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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

Un punto y aparte (33 page)

BOOK: Un punto y aparte
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No pude evitar que las lágrimas volvieran a mis ojos. Sergio se acercó a mí y besó mis mejillas con lentitud. Luego acercó sus labios a los míos rozándolos con suavidad.

—No, no llores. No quiero hacerte llorar, por favor.

Me sentía desarmada. Desfallecida. Agotada… Pero necesitaba sus besos. No quería otra cosa que sus besos. Me aferré a su cuello. No quería soltarlo.

—También sé que has estado saliendo con alguien… —susurró.

—¿Ehhh? ¿Quién ha dicho eso? —pregunté sorprendida.

—Vicky me lo dijo el otro día. Nos encontramos en una cafetería y charlamos.

No tenía la menor idea de que se hubieran visto, mi hija no había dicho ni una palabra. La iba a matar en cuanto la tuviera delante. ¿Por qué habría dicho algo así? Sí se había enterado de mi salida con Nacho a cenar, pero en ningún momento comentamos nada sobre él.

—No es cierto. ¿Vicky ha dicho eso? No, no es verdad.

—Está bien.

—Fui a cenar una noche con un amigo de la asesoría. Pero no salgo con él, créeme —dije con angustia.

—Tranquila, Paula. Te creo.

Me besó de nuevo varias veces.

—He sido un estúpido —afirmó entre beso y beso—, y un verdadero idiota.

Asentí con la cabeza.

—Un gilipollas —siguió diciendo volviéndome a besar—, un inmaduro…

Me hizo sonreír y él sonrió también al tiempo que nos poníamos en pie.

—Lo siento —dijo—, lo siento mucho, Paula. No confié en ti… yo… estoy tan avergonzado… No, no puedo vivir sin ti.

Lo abracé y busqué su boca. Lo había extrañado tanto en las últimas semanas. Me parecía casi un sueño que pudiera sentir de nuevo sus labios, su aroma, su tacto…

—Humm —murmuré—, creo que te voy a pegar todos mis virus…

—No me importa —contestó—, puedes pegarme todo lo que quieras.

—¿A qué hora regresan lo chicos? —preguntó en voz baja, como si alguien pudiera escucharle.

—Están con Miguel. Vendrán para cenar…

Sonrió.

—¿Eso quiere decir que puedo seguir besándote?

Me enterneció su pregunta y asentí con la cabeza.

—Ven —le dije cogiéndole de la mano—, en la cama estaremos más cómodos.

La cama estaba deshecha y revuelta pero creo que a ninguno de los dos nos importó.

—Cuánto te he echado de menos —murmuré abrazándolo con fuerza.

Me empecé a reír sin poder evitarlo. Me miró sonriente y sin comprender nada.

—¿Qué? —dijo.

—Estoy horrible, ni siquiera un poco sexy —dije contemplándome ante el espejo. Con aquel jersey enorme y los vaqueros desteñidos parecía cualquier cosa menos yo. Siempre he sido coqueta y verme así me desconcertó.

Me enlazó por la cintura y me hizo caer sobre la cama. Nos besamos como dos adolescentes que acaban de descubrir el placer de compartir sus lenguas.

—Mi jersey —dijo sonriendo mientras lo levantaba junto a la camiseta que tenía debajo dejando al descubierto parte de mi vientre.

Colocó su mano estirada cubriéndome el ombligo y me acarició. Me estremecí.

Luego la apartó y posó sus labios en el mismo lugar besándome con suavidad, haciéndome temblar de arriba abajo.

Le revolví el cabello con los dedos.

—Me gusta tu pelo.

Se lo había dicho un millón de veces. Alzó la cabeza y sonrió.

—Abrázame… —le dije.

Me abrazó y permanecimos así en silencio durante un largo tiempo. Solo quería sentirlo cerca.

Escuché el ruido de la puerta y los pasos de mi madre por el pasillo. Sergio fue a incorporarse pero no le dejé, tiré de él haciéndolo caer sobre mí.

—Chsst —susurré poniendo mi dedo sobre sus labios.

Sonreí.

—Paula…

La voz de mi madre estaba al otro lado de la puerta. No estaba cerrada del todo. Pareció dudar si abrirla o no.

—Estoy aquí, mamá —dije alzando la voz.

Abrió.

—Oh… perdón —afirmó apurada.

—Tranquila, mamá —contesté sonriendo.

Sergio se puso de pie y fue a hacia ella con una sonrisa. La besó en la mejilla.

—Sergio, hijo, ¡qué alegría!

Se alegraba de verdad. No había más que verla.

—¿Te quedarás a cenar, verdad?

No le dejó contestar. Salió a toda prisa de la habitación, cerrando la puerta. No tuve más remedio que reírme.

Y si a mi madre le agradó volver a ver a Sergio, Alejandro estaba radiante de alegría. También Vicky se alegró. Y hasta Dani lo saludó con una gran sonrisa.

Ya habíamos terminado de cenar. Dani y Alex ya se habían ido a mi habitación a ver la tele y nosotros cuatro continuábamos sentados a la mesa mientras Sergio tomaba el café.

—Mamá —dijo Vicky—, tengo que decirte algo.

La miré. No me agradaba ese tono misterioso. Casi me daba miedo oírla. ¿En qué nuevo lío se habría metido ahora?

—No tiene nada que ver conmigo —aclaró.

Me quedé más tranquila.

—Es papá.

—¿Qué le pasa?

—Va a casarse con Sonia. Parece que han vuelto.

—Me alegro —afirmé—. Me alegro de verdad.

Fui sincera. No le deseaba ningún mal. Todo lo contrario. Vicky pareció sorprendida. ¿Acaso pensaba que a estas alturas me iba a importar? No me importaba lo más mínimo.

—Y tanto tú como tus hermanos tendréis que respetar la decisión de tu padre.

—Sí, mamá. Claro…

No sé si lo dijo convencida o no. Se levantó y salió del salón, mi madre la siguió dejándonos solos.

—¿Te alegras de verdad? —preguntó Sergio mirándome.

—Sí, Sergio, y mucho… Miguel no sirve para estar solo. Creo que es lo mejor que puede hacer. Ojalá le salga bien.

Me cogió la mano y se la llevó a los labios. Besó mis dedos.

—Yo también quiero casarme —dijo sonriendo.

—¿Ah, sí?

Pensé que estaba bromeando.

—¿Y quién es la afortunada?

Sonrió.

—Una mujer preciosa, de bello pelo rojizo y ojos verdes que se llama Paula.

Me reí y él me besó.

—Hablo en serio. Quiero casarme contigo.

Su mirada tierna me conmovió.

—Sergio, cariño…

Lo abracé. No podía amarlo más. Me sentía tan feliz que tuve que contenerme para no llorar.

Dos horas después decidió irse. Habíamos estado viendo una película en el DVD y después nos habíamos entretenido en besarnos como dos adolescentes sobre el sofá, escondidos de todo el mundo. Lo acompañé hasta la puerta. Vicky había salido y mi madre ya se había ido a dormir, lo mismo que los niños. Me dolía pensar que íbamos a separarnos unas horas, no quería que se fuera…

—No te vayas —le dije cerrando la puerta y tirando de él.

Me miró.

—Quédate.

—No tengo ropa… estoy con…

—No te preocupes, te dejo mi jersey —dije sonriendo.

Nos fuimos besando por el pasillo hasta llegar a la habitación. Empecé a desabotonarle la camisa.

—Ya veo que no tienes fiebre —me susurró al oído.

—Te equivocas —dije—. Tengo fiebre, pero de otra clase.

Me dio un beso largo y ardiente.

—Cuánto te he echado de menos —murmuré.

Nos dejamos caer sobre la cama. Hicimos el amor con ansia y deseo primero, como queriendo recuperar el tiempo perdido. Después con calma, sin prisa, hasta que, agotada, me dormí entre sus brazos.

Conseguí que Vicky me explicara por qué había comentado a Sergio que yo salía con alguien.

—Fue una estrategia, mamá.

—¿Cómo?

—Tenías que haber visto la cara que puso cuando se lo solté. Y además no te quejes, porque dio resultado.

—¿Qué dio resultado?

—Ay, mamá. No te enteras de nada… se lo dije para que reaccionara. ¿Qué crees que hice yo con Álvaro? Le hice creer que salía con otro y al día siguiente me estaba suplicando que volviera con él. Así que me debes una…

Me reí y la abracé.

—Pues si ha sido así, gracias, cariño. Gracias de verdad.

En las vacaciones de Semana Santa, Sergio se instaló en casa. El domingo anterior los dos visitamos a su madre que, al igual que la mía, se alegró de volver a verme al lado de su hijo.

—Paula, querida, me hace feliz que estéis de nuevo juntos. Sé lo mucho que te quiere.

Le sonreí.

No tardaron en llegar Félix, Lidia y su marido. Me sonrieron y saludaron con afecto. Lidia parece que al final ha aceptado que su hijo Álvaro no tiene ninguna intención de separarse de Vicky.

Y tal como pronostiqué en su día, bastaba con que se opusiera para que los chicos tomaran más interés. Siempre ha sido así, desde los siglos de los siglos. Tal vez si no le hubiera dado ninguna importancia, todo hubiera terminado como un enamoramiento pasajero sin más. Al contrario de lidia, con la manía que le ha tenido a mi hija desde el primer día que se enteró de que salían juntos, a mi siempre me ha gustado su hijo, es un buen chico, y está coladito por Vicky, solo hay que ver cómo la mira para darse cuenta de que le falta el aire si no la tiene a su lado. Espero que les dure, aunque son tan jóvenes que a saber las vueltas que les puede dar la vida aún.

—¿Qué tal tu bronquitis? —me preguntó Álvaro, tan amable como siempre.

—No queda ni rastro —le dije sonriendo—, y muchas gracias —añadí.

Cuando Sergio habló de que no habíamos descartado la posibilidad de casarnos quizás después del verano, vi una sonrisa sincera en todos ellos.

—Pero eso hay que celebrarlo —afirmó Félix con entusiasmo saliendo del salón.

Enseguida apareció con unas botellas de cava mientras que Lidia sacaba copas del aparador. Brindamos felices, y luego Sergio me besó ante todos. Parece ridículo, pero me sonrojé.

—Prueba superada —me dijo Sergio al oído—. Los Lambert te adoran.

Me reí.

—Ya me adoraban antes —bromeé.

A excepción del enfrentamiento que había tenido con Lidia por culpa de Vicky, siempre me había sentido bien en esa familia. A Félix hay que aceptarlo tal como es, no es mal tipo, solo un poco fanfarrón y vanidoso, y Mercedes es un encanto de mujer. A Lidia hay que entenderla como madre de un solo hijo al que tenía como centro de su universo. Y lo de compartirlo con otra mujer no entraba en sus planes cuando mi hija entró en su vida. Después de lo que yo sentí al ver a Dani tan entusiasmado con su chica, creo que puedo entenderla…

Me fui feliz tras la velada pasada con la familia Lambert.

—¿Sabes de qué me estoy acordando? —me preguntó Sergio en el garaje al bajar del coche.

—No…

—De la primera vez que estuve en el pueblo con vosotros, en aquel desastroso fin de semana…

—No fue tan terrible. Recuerdo que me besaste por primera vez con auténtica pasión, y creo que me enamoré de ti entonces…

Me miró con esa mirada tierna que me derrite.

—¡Qué mentirosa eres! Ya estabas loca por mí desde mucho antes… desde la primera vez que nos vimos en tu oficina…

Me reí.

—¿Sí? Eso fue lo que te ocurrió a ti, no mientas.

Me besó.

—No sabes cuánto te quiero, Paula.

—Y yo, cariño.

Cuando llegamos a casa, Vicky y Álvaro veían la tele sentados en el sofá.

—¿Has estudiado algo para el examen de mañana, Vicky? —pregunté.

—Sí, mamá. No seas plomazo. He estado estudiando. ¿A que sí, Álvaro?

Él asintió sonriendo. Claro, qué iba a decir.

—Seguro… —afirmé dudándolo.

—No los atosigues, cariño —me dijo Sergio al llegar a la habitación—. Déjalos tranquilos.

Me senté sobre la cama y lo miré. Sentí tanta ternura, tanta admiración, que me emocioné.

—Gracias, Sergio.

—¿Gracias? ¿Gracias por qué, Paula?

Me levanté y lo abracé.

—Por existir… —susurré.

Sonrió. Luego me besó.

—Yo también te quiero.

26. Cinco meses después

Al final he cedido y he dejado leer a Sergio todo lo que tengo escrito. En realidad, lo hemos leído juntos, lo que nos ha hecho sentir mucha nostalgia. Nos hemos reído, pero también nos hemos emocionado y se nos ha escapado alguna lágrima, todo hay que decirlo.

—Paula —me dijo—, deberías hacer una novela con nuestra historia. Seguro que se convertiría en un
best-seller
, incluso harían una película…

Me reí.

—¿Y dejar que medio planeta se entere de mis secretos más íntimos y de los de mi familia?

Me besó.

—Además —continué—, no estoy dispuesta a compartirte con el resto de las mujeres de este país… y de ningún otro. Te asediarían.

Puso una mueca divertida.

—¿Tú crees?

—Humm… a ver —dije agarrándome de su cuello—, todas descubrirían a un Sergio atractivo, seductor, sexy, tierno, pero sobre todo… humm…

a un excelente amante… y a una bella persona.

Se rio.

—Podría decir lo mismo de ti. Eres un personita muy especial, atractiva, sexy, encantadora… y no, yo tampoco estoy dispuesto a compartirte con nadie, cariño.

Lo besé.

—¿Nos olvidamos del best-seller, entonces? —pregunté.

—Creo que sí…

Caímos sobre la cama y siguió besándome.

—Sergio…

Me miró.

—Te quiero.

Dos semanas después sellamos nuestro amor ante el juzgado. Hoy puedo decir que soy feliz, que si nunca necesité ansiolíticos, jamás los necesitaré. Pero seguiré escribiendo, ya no como terapia, sino como un placer.

Nunca haré un
best-seller
, quizás cuando sea muy anciana dejaré a mis hijos este legado, a mis nietos… no lo sé. De momento son mis vivencias, solo mías y de Sergio, con el que espero pasar el resto de mi vida. Nadie me ha regalado nada, y si el destino se ha complacido en concederme a un hombre como él, creo que es porque, después de todo, no lo habré hecho tan mal.

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