leones. Pero dijo:

—He hablado con uno de ellos sobre esos caminos.

Y, ¿te dijo la verdad? Los gnomos no tienen fama de decirla con respecto al corazón de la Gruta.

Jenny recordó los lugares vacíos en los mapas de Dromar. Pero replicó:

—Ni los dragones.

Por debajo del cansancio y el dolor, sintió cómo el dragón se divertía con su respuesta, como un jarrón de agua fría en el calor.

¿Qué es la verdad, mujer maga? La verdad que ven los dragones no es agradable a los ojos de los hombres a pesar de lo incómodamente comprensible que pueda ser para sus corazones. Tú lo sabes.

Jenny se dio cuenta de que él sabía que ella estaba fascinada. Los ojos de plata la atraían; la mente del dragón tocó la de ella, como un seductor tocaría su mano, y ella supo que comprendía que ella no se alejaría de ese roce. Hizo un esfuerzo para alejar sus pensamientos de él, se aferró a los recuerdos de John y de sus hijos contra el poder que la llamaba como un murmullo de la noche amorfa. Con un gran esfuerzo, arrancó sus ojos de los de él y se volvió para alejarse.

Mujer maga, ¿crees que ese hombre por el que arriesgas los huesos de tu cuerpo vivirá más que yo?

Ella se detuvo. La punta de sus botas tocaban el borde de la alfombra de luz de luna que yacía sobre el suelo empedrado. Luego, se volvió de nuevo para mirar al dragón, desesperada y desgarrada. La luz débil le mostró los charcos de sangre que se secaban sobre gran parte del suelo, el aspecto desmayado de la piel del dragón, y se dio cuenta de que la última pregunta había querido golpear su debilidad y su desesperación en un intento por cubrir las que él también sentía.

Dijo, con calma:

—Hay una posibilidad.

Sintió la rabia en el movimiento de la cabeza del dragón y el dolor que lo perforó al hacerlo.

Y ¿te atreverás a apostar a eso? ¿Apostarás a que, aunque los gnomos hayan dicho la verdad, serás capaz de seguir el camino correcto a través de sus madrigueras, espiral dentro de espiral, oscuridad dentro de oscuridad, hasta encontrar lo que necesitas a tiempo? Cúrame, mujer maga y te guiaré con mi mente, te mostraré el lugar que buscas.

Durante un tiempo, ella sólo miró el bulto largo de oscuridad brillante, la melena oscura de cintas ensangrentadas y los ojos como metal aceitado girando alrededor de la oscuridad eterna. El dragón era una maravilla que no se parecía a nada que ella hubiera visto, una sombra espinosa y suave desde las puntas agudas de las alas en la espalda hasta el pico de cuerno de su nariz. El Dragón Dorado que había matado John en las colinas de Wyr, barridas por el viento, había sido un ser de sol y fuego; éste era un fantasma de humo de la noche, negro y fuerte y viejo como el tiempo. Las espinas de su cabeza crecían hasta ser cuernos fantásticos y retorcidos, suaves y fríos como el acero; sus garras delanteras tenían la misma forma que las manos de un ser humano, salvo que había dos pulgares en lugar de uno. La voz que hablaba en la mente de Jenny era firme, pero ella veía cómo la debilidad arrastraba cada línea del gran cuerpo y sentía el temblor leve del último rastro de la fuerza que peleaba por seguir mostrando poder frente a ella.

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