Y no es que tuviese la menor idea de adonde hubiera podido huir ahora que el sol había salido o cómo iba a escapar a plena luz del día. Por primera vez, se acordó del Jaguar y se preguntó qué habría sido de él.
Supongo que es mejor que no lo sepa,
pensó.
¿Cuánto tiempo estaría atrapada allí? Se arriesgó a lanzar una mirada a su caro reloj sumergible, que había sobrevivido a la calamidad que la había conducido a aquella situación y descubrió con espanto que no eran ni las nueve de la mañana. Quedaban al menos diez horas largas hasta el anochecer.
Selene emitió un gruñido. Iba a ser un día
muy largo.
• • •
Singe utilizó una pipeta bulbosa para añadir cinco gotas de la sangre de Michael Corvin a una redoma de cristal llena con una solución transparente de plasma. Lucian contuvo el aliento mientras observaba con toda atención cómo llevaba a cabo el científico su experimento.
¿Es
posible,
pensó el licano,
que estemos llegando al final de nuestro experimento?
¿Era el desventurado norteamericano aquel al que llevaban tanto tiempo esperando?
—Es una pena que no tengamos más —comentó Singe mientras observaba el suministro agotado de sangre del pequeño frasco. Su líder y él se encontraban a solas en la triste enfermería de los licanos.
No tengas miedo, mi sagaz amigo,
pensó Lucian, sin que su mirada ansiosa se apartara un solo instante de la redoma. Todavía notaba la sangre del humano en su lengua.
Si este test resulta positivo, ni todos los vampiros de la creación me impedirán traer a Michael Corvin a este laboratorio para que nuestro destino final pueda ser por fin completado.
Singe puso en marcha un cronómetro y a continuación removió el contenido de la redoma con una varilla de cristal. Las gotitas carmesí reaccionaron al instante con el catalizador, mucho más deprisa de lo que Lucian o él hubieran esperado. En el interior de la solución se materializaron remolinos de color violeta, que perseguían la varilla como serpentinas en miniatura iluminadas por la luz del sol poniente. A diferencia de lo que había ocurrido hasta entonces, la mezcla no desarrolló el negro tinte del fracaso.
—Positivo —anunció Singe. Su rostro arrugado estaba sonriendo positivamente.
Lucian apenas daba crédito a sus oídos… o sus ojos. Después de tantas derrotas y decepciones, ¿podía ser cierto? Se arrodilló delante de la mesa de laboratorio para poder mirar directamente el arremolinado fluido; seguía sin haber rastro de la odiada transformación negra. En su rostro barbudo se dibujó una expresión de infantil maravilla mientras sus ojos ensimismados seguían el movimiento de las vivaces volutas violetas. Había esperado muchísimo tiempo a que llegara aquel momento.
La victoria es nuestra,
pensó con certeza.
Cuando tenga a Michael Corvin en mis manos, quiero decir.
• • •
La luz del día empujaba a Selene hacia el cuerpo dormido del humano. A medida que el sol iba avanzando lentamente por el cielo, sus letales rayos reptaban centímetro a centímetro en dirección a Selene, obligándola a acercarse al cuerpo inconsciente de Corvin para no quemarse viva.
Junto con los rayos incandescentes, los sonidos del día penetraban los gruesos maderos del embarcadero por encima de su
cabeza.
Sonaban los pasos de los equipos de estibadores húngaros que llegaban a trabajar y empezaban a cargar y descargar los avarientos mercantes que navegaban arriba y abajo del Danubio. Los remolcadores hacían sonar sus bocinas en competencia con los ruidosos graznidos de las gaviotas. Selene anhelaba el silencio y la seguridad de su habitación de Ordoghaz y contaba con que la bulliciosa actividad reinante ocultara su presencia debajo del muelle.
Lo último que necesito ahora es que un mortal bienintencionado tope aquí conmigo.
Se estremeció al pensar en un grupo de rescate sacándola a rastras a la mortal luz del día.
Ya estoy en peligro sin necesidad de eso.
Implacable en su avance, un inmisericorde rayo de luz solar iba acercándosele. El cuerpo de Corvin bloqueaba su ruta de escape. Se mordió el labio inferior y comprendió que no había otro camino.
Es hora de conocer un poco mejor al señor Corvin…
Rodó sobre su estómago en dirección contraria a la del avance de la luz, abandonó la fangosa orilla y, todavía vestida de cuero, se encaramó sobre el cuerpo tendido de Michael Corvin. Sus esbeltas piernas se montaron a horcajadas sobre la cintura del joven mientras apoyaba su peso sobre él y le miraba el rostro.
—
Discúlpeme
—dijo con tono sarcástico, ligeramente avergonzada por la proximidad casi íntima con el comatoso humano.
¡Y pensar que ni siquiera nos han presentado!
No pudo evitar reparar de nuevo en la tosca belleza de Corvin. A pesar de todo lo que habían tenido que pasar y del moratón púrpura de su frente, sus juveniles facciones eran innegablemente atractivas y su cazadora y su desgarrada camiseta negra se pegaban a un torso esbelto y atlético.
Si tenía que pasar un día encima de un humano desconocido,
pensó,
podía haber elegido especímenes mucho peores.
Selene se movió torpemente sobre el misterioso Michael Corvin, tratando de ponerse más cómoda. Sentía el calor que irradiaba el cuerpo del hombre y lamentaba tener tan poco para compartir. Su mirada se vio atraída de manera irresistible a la jugosa vena que palpitaba en la garganta de Corvin; habían pasado horas desde la última vez que se alimentara y sintió la tentación de clavar los colmillos en el cuello del indefenso humano. Se lamió los colmillos, sedienta. ¿Sólo un traguito tal vez?
No, decidió con firmeza mientras se forzaba a apartar la mirada de la pulsante vena. A diferencia de otros vampiros, ella no se aprovechaba de humanos indefensos.
El rayo de sol, en su avance hacia el noroeste, no pasó sobre ella por escasos centímetros y reptó sobre los bonitos pómulos de Corvin. Selene observó con inexplicable fascinación cómo iluminaba las facciones del mortal y bañaba su rostro en luz dorada. Tenía la frente empapada de sudor y apretaba los párpados con mayor fuerza para mantener a raya la intrusiva luz.
Se agitó debajo de ella y gimió débilmente, pero no despertó. Selene cambió de posición, incapaz de apartar la mirada del enigmático extraño.
¿Quién eres, Michael Corvin?,
se preguntó.
¿Y para qué te quieren los licanos?
I
mágenes febriles pasaban marcha atrás por la mente de Michael:
Fragmentos de cristal negro convergían frente a sus ojos, unos fragmentos minúsculos que volaban por el vacío hacia atrás y formaban un patrón que no terminaba de discernir…
Cadenas de hierro arrancadas serpenteaban hacia un húmedo y malsano suelo de granito y los eslabones rotos tintineaban ruidosamente mientras volvían a unirse y las cadenas se clavaban con enorme fuerza al suelo…
Una preciosa mujer morena, ataviada con los restos desgarrados de un vestido antaño elegante, colgaba de las aterradoras garras de un aparato de tortura medieval. Un grito estrangulado abría sus mandíbulas y mostraba unos extraños dientes afilados bajo los labios carmesí. Sus espeluznantes ojos blancos estaban inyectados en sangre. De algún modo, Michael sabía que el nombre de la prisionera era Sonja y que era una especie de princesa, además del amor de su vida…
—
Sonja
—murmuró al mismo tiempo que el rostro de la mujer se tomaba borroso frente a sus ojos y se convertía en el de la mujer del metro que lo había salvado del loco del cuchillo y los dientes ensangrentados. ¿Quién?, se preguntó. Si tal cosa era posible, la mujer era aún más hermosa que la princesa cautiva. ¿Cómo?
—No te muevas —dijo la mujer, no Sonja. Una mano suave se apoyó con firmeza sobre su hombro—. Te has dado un buen golpe en la cabeza.
Michael parpadeó, confuso, y despertó, o algo parecido, reclinado sobre un tílburi. Todavía aturdido, miró a su alrededor y se dio cuenta de que ya no se encontraban junto a la orilla del río. Ahora estaba rodeado de paredes forradas de roble y muebles de aspecto antiguo.
—¿Tienes alguna idea de por qué esos… hombres te perseguían? —le preguntó la mujer misteriosa, mientras le miraba la cara con mucha atención. Michael sintió alivio al ver que estaba viva y bien, a pesar de que seguía sin saber quién era.
—¿Dónde…? —Michael trató de incorporarse pero el movimiento hizo que le diera vueltas la cabeza. Una alternancia de escalofríos y oleadas de calor recorrió su cuerpo. Su visión empezó a oscilar y sintió náuseas.
—Estás a salvo —le aseguró la mujer. Estaba a su lado, inclinada sobre él, con la cara a escasos centímetros de la suya—. Me llamo Selene.
Selene.
Michael se aferró al nombre como si fuera un salvavidas mientras el oleaje de oscuridad lamía su consciencia. Estaba exhausto y sentía náuseas. Como si su cuerpo estuviera combatiendo alguna infección… y fuera perdiendo por goleada. Sentía un lejano dolor en el sitio en el que el loco del cuchillo le había mordido y la luz de la luna, que entraba en la elegante estancia por una rendija de la ventana, le provocaba escalofríos. Sentía un extraño hormigueo en la piel y tenía el vello erizado, como si una corriente eléctrica estuviera recorriendo su cuerpo. Un aullido quejumbroso resonaba en el interior de su cráneo, como un timbrazo en sus oídos.
Y yo Michael,
pensó por encima del cacofónico aullido. Abrió los labios para presentarse pero el esfuerzo lo dejó exhausto y se dejó caer sobre los cojines de terciopelo del sofá. Trató de mantener los ojos abiertos pero la fuerza primordial de la creciente oscuridad era demasiado grande para resistirse. El rostro de Selene se volvió borroso y su voz se perdió en la distancia mientras él sucumbía al olvido una vez más.
—Selene —susurró y se llevó su nombre consigo a la oscuridad.
• • •
Selene reprimió un suspiro de impaciencia al ver que Corvin volvía a perder la consciencia. Estaba claro que el golpe que había recibido en la cabeza y que le había dejado una fea cicatriz rodeada por un moratón oscuro, le había hecho mucho efecto. Llevaba como muerto casi once horas, tiempo suficiente para que el sol se hundiera al fin bajo el horizonte y Selene, liberada, pudiera abandonar su forzado cautiverio a la orilla del río.
Corvin había permanecido inconsciente mientras ella alquilaba un coche para reemplazar su perdido Jaguar y luego había dormido como un muerto durante el viaje de regreso a Ordoghaz. Selene lamentaba no haber podido llevarlo a urgencias pero ahora que los licanos lo estaban persiguiendo con tanto denuedo, estaba más seguro en sus aposentos.
Pero, ¿por qué te persiguen?,
volvió a preguntarse.
¿Qué es lo que te hace tan especial? Aparte de tu cara y de tu tendencia a actuar como un buen samaritano, quiero decir.
Estaba claro que para interrogar al exhausto humano tendría que esperar hasta que se hubiera recobrado de lo ocurrido la noche anterior. Con suerte, puede que fuera capaz de responder unas pocas preguntas al amanecer.
Le mojó la frente con un paño húmedo, con especial cuidado alrededor del área del moratón.
Debería examinarlo con más cuidado,
pensó. Acababa de llegar a la mansión con su insensata carga así que todavía no había tenido tiempo de comprobar si tenía alguna herida más debajo de la ensangrentada chaqueta. Se dio cuenta de que no recordaba cómo se había lastimado la cabeza.
Debe de haber ocurrido después de que yo perdiera el conocimiento.
Aunque la herida de su hombro estaba curada casi por completo, seguía sintiendo un dolor apagado en el lugar en el que había recibido el ataque del desconocido licano. El atisbo de un colgante de metal pasó por sus recuerdos fugazmente y volvió a preguntarse de quién se trataba. No había visto su cara en ninguno de los numerosos archivos que los Ejecutores mantenían sobre sus enemigos.
—De modo que —una voz impertinente interrumpió sus cavilaciones—, por una vez los rumores son ciertos.
Selene apartó la mirada del sofá y vio que Erika entraba despreocupadamente en su habitación. Frunció el ceño, disgustada. La atrevida criada rubia estaba invadiendo sus aposentos con tanta frecuencia que empezaba a sentirse como si le hubieran asignado una compañera de cuarto. Además, nada de aquello era asunto de Erika.
—Toda la casa está cotilleando sobre tu nueva mascota —dijo Erika con entusiasmo. Se acercó al sofá y examinó a Corvin con franca curiosidad—. Oh, dios mío. Vas a tratar de convertirlo, ¿no?
Selene puso los ojos en blanco.
—Por supuesto que no. —En todos los largos años que había pasado entre los no-muertos, nunca había convertido a un humano en vampiro. Su trabajo era matar licanos, no seducir inocentes. Y lo que Kraven y su séquito de inmortales diletantes dijera sobre ella no podía importarle menos.
Erika asintió, como si comprendiera lo que Selene quería decir. La vampírica sílfide rodeó lentamente el sofá, arrastrando las uñas pintadas por el borde de los almohadones de terciopelo de color borgoña.
—Tu postura por lo que a los humanos se refiere es digna de mención —reconoció.
Para Selene, los humanos eran estrictamente víctimas inocentes en la guerra contra los licanos pero, aparte de eso, jamás había pensado demasiado en ellos.
—No tengo ninguna postura —insistió, quizá con un tono que indicaba que estaba a la defensiva—. No tengo nada que ver con ellos.
—Exacto —señaló Erika con un brillo malicioso en la mirada. Sus blancos hombros sobresalían de la parte superior de su corpiño negro de volantes—. ¿Por qué lo has traído aquí, entonces?
Touché,
pensó Selene. Por mucho que le molestara admitirlo, en eso no le faltaba cierta razón a la necia chiquilla. ¿Por qué se había tomado tantas molestias por un simple humano, aparte de por el instinto natural de privar de su presa a los licanos? Confundida, registró su propia alma en busca de razones mientras contemplaba el atractivo rostro moreno de Corvin. Si derrotar a los licanos era su único objetivo, ¿por qué estaba allí ocupándose de un humano comatosos como una especie de Florence Nightingale vampírica? ¿Qué le importaba a ella si vivía o moría?
—Me ha salvado la vida —dijo en voz baja después de pensarlo un momento. Ignoraba lo que había pasado exactamente después de que perdiera el conocimiento al volante del Jaguar pero estaba segura de que nunca habría podido llegar a la orilla de no haber sido por la ayuda de Corvin. ¿Y quién sino él podía haberle vendado el hombro herido?