Authors: John Irving
Que Ruth Cole llegara a ser de mayor esa combinación excepcional de novelista respetada y autora de best-sellers de alcance internacional no es tan notable como el hecho de que se hiciera mayor. Aquellos guapos muchachos de las fotografías habían robado casi todo el afecto de su madre. Sin embargo, que su madre la rechazara fue más soportable para Ruth que crecer a la sombra de la frialdad que existía entre sus padres.
Ted Cole, autor e ilustrador de libros infantiles que tenían mucho éxito, era un hombre apuesto, más ducho en escribir y dibujar para los niños que en cumplir con las responsabilidades cotidianas de la paternidad. Y hasta que Ruth tuvo cuatro años bien cumplidos, aunque Ted Cole no siempre estaba borracho, a menudo bebía demasiado. También es cierto que, si bien no era un mujeriego empedernido, en ninguna época de su vida dejó de ser por completo un mujeriego, lo cual lo volvía, ciertamente, menos digno de confianza para las mujeres que para los niños.
Ted acabó escribiendo para los niños por defecto. Su primera obra fue una novela para adultos excesivamente alabada y de indiscutible calidad literaria. No merece la pena mencionar las dos novelas que siguieron, excepto para decir que nadie, y menos aún el editor de Ted Cole, dejó traslucir el menor interés por una cuarta novela, que el autor nunca escribió. En su lugar, Ted escribió su primer libro para niños. Se titulaba
El ratón que se arrastra entre las paredes
, y estuvo en un tris de no ser publicado. A primera vista, parecía uno de esos libros infantiles que tienen un dudoso atractivo para los padres y que siguen siendo memorables para los niños sólo porque éstos recuerdan haberse asustado. Por lo menos, Thomas y Timothy se asustaron cuando Ted les contó el relato por primera vez. Cuando se lo contó a Ruth,
El ratón que se arrastra entre las paredes
ya había asustado a unos nueve o diez millones de niños de todo el mundo y en más de treinta idiomas.
Al igual que sus hermanos muertos, Ruth creció escuchando los relatos de su padre. Cuando los leyó por primera vez en un libro, le parecieron una violación de su intimidad, pues había imaginado que su padre había creado aquellos relatos solamente para ella. Más adelante se preguntaría si sus hermanos experimentaron también la sensación de que su intimidad había sido violada.
En cuanto a la madre de Ruth, Marion Cole, era una mujer guapa. También era una buena madre, al menos hasta que nació Ruth. Y hasta que murieron sus queridos hijos fue una esposa leal y fiel… a pesar de las innumerables infidelidades de su marido. Pero tras el accidente que se llevó a los muchachos, Marion se convirtió en una mujer diferente, distante y fría. Debido a la aparente indiferencia de Marion hacia su hija, a Ruth le resultó relativamente sencillo rechazarla. Le habría sido más difícil reconocer los defectos de su padre; tardaría mucho más en llegar a este reconocimiento, y por entonces sería demasiado tarde para que se volviera por completo contra él. Ted la encantaba, Ted encantaba a todo el mundo, hasta cierta edad. En cambio, Marion jamás encantó a nadie. La pobre Marion nunca intentó encantar a nadie, ni siquiera a su única hija. Y, sin embargo, era posible querer a Marion Cole.
Y es en este punto donde Eddie, el desafortunado muchacho que se tapó con la pantalla inadecuada, hace su entrada en el relato. Él quería a Marion, nunca dejaría de quererla. Naturalmente, si hubiera sabido desde el principio que iba a enamorarse de Ruth, podría habérselo pensado dos veces antes de enamorarse de su madre. Pero, aun así, probablemente no hubiera podido. Eddie no pudo evitarlo.
Se llamaba Edward O'Hare. En el verano de 1958 acababa de cumplir dieciséis años, y la posesión del permiso de conducir había sido un requisito previo para optar a su primer empleo de verano. Pero Eddie O'Hare no sabía que convertirse en el amante de Marion Cole sería su verdadero trabajo veraniego. Ted Cole le había contratado concretamente por esa razón, y las consecuencias se prolongarían durante toda la vida de Eddie.
El muchacho había oído hablar de la tragedia sufrida por la familia Cole, pero, como le sucede a la mayoría de los adolescentes, prestaba escasa atención a las conversaciones de los adultos. Había finalizado el segundo curso en el centro Phillips de Exeter, donde su padre era profesor de inglés, y consiguió el trabajo gracias a la relación con el centro escolar. El padre de Eddie estaba totalmente convencido de que las relaciones con personas que habían pasado por Exeter eran muy eficaces. El señor O'Hare, quien primero se graduó en el centro y luego entró a formar parte del profesorado, nunca se iba de vacaciones sin su ejemplar bien manoseado del Directorio de Exeter. A su modo de ver, los ex alumnos del centro eran los portaestandartes de una responsabilidad incesante… Los exonianos, como se conocía a los ex alumnos de Exeter, confiaban unos en otros y se hacían mutuos favores siempre que podían.
Desde el punto de vista de la institución, los Cole habían sido generosos con Exeter. En la época en que perecieron sus malogrados hijos, éstos eran alumnos del centro, donde gozaban de éxito y popularidad. A pesar de su aflicción, o probablemente debido a ella, Ted y Marion Cole habían financiado un ciclo anual de conferencias sobre literatura inglesa, la asignatura preferida de Thomas y Timothy. «Minty» O'Hare, como le conocían innumerables alumnos de Exeter, era adicto en exceso a los caramelos de menta, que chupaba con suma delectación mientras recitaba sus pasajes favoritos de las obras que había asignado para su estudio. Y suya había sido la idea de organizar las llamadas «Conferencias Thomas y Timothy Cole».
Y cuando Eddie puso en conocimiento de su padre que el trabajo veraniego que más le gustaría realizar era el de ayudante de un escritor (el joven de dieciséis años llevaba un diario desde hacía tiempo y recientemente había escrito algunos relatos breves), el señor O'Hare no dudó en consultar su Directorio de Exeter. Desde luego, entre los numerosos ex alumnos del centro había muchos más autores que Ted Cole (Thomas y Timothy habían ido a Exeter porque Ted era ex alumno), pero Minty O'Hare, quien sólo cuatro años antes había logrado persuadir a Ted Cole de que donara 82.000 dólares a la institución, sabía que Ted era un contacto fácil.
—No tiene que pagarle nada —le dijo Minty a Ted por teléfono—. El chico podría mecanografiarle los textos, ocuparse de la correspondencia, hacerle recados…, lo que usted quiera. Se trata, sobre todo, de adquirir experiencia. En fin, si mi hijo cree que quiere ser escritor, debería ver cómo trabaja un profesional.
Ted se mostró evasivo pero cortés por teléfono. Además, estaba bebido. Tenía un apodo particular para Minty O'Hare: le llamaba «Chinchoso». Y, en efecto, era característico del Chinchoso O'Hare que a la menor ocasión señalara las fotos en las que aparecía Eddie en el anuario de Exeter correspondiente al año 1957.
Durante los primeros años que siguieron a la muerte de Thomas y Timothy Cole, Marion solicitó los anuarios de Exeter. De haber vivido, Thomas se hubiera graduado en el curso de 1954, y Timothy en el de 1956. Pero cada año, incluso cuando quedaron atrás las que habrían sido sus graduaciones, los anuarios seguían llegando, por cortesía de Minty O'Hare, quien continuaba enviándolos de un modo automático, pues suponía que así ahorraba a Marion el sufrimiento adicional de solicitarlos. Marion seguía examinándolos fielmente, y, cuando lo hacía, le sorprendían una y otra vez los muchachos que tenían algún parecido con Thomas o Timothy, aunque, tras el nacimiento de Ruth, dejó de indicar a su marido tales parecidos.
En las páginas del anuario de 1957, Eddie O'Hare aparece en la fotografía de la Sociedad Juvenil de Debates, sentado en primera fila. Viste pantalones de franela gris oscuro, chaqueta de tweed y la corbata rayada del centro, y el chico habría pasado desapercibido de no ser por la impresionante sinceridad de su expresión y por la seriedad que anidaba en sus ojos grandes y oscuros, como si esperase alguna pesadumbre en el futuro.
En la foto, Eddie era dos años menor que Thomas y tenía la misma edad que Timothy cuando los hermanos murieron. Sin embargo, Eddie se parecía más a Thomas que a Timothy. En la foto del Club Excursionista, donde Eddie aparecía con la piel más clara y daba la impresión de tener más confianza en sí mismo que la mayoría de los demás chicos poseedores de lo que Ted Cole supuso que era un interés permanente por el excursionismo, su parecido con Thomas era aún más acusado. Eddie sólo aparecía otras dos veces en el anuario de Exeter correspondiente a 1957: en las fotos de los equipos titulares de cross y marcha atlética. La delgadez de Eddie sugería que el muchacho corría más por nerviosismo que por cualquier placer aparente, y que correr era tal vez su único interés atlético.
Con fingida despreocupación, Ted Cole mostró a su esposa las fotos del joven Edward O'Hare.
—Este chico se parece mucho a Thomas, ¿verdad? —le preguntó.
Marion ya había visto las fotografías, pues había examinado con detenimiento todas las fotos de todos los anuarios de Exeter.
—Sí, un poco —replicó—. ¿Por qué? ¿Quién es?
—Quiere un empleo de verano.
—¿Con nosotros?
—Bueno, conmigo —respondió Ted—. Quiere ser escritor.
—Pero ¿qué haría contigo? —inquirió Marion.
—Supongo que se trata sobre todo de la experiencia. Si quiere ser escritor, debería ver cómo trabaja uno.
Marion, que siempre había aspirado a ser escritora, sabía que su marido no trabajaba demasiado.
—Pero ¿qué haría exactamente ese chico?
—Hum…
Ted tenía la costumbre de dejar las frases y los pensamientos inacabados, incompletos. Eso formaba parte tanto expresa como inconsciente de su vaguedad.
Cuando telefoneó a Minty O'Hare para decirle que aceptaba la propuesta, lo primero que le preguntó fue si Eddie tenía el permiso de conducir. Ted había sido condenado por segunda vez, bajo la acusación de conducir bebido, y le habían retirado el permiso durante el verano de 1958. Confiaba en que el verano fuese una buena época para iniciar la llamada «separación a prueba» de su esposa, pero si pretendía alquilar una casa en el vecindario y, además, seguir compartiendo con Marion la casa familiar, así como a la pequeña Ruth, alguien debía conducir el coche.
—¡Pues claro que tiene el permiso! —respondió Minty, y así quedó sellado el destino del muchacho.
De esta manera, la pregunta de Marion sobre lo que Eddie O'Hare haría exactamente quedó en el aire con la vaguedad con que Ted Cole solía dejar las cosas en el aire. También dejó a Marion, como ocurría a menudo, sentada con el anuario de Exeter abierto sobre el regazo. No pudo evitar observar que Marion, al parecer, consideraba que la fotografía más cautivadora de todas era aquella en la que Eddie iba vestido con el equipo de atletismo. La uña larga y rosada del dedo índice de Marion, en un gesto inconsciente pero muy concentrado, reseguía el contorno de los hombros desnudos de Eddie. Ted tuvo que preguntarse si no sería él más consciente que la pobre Marion de la creciente obsesión de su esposa por los chicos que se parecían a Thomas o a Timothy. Al fin y al cabo, su mujer aún no se había acostado con ninguno de esos chicos.
Eddie sería el único con el que se acostaría.
Eddie O'Hare prestaba poca atención a lo que se decía en Exeter sobre la manera en que los Cole hacían frente a la trágica pérdida de sus hijos. Incluso cinco años después de lo ocurrido, esas conversaciones eran la comidilla de las cenas a las que Minty O'Hare y su mujer, siempre hambrienta de chismorreos, invitaban a sus colegas del centro. La madre de Eddie se llamaba Dorothy, pero todo el mundo, salvo el padre de Eddie, que se abstenía de usar apodos, la llamaba «Dot».
Eddie no era un experto en chismorreos, pero sí un alumno aceptable, y se había preparado para aquel empleo veraniego como ayudante de escritor con unos deberes que, a su modo de ver, eran más esenciales para dicha tarea que memorizar los relatos de la tragedia extraídos de los medios de comunicación.
Si bien Eddie no se había enterado de que el matrimonio Cole había tenido otro hijo, la noticia no les pasó desapercibida a Minty y Dot O'Hare. Sabían que Ted Cole era ex alumno de Exeter (1931), y que sus dos hijos estudiaban en el centro cuando les sobrevino la muerte, y ello bastaba para proporcionar a todos los miembros de la familia Cole una perdurable relación con Exeter. Además, Ted Cole era un exoniano famoso, y a los señores O'Hare, aunque no a Eddie, la fama les impresionaba sobremanera.
Que Ted Cole figurase entre los autores de cuentos infantiles más conocidos de Norteamérica explicaba que la prensa hubiera mostrado un interés especial por la tragedia. ¿Cómo se enfrenta un renombrado autor e ilustrador de libros infantiles a la muerte de sus propios hijos? Y a unas informaciones de naturaleza tan personal siempre les acompaña el chismorreo. Entre las familias del profesorado de Exeter, posiblemente Eddie O'Hare era el único que no prestaba mucha atención al chismorreo. Desde luego, era el único miembro de la comunidad de Exeter que había leído todo cuanto Ted Cole había publicado.
En su mayoría, los miembros de la generación de Eddie (y de media generación anterior a la suya) habían leído
El ratón que se arrastra entre las paredes
, o lo que era más probable, otras personas se lo habían leído antes de que pudiesen leerlo. Y la mayoría de los profesores y de los alumnos de Exeter, también habían leído otros libros infantiles de Ted Cole. Pero, ciertamente, nadie más en Exeter había leído las tres novelas de Ted. En primer lugar, estaban agotadas, y, además, no eran muy buenas. No obstante, como fiel exoniano, Ted Cole había donado a la biblioteca de Exeter un ejemplar de la primera edición de cada uno de sus libros, así como el original, manuscrito, de cuanto había escrito.
Eddie podría haberse enterado de más cosas por los rumores y el chismorreo (cuando menos, en el sentido de que podrían haberle ayudado a prepararse para su empleo veraniego), pero las ansias de lectura del muchacho evidenciaban la seriedad con que se preparaba para ser ayudante de escritor. Y el hecho era que ignoraba que Ted Cole se estaba convirtiendo ya en un ex escritor.
Lo cierto es que Ted sentía una atracción crónica hacia las mujeres jóvenes. Marion sólo tenía diecisiete años y ya estaba embarazada de Thomas cuando Ted se casó con ella. Por entonces Ted tenía veintitrés. El problema, conforme Marion se hacía mayor y aunque siempre fuese seis años más joven que Ted, estribaba en que el interés de Ted por las mujeres más jóvenes persistía.