Unos asesinatos muy reales (23 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Unos asesinatos muy reales
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El aliento de Phillip surgió de detrás de la mordaza en un profundo suspiro y se desmayó. Me pareció una buenísima idea y seguí su ejemplo.

Capítulo 17

—Si hubiese tenido mi desintegrador de partículas humanas, no nos habrían hecho daño —susurró Phillip. No se despegó de mí mientras me trataban las heridas. Siempre estaba agarrado a mi mano, a mi pierna o a mi torso, a pesar de que muchas personas amables se ofrecieron para consolarlo, comprarle un helado o colorear con él, pero no se separó de mí. Evidentemente, eso me puso las cosas más difíciles, pero intenté volcar toda mi simpatía hacia él de modo que el dolor dejara de tener importancia. Pero me temo que descubrí que, para mí, el dolor es muy importante, por mucho que también se lo hubieran hecho a otra persona.

Se encontraba junto a mi cama del hospital, acurrucado tan cerca de mí como podía. Tenía las pupilas dilatadas y la mirada perdida. Pensé que le habrían suministrado algún tipo de calmante leve; recordé haberlo autorizado. Mi padre y mi madrastra estaban regresando de Chattanooga; Robin, bendito sea, había encontrado su número de teléfono y los había llamado, pillándolos milagrosamente en su habitación de motel.

—Phillip, de no haber podido apoyarme en ti, me habría vuelto loca —le aseguré—. Has sido muy valiente. Sé que tenías miedo, como yo, pero has sido tan valiente como un león y no has perdido el control en ningún momento.

—Pensaba en escaparme todo el rato. Esperaba una oportunidad —me informó. Ya empezaba a sonar como el Phillip que yo conocía. Luego añadió, menos seguro—: Roe, ¿nos habrían matado de verdad?

¿Qué podía decirle? Miré a Robin, que se encogió de hombros, dejándome la papeleta. ¿Por qué consultaba con Robin lo que debía contarle a mi hermano pequeño?

—Sí —dije, y cogí aire—. Sí, eran personas muy malas. Eran como manzanas podridas. Tenían buen aspecto por fuera, pero estaban llenas de gusanos por dentro.

—Pero ¿están en la cárcel?

—Y tanto. —Pensé en abogados y en fianzas, y me entraron escalofríos—. No volverán acercarse a ti nunca más. Ya no podrán hacerle daño a nadie. Están lejos y encerrados, y tu mamá y tu papá te llevarán a casa, que está aún más lejos de ellos.

—¿Cuándo llegarán? —preguntó desoladamente.

—Pronto, pronto, tan pronto como les permita el coche —le dije con todo el ánimo tranquilizador que pude, puede que por quincuagésima vez, y di gracias a Dios por que en ese momento entrase en la habitación mi padre, seguido de cerca por Betty Jo bajo un rígido control.

—¡Mamá! —dijo Phillip, y la entereza que había mantenido a duras penas lo abandonó repentinamente. De repente se convirtió en un niñito desamparado. Betty Jo lo cogió en brazos de la cama y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—¿Adónde puedo llevarlo? —preguntó a una enfermera que los acompañaba. Esta le indicó una sala de espera vacía a dos puertas de allí y Betty Jo desapareció con su preciosa carga en brazos. Me alegré tanto de ver cómo su madre se lo llevaba que podría haber llorado. Nada sustituye a una madre. Al menos yo no. Las últimas horas me habían enseñado, sin duda, esa lección, caso de que alguna vez lo hubiera dudado.

Mi padre se inclinó para besarme.

—Me han dicho que le salvaste la vida —dijo con los ojos llenos de lágrimas. Jamás había visto llorar a mi padre—. Doy las gracias porque estéis los dos a salvo; no he dejado de rezar durante todo el viaje en coche. Podría haberos perdido a los dos en una noche. —Sobrecogido, se hundió en la silla que Robin había dejado libre en silencio. Robin retrocedió a las sombras, la pálida luz arrancando destellos a su pelo rojo. Jamás olvidaría su aspecto esgrimiendo la escopeta.

Estaba demasiado cansada para apreciar la emoción de mi padre. Era tarde, muy tarde. Casi me había estrangulado un administrativo de préstamos con un pañuelo de seda verde. Una secretaria me había golpeado con un palo de golf. Había vivido aterrada como jamás lo había estado por mi destino y el de mi hermano. Había mirado al demonio a la cara. Palabras fuertes, me dije, cansada, pero ciertas. La cara del diablo.

Finalmente, mi querido padre se secó los ojos, me dijo que nos veríamos muy pronto y que se llevarían a Phillip a casa esa misma noche.

—Tendremos que ver qué tratamiento le ponemos —comentó con aprehensión—. No se me ocurre cómo ayudarlo.

—Ya nos veremos —farfullé.

—Gracias, Aurora —dijo—. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarnos. —Pero se morían por llevarse a Phillip de allí, y su ofrecimiento sonó un poco superficial. Ya era mayorcita, ¿no? Podía cuidar de mí misma. O ya se encargaría mi madre de ello. Me permití un fugaz momento de amargura y me obligué a tragármela. Mi padre no estaba siendo muy delicado conmigo, pero tenía razón.

En un segundo, me quedé dormida. Robin me sostenía de la mano cuando desperté. Creo que me besó.

—Eso me ha gustado —dije, así que él lo repitió. Me sentí incluso mejor—. Han sido unos idiotas —añadí más tarde.

—Si te pones a pensarlo, tienes razón —convino Robin—. Creo que ni siquiera se dieron cuenta de que no era un juego cuando empezaron a imitar viejos asesinatos. Bankston raptó a Phillip en un impulso, cuando lo suyo hubiera sido que esperasen a coger una víctima del otro lado de la ciudad. Si hubiese sido más inteligente, habría sabido que raptar a Phillip en el mismo barrio donde él mismo vivía y mantenerlo en su casa, en vez de en la de Melanie, bueno, quizá hubiesen acabado haciéndolo, pero empezaste a buscarlo muy pronto, y ni siquiera pensaron que pudieras tener un juego de llaves maestras.

—¿Cómo supiste que estábamos allí? —pregunté. Era la primera vez que se me ocurría preguntar por nuestro rescate de última hora.

—Cuando vi que Melanie volvía, noté que actuaba de forma extraña —comenzó—. Empecé a preguntarme dónde te habrías metido, y el hecho de que volviese apenas unos minutos después de irse me llamó la atención. Había vuelto a por la grabadora, ya lo sabes —dijo, apartando la mirada hacia las sombras de la habitación—. Corrí hacia la parte delantera y vi que no estabas allí buscando, así que decidí que solo podías estar en un sitio. La verdad es que solo era una corazonada —admitió—. Desapareciste tan repentinamente como Phillip, no había coches extraños por la zona, Melanie intentó aparentar preocupación por la desaparición de tu hermano, pero se veía que no lo estaba, y tenía esa maldita grabadora. Perry Allison es muy extraño, y puede que peligroso, pero también es transparente. —Me cogió de la mano—. Tuve que convencer al señor Crandall a toda prisa para registrar la casa de Bankston, pero el hombre es muy arrojado. Aunque me equivocase, me dijo, si Bankston era un hombre que se vistiera por los pies, sabría cuando faltan una mujer y un crío; todo vale. Jed es como los viejos vaqueros.

—¿Cómo entrasteis? ¿No cerró Melanie la puerta con llave?

—Sí, pero la señora Crandall tenía una llave, la que supuestamente debía haberte devuelto. Creo que la conservaba porque la anterior inquilina solía olvidarse las llaves en casa muy a menudo.

Me hubiera reído si no me doliese tanto el costado. El médico de urgencias había dicho que podría volver a casa en uno o dos días, pero tenía rotas dos costillas y la clavícula y estaba llena de moratones por la caída por las escaleras. Mi mejilla estaba cubierta por una fea combinación de cardenales y abrasiones.

Mi madre quería que me fuese a casa con ella, pero le diría que prefería quedarme en la mía, decidí, dependiendo de cómo me sintiera por la mañana. Mi madre había llegado volando al hospital, con un aspecto impoluto pero mirada descolocada. Nos abrazamos y hablamos un rato, incluso vertió algunas lágrimas (ciertamente atípico), pero cuando supo que mi apartamento se había quedado abierto, como el de Bankston, dado que la policía seguía registrándolo, decidió que me encontraba lo bastante bien como para ir a cuidar de mi propiedad y de la disposición de la de Bankston.

Mi madre era amiga de la de Bankston, y le horrorizó volver a ver a la señora Waites.

—Esa pobre mujer —dijo mi madre—. ¿Cómo podrá vivir después de haber criado un monstruo como ese? Sus otros hijos son gente decente. ¿Qué ha pasado? ¡Os conocíais de toda la vida, Aurora! ¿Cómo pudo hacerte daño? ¿Cómo se le ocurrió dañar a un niño?

—¿Quién sabe? —contesto con esfuerzo—. Se lo estaba pasando muy bien. —En ese momento, no me quedaba simpatía para la madre de Bankston. No me quedaban emociones de ningún tipo que repartir en la reserva. Estaba agotada, exhausta y dolorida. Tenía magulladuras y vendajes por todas partes. Ni siquiera el beso de Robin consiguió ponerme sensual, sino más bien apuntar a tal posibilidad en el futuro. Estaba recogiendo su chaqueta, disponiéndose a marcharse—. Robin —murmuré. El sueño me arrastraba por momentos. Se volvió, y en ese momento me di cuenta de que también estaba agotado. Sus anchos hombros estaban caídos, las comisuras de los labios, rendidas a la gravedad. Hasta su vivo pelo parecía debilitado—. Me has salvado —dije.

—Qué va. Lo hizo Jed Crandall —dijo en un intento de modestia—. Yo le cubría la espalda.

—Me has salvado. Gracias. —Y entonces me rendí a la espiral del sueño.

Cuando me volví a despertar, el reloj marcaba las tres y media de la madrugada. Había alguien sentado en la silla, alguien entrado en carnes, rubio y profundamente dormido. La cabeza de Arthur estaba caída sobre su pecho y roncaba un poco. Tendría que tomar nota de ello.

Tenía la boca seca y la garganta dolorida, así que estiré el brazo para coger el vaso de agua que reposaba sobre la mesilla. Como era de esperar, no alcanzaba. Me removí entre dolores, estirándome más aún, pero en ese momento Arthur me sorprendió acercándomelo.

—No quería despertarte —le dije.

—Solo echaba una cabezadita —respondió en voz baja.

—¿Qué ha pasado?

—Bueno, encontramos una caja de recuerdos en la pequeña casa alquilada de Melanie Clark.

—¿Recuerdos? —pregunté, espantada.

—Sí, fotos.

Agité la cabeza. No quería saber más.

Arthur asintió.

—Bastante horribles. Fotografiaron a Mamie y a los Buckley después de matarlos. Y a Morrison Pettigrue también. Al parecer, Melanie se fue acercando a él y consiguió ganarse su confianza hasta el punto de conseguir que se desnudara ante ella. Entonces lo mató, dejó pasar a Bankston y lo colocaron tal como lo encontramos.

—¿Han confesado?

—Bueno, Bankston sí. Estaba orgulloso de sus hazañas.

—Así que, después de todo, no eran como Hindley y Brady.

—No. Melanie intentó suicidarse.

—Oh —dije al cabo de un instante—. Oh, no.

—Los teníamos vigilados, así que pillamos a Melanie a tiempo. Se quitó el sujetador e intentó ahorcarse con él.

Era grotesco, pero al menos mostraba que tenía sentimientos humanos.

—¿Se arrepintió? —pregunté con un hilo de voz.

—No —dijo Arthur inequívocamente, sin lugar a dudas—. No quería que la separasen de Bankston.

No parecía que hubiera nada que decir. Devolví el vaso a Arthur, que lo dejó sobre la mesilla antes de rellenarlo.

—Estaban enfurecidos porque no habíamos encontrado el arma con la que habían matado a Mamie Wright. Estaban seguros de que la habían dejado donde no nos costaría encontrarla. Se trataba de un martillo que robaron del garaje de LeMaster Cane, con sus iniciales. Pero, al parecer, unos niños lo encontraron y se lo llevaron la misma noche del asesinato. Los críos solo se dieron cuenta de lo que tenían entre manos esta noche y lo han devuelto. Evidentemente, Melanie y Bankston pensaban usar los palos de golf en un futuro próximo. Después de que lo vieras meterlos en su casa (acababa de ducharse en casa de Melanie después de asesinar a los Buckley y los había sacado de su coche cuando pensaba que nadie saldría de los apartamentos), se asustó y tiró la bolsa, el único elemento que podía delatar su procedencia, la noche siguiente. Pero se quedó un par de ellos por si pudiera necesitarlos. Después, Robin Crusoe y tú encontrasteis el maletín. Ahí la cagamos bien. Ahora no me importa decirte que, durante un tiempo, sospechamos de él. Anoche estaba dispuesto a dispararle cuando lo vimos corriendo hacia la casa de Waites con una recortada en la mano, pero en ese momento salió la mujer de Jed Crandall por la puerta de su patio exclamando que su marido y Robin se dirigían al sótano de Bankston Waites para atrapar al asesino. En cierto modo, esperaba encontrarme a Perry Allison allí, de pie junto a los cadáveres de Waites, de Phillip y el tuyo.

—¿Dónde está Perry? ¿Lo sabe alguien? Fue la llamada de Sally lo que me impulsó a salir en la oscuridad tan pronto como para impedir que Bankston y Melanie se llevasen a Phillip.

—Se ha presentado en una institución mental de la ciudad —dijo Arthur.

Allí era donde debía estar, pero sería un trago duro para Sally.

—¿Y Benjamin?

—Lo enviaremos al psiquiátrico estatal para que lo evalúen. También ha confesado ser el autor de varios asesinatos ya resueltos. Por alguna razón, el hallazgo del cuerpo de Pettigrue acabó de desquiciarlo.

—Oh, Arthur —dije fatigosamente y rompí a llorar por tantas razones que no era capaz de recordarlas. Arthur me puso unos pañuelos en la mano y, tras un momento, trajo un paño húmedo con el que me frotó la cara con mucho cuidado.

—Supongo que anulamos la cita para patinar mañana —comentó Arthur seriamente.

Me quedé boquiabierta, anonadada, hasta que me di cuenta de que Arthur (¡sí, Arthur!) estaba bromeando. No pude evitar sonreír. Parecía una mueca de dolor, pero una sonrisa al fin y al cabo.

—Tengo que volver a la comisaría, Roe. Aún están analizando los objetos que encontramos en el registro y quedan muchas incógnitas abiertas. Cómo consiguió Bankston que Mamie Wright fuese antes de la hora de la reunión; por qué hizo que Melanie te enviase los bombones. Los compró para ella y se los trajo de alguna convención de San Luis. Pero iba a por ti; pensaba que era a ti a quien le gustaban los bombones rellenos de crema. Ha sido el crimen más estúpido, dado el hecho de que la máquina de escribir está en la aseguradora de Gerald Wright. Hay que hacer más preguntas para apoyar las confesiones con pruebas sólidas. Bankston ha invocado su derecho a contar con un abogado presente, pero tarde o temprano se arrepentirá y ese será el final de su confesión. He de volver al trabajo.

—Vale, Arthur. Me ha alegrado verte bajar por las escaleras hoy.

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