¿Cuánto debe durar un abrazo? ¿De qué sirve llorar? ¿Qué podemos hacer para cambiar nuestra suerte? ¿Tiene algún propósito el enamoramiento? ¿Y por qué es tan inevitable el desamor? ¿Cómo aprendemos a tener miedo? ¿A partir de qué edad empezamos a mentir? ¿Por qué sentimos envidia? ¿Cuántos amigos necesitamos para ser felices? ¿Podemos evitar estresarnos sin necesidad? ¿Por qué le importa más a un hombre que a una mujer que le rayen el coche? Y, más allá de las mil dietas milagrosas, ¿existen trucos emocionales para adelgazar?
A éstas y muchas otras preguntas, trascendentales y cotidianas, responde Elsa Punset en este libro, concebido como una «pequeña guía de rutas variadas» que transitan por la geografía de las emociones humanas con el propósito de hacernos más fácil comprenderlo que nos rodea, reconocerla importancia de nuestras relaciones con los demás, descubrir que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, encontrar formas eficaces de comunicarnos, gestionar la relación entre el cuerpo y la mente, potenciar el caudal de alegría que encerramos, organizarnos para lograr fijar y cumplir nuestras metas y ayudar al cerebro humano a contrarrestar su tendencia innata «a la supervivencia miedosa y desconfiada».
Porque, como señala Elsa Punset con palabras transparentes y sencillas, para transformar nuestras vidas y nuestras relaciones «no necesitamos tanto como creemos: en una mochila ligera cabe lo que nos ayuda a comprender y a gestionar la realidad que nos rodea»
Una guía indispensable para entender a los demás y manejarse con éxito en el universo de las emociones.
Elsa Punset
Una mochila para el Universo
21 rutas para vivir con nuestras emociones
ePUB v1.2
Dermus08.08.12
© Elsa Punset, 2012.
© de las ilustraciones de interior, Carles Salem.
© de la imagen de la portada, Philip and Karen Smith / Getty Images.
© Ediciones Destino, S. A., 2012.
Última edición 26 de junio de 2012.
Editor original: Dermus (v1.0 a v1.2)
ePub base v2.0
Para Alex y Tici, que me contagian con entusiasmo
tres elementos claves de la felicidad: amor, gratitud
y vivir en el presente con alegría y curiosidad
No me dejéis descansar nunca
«He aprendido que puedes descubrir mucho acerca de una persona si te fijas en cómo se enfrenta a estas tres cosas: perder el equipaje, un día de lluvia y una ristra enredada de luces de Navidad.»
MAYA ANGELOU
He pasado un fin de semana catártico ordenando mi despacho. Ha sido una experiencia intensa que he compartido con mi hija de nueve años, que ha decidido que cuando sea mayor —si cabe— tendrá una empresa de limpieza. Y yo, que soy una madre liberal, he hecho un intento discreto para guiar esta vocación súbita e inesperada: le he hablado de la posibilidad de que lleve el control de calidad en la empresa de limpieza. «¿Control de calidad es que yo iré por las casas comprobando que el trabajo está bien hecho?», me ha preguntado con entusiasmo. De momento no confíen demasiado en la solidez de sus propósitos porque todo le interesa y se apunta a un bombardeo. La semana pasada, por ejemplo, quería reemplazar a Pablo Motos como directora de El Hormiguero
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. «¿Cómo que ya no existirá El Hormiguero cuando yo sea mayor?», exclamó incrédula cuando le sugerí esa posibilidad. Sospecho que no me creyó del todo.
Lo de la empresa de limpieza ha sido lo que se llama, en jerga diplomática, un daño colateral, porque en realidad ese día no nos interesaba limpiar sino encontrar un documento extraviado. Para ello tuvimos que abrir viejas cajas polvorientas lenas de documentos, fotografías y ensayos universitarios tan intemporales como inútiles.
Le presenté a Alex las caras y los nombres de mis viejos amigos, las calles y las casas en las que he vivido. No estaba segura pero me gustó compartir con mi hija parcelas de mi vida que ella ni sospechaba. Nos reímos contando anécdotas y lo que antaño me había parecido tan importante ahora era liviano. Después vaciamos casi todos los recuerdos en grandes bolsas de basura y los despedimos con alegría. Es la primera vez que he logrado hacer una limpieza a fondo del pasado sin sentir nostalgia, excepto algún atisbo que surgió ante determinadas fotografías y cartas, y que logré soplar suavemente como la llama de una vela. ¿Qué ha cambiado?
Creo que he sido yo. Yo he cambiado. De hecho, no creo que la Elsa de hace veinte años pudiera reconocerme hoy en día. Aquélla se enredaba en sus emociones y en las de los demás y allí pasaba mucho tiempo angustiada, dando palos de ciego. Antes, cuando una emoción o una experiencia eran incómodas, me resistía y me enzarzaba tozudamente en un monólogo interminable y agotador para intentar cambiarlas o negarlas, hasta que me quedaba sin aliento y sin fuerzas. No me dejaba traspasar, no confiaba, no me dejaba levar a mejor puerto. No aprendía de mis errores ni me los perdonaba. Y cuando no podía más, cuando ya no cabía esperar, ponía las cartas o las fotografías en una caja como un tributo al pasado o a lo imposible. Eran un cordón umbilical que me ataba a ese pasado. Si lo piensan, era como tener un pequeño cementerio en casa.
Vivir obsesionado por el pasado o por el futuro es algo que se le da muy bien al cerebro humano adulto, experto en recordar y en prever. Sin embargo, las investigaciones revelan que vivir en el presente, aun en los actos más sencillos, como pelar una manzana o caminar, añade mucha felicidad a la vida de quienes lo intentan. Es algo que los niños, que tienen un cerebro más inmaduro, logran hacer con mayor naturalidad.
Vivir en el presente significa hacer un esfuerzo de valentía para no aferrarse a un montón de vivencias y realidades tristes o caducas. Cuando uno abandona lo conocido, las pequeñas costumbres, los pensamientos de siempre, de entrada hay mucha soledad. Cuesta confiar en que legará algo nuevo que pueda alimentarnos en cuerpo y mente. La ironía es que sólo el que desbroza y confía puede volver a encontrar. Si no cambiamos nada, nada cambia. En el siglo XX aprendimos a sobrevivir físicamente, por fuera. En este siglo, frente a la avalancha de enfermedades mentales y emocionales que nos asedia, sin duda el reto será aprender los gestos y los mecanismos que consolidan nuestra supervivencia por dentro. De momento seguimos creciendo marionetas del complejo y poderoso conjunto de emociones que nos habita, nos mueve y nos arrastra hasta que las declaramos ciegas. Los ciegos somos nosotros, porque no hemos aprendido a comprender la fuerza de sus mandatos y por tanto nos vemos desbordados tantas veces por sus dictados.
¿Cómo le explicaríamos a una criatura recién legada a la Tierra lo que nos mueve por dentro? Imaginemos que la bandada de pájaros migratorios que se levaron al Principito de su pequeño planeta lo hubiese dejado caer a nuestros pies… ¿Cómo le ayudaríamos? En nuestra Tierra la vida es compleja, porque en vez de con una rosa y tres volcanes tenemos que lidiar con más de seis mil millones de generadores de emociones mezcladas en todas sus combinaciones de intereses cruzados que duelen y sobrepasan. ¿Cómo podemos manejarnos con eficacia por las redes humanas para comunicarnos, para ganarnos la vida, para disfrutar del amor, para tener amigos, para encontrar un sentido a nuestras vidas? No existe un manual de consulta sencilla que nos aclare lo que nos pasa por dentro, excepto aquellos que preconizan la renuncia, la represión o la resignación.
Afortunadamente, la vida es menos complicada de lo que tememos. Podemos asomarnos a los grandes principios de navegación que conforman las bases de una especie de meteorología de las emociones. Como las borrascas, las tormentas y los anticiclones, somos predecibles. Es fácil leernos y adivinarnos: no somos lo que decimos, somos lo que hacemos. La vida está hecha de palabras, de miradas y de pequeños gestos con los que tejemos día a día la red que nos envuelve. Basta con aprender a reconocer y a entender los mecanismos ocultos que nos mueven y los gestos y las emociones que nos delatan.
Para transformar nuestras vidas y nuestras relaciones no necesitamos tanto como creemos: en una mochila ligera cabe lo que nos ayuda a comprender y a gestionar la realidad que nos rodea. Aunque haya una cierta resistencia a reconocerlo, todos somos psicólogos en potencia, porque la vida nos dota a todos de un cerebro que alberga las intuiciones de lo que necesitamos para vivir. En la televisión, en la radio y en la prensa escrita, aprendí que se puede hablar de la vida y de las emociones que la mueven sin pretensión ni opacidad, con palabras transparentes y sencillas como barras de pan.
Con estos mimbres he recopilado esta pequeña guía, concreta y sencilla, lena de las rutas variadas que transitan por la geografía de las emociones humanas, para facilitar la comprensión de lo que nos rodea, conocer la importancia del afecto en las relaciones con los demás, descubrir que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, encontrar formas eficaces de comunicarnos, gestionar la relación entre el cuerpo y la mente, potenciar el caudal de alegría que encerramos, organizarnos para lograr fijar y cumplir nuestras metas y ayudar al cerebro humano a contrarrestar su tendencia innata a la supervivencia miedosa y desconfiada. He querido entregar al lector una pequeña lave que potencie su capacidad para el optimismo independiente, inteligente y creativo. Ojalá desde estas páginas, con humor, amor y alegría, pueda acompañar a mis lectores en el viaje ineludible y mágico de la vida.
Una de mis amigas se acaba de separar. A este paso, y sobre todo después del verano —al parecer es una de las épocas propicias para ello—, sólo me quedarán un puñado de amigas que no se hayan separado. Algunas lo hacen con una resignación más o menos estoica, mientras otras lo pasan francamente fatal. A veces, cuando logran superar en algún grado la angustia de la separación, me dicen que se han vuelto a enamorar. Entonces me echo a temblar y con poco tacto y nulo sentido de la oportunidad, suelo exclamar: «¿Otra vez? ¿Estás segura?». Es que no sé qué pensar. Lo llaman, al parecer, «monogamia sucesiva», algo que, a tenor de lo visto, fácilmente puede convertirse en el arte de tropezar muchas veces en la misma piedra. En cualquier caso, como toda corriente sociológica que se precie, la monogamia sucesiva tiene sus biblias, y una de ellas es un libro francamente divertido
Come, reza, ama
(lo recomiendo con entusiasmo aunque se esté felizmente casado). Su autora, Elizabeth Gilbert, es una mujer que literalmente quiso morir cuando se separó, tanto que no tuvo más remedio que diseccionar la vida que le tocaba arrastrar mañana tras mañana para halar nuevas razones por las que vivir. Para ello no escatimó esfuerzos y recorrió incansablemente Italia, la India e Indonesia a la búsqueda de sabores, olores y sensaciones que pudiesen colmar su vacío. Sin duda, y eso sí que lo tengo meridianamente claro tanto si se está casado como separado, vivir con pasión y con intensidad es lo que toca. Lo otro sería caer en la desgracia que describía un poeta: «Morir a los veinte, aunque no nos entierren hasta los noventa».
Pues bien, les adelanto un secreto: Elizabeth centró intuitivamente sus esfuerzos por vivir en estos ámbitos: comer, rezar y amar. Y la verdad es que, habiendo meditado muchas de las sugerencias de los filósofos más avezados de nuestro olimpo intelectual de los últimos milenios, debo reconocer que admiro la sensatez espontánea de Elizabeth. Ha resumido en estas tres palabras, que dan título a su libro, toneladas de sabiduría. Incluso el orden de su tríada del buen vivir tiene sentido: primero, cuidar del cuerpo físico, encarnarse, alimentarse, comer. Después, rezar en su sentido más amplio, es decir, comprender y soñar hasta encontrar aquello que dota de sentido a cada vida, algo que expresa admirablemente el cosmólogo Stephen Hawking, cuyo espíritu florece mientras su cuerpo sobrevive en una silla de ruedas: «Sólo somos una raza avanzada de monos…, pero podemos comprender el universo». Por último, con el cuerpo y el espíritu saneados, al fin podremos amar, es decir, comunicarnos y fundirnos con el resto del mundo.